miércoles, 3 de julio de 2013

Hasta ahora, Jaime.

Hasta ahora, Jaime.

Hola a todos,  amigos.

El motivo de que esta entrada la esté escribiendo un miembro del grupo de trabajo que está llevando adelante el programa sel Encuentro y no la escriba Jaime, es que él nos ha dejado. Hemos creído oportuno comunicároslo a los que le seguís a través de este blog para que conozcáis la causa de su ausencia.

En la mañana del domingo 30 de Junio, a la vista de que le faltaban fuerzas para luchar nos abandonó. Sin embargo, se fue dejándo iniciado su ilusionante proyecto con el encargo de que los que comenzamos la andadura junto a él  debíamos culminarlo.

En honor a la verdad hemos de decir que la genial idea de poner en marcha esto fue  un pretexto para conocernos el grupo de personas que tenemos en común el gusto por comentar las noticias que el Huffington nos ofrece, y en general,  la afinidad de pensamiento de las personas participantes.

A menos de quince días de este primer encuentro, celebramos que el programa esté prácticamente cerrado, a falta de pequeños flecos que esperamos rematar esta semana, y nos entristece profundamente que Jaime no pueda disfrutar de lo que su idea y su forma de ser concibió y ha impulsado.

Es apoyándonos en ese impulso que nos lega como vamos a llevar a término lo que junto a él comenzamos; un Encuentro de Amigos entre los que siempre estará él. Como le decía Miguel Hernández a su amigo Sijé, nosotros también le decimos:

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.


Jaime nos acompañará siempre.


domingo, 24 de marzo de 2013

PARA UNA MENTE OBTUSA.....



 He eliminado la última entrada. Hablaba de nostalgia, de sentimiento, de cosas que me pertenecen y quería compartir con quienes seguís el blog.
Como en casi todas las entradas hubo comentarios; comentarios que siempre he respetado porqué cualquier opinión lo merece. Prueba de ello es que, en "DESPEDIDA SIN ADIOS" (Septiembre 2012) no eliminé ni una sola de las múltiples observaciones que dejasteis allí.
 
Pero confieso que hoy, uno de esos comentarios me ha llenado de vacíos innecesarios. Puedo pensar que no ha interpretado bien lo que yo pretendía decir. Pero no lo pienso porqué estaba muy claro que mis palabras solo evocaban buenos momentos y confesaban a pecho descubierto la nostalgia que me provoca el evocarlos.
 
Ha sido un comentario duro, crítico, basado en un opinión que siempre respetaré pero se centraba en aspectos que poco o nada tenían que ver con el contenido de mi publicación.
No voy a ser yo quién le quite el derecho a fustigarme. Pero si soy quien gestiona mis blogs y me puedo permitir censurar lo que creo inconveniente. Habría sido sencillo eliminar ese comentario. Tan sencillo con inapropiado. Ante la duda he prescindido de la entrada y aquí paz y después gloria.
 
Si la mente de algun@ no es capaz de comprender que echo de menos lo que quiero le otorgo el privilegio de que lo siga pensando pero borro sus palabras y las mías que, al fin y al cabo, han sido la causa de su desafortunada explosión.
 
 
Me está costando un mundo encontrar la partitura correcta para seguir con el relato de "Memorandum de nada" Son muchas las cosas que han cambiado y, cuando leo los apuntes de la maqueta, falta sincronía y pierden autenticidad. Pero es un compromiso que tengo conmigo mismo y pienso terminar.
 
Amig@ del comentario feliz: A los 62 años el ego uno lo tiene perdido entre las arrugas de la piel. Puede que te moleste ver que manifiesto mi sentir. Te he dado satisfacción eliminando la entrada.
Ahora dámela tu y si vuelves a comentar moléstate en decir quién eres y puede que te entienda. La clandestinidad es mala cuando se usa para el agravio.
 
 
 El blog es de todos aquellos que lo visitan. Solo hay que saber leer y entender sus contenidos.



 

viernes, 8 de marzo de 2013

MEMORANDUM DE NADA (ENTREGA 17)

>>>>>>> Viene de la ENTREGA 16...como siempre la pego también a TODO LO PUBLICADO...que encontraréis a continuación
Sigo en www.nirosesnigavines.blogspot.com.es , en www.huffingtonpost.es y en @domingojaime de Twitwer. En Facebook me encontraréis como Jaime Domingo Gómez del Castillo.

A pesar de estos días de vacío el blog está cerca de las 14.000 visitas. Muchas gracias.
PRÓXIMA ENTREGA: En el transcurso de la próxima semana (11-15 marzo)



Había salido casi de hurtadillas. Cuando dieron las 4 Salitre estaba con una llamada. Maruja se levantó y buscó la puerta como un niño cuando le dan el recreo en la escuela. Pisó la calle y la duda se convirtió en pánico. No podía esperarle, no debía. Era imprescindible controlar aquel arrebato. Se confundió entre el denso grupo de compañeros que caminaban hacia la parada del bus y, al llegar a la esquina, orientó sus pasos al metro. No le apetecía demasiado ir directamente a casa y optó por pasar de largo y apearse en la estación del centro comercial. Necesitaba volatilizar toda la inquietud que le estaba provocando el momento que vivía. Huía de la sensualidad de Salitre pero le era totalmente imposible no compararla con la atonía que se había instalado en su relación con Venancio. Huía sin dirección, del uno y del otro sin lograr cauterizar la sensación de que ambos la tenían encarcelada en dos espacios de vida incongruentes.
Caminaba por los pasillos del centro con la mirada perdida en los escaparates y el pensamiento en el vacío. Nada le llamaba la atención en aquel tránsito de fuga.
Una joven la abordó cortándole el paso.
- Buenas tardes, señora. ¿Conoce usted GNI Direct?-  
Sintiéndose invadida, Maruja la esquivó sin responder y aceleró el paso buscando la entrada del aseo. Varias mujeres se le habían adelantado y tuvo que esperar. No le hizo demasiada gracia comparar aquella cola con la que provocaban las llamadas en la plataforma.
- Puede que la vida sea esto. Siempre tenemos que esperar a que llegue nuestro momento-
Cuando entró en el servicio aquel metro cuadrado embaldosado y maloliente la devolvió a la realidad. La cisterna no funcionaba. A pesar del asco que sentía limpió el asiento con un pedazo de papel higiénico y sublimó lo escatológico.
-¿Le queda mucho?- Alguien tenía prisa por entrar. Por un instante le pareció divertida la idea de fastidiar la premura que sentía la mujer que había golpeado la puerta con ansia. Pero no le apetecía para nada seguir respirando aquel aire enrarecido. Abrió la puerta y una embarazada se precipitó hacia la taza. Media docena de mujeres seguían esperando. Mientras se alejaba ironizó murmurando.
- ¡Agilizamos, por favor, agilizamos que tenemos cola!
Miró el reloj. Con un poco de suerte cuando llegara a casa Venancio estaría en el bar o dormitando en el sofá. Buscó la salida y alargó la tarde desechando el metro como transporte. Daría un paseo para robarle tiempo al tiempo y ganárselo a su tedio.
A las 7, Salitre desistió. Maruja no aparecía por la boca de metro. Aquella mujer estaba derrotando su frivolidad convirtiéndose en importante para él. No se reconocía en aquel estado que era más fruto de la devoción que del deseo.
Arrancó y buscó el camino que le llevaría a casa pasando por la gasolinera para repostar. Necesitaba combustible para el motor de su automóvil y para sus ideas. No miró al retrovisor cuando dobló la esquina. Maruja cruzó la calle buscando las llaves en el bolso. No se vieron a pesar que no dejaban de mirarse en todas sus preguntas.
- ¿Vienes de la Alameda?
Froilán se lo preguntó para evitar una presentación demasiado formal.
- No, vengo de la cárcel
Era una respuesta que Froilán no esperaba. Titubeó, a su pesar, en el intento de reconducir la toma de contacto.
- Permíteme que te de la bienvenida al barrio. Me llamo Froilán y si me necesitas para algo me encontrarás en el banco que queda justo enfrente, detrás de la valla del parque – Lo soltó de tirón esforzándose por ser amable.
- Gracias, Froilán. Yo me llamo Sebas y soy nuevo en esto. ¿Sabes si la bofia se meterá conmigo si me instalo aquí?
- Depende, Sebas. De vez en cuando te putearán pero no son demasiado pesados. Se paran, te dicen que aquí no puedes estar, tú finges que te alejas y con un poco de suerte pasan días hasta que se repite la historia
- Bien. Poco tengo que perder. Gracias por la información
Mientras hablaba iba colocando un cartón apoyado en la pared con un texto rotulado en azul que se inclinaba a la derecha y se empequeñecía al final de cada línea en un esfuerzo imposible por que cupieran enteras las palabras.
“AYUDA POR FABOR NADIE ME DA TRABAJO Y NO TENGO DE COMER”
A Froilán le pareció un contenido honrado, alejado de frases alusivas a niños o minusvalías inexistentes. No quiso preguntarle qué le había llevado a la cárcel. Si quería contarlo algún día lo haría. Le pareció que estaba frente a un hombre de pocas palabras y muchos miedos. Lo prudente era retirarse.
- Bien, Sebas. Me retiro a mis aposentos. Ya sabes donde puedes encontrarme-
Cruzó la calle en dirección al parque mientras Sebas se sentaba en el suelo y estiraba el brazo con la mano abierta esperando que algún viandante se la llenara de esperanza.
Una mujer que salía del cajero se le quedó mirando.
- ¿Donde está Segis?
Sebas respondió con otra mirada que transmitía desconocimiento. Encogió los hombros mientras la mujer se alejaba guardando en el bolso unas monedas que posiblemente habrían ido a parar a su mano si se hubiera llamado Segis. Hoy no cenaba. Nada nuevo para él en los tres días que llevaba en libertad.
La noche es noche para todos, sea cual sea su vida. Para unos representa el descanso después de unas horas de rutina o imprevistos. Para otros, cansados de vivir, es el consuelo del olvido entregando el cuerpo a la oscuridad del sueño.
Para Violeta la noche representaba la confirmación de que P.P. ya no estaba. Lo comprobó mientras ordenaba el lavavajillas. P.P. siempre se había ocupado de esa tarea y tuvo que buscar el folleto de instrucciones para programarlo adecuadamente. Al escuchar el zumbido del agua iniciando el proceso se sintió aliviada y salió al jardín. No había demasiadas plantas pero era evidente que necesitaban cuidado. A eso si se atrevió sin la ayuda de instrucciones. Puso la boquilla de la manguera para que actuara como aspersor y llevó la lluvia a geranios, rosales y damas de noche hasta dejarla dentro del parterre donde los setos protegían la casa de miradas.
Entró en la cocina, buscó una pizza en el congelador y la convirtió en comestible calentándola ocho minutos en el microondas. Era hora de cenar y pensar en no pensar. Apenas probó aquella cuatro estaciones de marca blanca. Salió de nuevo al jardín para cerrar la manguera y respirar el olor a tierra mojada para que la sensación de frescor la liberara del sofoco acumulado en el día. Apagó las luces del jardín y subió en busca de la cama haciendo escala en el baño.
Apenas se secó. Le gustaba dejarse caer desnuda sobre la sábana con la piel húmeda. Algo que nunca había sido del agrado de P.P. Pero él no estaba allí para recriminarle que mojaba la cama ni pedirle que bajara el volumen del televisor.
Encendió un cigarrillo mientras buscaba que canal la ayudaría mejor a conciliar el sueño. En verano la programación estaba llena de remakes. Se decidió por la oscuridad que solo rompía el reflejo de la luna en la ventana. Una última calada le sirvió para encontrar el final de un día en el que no había podido escribir nada nuevo en aquella página en blanco en que se había convertido su vida. Morfeo se la llevó hasta lo más profundo de su reino prometiéndole que a las seis en punto estarían de regreso.
La semana les había pasado volando. El jueves le dieron a Mariona la alegría de concederle el cambio de rotación que le permitiría coincidir con Palmira en sus días de libranza. Les apetecía pasar el fin de semana juntas. Se despidió de sus padres hasta el día siguiente y emprendió el camino de la casa de Palmira dispuesta a aprovechar cada minuto. Antes de tomar el bus se paró en el supermercado para comprar dos botellas de Ribera del Duero y unas bolsas de ganchitos. Tenían previsto dedicar la mañana a conocer el casco antiguo de la ciudad y comer un menú asequible en cualquier chiringuito de la zona. Tardaron en salir el tiempo que Mariona necesito para dejar su bolsa en el dormitorio y la compra en la cocina.
- ¿Empezamos por la catedral? – sugirió Palmira. Sin esperar la respuesta de su amiga desplegó un plano del barrio monumental y señaló el camino que les llevaría hasta aquel edificio mitad románico mitad gótico que se alzaba por encima de otros más profanos pero con la misma carga de historia y de leyendas.
- ¡Es increíble que te cobren por entrar en un lugar de culto!
- Si esperamos a la misa no nos cobrarán, pero no podremos pasearnos por el interior ni hacer fotografías
- ¡Deja, Palmira, deja! Ya que hemos venido, entremos. Invito yo
- Vale, pero a la salida yo pago la caña – respondió Palmira.
Mariona pagó las entradas refunfuñándole a la mujer que se las dio.
- A este precio en lugar de dos tickets podrían darnos, al menos, un folleto explicativo
- Si quieren una visita guiada tenemos una en veinte minutos. Son seis euros por persona- 
No contestaron. La puerta lateraL de acceso al templo se quejó cuando la empujaron para entrar.
Los sábados la plataforma estaba en calma hasta mediodía. Aquel fin de semana estaban de servicio Selena, Belma y Jacobo.  
- ¿A quién tenemos hoy de super? – preguntó Jacobo.
- Creo que a Violeta. Si, seguro. Hoy Violeta y mañana Manuel – Belma lo había consultado el día antes.
- O sea, que el día jodido será hoy – añadió Selena.
- Depende, chicas, depende. Si estamos atentos no creo que nos dé mucha guerra. Cuando está sola pierde gas. Nos teme tanto como nos odia
Jacobo lo dijo sin reparo. En el tiempo que llevaba allí se había apercibido que Violeta solo mordía cuando tenía público. Necesitaba al resto de supervisores para lucirse a pesar de que sabía que no compartían muchas de sus actuaciones.
- Es una cobarde. Una cobarde que nos puede hacer mucho daño, chiquillas. Pero nunca os golpeará a campo abierto. Lo hará a vuestras espaldas, a través de terceros, alterando la verdad, manipulando las cosas
- ¡Caramba yayo! Vienes calentito. Nunca te había oído hablar con tanta dureza de la cobra – Selena estaba sorprendida.
- ¿Creéis que lo de nuestra queja ha quedado en el olvido? ¿De verdad pensáis que se asustó o, como mínimo se propuso cambiar? Esta esperando su momento. A varios de nosotros nos la tiene jurada. No pudimos con ella entonces y eso la ha hecho más fuerte. No sé quién la protege ni por qué…Bueno, creo que todos sabemos quién; lo que no sabemos es porqué…”
Belma y Selena asintieron con la cabeza.
- Me da que tú yayo y Aisha sois los primeros de la lista
- Si, Selena. No hace falta ser vidente para esto…..- Hizo un gesto que imitaba una sonrisa para cambiar de tema - ¡Me voy a celebrarlo! Con vuestro permiso  bajo a fumarme un cigarrillo antes de que llegue nuestra amiga
- Si, bájate – respondió Belma – Y si no te importa, cuando subas, vamos nosotras
No estaban autorizados a salir de dos en dos los fines de semana. Pero a primera hora y antes de que llegara el cliente se tomaban algunas libertades que dulcificaban el esfuerzo.
A las diez menos cuarto Violeta irrumpió en la plataforma escudriñando con la mirada la composición de las raspas. Llegaba maldiciendo su descontrol. Se había levantado a las seis de la mañana en un día en el que no era necesario madrugar. Si P.P. hubiera estado en casa la habría advertido para que cambiara el despertador.
- ¡Buenos días! ¿Podéis explicarme que hace la gente de G Plus mezclada con los agentes de asistencia?
Jacobo salió al quite de inmediato al apercibirse de que su amiga del alma estaba belicosa.
- Los fines de semana intentamos agruparles y dejamos que se sienten como quieran. A nosotros no nos representa ningún problema, Violeta. Son pocos y podemos controlarles
- No me parece bien que toméis decisiones sin consultar. Mandaré un correo informando. Hoy vamos a dejarlo como está. Pero mañana que cada agente se siente en su zona. El lunes le preguntaré a Manuel si habéis seguido mis indicaciones – La réplica de Violeta estuvo cargada de esa ironía maligna que no podía disimular cuando se sentía por encima. Si esperar respuesta se dirigió hacia su mesa, contoneándose con la misma sordidez que cualquier día. Y como cualquier día había elegido una blusa incapaz de disimular el rastro de sudor en sus axilas.
- Me temo que hoy nos va a hacer la vida imposible, Jacobo. Aunque esté sola. Me da que viene calentita – Belma parecía asustada.
- ¿Calentita? ¡No creas! Antes los fines de semana venía medio llena. Pero ahora, desde que se ha quedado sin suministro viene como un témpano. Solo hay algo peor que medio polvo, chiquilla…Y es no tener ni medio – Mientras lo decía, Selena, puso cara de adolescente picarona y poniendo dos dedos debajo de sus ojos los dejó resbalar hasta la barbilla.
- Bien, venga calentita o fría nos quedan seis horas con ella. Nosotros a lo nuestro – dijo Jacobo.
- Y lo nuestro es mandar a descansar a unos cuantos – continuó Belma. –Que salgan tres  de G Plus, tres de asistencia y tres de atención al socio. Aquí tenéis el cuadro horario
Violeta se puso a escuchar a los agentes. Algunos de los que no eran de su agrado estaban en la sala. Jairo Magno fue el elegido para comenzar. Atendió la llamada sin problemas y siguiendo correctamente las pautas exigidas.
- Ya le pillaré. Seguro que encuentro alguna grabación suya en la que mete la pata
Lo cierto es que no andaba desencaminada con el comportamiento del agente. Pero no era ético buscar el error como sistema. Si la llamada había sido buena lo correcto era cualificarla como tal y mandar el informe. No lo hizo. Nunca lo hacía cuando un operador no le gustaba. Esperaba hasta encontrar un resquicio para herir. Y siempre lo encontraba. Era humanamente imposible que un agente atendiera con perfección un millar de llamadas al mes.
El siguiente era Salitre. Pura rutina. Trabajaba bien. Le escuchó sin ganas y le dio una calificación medio alta, un poco por debajo de la realidad.
Antes de tomarse un descanso escuchó a Waldo. Más de lo mismo. Todo correcto, sin necesidad de correcciones. Los ítems le dieron como media un 86%. Corrigió un par de ellos y lo dejó en un 80. No era bueno que los remeros se crecieran recibiendo calificaciones excesivamente buenas.
Cuando bajó a fumar vio a Jacobo sentado en la escalera de la entrada conversando con un Ducados que acababa de encender. Le ignoró como siempre y ambos se sintieron felices por ello. A ninguno de los dos les apetecía hablar más de lo estrictamente necesario. Y allí, en la calle, nada lo era.
Se alejó hasta la esquina y buscó la sombra del edificio sin perder de vista al yayo que estaba recibiendo con alegría la llegada de Waldo y de Salitre que también se tomaban su momento de asueto. Verlos departir amigablemente la enervó. Cuando ella era coordinadora nunca les dio tanta confianza a los agentes. Marcar las distancias es imprescindible si quieres progresar en la escala de mando. Lo pensaba convencida y lo que se cree con fe nunca es punible aunque se base en la soberbia.
Mientras apuraba el cigarrillo iba redactando el borrador del correo que mandaría para delatar el desorden que Jacobo había provocado dejando que los agentes se sentaran donde les apeteciera.
-Anda, Maruja. Vístete y vamos a tomar un Martini donde Manolo
Venancio estaba conciliador y quería ofrecerle a Maruja lo que el entendía como un detalle especial.
- No me apetece demasiado vestirme, Venancio. Ve tú si quieres. Yo prefiero quedarme. Pondré un poco de orden en la cocina, me daré una ducha y, si tú no has regresado, puede que baje a por ti y entonces si me tomo algo
- Como quieras, yo me voy bajando – Necesitaba su primera dosis etílica para sentirse bien.
Al quedarse sola se sintió aliviada. Aceptó la invitación del sofá y dejó que su cuerpo se incrustara entre los cojines. El zumbido del móvil le anunció la entrada de un mensaje.
- Buenos días, Mariona. Ayer me abandonaste-
Era Salitre que aprovechaba la hora de su comida para hacerse notar.
Le contestó –Lo siento. Tenía cosas que hacer-
- Necesito verte ¿Tomamos algo en el parque? ¿A las cinco?
A esa hora Mariona sabía que Venancio estaría durmiendo los efectos de la comida o tomando un interminable café y copa con sus amigos del bar.
Se bloqueó pensando si valía la pena quedarse en casa asumiendo la inconsistencia de su vida familiar o acercarse al parque para sentirse viva.
Pensó que si aceptaba la invitación de Salitre se iba a sumergir en el peligro. La necesidad de vivir se impuso al prejuicio.
- De acuerdo, poeta. A las cinco en la cafetería del parque
- Mejor en la esquina de la entrada. Espérame allí. Ciao
El mensaje de despedida de Salitre la alteró. Si la pedía que esperara en la esquina era porqué no tenía ninguna intención de entrar en el parque. Cerró los ojos para revivir su escarceo en el coche. No hay preludio sin melodía final.
Abrió el armario y buscó una blusa entallada de color rosado y la falda que solo se ponía cuando salía de noche. La última vez que se vistió de aquel modo fue en la nochevieja de hacía dos años. Todavía tenía grabada la cara de Venancio cuando le dije que ya no tenía veinte años para lucir tanto palmito. Fue una nochevieja tan sórdida como sus últimos años de convivencia. Venancio recibió el año nuevo con la misma borrachera con la despidió al anterior y cuando llegaron a casa su marido se metió en la cama después de vomitar y la falda regresó al armario. Hoy era un buen día para recuperar el ánimo.
- Me ducho, me visto y bajo al bar – El pensamiento manipulaba los efectos de su decisión. Disfrutaba pensando en la cara que pondría su marido cuando la viera vestida de aquel modo y sentía cosquillas en el estómago viendo que apenas quedaban tres horas para ver a Salitre.
Violeta pulsó la tecla de enviar para que su correo llegara a destino. El lunes podría comprobar el efecto. Confiaba en que el destinatario se pusiera en contacto con la dirección de la plataforma para llamarles la atención acerca de las libertades que se tomaban los coordinadores en el fin de semana. Había escrito en plural pero con la sutilidad de nombrar a Jacobo en dos ocasiones para que le consideraran responsable del desorden. Lo mandó con copia a sus compañeros con la intención de que el domingo Manuel pudiera corroborar sus palabras en el caso de que Selena, Belma y Jacobo no hubieran obedecido sus órdenes de cambio de posición de los agentes.
Hecha su buena obra del día siguió con las escuchas sin dejar de mirar hacia el tambor donde, dada la tranquilidad del día, los tres coordinadores conversaban relajados. Waldo levantó la mano pidiendo ayuda y Selena reaccionó de inmediato acercándose sin darle tiempo a Violeta a disparar el dardo de un reproche.
- ¿Qué tal aquí? Parece acogedor y el menú no está mal –
- Si, no me importaría probar ese guiso de ternera con alcachofas. Seguro que no es algo pre cocinado – Si algo le quedaba a Palmira de sus orígenes rurales era el rechazo por la comida industrial.
Se sentaron en una mesa junto a la ventana que daba a la fachada del Museo de Historia. Era una calle sombría y estrecha que convertía la temperatura en soportable. El restaurante no disponía de aire acondicionado pero se nutría del frescor de la piedra para convertirse en agradable.
- ¿Vino o seguimos con cerveza?-  
- Yo prefiero vino. Así mezclamos menos. Recuerda que al llegar a tu casa nos esperan las dos botellas que he traído
- Dos no, Mariona. Cuatro. Yo también compré dos botellas de Jumilla de la misma marca que aquel que nos bebimos a la salud de Palmi
- Entonces, vino de la casa, por favor
El camarero asintió y se dirigió a la barra cantando la comanda.
- Dos entremeses, una de mero en salsa, una de morcillo con alcachofas, y vino para dos –
Pan y vino llegaron de inmediato.
- ¡Por nosotras!  El entusiasmo que puso Mariona en el  brindis  convertía aquel vino cosechero en un gran reserva.
- ¡Por nosotras! ¡Que podamos repetir esto muchas veces! – Al levantar su copa Palmira pensó en la que ya no estaba, pero prefirió no romper aquel clima de alegría con una nostalgia que les podía amargar la comida.
- ¿Cotilleamos un poco? – Le pareció la mejor salida para recuperar el ritmo.
- ¿A quién ponemos a parir? – Mariona entró rápidamente en el juego.
- Yo empezaría por la coordi nueva. No la soporto
Cuando les llevaron el postre las dos tenían ese brillo tan especial en la mirada que solo se produce cuando se ha comido bien y se ha bebido mejor.
- Dos cafés solos, por favor. Uno con sacarina
- ¿Quieren un chupito? Invita la casa
 
Venancio dormía plácidamente acortando el tiempo que le faltaba para regresar al bar y ver el partido de las ocho.
 
El apartamento de Salitre se vistió de pasión sin condiciones, amparando el encuentro inevitable de dos pieles que se ansiaban. Acompasada y melódica, la sinfonía del deseo llenó el espacio de susurros y jadeos.
Desde la ventana la tarde no dejaba de mirar como aquellos cuerpos se enredaban en una danza de fuego que trazaba sombras chinescas en la pared del dormitorio.
Para Salitre no era una conquista, ni para Maruja una venganza. Era sexo, solo sexo, comprometido a no significar un compromiso. A veces la mentira se disfraza de verdad para perfumar lo prohibido con aromas de libertad sin condiciones.
- ¡Que golazo!...¡Que golazo!..¿Lo habéis visto?...Mirad, mirad, mirad la repetición. ¡Joder! ¡Menuda gardela!
Venancio y sus amigos estaban eufóricos.  Tanto que no vieron como Maruja asomaba la cabeza por la puerta del bar. Sonrió y se fue calle arriba hasta su casa. También se sentía eufórica y su mente no dejaba de ofrecerle la repetición de los momentos más interesantes de su encuentro.


miércoles, 6 de marzo de 2013

TODO LO PUBLICADO HASTA AHORA

MEMORANDUM DE NADA (TODO LO PUBLICADO HASTA HOY)

PARA QUE NO TENGÁIS QUE BUSCAR EN MESES ANTERIORES AQUÍ ESTÁN LAS 17 ENTREGAS DE UN TIRÓN. 128 PÁGINAS DEL RELATO.

Y EL VIERNES DIA 8 UNA NUEVA ENTREGA. LA 17.


Dedicado a todos aquellos que forman parte del colectivo de operadores telefónicos. Pero muy especialmente a mis compañeros de viaje. Y de modo personal, intransferible y directo, dedicado a Samya, Amaya, Samuel, Beatriz, Mabel, Maite G., Miriam, José Ángel y a quién fue nuestro director Álvaro Vázquez.



Jaime

Introducción para profanos



Forman parte de nuestra rutina de vida. No nos resulta extraño escuchar la cantinela de un contestador ofreciéndonos múltiples opciones cuando llamamos a cualquiera de las empresas con las que mantenemos un contrato. Algo que llega a desesperarnos si, una vez tomada la decisión de cuál es la opción que más se ajusta a nuestras necesidades, una segunda locución nos abre otro abanico de posibilidades. Respiramos con alivio cuando, por fin, una voz en directo se identifica y nos pregunta cuál es el motivo de la llamada. Afortunado aquel que acierta y consigue, al menos, exponer su causa. Lo más probable es que, antes de terminar nuestra entrada en materia, el teleoperador que nos atiende nos interrumpa para decirnos que nos hemos equivocado de tecla y, con supina amabilidad –algo que en la profesión se define como excelencia telefónica- nos comente que va a transferirnos al departamento correspondiente. De nuevo una voz sin nombre nos mantiene a la espera repitiendo, en intervalos que llegan a ser molestos, la imposibilidad de ser atendidos de inmediato. “Todos nuestros agentes están ocupados…”. Una y otra vez intercalando músicas estridentes, mensajes publicitarios o la propuesta de servicios adicionales a los que tenemos contratados.
Si alguno de vosotros no ha pasado por esto que levante la mano.
Veo que nadie lo hace. Todos conocemos y vivimos, en más de una ocasión, el protocolo de contacto con aseguradoras, compañías de gas, electricidad, servicios telefónicos, de televisión, banca y todo un todo empresarial que utiliza el mismo procedimiento para atendernos. No cabe duda de que su intención es hacerlo y hacerlo bien. Mi propósito no es evaluar la calidad del sistema ni sugerir fórmulas de mejora. Solo pretendo llevaros de la mano al otro lado, contaros lo que no veis, pintaros un cuadro con palabras para que podáis romper esa línea intangible que convierte en impersonal un conversación que se desenvuelve bajo el rigor de una rutina impuesta. Lo considero necesario para recomponer la óptica que tenemos acerca de este tipo de llamadas y quienes las atienden.

Al marcar el número que nos han facilitado como contacto nuestra predisposición ya se enerva al ver que tenemos que llamar a un 902. Nos incomoda pagar por algo que sobreentendemos como incluido en el contrato. La carga aumenta al escuchar las locuciones y mensajes al uso. Y entra en ebullición al percibir que quién nos atiende habla un español distinto al nuestro. Nos invade el temor de que esa persona no conozca, no sepa, no localice, no interprete, no resuelva. No es justo pensar de este modo. Pero nos da pie a ello cuando recordamos que alguien nos dijo que muchas de esas voces que nos responden no solo son de otras nacionalidades – nada criticable en una sociedad cosmopolita y multicultural como la nuestra – sino que nos hablan desde otros países. Resquemor y desconfianza son el estado de ánimo con el que marcamos ese prefijo maldito. Este cúmulo de percepciones se suma a un estado de opinión generalizado que desprestigia el trabajo de teleoperador. Se considera como un último recurso laboral para personas no cualificadas, inmigrantes y, en verano, estudiantes que quieren sacar provecho de sus largas vacaciones. El furgón de cola del tren del empleo.

No es de extrañar que algunas de las personas que llaman –creo que son muchas- lo hagan desde la soberbia. Es una buena ocasión para sentirse superior, autoritario, incluso con licencia para la poca educación y el insulto. La intuición les dice que el interlocutor al que van a menospreciar está sometido a una disciplina de atención y soportará estoicamente la sarta de improperios, mofas y amenazas que suelta si no obtiene la respuesta deseada. Vivirá su momento de gloria cuando le pida al operador que se identifique de nuevo para poder presentar una reclamación en su contra. Habitualmente, cuando finaliza la llamada, se siente confortado por su demostración de poder y se da por satisfecho. Ha dejado en su lugar a ese títere que pretendía cuestionar sus razones amparándose en unas condiciones de contrato que no cree razonables. Ni siquiera se molestará – porqué nunca lo hizo – en buscar su contrato, o su póliza para conocer sus derechos. No quiere sentirse mal al tener de aceptar la respuesta recibida. Nada puede quitarle la satisfacción de haberse sentido por encima del títere.

Otra de las causas por las que el sector está mal considerado es el marco contractual en el que se mueve. Las empresas Contact Center se dotan de personal mediante contratos fin de obra y de trabajo temporal. No ofrecen seguridad alguna a sus empleados supeditando el tiempo de duración a cifras subjetivas. Son empresas que venden tiempo y miden ese tiempo en función del número de llamadas que atienden. Suelen disponer de múltiples centros de trabajo en territorio nacional y en el extranjero. En los últimos años optan por la apertura en países donde el costo laboral es inferior para, de este modo, mantener su competitividad y beneficios. Aunque sea a costa de privar de empleo a trabajadores de su propio país. Esta es una de las causas por las que no debería sorprendernos que raras veces nos atienda un español cuando llamamos a nuestro proveedor, aunque esta circunstancia está cambiando en nuestro país desde que la crisis se cebó en su mercado laboral. Paulatinamente la rotación sempiterna de personal que mantiene este tipo de empresas va incorporando operadores nativos.

Espero haberos situado correctamente en el sector, en la tarea de los teleoperadores y en la valoración que la sociedad hace de ambos. No hay valoración para el segmento empresarial porqué apenas se conoce y la que hace acerca de sus empleados no provoca sensibilización alguna en la opinión pública. Son noticia las penurias de los mineros, las reivindicaciones sindicales de empresas navieras, trabajadores de enseñanza, sanidad, funcionarios y agricultores. Pero ningún medio se hace eco de las que sostienen decenas de millares de operadores telefónicos.
Me atrevo a opinar al respecto y creo que la causa de este desconocimiento se podría buscar en la invisibilidad. Nunca vemos lo que hay al otro lado del teléfono. Alguna vez en nuestra vida, aunque fuera a través de la televisión, hemos visto la construcción de un buque, sus andamios y a los hombres y mujeres que trabajan en ellos. En alguna ocasión hemos opinado sobre el sector minero en virtud de la imagen que de ellos nos alcanza periódicamente. Y de modo continuado somos conscientes de lo que es un médico, un maestro, un celador, un granjero o el empleado de correos que sella nuestros certificados. Pero ¿cuántos de nosotros hemos visto a esa voz que nos atiende cuando llamamos? ¿Cuántos conocemos cómo es su lugar de trabajo? Por descontado no sabemos en que ambiente se desenvuelven, si son sometidos a condiciones de trabajo denunciables, si se les retribuye equitativamente en comparación con otros o si nos contestan desde nuestra localidad o desde el otro lado del Atlántico. Para la gran mayoría de ciudadanos un teleoperador es solo una voz que no siempre nos contesta lo esperado. Es contradictorio mirar por encima del hombro a una persona que no vemos.
Cuando escribo “persona” me acojo a la definición más exacta que se haya podido hacer del ser humano. Se considera persona a quién piensa, siente, sufre, tiene anhelos, esperanza y ambición. Alguien que se compromete con su vida para caminar por ella alcanzando el grado de bienestar imprescindible para sentirse bien consigo mismo y con quienes forman parte de su entorno familiar, su universo de afectos, su mundo. Los teleoperadores son personas. Tienen rostro, tienen mirada, tienen sangre y su voz es capaz de transmitirnos mucho más de lo que oímos cuando nos atienden. Con mi narración me gustaría romper el silencio en el que la sociedad les ha convertido a partir del momento en que terminan su trabajo. Contaros la historia de un centro de trabajo sería absurdo. Transportaros emociones, vivencias, tensión y desvarío es algo que me apetece. A pesar de que afirmo que está es una introducción para profanos soy consciente de que escribo solo para quienes conocéis el día a día de una plataforma. El prólogo solo pretende trazar a carboncillo el paisaje que decora el escenario principal. Evitaré descripciones. Si alguien no conoce el diseño de un call center puede imaginarlo como quiera. No afecta al sentido de la historia. Si alguien no conoce a los personajes también puede ponerles rostro y maneras. Intentaré que les conozca cuando llegue a la última página. Si alguien llega a esa última página tendrá mi eterna gratitud.


Introito para endemoniados

No pretendo lamerme las heridas. Pero si tengo que descoser algunas cicatrices mis dedos no se detendrán cuando la idea descienda hasta sus yemas y tome cuerpo en forma de palabras. Sería ingenuo pensar que escribo para otros. Hay personajes y situaciones a los que les pondréis rostro sin necesidad de usar el pensamiento.






Tampoco pretendo convertir esto en una compilación de instantáneas vividas que puedan archivarse por orden alfabético. Lo que quiero, lo que deseo, es mezclar sonidos y silencios, actitudes y vida; dentro y fuera de la plataforma. Es, por tanto, una historia de ficción basada en hechos reales. No hay nada más real en una historia que sus personajes. Aunque cierto código inmoral me obligue a dejar constancia de que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Y realmente lo es porque nadie es nadie en "Memorandum de nada". Se aglutinan los conceptos pero los personajes que describo solo existen en la mente de quién pueda inaginarlos. Mi única pretensión es dar a conocer el mundo de los teleoperadores. Y nadie como vosotros para decirme si lo consigo o me pierdo en el fracaso.

No somos profanos. Para nosotros las voces tienen rostro y sabemos situar esas miradas en la parrilla de salida de su horario de trabajo. Dejadme que os cuente mentiras de su vida real, esa que empieza cuando termina su jornada. El saber popular nos dice que con una mentira siempre se saca la verdad. Pero no hay voces en un texto. Por lo tanto no puede haber rostros. Seréis vosotros quienes déis vida y color a una historia de vacíos que tenéis opción de rellenar.

Esa si es mi pretensión. Darle forma a los paisajes de vida de Violeta–“Cobra” para los amigos-, Maruja, Salitre, Matahari y otr@s. Os contaré lo que he visto, lo que sé y lo que imagino. Os contaré lo que pienso, lo que no quiero imaginar y todo lo que no sé. Para que podáis poner en orden mi desorden sentaos en la platea de este teatro de papel.



El timbre suena tres veces, se apagan las luces, sube el telón. Un único foco diagonal, lanzado desde arriba, ilumina una esquina del escenario donde una mujer, sentada en el suelo, ni bien ni mal vestida y uno auriculares en sus oídos mira al público con cara de aburrimiento. Suena un timbre. Finge pulsar una tecla...

-Buenos días…mi nombre es Yaustedqueleimporta…¿En qué puedo ayudarle?-

Gesticula, dramatizando, para darnos a entender que lo que escucha no es nada agradable… Se quita los cascos con un gesto airado, se levanta, mira al patio de butacas con descaro y grita.

¡Iros todos a la mierda!-

El foco esconde su luz en las bambalinas del techo, la oscuridad se traga el escenario y el murmullo de los espectadores. Cuando parece que el silencio exigible se acomoda, la voz de esa mujer vuelve a recordarnos lo que somos.

-¿Es qué no me habéis oído bien?.....¡Iros todos a la mieeeeeeeeeerdaaa!-




CAPÍTULO I
(versión beta)

La galera

No se acostumbraba. Hacía todo lo humanamente posible para que sus llamadas se resolvieran correctamente. El trabajo no era complicado, pero exigía cierta precisión y, a menudo, matices que influían de modo determinante en el resultado final.
Al formarle para el puesto pusieron mucho énfasis en la singularidad del cometido.–En esta plataforma no recibimos llamadas consultivas, ni quejas acerca de pagos, ni nos dedicamos a vender- les había dicho la formadora –Lo que vais a hacer es atender a un conductor que ha sufrido un accidente o avería, tiene el coche inmovilizado, y necesita que le mandéis una grúa, un coche taller, incluso un taxi sin fuera necesario- Al decir esto Violeta, la formadora, gesticulaba estirando los brazos adelante y unía los dedos para convertir el comentario en advertencia.
Palmira no entendía la contradicción que existía entre ese mensaje recibido y las exigencias de premura con las que se encontró en la práctica real. Se asfixiaba en el esfuerzo que le suponía gestionar bien la llamada y soportar la presión que, de manera incansable, ejercían sobre todos los agentes media docena de coordinadores que no dejaban de instigarles para que terminaran lo antes posible y atendieran una nueva llamada.
-“Agilizamos, por favor, agilizamos por favor, agilizamos” – La cantinela se hacía insoportable. Especialmente cuando notaba que a su espalda se había detenido alguien observando lo que hacía. Sabía que iba a preguntarle en qué estaba, cuanto tiempo le quedaba, porqué la llamada se estaba alargando en demasía. Era otra contradicción que no podía digerir. Si tenía que explicar la causa de la extensión de la llamada perdería más tiempo y crecería la impaciencia de la persona que estaba al otro lado esperando una respuesta.
Tuvo suerte. El coordinador no tuvo tiempo de meter la nariz porqué terminó con la asistencia que atendía. La sombra inqusidora se alejó. Respiró tranquila. El aluvión de llamadas se había calmado. Los coordinadores también. En la cabina de su izquierda, Jairo Magno también colgó. Se quitó los auriculares, dio un giro a su silla orientándola hacia Palmira y soltó su malestar – ¡Que agilice su puta madre!..¡Te pagan una mierda y quieren que hagas el trabajo de cuatro!..Pero a mi no me joden estos.-Bloqueó su centralita con el indicativo que correspondía con las necesidades fisiológicas, se levantó y se dirigió a la salida en busca del aseo.
No sabía como se llamaba la coordinadora que la invitó a tomarse el descanso preceptivo. Pero se lo agradeció. Al llegar a la calle, mientras tomaba el horrible café que dispensaba la máquina del office, estimuló su estado de ánimo pensando que si bien no era el trabajo de sus sueños al menos era un trabajo; aunque su fecha de caducidad estaba en blanco era un trabajo. La incertidumbre desmotiva. Pero no era momento para valorar.
Había cosas que no acababa de entender. Una de ellas el porqué a las filas de cabinas se las llamaba raspas. Era cierto que vistas desde el aire recordaban la espina de los peces. Le parecía una definición poco afortunada. A su mente llegó la imagen de las galeras de Ben-Hur. Remeros encadenados y vigilantes que les azotan para que la velocidad del barco se mantenga. En el fondo un tambor que marca el tiempo y coordina los golpes de remo. Tambor y látigo. Control y coordinación.
Veía la figura del tambor en una pantalla que no lograba comprender pero era la que señalaba la situación de las llamadas. Cuando se teñía de rojos y amarillos los coordinadores reemprendían sus paseos, reclamando agilidad y preguntando. No le cupo duda. No eran raspas. Eran galeras.

Se reincorporó a su puesto. Jairo Magno estaba terminando su llamada. –“De acuerdo, don Gervasio, la grúa tardará entre cuarenta y cincuenta minutos. Permanezca junto al vehículo y mantenga disponible su teléfono móvil. Gracias por su llamada, buenos días- No podía acabar ninguna sin soltar un epitafio –Este tío es un gilipollas, se queda sin aceite y no para el coche hasta que revienta el motor- Jairo no conduce, pero se ha doctorado en circulación y motores a base de escuchar los motivos por los que existe su trabajo. Si no hubiera incidencias en el parque móvil del país Jairo y otros cientos de personas estarían dedicándose a otra cosa o en la cola interminable de cualquier oficina de desempleo. Jugando con fuego decidió que era un buen momento para ponerse en estado escatológico y recorrer la distancia que le separaba de los servicios. Antes de salir de la plataforma ya buscaba en su móvil el número que tenía que marcar. Al final de la galera, quién toca el tambor, hacía tiempo que controlaba esas salidas.

Palmira no se acostumbraba. Ni a la presión desmedida ni a la falta de solidaridad de algunos compañeros. La asustaba la idea de que, con el paso del tiempo –siempre y cuando el tiempo le diera vida a su contrato- pudiera llegar a convertirse en alguien parecido a Jairo. En los dos meses que llevaba allí había podido comprobar que la mayoría de los especialistas del “no hacer” eran operadores que llevaban más de un año remando.
Las llamadas volvieron a acumularse. Tanto que, además de los coordinadores, se veía moverse inquietos a los supervisores. Solían permanecer sentados en sus mesas. Pero cuando el problema subsistía unos minutos dejaban todo para acercarse al tambor y dar instrucciones salvadoras. Palmira no acababa de entender quienes eran. Los coordinadores les llamaban “el cliente”. El único supervisor que le resultaba familiar era Violeta. Aunque no le parecía la misma que les había explicado cual era su trabajo. En la formación se mostró amable y dispuesta. Allí parecía otra. Cuando las llamadas se convertían en un problema su rostro se crispaba y gesticulaba de tal manera que todos comprendían que estaba fustigando a la coordinadora del tambor para que incitara a los demás coordinadores a usar el látigo con mayor intensidad. No era la misma Violeta que la formó. Era otra, y daba miedo. Lo único en común que tenía una Violeta con la otra era el evidentísimo abandono que el desodorante había hecho de sus axilas.

Miró el reloj. Solo eran las 11. La vejiga la llamó desde su teléfono interior pidiéndole asistencia. No se atrevió a levantarse en un momento tan delicado. No quería que pensaran que eludía su trabajo. Apretó las rodillas y atendió el teléfono. –Buenos días, mi nombre es Palmira De Palma, ¿en qué puedo ayudarle?-. Mientras buscaba los datos de quien llamaba en la base de datos del programa pudo ver como Jairo Magno pulsaba su tecla de salvación, cogía el móvil y se levantaba. Más de un centenar de teleoperadores remaban en la galera. A unos les apretaba la vejiga. A otros no. Nunca podremos saber quien miente.

No era la primera vez que, en los dos meses que llevaba allí, se sentía observada y no precisamente por motivos de trabajo. Era una única mirada y le resultaba francamente molesta. Era Salitre, que siempre se sentaba en un puesto que le permitiera no perder detalle de los movimientos de Palmira.
Levantó la vista mirando a la derecha. Allí estaba Salitre que no intentó disimular cuando Palmira hizo un gesto de desaprobación. La ponía nerviosa y fingió un cambio de postura para acomodar mejor la falda pensando que quizá había descuidado un poco ese detalle. Lo que no consideró conveniente fue comprobar si recato había causado el efecto deseado.
Salitre seguía mirándola desde su gran angular que le permitía ver y controlar a más de una operadora de su entorno. Lo que no había elaborado todavía era el plan de acercamiento a Palmira. Habría tiempo para ello y no era recomendable desviar su atención respecto a otras operaciones de desembarco que tenía en desarrollo y que esperaba le llevaran a la playa de la conquista. Una llamada le obligó a mirar al terminal. Palmira supo que ya no era observada sin necesidadde comprobarlo. –Esto ya se acaba- murmuró en voz baja antes de ponerse los auriculares y presentarse. Eran casi las 4 de la tarde. En unos minutos estaría camino de su casa.
Llamaba su casa a un apartamento compartido para no sentirse demasiado herida en el orgullo. La emancipación estaba resultando muy distinta a lo que pretendía cuando decidió dejar la casa de sus padres. Compartir suena poético pero no lo es. Significa vivir en un intercambio permanente por tal de mantener parte de lo que somos. Compartir es temer entrar o salir del baño por causa de los efluvios que provocas y provocan. Compartir es encerrarte en tu espacio para no invadir el espacio común.
Para Palmira compartir significaba también comprometerse a no ir directamente al apartamento al salir de la galera porque su compañera de piso necesitaba intimidad no menos de dos veces por semana. Compartir vivienda estaba dentro de la misma escala de valores que podría aplicar a su trabajo. No era el techo soñado pero era un techo.

Era un día en el que podía llegar al apartamento a la hora que quisiera. Mientras se desconectaba y recogía sus cosas decidió que, antes de ir a casa, se daría una vuelta por el centro para buscar alguna oferta de vaqueros. A ver siasí Salitre dejaba de mirarla. Coincidió con él esperando el ascensor. Fingió haber olvidado algo y regresó a la plataforma. Cuando llegó a la calle apretó el paso para llegar lo antes posible a la parada del bus que la acercaría a las rebajas. No habría andado ni cien metros cuando un claxon llamó su atención. Era Salitre -¿Te llevo? Hoy no tengo prisa y puedo llevarte a donde quieras- Hizo la pregunta mientras bajaba la ventanilla del coche y le lanzaba su inquietante mirada invasora –No, muchas gracias..He quedado en la parada del bus, pero gracias..- Fue un balbuceo improvisado tan falto de credibilidad que ella misma estuvo a punto de reírse. -Como quieras- La respuesta de Salitre se acompañó con gesto de despedida y su coche se alejó.
Subió al bus sin poder evitar mirar quién lo hacía después. Se tranquilizó al escuchar el soplido de la puerta. Levantó el brazo para agarrarse a la barra superior. Al hacerlo vio otros brazos asidos a la seguridad relativa que ofrecen esos tubos de metal. –Parecemos monos- pensó. Tuvo que retirar un poco la cabeza para que no la derrotara el olor agrio de una axila que se colgó del tubo a escasos centímetros de su nariz. El incidente la llevó sin proponérselo a pensar de nuevo en la galera. Todavía desconocía los efectos secundarios que provocan la proximidad de algunasaxilas y su charco de sudor. Durante el resto del recorrido no dejó de preguntarse porqué Violeta se transformaba de aquel modo cuando las llamadas empujaban.
Al bajar del bus tuvo la agradable sensación de que el día empezaba realmente para ella. –Primero veré que hay en H&M- fue su último pensamiento antes de dejar de pensar y perderse en las rebajas.
La noche pasó de puntillas por encima de Salitre, Palmira y Jairo Magno. No quería despertarles y siguió viajando en busca del alba. Antes de que la encontrara desperezándose en el horizonte Jairo, Salitre, Palmira y noventa remeros más pusieron un pie en el suelo después de silenciar noventa y tres estúpidas alarmas. A ninguno le resultaba agradable enfrentarse al espejo después de levantarse. La prisa se ocupó del resto dejándoles el mínimo resquicio para cruzar el dintel de la puerta, alcanzar la calle y comprobar que la noche y el alba ya se estaban abrazando.

















A las ocho de la mañana la plataforma era un hervidero. A las ocho y un minuto solo se escuchaban las voces de los coordinadores recordando la necesidad de que todos estuvieran listos para recibir llamadas. El tambor marcó las pautas necesarias y el día se convirtió en una réplica exacta del día de ayer. –Todo el mundo en disponible, por favor…En disponible por favor- .
A Palmira no le entró ninguna llamada en la puesta a punto de su turno. Buscó en el entorno para situar a Salitre. No le vio. Al que si pudo fue a Jairo Magno. Se había sentado en otra línea, a unos diez metros. No era la primera vez que le veía en esa zona, y siempre al lado de Salomé. Sabía como se llamaba porqué Jairo la había nombrado en varias ocasiones. Alta, espigada, llamaba la atención por su modo de vestir, idóneo para un avatar nocturno pero poco afortunado para sentarse con auriculares y micro en una silla giratoria. Remataba su extravagancia con un maquillaje que a Palmira le pareció de brocha y un gesto de insatisfacción permanente que la proyectaban como una imagen descompuesta y fuera de lugar.
La llamada que atendió Palmira fue fácil de resolver. Parecía que la mañana se les presentaba apacible. Tenían la posibilidad de relajarse un poco y, sin levantar demasiado la voz, conversar y conocerse. Conocer a compañeros y, para los que se llevaban poco tiempo en la galera, entender sus mecanismos. Los veteranos eran un caudal de información interesante. Más que interesante Palmirale parecía útil y les escuchaba atentamente.

Se sorprendió al saber que no todos los supervisores eran lo mismo. Unos eran como Violeta; formaban el grupo al que los coordinadores llamaban “el cliente”. Pero había otros que pertenecían a la empresa propietaria de la galera. Una empresa que tampoco era la que había contratado a Palmira. Nunca había trabajado para tres patrones a la vez.
No lo entendió demasiado bien. Se limitó a archivarlo en su mente etiquetándolo, a modo de resumen, con un “todos mandan”. Cuando le contaron que también había dos máximos responsables en la plataforma prefirió no archivar eso porqué sobreentendió que a ella no le afectaba demasiado. La pirámide era muy alta y lo más prudente era estar atenta a los coordinadores y a la del tambor que mandaba mucho más de lo que parecía.
El parque móvil despertó de repente y el tambor aceleró. Palmira entendió porqué Jairo hacía lo posible por sentarse con Salomé al verles salir un par de veces buscando los aseos. Sus salidas siempre coincidían con el redoble del tambor. Pudo ver, también, que eran muchos mas que dos los que tenían urgencias fisiológicas en los momentos de mayor actividad. Recordó como el día anterior apretaba las rodillas y se sintió idiota; aunque ese pensamiento no quiso archivarlo. La autoestima se ofende cuando te sientes mal por hacer las cosas bien.
Miró el reloj y pensó que era un buen momento para que le dieran un descanso. La force (ese era el tecnicismo anglófilo con el que se denominaba a la tamborilera) leyó su pensamiento.
-Tómate tu primer descanso, Palmira- La force colgó sin darle tiempo a agradecérselo. Palmira, pulsó la tecla pertinente y se encaminó a la búsqueda de esos quince deliciosos minutos de respiro.

Salitre había decidido no ir a trabajar. Era la única manera de coincidir con Ingrid que disfrutaba de sus dos días de descanso. No le resultó difícil pedir cita con el médico, obtener el correspondiente justificante, y poner proa a la cafetería que Ingrid solía frecuentar. Conocía el lugar porqué en algunas ocasiones, en los prolegómenos de su caza, se había brindado a acompañarla. La dejaba en esa esquina. Ingrid le había comentado que tenían el mejor café del barrio y solía desayunar allí en sus días de libranza.
Nunca cambiaba de estrategia. Conciente de que no podía valerse de su atractivo usaba la retórica como arma. Se disfrazaba de filósofo y convertía en trascendente el comentario más banal. Era un buen actor que sabía dulcificar la palabra y transportarla a su presa como si de una caricia se tratara. Aderezaba el guiso haciendo referencias opacas a múltiples experiencias de pareja y sin pedirla obtenía esa primera sonrisa, mitad compasiva mitad de comprensión que le iba embelleciendo por dentro con el consiguiente resultado exterior. El rostro de gato callejero mutaba hasta convertirse en la faz de un tigre. Los pelos descompuestos y breves de su barba en la mandíbula sinuosa y mística de un fakir, la mirada lasciva e impertinente de cazador furtivo en una propuesta de dulzura sin final.
Hoy era el día. Estaba convencido de que Ingrid ya estaba madura. Se sentó en la cafetería con el punto de mira en la esquina esperando que apareciera la presa para liberar el gatillo y disparar.
A las 2 de la tarde pagó los dos cafés y el Nestea que había consumido y se marchó. La presa no había hecho acto de presencia. Salitre maldijo la torpeza de no haberle pedido su teléfono el mismo día que intuyó que su estrategia de galán podía resultar. Le quedaba mañana. El primer paso debía ser regresar al ambulatorio sintiéndose mucho peor que antes. Y si ya no le atendían acudiría a urgencias como última medida. Ingrid estaba al dente y no se perdonaría nunca no poder colgar la belleza disecada de esa pieza en la pared del salón de sus conquistas.

A la misma hora, el tambor vibraba en la terminal de Palmira para otorgarle la licencia de su último descanso. Voló hacia el office, sacó su taperware de la nevera y decidió comerse la ensaladilla en los jardines que rodeaban el edificio.
-¿Te importa que me siente a tu lado?- La voz era agradable; tanto que Palmira estiró la mano aceptando antes de levantar la cabeza para conocer a Palmira Ochoa.
-¡Que casualidad!- Lo dijeron a la vez. La empatía estalló en una carcajada que las convirtió en amigas mucho antes de llegar a serlo.
El turno delas tres agonizaba. Era algo que se respiraba en el ambiente. Porqué las llamadas descansaban y los remeros ya veían cercano el muelle de atraque y empujaban más al tiempo que a la nave. Cuando se acercaba la hora del cambio una supervisora de las de la empresa que no era el cliente pero que tampoco era la que pagaba a Palmira se acercaba al tambor para controlar ese momento. La entrada y salida simultánea de medio centenar de personas provocaba una algarabía que hacía imposible que los teleoperadores que seguían trabajando pudieran atender correctamente sus llamadas.
La supervisora parecía muy joven. Tan joven como alta. Tan alta como segura de si misma cuando daba instrucciones a los coordinadores para que condujeran el cambio de turno sin incidencias. No se le escapaba detalle.
Palmira se alegraba de ese cambio porqué la ponía a una hora del fin de su jornada. A pesar del murmullo pudo entender los deseos del conductor que estaba atendiendo. No estaba segura de si era algo que ella podía resolver y, siguiendo el protocolo, levanto la mano para que la viera algún coordinador y acudiera en su ayuda. La supervisora, que seguía junto a la force (tambor), se apercibió del S.O.S. de Palmira y le pidió a un coordinador que estaba junto a ella que atendiera a la agente.
-Yayo, hazme un favor...Antes de marcharte atiéndeme esa mano-

Salitre salió de Urgencias con una prescripción de reposo de 48 horas. Tenía toda la tarde y un día por delante para desenmascarar su filosofía y convertirla en placer. No podía perder tiempo y se le ocurrió llamar a Vera con la que mantenía una buena relación desde que tuvo que renunciar a su intento de conquista al descubrir que los hombres no le interesaban en absoluto. Vera no le puso reparo alguno a su petición del teléfono de Ingrid. -Pero, por favor, Sali, no se te ocurra decirle que he sido yo quién te ha dado su número-fue la única condición que le puso antes de cantarle los nueve dígitos que componían el reclamo que Salitre necesitaba para atraer a su gacela. Le despidió deseándole éxito en su intento..-Suerte, glotón- .
Apenas escuchó ese parabién de Vera. Buscó el amparo de un portal para atenuar el estruendo del tráfico y, esbozando una sonrisa de satisfacción le dio al seis la importancia que tiene marcándolo el primero. Nadie atendió esa llamada y no creyó conveniente dejar ningún mensaje en un contestador que hablaba sólo envuelto en música latina.

Salomé, Jairo y otros apelaron a la inquietud de su vejiga cuando faltaban seis minutos para las cuatro. Era el momento idóneo para evitar que cualquier llamada inoportuna les impidiera desconectarse a la hora en punto y retomar su vida a la hora en punto y un minuto.
Palmira de Palma y Palmira Ochoa controlaron la prisa para poder charlar mientras llegaban a la esquina donde cada una tomaba su camino. En ese recorrido comenzaron a descubrirse. Las separaban cinco años y las unían situaciones, aunque el origen de las mismas fuera diametralmente opuesto.
Palmira de Palma tenía 29 años, soñaba con ser autónoma en el campo de la fisioterapia y había dejado la casa de sus padres cansada de soportar un proteccionismo que la abrumaba y la hacía sentirse demasiado dependiente de lo que no quería depender. Consiguió este trabajo en la ciudad y sin dudarlo abandonó la casa familiar, buscó y encontró vivienda compartida y estaba esperando ver si su vida laboral tenía asomos de continuidad para matricularse en un centro privado de formación del que le habían hablado maravillas.
P. Ochoa ya había cumplido 34, tenía dos hijos y soñaba con sentirse libre y sin temores. Tuvo que refugiarse en la casa de sus padres cuando el maltrato le resultó insoportable. Una orden de alejamiento la protegía de su marido pero no del miedo que sentía cuando tenía que salir a la calle.
Las dos estaban huyendo. Palmira de Palma huía hacia adelante. Palmira Ochoa solo huía.

En el bus se repitió el desfile de sobacos incandescentes. Palmira decidió respirar hacia otro lado y matar el recorrido poniendo en orden los apuntes que había tomado acerca de como remar en un mar de tempestades.
Empezó por el intento de entender el papel que jugaban todas aquellas personas que estaban sentadas y de pié. No lo consiguió. Pero se comprometió consigo misma a conseguirlo en lo que quedaba de semana.
Las imágenes se agolpaban en su mente transportándole secuencias puntuales de situaciones que había pasado por delante de sus ojos sin darle motivo para pensar. En cambio, ahora, releyendo esos momentos creía que se podían interpretar como significativos en el desenvolvimiento de la plataforma.
Era curioso y chocante ver como la force se convertía en camaleón y cambiaba de actitud en función del supervisor que asumía el control de la sala. Era más curioso todavía ver como la mayoría de coordinadores esquivaban a Violeta si necesitaban de algún superior para realizar una consulta. Violeta era, también, la que más alteraba el ánimo del tambor cuando se acercaba a Aisha –por fin recordó el nombre de la tamborilera- y la daba instrucciones. Palmira no podía saber que le decía pero si era consciente de que, a los pocos segundos, el mar se encrespaba, la galera daba tumbos sobre el mar, los coordinadores fustigaban con más fuerza y la delgadez de Violeta se contorsionaba como lo hace la serpiente más temida en la literatura universal. Incluso le parecía a Palmira que aquella mujer solo se sentía satisfecha consiguiendo el malestar de los demás.
El trayecto había sido fructífero y caminó hasta el apartamento dejando que se enfriara el motor de la analítica. Al entrar en casa el baño todavía destilaba aromas de alcantarilla y en salón encontró huellas inconfundibles de que su compañera de nada había puesto interés y capital en saber cuantas colillas puede contener un cenicero.
Tenía que acostumbrarse a lo que veía y respiraba y optó por encerrarse en su dormitorio. La curiosidad pudo con ella y buscó en Google el significado de Aisha…-Viva, activa, enérgica, alegre, próspera, la líder más joven….¡Caray con la morita!- La exclamación se le escapó a media voz pero la pregunta se le quedó dentro. El nombre era árabe, y ella seguramente también, pero no lo parecía. No se trataba de encasillarla en el estereotipo conocido. Más bien tenía la percepción de que Aisha sufrió una mutación al cruzar el puente de mar y miedos que separa las dos culturas que un día se hermanaron.


Salitre llamó a Ingrid por enésima vez. El tiempo le apremiaba. Era obsesivo cuando se sentía en celo. Se sentía fuerte, seguro de su capacidad de persuasión y para el era un reto incluir a una coordinadora en su lista de victorias.
-¡Aló, ¿quién es?- Por fin la voz de Ingrid sonaba metálica en el móvil.
-Hola, Ingrid, buenas tardes..Soy Salitre..Disculpa si te molesto pero estaba muy cerca de tu esquina y he pensado que era una buena ocasión para que tomáramos algo sin las prisas de otros días cuando te acompaño hasta aquí- A pesar de su retórica estudiada lo dijo de un tirón y con ninguna gracia. Pero tuvo suerte, Ingrid accedió.
-Me parece bien, espérame en el bar, dame cinco minutos por favor-
Salitre cerró el puño levantándolo hasta la altura de su frente en señal de victoria. Ni el mismo podía suponer que iba a conseguir lo que quería con más facilidad de la esperada.
Ingrid llevaba tiempo notando el aliento de Salitre en las proximidades de su espacio. No era el primero. Tampoco lo fue Iván con el que había mantenido una relación tempestuosa pero estable hasta hacía apenas tres semanas. Nunca estuvo enamorada de Iván como ella entendía el amor; fiel al estilo de las telenovelas venezolanas. Pero si se sentía protegida y satisfecha compartiendo casa, desencanto y cama con aquel hombre que apenas conocía en lo esencial. Cuando de repente Iván pasó de decirla “te quiero” a “quiero que te vayas” se desmoronó. De la desolación pasó a la rabia con mayor velocidad que los seriales de su país. Pensó en matarle. Cuando las lágrimas furiosas se secaron el encefalograma plano de Ingrid sugirió que la mejor de las terapias era vengarse. Para aquella mujer sin rumbo y despechada la venganza contra un hombre que ya no la quería pasaba por entregarse al primero que llamara a la puerta de su piel. No se preguntó si esa maquiavélica venganza llegaría a oídos de Iván. Tampoco se preguntó si, caso de llegarle, a Iván le importaría.
El instinto la aconsejó y cambió los vaqueros y la camiseta del Che por una blusa con tirantes y una falda que tenía la misma longitud que se le podía dar a una promesa cuando un hombre la medía. Le pareció poco y recuperando el número de Salitre le llamó.- Oye, que he pensado que ya es un poco tarde. Mejor te acerques tú a mi casa y tomamos algo aquí. Dobla la esquina de la cafetería, busca el número ciento seis y llama al 3º B- Salitre pensó que había dado el paso más difícil sin necesidad de esfuerzo. Era su día de suerte.

Palmira puso el punto en la página 128 de “Los pilares de la tierra” y buscó el sueño que siempre llega cuando apagamos la luz y nos sentimos bien con nosotros mismos. Palmira O. puso el punto arropando bien a sus pequeños, y entornó la puerta dejando encendida la luz del pasillo. Extendió las sábanas sobre el sofá de la casa de sus padres y buscó el olvido que nunca llegaba, ni con las luces apagadas ni con las luces encendidas.
Ni en casa de Salomé ni en la de Jairo se encendieron las luces del baño antes de que ellos se acostaran. Pensándolo bien era comprensible. Los uréteres necesitan descanso después de tanta actividad por la mañana. Cuando la mente es oscura se duerme exactamente igual con la luz del sol que con los reflejos de la luna. Ninguno de los dos puso punto a nada. Solo se durmieron.
La noche, que daba su paseo de puntillas en busca del alba, decidió quedarse unos instantes para ver que paisaje dibujaban aquellos dos cuerpos enredados en un juego malabar de sensaciones. Cambió de opinión cuando pasados diez minutos, entre gemido y gemido, no escuchó ni una sola palabra.
-Estos no hacen el amor…Solo están follando…- Tiró de su manto cargado de sombras y reemprendió su camino. La noche es así, siempre camina; y de tanto andar ha aprendido a no cansarse.

Aquel miércoles Palmira se sentó con optimismo. Por fin terminaba su rotación. Siete días consecutivos dejaban secuelas, más en el ánimo que en el físico. Era un cansancio provocado por la saturación de una rutina que carcomía intelecto y capacidad de reacción. Dos días de descanso, sin auriculares, sin impertinencias, sin la presión de la sala, sin coordinadores, sin supervisores que miraban y señalaban con el dedo, sin tambor….Dos días en los que podía tomar el bus en otra dirección o quedarse en casa haciendo y deshaciendo borradores acerca del futuro que quería construirse.

El hábito de observar la estaba enriqueciendo. Cada día interpretaba mejor sentido y contrasentido de lo que ocurría en la plataforma. Estaba aprendiendo a qué coordinadores tenía que buscar para obtener la respuesta que creía conveniente para la resolución de su llamada. Aprendía esto a la vez que iba conociendo cómo tenía que plantear la situación para que la evaluaran de inmediato.
Se sentía capaz de situar a los actores en su papel y entender que importancia tenía cada uno en el reparto de aquel macro espectáculo en el que no siempre se consideraba prioritario dar el mejor de los servicios. En múltiples ocasiones prevalecían absolutismo, vanidad, lo subjetivo, la necedad, incluso la zancadilla. Para Palmira ya eran obvias las razones por las que todos los coordinadores hacían piruetas y recorrían más metros de los necesarios hasta llegar al supervisor que mejor encajaba con el perfil de la consulta.
Todo aquel batí burrillo convergía en algo muy parecido al bipartidismo que regía en la política. Una facción conservadora y temerosa que defendía su puesto siendo inflexible respecto a los límites establecidos- tanto respecto al servicio como a las normas internas- y un grupo más abierto a soluciones satisfactorias que favorecieran la calidad en lo primero y el buen ambiente el lo que afectaba al funcionamiento interno de la galera. Se diferenciaban además por su manera de dirigirse a coordinadores y agentes. Los unos imponían criterios sin razones y los otros razonaban sus criterios. Podía ser solo un matiz. Pero a Palmira le sirvió para ganar seguridad.
Una coordinadora le llamaba especialmente la atenciónpor el método empleado cuando corregía a los agentes. Se llamaba Minerva. –Que tus padres te hayan puesto el nombre de una diosa no significa que lo seas….- La frase le brotó del alma al pensamiento al ver la ampulosidad con la que Minerva llamaba la atención a un agente que estaba sentado a pocos metros. –Así no le ayudas…Así lo estás jodiendo-. Gesticulaba con la elocuencia del que quiere que se sepa cuan docto llega a ser en la materia. El chico soportaba el discurso sin rechistar, pero sus ojos hablaban intentando inútilmente que Minerva se apercibiera que hacía dos minutos que el muchacho se había perdido y no entendía nada. Seguramente quién esperaba al otro lado del teléfono entendía menos aún el retraso en la respuesta. Minerva no se contuvo y quiso extender el látigo hasta la espalda de otra coordinadora que se había acercado para intervenir en el asunto. A Palmira le pareció que estaba al corriente y su única intención era la de aportar lo que sabía. Minerva seguía con la boca llena y, a tres metros de distancia, aunque no se podía escuchar lo que decía, se podía interpretar la reprimenda que el látigo de la diosa les daba a dos mortales.
Estos detalles si pasaron al archivo de Palmira. Aunque la pestaña de alerta que le puso era solo de color naranja. Apenas coincidía con Minerva y su cautela debía limitarse a las dos últimas horas de su turno.
El pen drive de su cerebro cada día clasificaba más y mejor información. Estaba lleno de alertas de colores. Había más rojas que naranjas.
Al final de la sala, en el extremo opuesto, un cristal permitía ver que ocurría en otra estancia más pequeña con unas veinte cabinas. Parecía una pecera. Y así la llamaban todos. Allí se sentaba un grupo de operadores que atendían un tipo de llamadas más complejas que realizaban usuarios que tenían ciertos privilegios. Algunos agentes se sentían tan especiales como los usuarios y se jactaban de formar parte de una supuesta élite entronizada. La sorprendió que pertenecer a esa guardia pretoriana no suponía una mejora salarial. Al igual que se le ocurrió llamar galeras a las raspas buscó una denominación más acorde. No podía llamarse pecera un recinto sin agua. La actividad de esa pequeña sala era controlada, de manera evidente, por Violeta. No cabía duda alguna, más que una pecera aquel garito era un terrario.
Atendió la siguiente llamada deseando que no viniera a alterar la lucidez que la invadía.
Salitre abandonó el campo de batalla y buscó el baño para asearse lo indispensable. La toalla olía, por lo menos,a diez duchas; el espejo sufría la urticaria provocada por centenares de salpicaduras y varios regueros de agua seca con jabón que impidieron a Salitre atusar adecuadamente su barba renacentista. La cisterna no funcionaba demasiado bien dejando escapar un hilo de agua que se deslizaba sobre el fondo ocre de la taza. Pero no era momento de hacerle ascos. Acababa de enterrar su cara en los mismos caminos que había recorrido esa toalla. Quién algo quiere algo le cuesta.
Buscó con sigilo la puerta y salió sin hacer ruido pensando en que rincón de su memoria iba a colgar algo tan especial como echar un polvo con una coordinadora. No le importaba demasiado que el encuentro hubiera sido precario en sensaciones. Lo que le estimulaba profundamente era poder presumir de apuntar bien y derribar a la presa con un solo cartucho.
A pesar de la prudencia de Salitre, Ingrid oyó como la puerta se cerraba. No le apetecía levantarse. En el fondo, agradecía que Salitre se marchara. Ni tenía ganas de hablar ni sabría que decirle. Intentó estirar el sueño abrazada a la almohada. Cuando lo estaba consiguiendo una pregunta zarandeó sus intenciones. -¿De dónde habrá sacado mi teléfono ese mamarracho?- . Se durmió más preocupada por este detalle que por haber dejado que Salitre investigara su intimidad.
Palmira y Palmira habían hecho buenas migas. Se buscaban en los descansos y, muy especialmente, a la hora de comer. Gracias a su homónima estaba conociendo detalles de la galera acerca de los cuales solo tenía flashes incompletos. Le explicó que ella estaba en el otro grupo de galeras porqué, además de dar asistencia en carretera, canalizaban recursos de multas, servicios de gestoría, ofertas de la página web y otros servicios que formaban parte del paquete de prestaciones ofrecido a los clientes del cliente.
Llevaba cuatro años y mucho en la empresa y podía aportarle una información sólida basada en la experiencia. A menudo los coordinadores le asignaban tareas específicas. Ello era un claro indicativo de confianza en su capacidad de gestionar y resolver.
Palmira De Palma escuchaba siempre con muchísima atención los comentarios que Palmira Ochoa le transportaba entre bocado y bocado.
-Con el tiempo vamos aprendiendo a conocer nuestro trabajo y, lo que es más importante, Palmira, vamos aprendiendo a conocer a las personas- Tiró de la tapa de su yogurt Light y continuó. –Fíjate, si no, en los coordinadores….Los hay de todos los colores. Y aunque todos nos presionan no todos lo hacen del mismo modo; como tampoco nos ayudan igual ni igual nos consideran-. Palmira quiso intervenir. –Ya, pero eso también nos pasa a nosotros, les clasificamos según nos parecen y posiblemente no siempre acertamos...-. Palmira O. la interrumpió. –Si, pero cuidado chiquilla. Que ellos pueden hacerte la vida imposible y tu a ellos no. Si te fijas bien podrás comprobar lo que te digo, podrás confirmar que hay agentes a los que algún coordinador sigue y persigue especialmente. Aunque también podrás ver que, a menudo, algunos compañeros que se quejan al sentirse perseguidos han hecho méritos suficientes para ello- . Respiró e intentando quitarle gas al tema quiso cambiar la dirección de su discurso. –Te estoy provocando un empacho,…¡ ja, ja, ja ¡- tenía una sonrisa amable que, si se convertía en carcajada, era contagiosa.
Las dos se rieron. Les quedaban apenas diez minutos de descanso y aprovecharon para seguir. Esta vez la que marcó el cauce fue Palmira De Palma. – Oye, Palmi, ¿tú tienes algún coordi favorito?- . La respuesta fue una mirada pícara y frontal seguida de una frase tan breve como nada aclaratoria. –Si, claro,…pero no te lo diré-. Otra carcajada compartida y un paso más en su complicidad. Algún día la contestaría a esa pregunta. Algún día ella también le diría quien era su coordi preferido. Respecto a los supervisores pensó que era mejor esperar a otro día.
Se despidieron en la entrada de la sala porqué Palmira DP optó por entrar al aseo. Mientras resolvía los motivos de ese alto en el camino se dijo que todavía le faltaba por entender el eslabón de la cadena que unía a los supervisores del cliente con los supervisores de la empresa. Afortunadamente, la tercera empresa, la que la pagaba a ella, no tenía presencia en la sala. El “todos mandan” no era argumento suficiente para la curiosidad de Palmira.
En hora y media podría recuperar el norte de la brújula de su vida real. Ocupó su puesto con mucha más carga de optimismo que a las ocho. Se fijó en Salomé y en como su cara estaba cruzando la frontera que separan el aburrimiento del asco.
A su lado, Jairo Magno intentaba disimular, con poca habilidad,sus trapicheos con el móvil. Tan poca que no se apercibió de que “el yayo” se había situado a sus espaldas. -¿En qué estás, Jairo? – Sin esperar la respuesta continuó. –Ponte en disponible, por favor-. Dicho esto se marchó rastreando la plataforma por si alguien necesitaba de su ayuda.
Palmira pensó que situaciones como aquella eran las que provocaban que algunos agentes se siguieran perseguidos. Aunque esa impresión no le impidió seguir pensando que fuera cierto que algún operador sufriera cualquier presión inadecuada. -¡Que complicado es esto! -. Tuvo la tentación de no archivar ese dilema pero se arrepintió a tiempo y lo hizo, marcándolo con una pestaña roja. Era el color adecuado, al menos hasta que no tuviera más ejemplos.
-Te has perdido una buena-. Escuchó esto al otro lado del pequeño tabique que la separaba de los remeros del otro lado. Era una conversación entre veteranas. Palmira intentó no perder detalle empujando la silla hacia adelante para aislarse un poco más del murmullo permanente de la sala. Apartó un poco el auricular de su oído izquierdo y prestó la máxima atención.
- No se que ha pasado, pero “La Cobra” le ha montado un pollo impresionante a Aisha. Desde aquí casi no se la entendía. Pero creo que hablaba de una llamada perdida. No se la entendía pero... ¡Joder! … Cada vez que señalaba no sé qué en la pantalla le daba un viaje de cojones...Aquello se movía que no veas… Luego, se ha dado media vuelta con un cabreo de la hostia y se ha ido a su mesa…Tia….Daba miedo la mirada de rabia que le tiraba a la morita desde allí…- . Palmira se sobrecogió, aunque no sabía si podía haber sido interesante estar presente cuando ocurrió lo que contaban. A veces el morbo domina a la razón.
- ¡Es que esta tía está mal…Se le va la olla…! – Contestó la operadora a la que iba dirigido el comentario. La otra prosiguió. – A Aisha se le han puesto los ojos como charcos. Pero tiene cojones...Se ha levantado mandando a tomar por culo el tambor y se ha ido a la mesa de Ambar… Luego, las dos, se han metido dentro. Supongo que han ido a contárselo al dire…Al poco rato han salido y Aisha se ha ido a comer con los ojos como tomates- .
- Ya, pero todos sabemos que nunca pasa nada…- Otra respuesta breve sin posibilidad de continuar porqué la portadora de la noticia había cogido velocidad. –No sé, no sé. Esta vez la cosa parece gorda. No han pasado ni cinco minutos que el dire ha salido y se ha sentado en la mesa de la jefa del cliente: a mi me da que esta vez habrá movida- . A pesar de su énfasis no logró convencerla. – Ojalá tengas razón, pero no creo, Maruja…No es la primera vez que La Cobra la lía y nunca pasa nada. Aquí nunca pasa nada cuando los jodidos somos nosotros.- Dio por cerrada la charla pontificando acerca de un vacío de poder que a Palmira no le pasó desapercibido. Tampoco se le escaparon los nombres de la super alta y delgada y de la compañera que había contado lo sucedido.
Meditó sobre lo que había escuchado. No era precisamente un vacío de poder la causa de aquella incidencia. Era más razonable pensar que los orígenes estaban en ese “mandan todos” que ella percibía en el ambiente. O lo que podía ser la peor de las respuestas. No quiso seguir sembrándose de dudas y se limitó a cambiar el color de la pestaña de la carpeta de Violeta. Ni naranja ni roja. Morada.
Mientras atendía a un pobre hombre que había perdido las llaves de su coche, contándole con detalle las opciones que ponía a su disposición, observó como Jairo Magno no tenía reparo en seguir flirteando con su smartphone. A su lado, inmóvil, dibujando una mueca de asco incontenido, Salomé cazaba musarañas. Palmira dedujo que había conseguido cazarlas porqué, sin cambiar su cara de penurias, se levantó y paseando su vestido discotequero de color escarlata buscó, como le era habitual, el camino de los servicios. Tampoco le costó demasiado a Palmira deducir que hay cosas que son en extremo contagiosas. Jairo Magno se levantó y de manera robótica siguió los pasos de Salomé. Eran las cuatro menos seis minutos.
Ya tenía un espectro bastante amplio acerca de su centro de trabajo y los factores a considerar a la hora de entender el guión de aquella historia. Sabía que su papel no era relevante. Pero su vida si lo era y, quisiera o no, la atmósfera enrarecida de la galera y el aire fresco de su vida no podían separarse con la misma facilidad que se parte un melón.




















CAPITULO II

La serpiente del terrario.





No le desagradaba limpiar. Lo que sublevaba a Palmira era que, el día que lo hacía, tenía que asumir toda la falta de esmero de María cuando le correspondía a ella la tarea de mantener digna la vivienda. Era necesario que hablaran. Lo intentaría por la noche.
Mientras el quita grasas del horno se disolvía en una espuma verdusca se tomó un respiro en la terraza. Apoyada en la barandilla veía el ir y venir de la gente por la calle. Los pensamientos también iban y venían buscando lugar en su ordenado y meticuloso intelecto. Uno de esos pensamientos no conseguía su objetivo. Cuando esto ocurre las ideas se convierten en pregunta. Era su día libre y no era momento de pensar en la galera. Desconectó regresando a la cocina.

Salitre entregó el justificante de su injustificable ausencia y abordó la primera llamada con un gesto de satisfacción en la cara. Había buscado un puesto que consideraba estratégico porqué le permitía otear no menos de veinte cabinas que, a la vez, estaba en una zona de paso habitual para los coordinadores.
Nunca resolvía con rapidez. Siguiendo las indicaciones del tambor Ingrid se acercó para ver que sucedía. –Salitre, date prisa por favor-. La miró con ironía y desviando su atención al monitor, respondió –Ayer no me pedías eso- . Ingrid no se inmutó. –No hizo falta, no me diste tiempo a pedirte nada-. Entre disparo y disparo Salitre seguía atendiendo la llamada. Una nueva pausa le permitió regresar a la batalla. Su pedantería afloró con contundencia –La próxima vez me pedirás que lo haga-… -¿Quién te ha dicho que la habrá?-. La respuesta de Ingrid dio por terminada la consulta. Mientras se alejaba levantó la voz para que Aisha la escuchara instigar a Salitre. -¡Vamos!...Termina de una vez-.

Ingrid prescindió del café cuando Aisha la mandó a descansar. Buscó la calle para liar un cigarrillo. Tenía dos llamadas perdidas que no quiso devolver. Las dos eran del banco. El cerco se estrechaba y apenas tenía margen para solucionar el problema. Cuando Iván le dijo aquel inesperado “quiero que te vayas” fue él quien hizo la maleta. No aportaba demasiado a la vida en común pero su contribución era decisiva a la hora de hacerle frente a la hipoteca que Ingrid estaba amortizando con lagunas y que ya había renegociado en dos ocasiones. Hacía seis meses que no conseguía recuperar el retraso. La marcha de Iván la estaba llevando al límite que los bancos necesitan para dejar de escuchar promesas.
Intentó desprenderse de la preocupación. Entró el la sala dispuesta a reemprender su tarea la galera. Ambar la estaba esperando a mitad de pasillo. –Ingrid, por favor. Habla con Maruja de este servicio. Tiene que prestar más atención a lo que hace. Hazlo ahora, por favor. El cliente está esperando mi respuesta- .
Buscó a Maruja, esperó que terminara su llamada y la pidió que la acompañara a uno de los despachos que se encontraban al otro lado del tabique.
Los operadores sabían que cruzar la puerta era entrar en la celda de castigo. No tenían posibilidad de ver pero si podían esperar al regreso de su compañero para conocer la causa de lo que no podía ser sino una llamada de atención.
Mientras Ingrid y Maruja recorrían el tramo que las separaba de la privacidad el murmullo habitual de la plataforma sonó de modo distinto. Los coordinadores reaccionaron de inmediato. –Bajamos el tono de la sala, por favor- . Cuando todos a la vez insistían en ello al volumen de la sala se sumaba el de su canto coral consiguiendo el efecto contrario. Pero esta era la liturgia establecida y se ejecutaba escrupulosamente para la satisfacción de algunos y la incomprensión de casi todos.
Apenas hablaron de lo que tenían que hablar. Ingrid le quitó importancia al tema, se comprometió a aclarar el malentendido y pasó a interesarse por la vida de Maruja. La operadora se extrañó pero, prudentemente, se dejó llevar por el cauce propuesto por su coordinadora. Hábilmente, Ingrid, recondujo lo familiar a lo económico. El tiempo apuraba y perdió el control.
- Maruja, quiero ayudarte…No quiero que te perjudique algo como esto que ha pasado hoy. Puedes contar conmigo-. Hizo una pausa buscando asentimiento y gratitud en la cara de la agente que lo único que mostraba era confusión. –Si todos nos ayudamos las cosas irán mucho mejor. Si yo te ayudo y tú me ayudas, los problemas se resuelven- . Perder el control contra reloj nos lleva a cometer errores sin retorno; hizo lo que no debía. Le contó su desesperación y la necesidad urgente que tenía de reunir tres mil quinientos euros.
Maruja fingió no ofenderse. Salió del paso afirmando que comprendía su situación pero que no estaba en condiciones de ayudarla. Ingrid se arrepintió del error y buscó una salida inexistente pidiéndola que ya que no podía ayudarla materialmente lo hiciera evitando cualquier comentario. Maruja dejó de fingir que no estaba ofendida para fingir lo contrario. -¡Por favor!. Puedes contar con ello. Tu misma lo has dicho. Si tú me ayudas….yo te ayudaré-. Babeaba con sorna cuando convirtió su respuesta en un mensaje que la coordinadora entendió como una sentencia –Esta cabrona me acaba de joder-. No tuvo tiempo de masticar su propio pensamiento cuando otro la transportó a la realidad. –Me he jodido, yo…me he jodido sola-. No era momento de llorar por lo que se limitó a abrir la puerta invitando a Maruja a regresar a la sala.
A la media hora una veintena de remeros ya sabían que podían dañar la galera en un costado. Un látigo menos.
La desesperación nunca razona, solo empuja. A pesar de la mala experiencia vivida con Maruja. En los días siguientes Ingrid iba a cometer el mismo error. La onda expansiva de su angustia llegó a alcanzar, incluso, a algún coordinador. Pronto alcanzaría a su destino.

El apartamento estaba listo, limpio, ordenado, digno, perfumado. Palmira no quiso ser la primera en ensuciar el resultado de su esfuerzo. Le sentaría bien un paseo hasta Mc Donald’s para saciar el apetito que ya la advertía de falta de combustible. Tiró de la reserva para llegar en apenas diez minutos. En la cola decidió que no tenía decidido que iba a pedir cuando llegara su momento.
Cambió de mesa cuando en la contigua una familia ponía orden al bullicio de cuatro chiquillos imposibles de controlar. Le faltó valor para pedirles que bajaran el tono y se escabulló al otro lado del salón sin necesidad de pulsar ninguna tecla que indicara a donde iba. La puerta del baño estaba a cinco metros.
-¡Hola, Palmira..Soy Palmi!...- . No esperaba la llamada de su amiga y se alegró. -¿Tienes algún compromiso esta tarde? No le hizo falta consultar su agenda para responder que no. –Se me ha ocurrido que podríamos dar un paseo por el Parque del Lago, ese que está cerca de tu casa…Así charlamos un poquito y conoces a mis hijos-. La sutilidad que atesoraba le permitió interpretar sin mayor aclaración que su compañera tenía necesidad de hablar.
Es una buena idea, Palmi…Me encanta. ¿A qué hora nos vemos?-. A las dos les pareció bien verse a las cinco. Y a las cinco se vieron.
No había demasiada gente en el parque. Se sentó en un banco repintado con graffitis de bandas callejeras. El lago sesteaba bajo la caricia de un sol agradable. Dos bancos más arriba, en el paseo, un sin techo le pedía al mismo sol el calor que por la noche le negaba.
Los dos pequeños resultaban entrañables. Le regalaron un beso a la amiga de su madre sin necesidad de convencerles. Miraron los columpios y miraron a Palmi. Les bastó un gesto maternal para salir corriendo y buscar aventuras de piratas y marinos trepando por hierros de color entrelazados.
La empatía era evidente. Desde aquella comida compartida en el jardín su relación se afirmaba sin temores. La confianza es el segundo paso en el tránsito a la amistad. De la confianza a la confidencia solo hay otro paso y aquella tarde lo dieron.
Palmi necesitaba algo más que a su familia para darle salida a todas las inquietudes que la invadían. Sus padres eran prudentes, demasiado prudentes. No paraban de decirla que intentara arreglar la situación con su marido. Que tenían que pensar en los niños. Que un bofetón podía escapársele a cualquiera.
Era difícil situarles en el plano real de lo que había soportado hasta el momento en que tomó la decisión de salir del infierno con sus hijos, pedirle al taxi que se parara en la comisaría y buscar asilo el hogar paterno hasta que el magistrado, en un juicio rápido y átono dictó el alejamiento como medida preventiva.
El miedo no lo quita el dictamen de un juez. Como nada la libraba de la angustia de contar una mentira cuando Urko y Ainoa preguntaban por su padre. La presión consumía su entereza. Al salir de la plataforma temía el reencuentro con la realidad. Hacía lo único que podía hacer. Recoger a los chiquillos en la escuela tan rápido como le era posible temiendo que Aitor apareciera. Nunca hacía el mismo recorrido para llegar a la parada y no se sentía tranquila hasta que el bus les dejaba frente a la casa de sus padres.

-Me gustaría ayudarte, Palmi, solo que no sé cómo, pero dime lo que puedo hacer….quiero que cuentes conmigo -. Balbuceó al ofrecerse a su amiga mientras la mirada de ambas se llenaba de esa lluvia que provocan el miedo y la tristeza. Se abrazaron. Urko y Ainoa seguían escalando el infinito trepando por un castillo de sueños. metal y madera. Cuando llegaron arriba llamaron a su madre. –¡Mira mamá, mira!…¡Hemos llegado arriba! -. Movían los brazos como si agitaran la bandera de su hazaña. Palmi les correspondió imitando su gesto con las manos mientras intentaba encontrar una sonrisa. -¿Porqué a mi, Palmira, porqué me tiene que pasar esto?- Reaccionó de inmediato abandonando el regazo de su amiga y dándole trabajo a un pañuelo de papel. –Jo, chiquilla, después de esta no me querrás ver ni en pintura. Perdóname Palmira, no quiero atribularte con mis penas-. No obtuvo respuesta porqué, por parte de Palmira no la podía haber. Se limitó a cogerle las manos y entregarle su amistad sin malgastar una sola palabra. Pasados unos segundos inmedibles tomó la decisión de decir algo. -¿Tienes un cigarrillo, Palmi?-. –Pero, si tú no fumas- A la lógica reacción de su amiga, Palmira respondió con un guiño. –Hoy si, hoy fumamos-.
Urko y Ainoa seguían llenando su infancia de aventuras. Al otro lado del estanque, apenas a treinta metros, al amparo de un chopo, Aitor observaba a las dos mujeres sin perder detalle. Las vio levantarse, gesticular para que los niños se acercaran y marcharse por el paseo hacia la salida del parque. Dos bancos más arriba el sin techo se despedía del sol pidiéndole que no tardara en regresar.
Aitor tiró al suelo el cigarrillo que acababa de encender y lo pisó con rabia hasta que se desmenuzó en la gravilla. Sin despedirse del chopo deshizo el camino que le había llevado hasta allí siguiendo los pasos de Palmi.

A la una de la madrugada Palmira renunció a esperar. María no llegaba y si lo hacía evitaría cualquier conversación alegando que era tarde para eso. Se encerró en su habitación husmeando en la red páginas que hablaran acerca de la violencia de género.
Palmi, antes de acostarse, tuvo que enfrentarse a la rigidez de su padre que seguía empeñado en buscar la salida correcta a la inexplicable situación de su hija. La cena fue parecida a la que los autores de la biografía de Cristo describen como la última. Era la víspera de un viernes en un país en el que las creencias convierten un viernes de dolor en el más importante del año.
Alrededor de la una buscó en la oscuridad del silencio la postura idónea que la permitiera descansar sobre aquel sofá castigado por los años. Cuando el sueño se apiadó de su cansancio el cuerpo se durmió. Ella no pudo.

El viernes pasó por el calendario dándole prisa a todo el mundo. Se ensañó incluso con el sin techo del parque cuando a las seis de la mañana abrió la compuerta del cielo para que la lluvia convirtiera en inútil el amasijo de cartones que le cubrían. El mendigo maldijo su fortuna. Salió de su trinchera y corrió a buscar refugio en la entrada de una oficina de Banesto. En el interior, junto al cajero automático dormía otro desheredado de la vida. -¡Este si que tiene suerte!... ¡Ha pillado el mejor sitio!-. Siguió murmurando mientras buscaba en el bolsillo media manzana que se había guardado para llevarse algo a la boca al despertar.
Palmira sintió esa necesidad de acelerar sin que ningún coordinador la instigara cuando se convenció de que el reloj no mentía señalándole las diez. María ya no estaba y en la nevera tampoco estaba el batido de chocolate que había comprado en el super al separarse de Palmi. Recurrió a un sobre de descafeinado, sustituyendo la leche por una pizca de margarina vegetal.
Era necesario abastecerse. Como lo era hablar con María para exigirle que respetara su mitad de nevera.
Activó su programa de prioridades mientras se duchaba y salió a pelearse con la lluvia camino de la escuela de fisioterapia donde quería obtener la información necesaria para poder matricularse. Comprar el bono bus, pasarse por la óptica, otra vuelta por H&M, comprar comida que no le gustara a María y llamar a sus padres. A última hora de la tarde decidió que a quien no iba a llamar era a Palmi. El teléfono era demasiado impersonal. Iban a coincidir en la galera el fin de semana y estaba segura de que tendrían ocasión para seguir estrechando sus lazos de amistad.
Tenía tanta prisa el viernes que se fue sin que nadie lo supiera. Cuando dejó de llover la ciudad ya dormía.

La lluvia había sido incapaz de devolverle la vida al rosal trepador al que abandonaron las fuerzas a un metro del alfeizar de la ventana. No tuvo problemas el sol para alcanzarla. Cuando encontró un mínimo resquicio entre las cortinas buscó con malicia la cara de Violeta para reprocharle que todavía no se hubiera despertado. El efecto fue inmediato. Abrió los ojos, los protegió de la luz con una mano y se sentó en la cama. Tenía los labios secos; apuró el último sorbo de agua que quedaba en el vaso que, sobre la mesita de noche, la escoltaba siempre al acostarse. A su lado un cenicero metálico, envejecido por el uso, con restos evidentes de los tres últimos intentos de Violeta por encontrarse con el sueño después de darle a P.P. lo que P.P. nunca supo darle a ella.
La habitación olía a tabaco y a sexo derrotado. Sus manos también. P.P. dormía invadiendo con su desnudez buena parte de la cama. La visión de aquella flacidez impertinente no era del agrado de Violeta. Le recordaba lo que no quería recordar. Optó por levantarse. Eran las ocho de la mañana de un sábado sin reloj pero estaba de guardia y tenía que llegar la galera antes de las diez. La puntualidad la obsesionaba.
Salió del baño envuelta en la toalla, sin apenas secarse. El espejo le había reclamado que era momento de revisar aquel tinte, entre rubio y dorado, por el que ya asomaban raices oscuras. Mientras preparaba el café encendió el primer cigarrillo siguiendo una rutina inmemorial. La misma rutina que la hizo sentarse en la cocina, acercar la taza de café a la boca, soplar un poco y tomar el primer sorbo. Todavía quemaba. Carraspeó con fuerza intentando aliviar su garganta castigada por el tabaco. Solo consiguió que el humo que acababa de respirar se proyectara con fuerza sobre la taza. Lo apartó de un manotazo. La toalla no resistió el movimiento y se desprendió unos centímetros. Bajó la mirada hasta la intersección de la tela que había descendido hasta donde permite la moral de las actrices de prestigio. Cerró los ojos mientras la yema de los dedos rozaba la frontera que separa a una actriz provocativa de una mujer insatisfecha. P.P. nunca encendía el incienso antes de prender el fuego. La toalla resbaló. Los dedos resbalaron. El café se enfriaba. Violeta no. Se buscó como el que busca una venganza hasta que encontró lo que P.P. siempre olvidaba.
Otra ducha sirvió para devolverle su rol de frialdad incandescente. Era hora de marcharse.
Cerró la puerta con cuidado para no despertar a P.P. Sobre la mesa de la cocina quedaron la taza de café y el cenicero. En el aire un extraño olor a tabaco, café y sexo derrotado.

Como era habitual la mañana de aquel sábado estaba resultando plácida, con muy pocas llamadas y un número limitado de agentes. Algunas áreas del servicio no se atendían en el fin de semana. Solo lo imprescindible. Ello permitía cierta tolerancia en la plataforma. Si exigencias respecto a la función de cada uno los agentes se agrupaban a su antojo, incluidos los de la pecera que, sábados y domingos, se mezclaban en la sala con todos los demás.
Palmira DP y Palmira O. aprovecharon la ocasión para sentarse juntas. Palmi hizo uso de su veteranía para sugerirles a los coordinadores la posibilidad de coincidir en los descansos con su amiga. Sabía que el fin de semana casi todo era negociable. Solo había dos y acostumbraban a permitir que los remeros se relajaran conversando, leyendo, incluso haciendo uso de las aplicaciones de sus móviles. Todo estaba bien mientras las llamadas que se produjeran se atendieran correctamente.
Aquel fin de semana tenían a Estrella y Jacobo. Estrella era una de las decanas de la plataforma. Fue una de las primeras incorporaciones que se produjeron cuando la empresa obtuvo la confianza del cliente para que gestionara sus servicios telefónicos. Jacobo tenía menos recorrido en la empresa pero llevaba la experiencia marcada en la vitola de su edad. No en vano le llamaban “El yayo”. Fue una ocurrencia de Ambar cuando se enteró de que Jacobo ya hablaba de los hijos de sus hijos. El apelativo le quedó.
La dueña del tambor, Aisha, descansaba sábado y domingo. Su labor la realizaba cualquiera de los que trabajaban esos días. Como apenas un tercio de los agentes y menos de la mitad de llamadas, no era complicado para ellos gobernar algo que, el resto de la semana, si requería mucha habilidad y reflejos.

Violeta hizo acto de presencia sin cambiar un ápice sus costumbres. Marcaba el paso como un militar en un desfile, mirando a todas partes y dejando escapar un saludo apenas perceptible cuando pasaba junto al tambor. Buscaba su mesa y, una vez abierto su ordenador, seguía mirando para hacerse una composición de lugar de la situación. Una vez posicionada, durante unos minutos, se dedicaba a la bandeja de entrada de su correo. Hecho esto se levantaba y con el móvil convertido en inseparable del oído salía de la sala en busca del segundo café del día que pensaba enriquecer con el sabor de un cigarrillo. Eran las diez y media. Todo iba bien de momento. Le gustaba estar sola y al frente de todo. Aunque si el día era demasiado plácido no tendría ocasión de demostrar sus dotes de estratega. No estaría de más que esa tranquilidad se alterara para poder informar de que había resuelto con criterio el imprevisto que hizo peligrar la calidad del servicio.

Bien entrada la mañana las llamadas se intensificaron. Estrella y Jacobo tuvieron que acogerse a los hábitos de exigencia de cualquier otro día. Pero la tormenta amainó sin darle ocasión a Violeta de mostrar sus aptitudes de eficacia. Salió por tercera vez a respirar alquitrán. El teléfono pegado al oído como si fuera parte de ella misma. Al llegar a la puerta se cruzó con Maruja que regresaba del baño. La ignoró hablando más alto al dirigirse a quien estaba al otro lado.
A Maruja le daba lo mismo que la saludara o que fingiera no verla. Le era indiferente. Fueron ella y un grupo de cinco o seis compañeros los que la pusieron el apodo. – ¡Miradla, chicos!....Fijaos en sus ojos, en como se levanta y se mueve para no perderse nada….Da miedo…Mira, mira, mira….Mira como mira a Aisha!...Parece una cobra- . De esto hacía tres o cuatro años y cuando algo perdura pasa a formar parte del todo de la historia.

-No te he contado, Palmira....Cuando volvía del primer descanso Jacobo me ha dicho que estaba en la lista de posibles incorporaciones a la pecera. Quieren meter a mas gente….Le he dicho que no me apetecía nada cambiar, que llevo años en lo mío…No me ha dejado terminar diciéndome que solo me informaba y que no había nada decidido todavía-. Lo soltó de un tirón como si le fuera la vida en ello. –Igual te conviene, Palmi; igual te conviene alguna novedad en el trabajo para distraerte de otras cosas-. Palmira siempre buscaba respuestas conciliadoras. Palmi siguió contando –También me ha dicho que lo mas seguro es que el grupo, al ampliarse, ya no cabrá en la pecera y lo sacarán a la sala….Entonces yo le he preguntado si el departamento iba a seguir bajo el mando de Violeta. Y me ha dicho que no lo sabía. Pero por su sonrisa me parece que si sabía. Solo que no me quería decir que si, que nada cambiaba respecto a eso-.
Palmira De Palma iba aglutinando información y conocimiento de la plataforma. La preocupación de su amiga iba mucho más allá de lo que representaba un cambio de tareas. No eran pocos los agentes que preferían no saber nada de la supervisora de la pecera. Levantó la cabeza buscándola por encima de la raspa. No estaba en su mesa.

Estrella controlaba los descansos. Llamo a Palmira para darle la comida. –Anda, sal a comer. En cuanto pueda te mando a Palmi. Pero no la esperes, por favor, que se me retrasa todo si os esperáis- . Aunque era un razonamiento comprensible Palmira obedeció con desagrado. Contaba con esos treinta minutos para conocer el estado de ánimo de su amiga y ver de que manera podía ayudarla para hacerle más llevadero el mal trago que estaba viviendo.
Mucho antes de llegar a la puerta del office notó un fuerte olor a queso caliente. Eran unos tortellini precocinados que Jacobo acababa de sacar del microondas. No había nadie más. Dudó entre sentarse en otra mesa o compartirla con el coordinador. Pensó en Palmi y decidió buscar el término medio. Ni demasiado cerca ni demasiado lejos. Se sentó en la mesa contigua y saludó a Jacobo. –Hola,… ¡Que aproveche!-. Jacobo le dio las gracias y siguió comiendo ajeno a las preocupaciones de Palmira.
Hay silencios que son inoportunos por si mismos. Así se lo pareció a Jacobo que, pasados unos minutos, pensó que no estaría de más confraternizar con una agente de la que solo sabía que no estaba resultando problemática.
- ¿Cómo lo llevas? Veo que ya nos pides ayuda en contadas ocasiones -. Después de usar la servilleta Palmira respondió que bien, o que al menos eso le parecía, que cada día se sentía mas segura. Jacobo prosiguió. –Eso es lógico. A medida que pasa el tiempo perdemos los miedos. Pero tú sigue preguntando tanto como quieras. Nuestro trabajo es ayudarte. No pienses que consideramos mal a quienes preguntan más. – Palmira le agradeció sin palabras que le hubiera quitado un de los miedos que no aprendía a desterrar. A menudo no levantaba la mano porqué entendía que hacerlo era denunciar que no se conocía el protocolo del servicio.
Jacobo conocía de antemano el resultado de su comentario. Solía emplearlo como terapia del miedo que Palmira acababa de derrotar. Incluso los descansos eran buenos para que los coordinadores además de controlar fueran una herramienta de mejora para los agentes. Al fin y al cabo todos habían pasado por lo mismo. La llegada de Palmi abortó la conversación.

También había sido novicia antes que monja y abadesa. Solo que Violeta lo había olvidado y tenía un concepto de los operadores totalmente disociado de sus propios orígenes. Para ella formaban parte del escalafón más bajo. Un plebeyo es un plebeyo para un noble. Un noble nunca pudo ser plebeyo. Y si lo fue tiene el poder de cambiar su árbol genealógico arrinconando el pasado con un tópico: “Antes de ser lo que soy yo también fui….Pero lo que cuenta ahora es que soy intocable…soy fuete…soy el poder….” Renunciar a los orígenes es perder la identidad. Algo que no suele preocupar a quienes la pierden o la venden a cambio de subir un peldaño en la escalera del éxito.
El cuarto cigarrillo lo consumió pensando en que trabajo se podía realizar en las horas valle del fin de semana. Los agentes estaban demasiado relajados y no le parecía bien que respiraran mientras ella se asfixiaba en su afán por convertir aquella plataforma en la mejor. Sabía que no podía contar con el apoyo de los demás supervisores. No estaban a la altura del esfuerzo que el puesto requería.
Ni lo dijo ni lo pensó. Pero el aire tiene muy fino el oído y le robó la esencia de su estado de ánimo. Se la robó y la esparció por el espacio como si fuera una voz. “Si no tengo vida fuera que nadie la tenga aquí dentro”. Ni lo dijo ni lo pensó. Cuando desconocemos el motivo de nuestro comportamiento ni decimos ni pensamos. Lamentablemente tampoco cambiamos.

Camino del bus Palmira hizo su habitual recuento de experiencias. Algo la llamo especialmente la atención. A pesar de que Salomé y Jairo Magno estuvieron el fin de semana, sus viajes al cuarto de baño fueron menos. –Puede que estuviera distraída y no me haya dado cuenta-. No esperó a Palmi. Los fines de semana la frecuencia del bus era paupérrima y si perdía el de las cuatro y cuarto tendría que esperar hasta las cinco. Aceleró el paso mientras se preguntaba qué sería de Salitre. –Seguramente tiene libre….Mañana me pongo la falda-.

Un cartel rotulado a mano en la puerta del ascensor le señalaba a Palmira Ochoa la escalera como único recurso para llegar a la casa de sus padres. Se tomó con calma la ascensión a la cuarta planta de aquel bloque que ya daba señales de deterioro irreversible.

El primer rellano correspondía al entresuelo. Un despacho de abogados primerizos y una gestoría tan antigua como el edificio. Antes de casarse era el rincón de las delicias de Palmi y Aitor. A las diez de la noche ya no había nadie y subían hasta allí para despedirse como dos enamorados. Luego tomaban el ascensor para despedirse al gusto de sus padres.
Estaba cansada pero les había prometido a los niños que iba a llevarlos al cine. Tomaría un café y haría felices a sus hijos. La respiración y las piernas ya gruñían cuando metió la llave en la cerradura y, abriendo la puerta, lanzó el grito de guerra al que Ainoa y Urko siempre respondían con una carrera y un abrazo.
- ¡Ya estoy aquí!.... ¿A dónde vamos hoy?-. No hubo jolgorio. –Estarán jugando en su cuarto- Recorrió los tres metros de pasillo que la separaban del salón y se quedó paralizada, sin saber que decir.
Sentado en el sofá, con una copa de anís en la mano y Urko en sus rodillas, Aitor hablaba distendidamente con su suegro. Ainoa, de rodillas en el suelo miraba a su padre como solo puede mirar una chiquilla al primer hombre de su vida. Amparo, su madre, le pidió calma con una mirada tan clara como un gesto. Intento balbucear un -¿Qué está pasando aquí?- pero no fue capaz de articular tantas sílabas seguidas.
Su padre, sentado en la butaca que le otorgaba la autoridad que creía tener hizo uso de la misma con una intervención que llevaba días preparando.
-Palmira. He sido yo el que le he pedido a Aitor que venga. Creo que ya es hora de que habléis y pongáis lo necesario por ambas partes para que las cosas vuelvan al lugar del que nunca tuvieron que salir- Respiró satisfecho. Estaba seguro de que era convincente en su sermón de padre contrariado. –Aitor está muy dolido por tu manera de tomarte las cosas. Nos ha dicho, a tu madre y a mí, que no hizo bien. Pero que está arrepentido y quiere hacer las paces, quiere que regreses a casa- y remarcó con una sonrisa –Que es el lugar donde una madre tiene que estar. Con su marido y con sus hijos-
Quiso gritar, decirles que lo ocurrido no había sido algo aislado, que era algo continuado y que, con el paso del tiempo, las cosas empeoraban. Que no fue un bofetón, que hubo más y no siempre en lo físico. Que si había decidido escapar y pedir protección a la justicia era porqué tenía sobrados motivos para hacerlo. Quiso decirles que un juez contrastó todo aquello antes de darle la razón. No pudo. No podía. Miraba a Aitor y el miedo la atenazaba.
Su madre, en el extremo del sofá tenía los ojos teñidos de tristeza. Movía levemente la cabeza dibujando un no que Palmira no fue capaz de interpretar a qué o a quién iba dirigido.
El patriarca, convencido de que su arenga había sido decisiva dictó sentencia.
-Lo que tenéis que hacer es hablar, hablar lo que haga falta. Ahora tu madre y yo nos llevamos a los niños. Vosotros os quedáis aquí, sin nada que os moleste, y arregláis esto- Se levantó mientras ordenaba a Amparo con la mirada que le siguiera. Palmi cogió a Ainoa en brazos y la besó. Urko seguía en las rodillas de su padre haciendo volar un avión que no volaba. El silencio de la espera es el silencio de nada. Cuando su madre le quitó a la niña de sus brazos, Palmi maldijo al autor de su vida por escribir aquel momento que no quería interpretar. -Te doy mis ojos….Te doy mis ojos….Te doy mis ojos-. Intentó encontrar la fuerza que no tenía en el título de aquella película de Iciar Bollaín. En 2003 Palmi pensaba que a ella nunca iba a pasarle algo parecido.


Palmira de Palma descartó la idea de encerrarse. La lluvia del viernes había limpiado el aire y daba gusto caminar. Se acercó al Parque del Lago para llenarse los pulmones de salud. Lo ideal habría sido que el bolsillo se contagiara de sus vísceras. Pensó que no podía quejarse y lo celebró sentándose en una mesa del kiosco para tomar un batido. A veinte metros de allí el sin techo intentaba convencer a los viandantes de que su miseria era auténtica.
El primer sorbo la confortó empujándola a revisar los archivos que, debidamente señalados con pestañas de color, ponían orden a su vida.
Tenía serias dudas acerca de sus intenciones respecto a convertirse en fisioterapeuta. Habían aumentado cuando, por curiosidad y fingiendo que era titulada, llamó a un anuncio del periódico. El horario era full time y el sueldo apenas se diferenciaba de lo que estaba percibiendo como teleoperadora. A los 29 años se le hacía duro reemprender sus estudios sin la certeza de que iban a representarle una salida profesional estable y bien retribuida. No pedía la luna.
La pregunta era inevitable. Su trabajo no era el mejor del mundo pero no la disgustaba. Pero, ¿hasta cuando podría contar con él? ¿Si no continuaba en la empresa encontraría ofertas similares? ¿Había venido a la ciudad para esto?
No tomó ninguna decisión porqué nada la motivaba a tomarla. Apuró el batido, lo pagó y siguió caminando por el parque intentando no pensar. Cuando pasó junto al mendigo le saludó como si ya se conocieran.
Al entrar en casa le cambió el humor. El desorden era total. Nada estaba en su sitio y un olor espeso a maría le sirvió para entender que María no sabía convivir. Abrió las ventanas para que su enfado y el salón se ventilaran. Ya no creía necesario hablar con su compañera. Era urgente buscarse otro lugar donde vivir. Pestaña roja.


No quiso sentarse pese a la insistencia de Aitor que, nervioso y desencajado, dejó la copa vacía sobre la mesa, puso los codos sobre las rodillas para sujetar con las manos la cabeza en un gesto dramático de culpabilidad que Palmi interpretó como otra exhibición teatral de su marido. No era la primera vez. Ya no podía creer en ningún gesto ni, mucho menos, en nada de lo que dijera aquel hombre que ya no conocía.
-Hiciste bien en marcharte, Palmira….Hiciste bien porqué así pude comprender lo mal que me había portado y cuanto os necesito a ti y a los niños-. Levantó un poco la mirada, sin sacar la cabeza de la cueva de sus manos, para comprobar el efecto de sus palabras.
Palmi lloraba. Pero su mirada no era la de una persona que comprende. Era una mirada instalada entre el miedo y el desprecio. –Aitor, tenías que haberlo pensado antes…. No ha sido una vez….Ahora ya no nos queda nada….No me hagas volver a denunciarte-. Se arrepintió inmediatamente de hacer mención a la denuncia. Quiso rectificar pero Aitor no la dejó.
-¿Tú crees que ese mierda del juez es quién para prohibirme que vea a mi mujer y a mis hijos?- Entonó los dos “mi” con una contundencia que no dejaba resquicio para discutir sus propiedades. –Eres mi mujer. ¿Entiendes? Y eso no lo cambia una denuncia. Me la suda la denuncia. Me la suda el juez. Me la suda todo- . Su voz se rompía a medida que iba convirtiéndose en grito. Palmi conocía esas reacciones; las conocía y las temía. –Te doy mis ojos….Te doy mis ojos- Miró de reojo al pasillo valorando la distancia que la separaba de la puerta. El grito de Aitor la dejó petrificada –Mierda, no llores, que no voy a matarte. Pero que no se te ocurra dejarme con la palabra en la boca porqué entonces si que no respondo de mi-
Palmi sabía que la próxima fase de la mutación de su marido se estaba gestando. Se pondría de pié, daría puñetazos a una puerta, puede que a la pared y luego ya la buscaría a ella. Cuando Aitor hizo el gesto de levantarse Palmi le dio una patada a la mesita. Se estrelló contra la tibia de Aitor que llevó sus manos a la pierna mientras gritaba -¡Hija de puta!-. Era el tiempo necesario y milagroso que la madre de sus hijos aprovechó para ganar la puerta y bajar la escalera a trompicones.
Siguió corriendo hasta doblar la esquina y subió al primer taxi que encontró. -¿Dónde vamos?-. La pregunta era obligada. La respuesta, que también lo era, fue la propia de una película de espías. –A ningún sitio. De momento lejos de aquí- El taxista miró descaradamente su retrovisor y sin bajarse del descaro dijo -¿La llevo a una comisaría?- Palmí negó con la cabeza. –Lléveme al Parque del Lago, por favor-. El taxista era un buen hombre. Aquella mujer no llevaba bolso. Asumió que no iba a cobrar la carrera y tiró calle arriba buscando la glorieta que le permitía girar a la izquierda. En la luneta de aquel taxi una pegatina de color azul con tres letras mayúsculas impresas en blanco. AMM. Asociación de Mujeres Maltratadas. Debajo del logotipo un número de teléfono fácil de recordar.

Abuelos y nietos encontraron la casa vacía. –Lo ves, Amparo, han hablado y todo resuelto. Ya están en casa reconciliándose-. Llena de buena fe y de esperanza de madre Amparo contestó que iba a llamarles para decirles lo contentos que estaban. -¡Ni se te ocurra, mujer!.... ¿O no te acuerdas de como hacíamos nosotros las paces cuando nos pasaba esto? Anda, dales algo de cenar a los chiquillos y que se acuesten-. Amparo asintió y llamó a los pequeños -¡Urko!, ¡Ainoa!, vamos a cenar que mañana os vais a casa-. Camino de la cocina le agradeció a la virgen tener un marido como el que tenía. Supo tener mano dura con ella cuando hizo falta y ahora había puesto las cosas en su sitio en la casa de su hija. Ya no quedaban hombres así.

María hizo una entrada triunfal saludando a Palmira con euforia. –Ya era hora de que te viera, Palmira. ¿Por donde andas?- Prefirió no entrar en un juego de sandeces limitándose a darle las buenas noches. Aprovechando que María entraba en el baño se escabulló a su cuarto. Llamó a Palmi. No la contestó. –Seguro que se ha dejado el móvil en casa-. Abrió “Los pilares de la tierra” por la página que el punto señalaba y se enfrascó en la lectura hasta que, nunca supo a que hora, se durmió con la luz encendida y las ideas apagadas.
Confundió la llamada con la alarma. Al intentar apagarla el nombre de Palmi parpadeaba en su smartphone. –Ya se que no son horas, Palmira...Pero no tengo a nadie más-. Su voz era un sollozo. -¿Puedes hacerme un sitio para pasar la noche?- Casi no se la entendía. -¿Dónde estás?-. –Viniendo del parque, a diez minutos de tu casa-. Palmira ya estaba sentada en la cama intentando conciliar el aluvión de pensamientos que la invadían. –De acuerdo, te espero en el portal-. Se vistió sin compromiso con la estética y salió del dormitorio. María se había quedado frita en el salón. Apagó el televisor. –Esta guarra tiene el don de la oportunidad….No importa, nos apañaremos en mi cama-.

Otra vez la noche. Otra vez ese silencio triste y sonoro en el que se esconden nuestras vidas para hacer una pausa. La galera no descansa. Por las noches también es necesario remar porqué hay almas que no duermen y marcan un 902 para pedir ayuda. El silencio no existe.

Hablaron hasta que Palmi se rindió al agotamiento que provoca el miedo. A las seis y media las vibraciones del móvil no asustaron a Palmira. Su amiga dormía al amparo de la confianza que le ofrecía aquella cama de noventa centímetros. No la quiso despertar. Diría en la plataforma que había recibido un mensaje avisándola de que estaba resfriada.

Aisha partía en dos sus fines de semana. El sábado por la mañana reabastecía la nevera. Resuelta su supervivencia semanal buscaba en el ocio el premio a sus 39 horas de contrato. Sabía divertirse en compañía de otros o en solitario. Nada le impedía que el primer día de descanso fuera satisfactorio para ella. Los domingos prefería quedarse en casa y relajarse. Tres semanas atrás su hermano había regresado temporalmente a Kenitra para recuperar el cordón umbilical que le unía a su madre y esperar una nueva oferta de empleo que le permitiera seguir compartiendo con su hermana el viaje hacia el futuro que habían emprendido.
La tamborilera del tambor echaba mucho de menos a la sangre de su sangre. Pero agradecía aquella pausa temporal que le daba opción a regocijarse en la indolencia sin que nada viniera a interrumpirla. Tumbada en el diván, sin escuchar lo que veía en el televisor, dejaba que el tiempo acariciara su relajo mientras revivía un futuro que solo ella era capaz de vislumbrar.
Aquel domingo no consiguió levitar. El altercado con Violeta seguía mortificándola; tanto que consiguió robarle el sosiego pretendido.
Estaba cansada de esquivar las mordeduras de la cobra. No era nada agradable sentir su aliento en la nuca, notar como se hinchaba esperando la oportunidad de lanzarse sobre ella.
-No voy a llorar nunca más; no le voy a dar esa satisfacción-. Sabía que ese pensamiento era solo una cortina de humo que se desvanecería la próxima vez que la serpiente se levantara a sus espaldas para encontrar la yugular con sus colmillos. No se sentía capaz de soportar una gota más de aquel veneno que, un día si y otro también, la cobra inyectaba de manera selectiva. No era Aisha la única en conocer los efectos de su mordedura. Agentes y coordinadores llevaban cicatrices cuyo origen era inconfundible.
Su juventud hizo el resto. El equilibrio indispensable para no perder en una pelea tan desigual se resquebrajó en forma de lágrimas cuando pensó que si su queja de la semana anterior había quedado en nada, nada era lo que le quedaba por hacer. –He dicho que no lloraría más por su culpa- La nariz la traicionó obligándola a tirar hacia arriba de su llanto. –Y no soy capaz de contenerme ni en casa….Ya no puedo más-. El último añico de su equilibrio no pudo evitar que tomara la decisión de seguir la estela de su hermano y compartir con él el amparo de su madre. Acabó de desmoronarse. Si no se tiene el antídoto los efectos del veneno de la cobra son letales.

El fin de semana siempre parece corto. A Palmi el domingo se le hizo interminable. Su móvil se llenó de llamadas perdidas de su padre y algunos mensajes que ni siquiera leyó. Sin norte, hueca por dentro, asustada, seca. La tranquilizaba saber que sus hijos estarían bien y optó por dejarse llevar por todos los vacíos que en aquel momento convertían su vida en una única pregunta. No se sentía con fuerzas para nada. El vacío, a veces, es un consuelo; sin sentido pero un consuelo.

Los lunes eran temidos. Las llamadas se comían a los remeros con la misma facilidad que una plaga de langostas desertiza el mas fértil de los campos. De nada servía que el tambor intensificara su redoble, los coordinadores su arenga y los mandos su presencia. La relación causa efecto fulminaba cualquier expectativa y las personas que llamaban tenían que soportar esperas capaces de crispar al más sereno de los mortales. Atenderles en esas condiciones era realmente difícil. Era extremadamente difícil.
Aisha llegó con la decisión tomada y entregó a Ambar su carta de renuncia. Si nadie era capaz de administrar el antídoto ella tampoco lo era de soportar más mordeduras.
Ambar pensaba con rapidez. Aquella renuncia no iba a cambiar nada. Las empresas siempre se acogen a la praxis. Por cargada de razones que estuviera la dimisión de la tamborilera, por diáfanas que fueran las causas, era una empleada entre miles y una más que tomaba la decisión de pedir la baja voluntaria. A rey muerto, rey puesto.
Por lo tanto tenía que encontrar algo que cambiara los parámetros del trámite, algo que hiciera pensar a los responsables de la plataforma. A los cinco minutos ya tenía reunidos a su alrededor a los coordinadores con más peso y liderazgo de su turno.
-Chicos, Aisha quiere marcharse. Ya sabéis porqué. También sabéis que realmente no desea dar el paso. Pero le ha podido la presión y se nos va-. Los coordinadores cerraron más el anillo que formaban alrededor de su supervisora. No tardaron ni diez segundos en sindicarse en la necesidad de hacer algo. Ambar sonreía en sus adentros. Esperaba eso de aquellos adultos a la que ella siempre llamaba chicos.
Veinte minutos después entre el crepitar de las llamadas y sin que las galeras dejaran de remar una carta firmada por todos los coordinadores presentes, pedía que no se aceptara la renuncia de Aisha, haciendo hincapié en las causas de la misma y aportando una reflexión que invitaba a supervisores y otros mandos a hacer lo posible para que Aisha cambiara de opinión.
Ese antídoto si funcionó. Ambar lo había encontrado y los coordinadores lo habían convertido en un texto directo y sin adornos que se convirtió en el prospecto que indicaba cual era la posología adecuada. Un abrazo a Aisa dos veces al día y una patada a la serpiente cada cinco minutos con el beneplácito de quien tenía autoridad para darlo.

Ingrid no tuvo ocasión de firmar aquel escrito. Estaba en el área de personal firmando el de su despido.

Aisha guardó en su bolso, como si de una reliquia se tratara, la copia de aquel escrito de sus compañeros. De pié, como casi siempre, en la cabecera de una galera próxima al tambor, “El Yayo” le sacó brillo a lo ocurrido. –Por fin los coordinadores parecemos un equipo. Creo que ya lo somos- .
La cobra acusó el golpe y regresó a su cueva. Necesitaba hibernar.

-Tranquilo Aitor. Todavía no sabemos nada de ella. Su madre ha llamado al trabajo y le han dicho que no ha ido. Pero no puede andar muy lejos-. Ramón, el padre de Palmi, intentaba calmar a su yerno. Llevaban dos días al teléfono buscando un porqué a su desaparición. No la encontraban. Aitor había dado su versión.
-No dejo de darle vueltas-. Ramón siguió con su análisis. –Por lo que me decías ayer mi hija no se avino a nada de lo que le propusiste-. Aitor le recordó el contenido de una escena inexistente. –Si, así es. Intenté hacerle ver que lo importante éramos nosotros, que estaba dispuesto a darle todo aquello que quisiera, que me ocuparía de los niños y que nunca, nunca más, le levantaría la voz-. Estuvo a punto de añadir que no le levantaría la mano pero se contuvo.
-No lo entiendo Aitor, no puedo entender que mi hija no sea capaz de perdonar una tontería. Ten un poco de paciencia, seguro que recapacita, ya lo verás-.
Aitor entendió que conservaba la confianza de su suegro y le dio otra vuelta a la tuerca. –Yo creo, Ramón, que lo que ha hecho que Palmira cambiara ha sido su trabajo. No entiendo porqué se empeñó en currar. Y desde entonces no es la misma. Solo tienes que fijarte en su manera de vestir. Se pinta, se arregla, se perfuma. Es una madre de familia y no tiene que ir por ahí llamando la atención-. Respiró fuerte de manera intencionada para que al otro lado de la línea telefónica llegara como un lamento. –Me gustaría equivocarme, Ramón. Pero en estos call center, o como se llamen, hay mucho sinvergüenza, seguro. En estos sitios solo trabajan sudacas y gente sin aspiraciones. No sé que coño hace allí Palmira-. Remató su dramaturgia con un comentario que le permitía limpiar su imagen. –Solo tienes que ver como me dejó la pierna cuando me golpeó con la mesa…. ¿Que hago, Ramón? ¿La denunció yo?... ¡Por favor!.... ¡Seamos civilizados, joder!-. Ramón dio por bueno el mensaje recibido. Su yerno no andaba desencaminado. Se despidieron.
Amparo se le acercó. -¿Quieres un café?-. Ramón negó con la cabeza; se recostó sobre la orejera de su trono pensando en aquella llamada que, un día, había efectuado a la compañía donde tenían el piso asegurado. Le atendió una sudamericana que no hizo sino decirle que no a todo lo que el pretendía.
Aitor tiene razón. No sé que pollas hace mi hija trabajando en ese sitio de mierda-.

Palmira empezaba a preocuparse más de lo que lo estaba. Tener a Palmi en su casa no era problemático. Al contrario. La sorprendió la afabilidad con que María aceptó aquella invasión temporal del sofá de sus canutos. Lo que era alarmante era el estado depresivo de su amiga. Hoy tampoco se había sentido con fuerzas para volver a su puesto y las ausencias sin justificar se pagaban muy caras en empresas como esta. Le había prometido que esa misma mañana iría al médico pero no acababa de creerlo. No le había contestado a dos llamadas que le había hecho en sus descansos. Busco una excusa razonable para tranquilizarse –Se habrá quedado sin batería-.
La pecera ya no podía dar cabida a los agentes que el departamento necesitaba. Ya era de dominio público que sus remeros saldrían del agujero y pasarían a engrosar la flota de la sala incrementando su número para poder aumentar la capacidad de respuesta a un servicio que iba creciendo. Su teoría del terrario se estaba quedando obsoleta. O no. Se llama terrario al espacio habilitado para que vivan los reptiles. Y no pensaba precisamente en los agentes en su deducción. Añadió a Aitor al pensamiento y decidió que su aplicación de la palabra se iba a extender a todo el planeta. Desde aquel momento, para Palmira De Palma la Tierra era un terrario. La etimología así lo confirmaba.




















Los coordinadores azuzaban más que nunca pidiendo agilidad. Algunos agentes no soportaban la presión y se bloqueaban. El tiempo se les escapaba de las manos y su terminal le transmitía al tambor un exceso en la duración de la llamada. –Estrella, Maruja lleva doce minutos- . No hacía falta que Aisha dijera nada más para que el operador notara la presencia del control y escuchara la pregunta de la prisa. Cuando la situación de complicaba alrededor del tambor se agolpaban cinco, seis, hasta siete observadores que comentaban en voz alta las medidas a tomar. –Aisha, conecta a la pecera. Que cojan llamadas de asistencia-. Algunas veces la estrategia daba en parte resultado. Pero en ocasiones el conflicto se agravaba provocando que el Sanedrín de pensadores se crispara tanto ó más que Aisha y los agentes. Vivir un lunes en la galera servía para entender lo complicado que era para un teleoperador mantener la excelencia telefónica que se le exigía como premisa indispensable para realizar su tarea.

En momentos como este era cuando más claros eran los paisajes de actitud de la plataforma. Los grupos se definían con claridad aflorando virtudes y defectos. Reaccionaban de acuerdo con el compromiso que tenían con su trabajo y con sus compañeros de galera. Los de vejiga inquieta aumentaban la frecuencia de sus huidas al retrete, los remolones buscaban excusas técnicas para que la gestión de su llamada fuera interminable, los avispados se quedaban fuera de servicio hasta que se les llamaba la atención y los pragmáticos cumplían estrictamente con su trabajo, sin alardes y sin lindezas. Pocos, algunos, remaban con más fuerza en un esfuerzo loable pero estéril por hacerlo no solo bien sino bien y con premura. El desequilibrio era total. Indignaba ver como todo aquello que aportaban pragmáticos y voluntariosos se desvanecía con el contrapeso de meones, listillos y especialistas en evadir obligaciones. El propio sofisma de las terminales permitía, a menudo, que adecuadamente manejadas eludieran el control al que el tambor las sometía.

-¿Porqué me preguntas esto? Deberías saberlo-. Respuesta habitual a una consulta efectuada por un agente que conocía perfectamente el procedimiento a seguir. Levantar la mano era suficiente para ralentizar la llamada y tomarse un respiro. Los agentes podían tener dudas y los coordinadores debían resolverlas. Así de fácil era para una persona que no deseaba mantener el ritmo exigido. Así de complicado para los coordinadores. –Su tarea es hacer y hacer que hagamos. No me gustaría estar en su lugar-. La reflexión de Palmira, excesivamente benévola en su apreciación, le sirvió para dar por buena la visión global que tenía de la galera y algunos de sus personajes. Ordenar conceptos es entender aquello que queremos conocer. Ya no le eran necesarias las comparaciones. Dejaría de emular remos, galeras, látigos y tambores.

El turno ya se estaba preparando para entregar el testigo a quienes iban a darle continuidad al esfuerzo. Aisha ralentizó el ritmo de los latidos de su navegador. Pero no pudo disminuir el aluvión de preguntas que la invadían. Sentía gratitud por el gesto de sus compañeros. Sin embargo estaba convencida de que los incidentes con Violeta se repetirían. No fue esta la primera vez y todo indicaba que no sería la última. Algo o alguien le otorgaban impunidad a aquella mujer para traspasar los límites del respeto con el único objetivo de hacer daño. La evidencia de sus malas intenciones era clara; pero nunca pasaba nada. Aisha se preguntaba porqué. Se lo preguntaba buena parte de la plataforma.

El “Yayo” no se hacía preguntas. También había sufrido, de modo reiterado, los golpes del ariete de Violeta. Nadie estaba a salvo de su acoso. Jacobo lo soportaba con madurez. La edad endurece la muralla de la ofensa y no era fácil que una actitud incoherente y dislocada venciera su serenidad. No por ello dejaba de estar enojado, más que con Violeta, con quién le había concedido patente de corso para piratear por mares ajenos y abordar a muerte sus bajeles. Era inexplicable que nadie tomara medidas para evitar algo que dejaba de ser anecdótico cuando provocaba diagnósticos en centros de salud. Aisha había abandonado su puesto en varias ocasiones a causa de crisis de ansiedad y taquicardias extremas. Nunca hubo una reacción mediadora. Prevalecía la impunidad a pesar de los informes médicos.
-Algún día escribiré sobre esto-. No era la primera vez que Jacobo regurgitaba su propósito. Llevaba años recopilando información. –Puede que no le interese a mucha gente. Pero tengo que contarlo-.Nunca es mala la verdad.

Ni un solo minuto de calma. Los lunes eran temidos en la plataforma.



CAPITULO III

Habeas corpus



-Lo siento, señora Ochoa. Pero no podemos admitir lo que nos cuenta como denuncia- . La miraba con simpatía mientras derrotaba su esperanza. –Fue su padre el que invitó a su marido. La orden de alejamiento no contempla esta situación-. Palmi se sintió mas desamparada que nuca. Se arrepentía de haber acudido a la policía para contarle lo ocurrido. Las leyes son tan rígidas como ambiguas. -¿Qué puedo hacer, inspector?-. Más que una pregunta era una súplica. Continuó. –Mis padres no quieren ver lo que pasa. Y mis hijos están con ellos. Tengo miedo de ir a buscarlos-. El inspector hizo un gesto de asentimiento. –Lo que puedo hacer por usted es acompañarla a recoger a sus hijos- Palmi se lo agradeció con una pregunta. -¿Y a donde les llevo?¿A dormir en un banco del parque? Mis amigas me han ofrecido su casa de modo temporal pero allí no puedo llevar a los niños. Apenas cabemos las tres.-Se estaba desmoronando. –Hable con AMM, la asociación de mujeres maltratadas. Igual pueden hacer algo por usted.-Mientras la aconsejaba el inspector se incorporó dando a entender que la conversación había terminado. Aitor no había infringido el dictamen del juez y la policía no estaba facultada para intervenir en una desavenencia familiar entre padres e hijos. Tampoco era una agencia inmobiliaria. Ni mucho menos el teléfono de la esperanza. Cerró la carpeta que contenía el historial de Palmi y hizo el gesto de acompañarla a la puerta.

Al salir a la calle recibió la enésima llamada de su padre. Tenía que contestar. Esconderse no serviría de nada. –Hola, papá-. La ira de Ramón le llegó sin saludo. -¿Te parece bien preocuparnos así? ¿Sabes cómo está tu madre? ¿Has pensado en tus hijos? ¿Dónde coño estás?-.Palmi le contó a su padre todo lo sucedido. Ramón, de manera inesperada, la dejó hablar hasta que su hija le dijo que salía de la comisaría y pensaba dirigirse a la asociación de mujeres maltratadas. -¡Ya estamos con lo mismo! No es esto lo que nosotros sabemos. Los jóvenes de ahora le llamáis mal trato a que un hombre se ponga en su lugar. La culpa de todo la tiene tu manía por trabajar en ese puticlub en lugar de cuidar de tu marido y de tus hijos. Una mujer casada no puede hacer según que cosas, y mucho menos vestirse como si anduviera buscando novio.- No dejó margen para la réplica de su hija. – Lo que vas a hacer ahora mismo es venirte, preocuparte por tus hijos y ponerle remedio a tu comportamiento. Aitor sigue dispuesto a olvidarlo todo. Eso si, ni se te ocurra seguir con esa mierda de trabajo que te has buscado. ¿De acuerdo?- Palmi no contestó. -¿Me has oído hija? ¿Me he explicado?.... ¡Palmira, contéstame!- Ramón no se había dado cuenta de que ya no hablaba con nadie. El móvil de su hija descansaba desconectado en un lateral de su bolso mientras ella caminaba hacía AMM con la idea de pedir ayuda. Pasara lo que pasara mañana regresaría a la plataforma.

Ramón le contó a Aitor lo sucedido. La llamada duró lo suficiente para enfurecerle. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para que su suegro no lo notara. Era el comodín de su partida y no quería malgastarlo en fuegos de artificio. –Se va a enterar de quién soy yo. Se va a enterar, lo juro-.

El Parque del Lago se había convertido en su refugio. Preferían perderse entre la multitud a la intimidad inexistente del apartamento. María se estaba comportando bien pero no sabía desaparecer cuando era necesario.
-Me alegro de que hayas tomado la decisión de reincorporarte. No te olvides de llevar todos los justificantes. Ya sé que es jodido que se sepa lo que te pasa. Pero no te queda otra, Palmi-. Más que un consejo sus palabras pretendían darle ánimo.–Cuéntame lo de AMM. ¿Qué te han dicho?-Palmi le contó de un tirón lo sucedido. La recibieron con mucho cariño; apenas echaron un vistazo a la documentación. No les importaban los formulismos. Su misión era otra. Como solución inmediata podían ofrecerle alojamiento en un piso compartido con otras tres mujeres. Solo que, provisionalmente y hasta que le consiguieran algo mejor, tendría que instalarse sin los niños. –No podía aceptar eso, Palmira. Los niños tienen que estar conmigo. No pueden seguir con los abuelos. Ni lo entenderían ni quiero que nunca tengan que entenderlo- . Hizo una pausa para encender un cigarrillo. –Si aceptara eso entre mis padres y Aitor me convertirían en culpable-. Palmira asintió con la cabeza dejando continuar a su amiga. –Ainoa y Urko son demasiado pequeños para asimilar lo que está pasando. Si hubieras visto como miraban a su padre. No quiero que me odien, no quiero perderlos, no quiero-. Hizo ademán de tirar el cigarrillo. Palmira la contuvo asiéndola por la muñeca. –No lo tires. Anda, invítame a uno y escúchame-. Se estaba acostumbrando a fumar en los momentos que le parecían importantes. Y este lo era. Pestaña roja.
-Se me acaba de ocurrir. ¿Qué pasaría sin nos buscáramos un pisito y nos fuéramos a vivir juntas con tus niños?-.

Tenía toda la tarde para rehacerse del imprevisto. La reacción de los coordinadores la había pillado por sorpresa. Normalmente pataleaban pero le resultaba sencillo eludir la situación. Cinco minutos con Gracia, y otros tantos con Ambar. La relación gestor- cliente prevalecía sobre cualquier conato de enfrentamiento y bastaba un propósito de enmienda para que se llegara a un acuerdo de voluntades que sobreseía la causa y sus efectos.
El rosal seguía pegado a la pared confirmando que nunca alcanzaría la ventana. Una araña se había convertido en ocupa de aquellas ramas muertas y su tela retenía algunos insectos hasta la hora de la cena. Violeta se entretuvo en la visión de una mosca diminuta que todavía se esforzaba en escapar de su destino. Apenas podía moverse y cada intento la alejaba más de la libertad que nunca recuperaría. Dejó de moverse. Posiblemente todavía conservaba un hilo de vida. Como no había manera de saberlo Violeta abandonó su curiosidad, sacó las llaves del bolso y entró en su casa pensando que cabía la posibilidad de que la araña devorara a sus víctimas antes de que murieran.
Albergaba fundadas sospechas acerca de quién había tenido la iniciativa de envolver en celofán una queja contra ella con la excusa de pedir que no se admitiera la renuncia de Aisha. Había salido ilesa porqué el altercado había quedado en un segundo plano al darle prioridad al efecto en lugar de abordar la causa. Pero era consciente de que esta vez la quemadura había levantado ampollas y ningún herido estaría dispuesto a aplicarse un apósito de silencio a modo de borrón y cuenta nueva. Ella tampoco pensaba hacer eso. Descolgó el teléfono y marcó para encontrar ayuda y protección. Siempre las conseguía.
Aisha arrinconó su preocupación para centrarse en la llegada de su madre. En dos días estaría allí y quería disfrutar de su presencia. Decidió no contarle nada de lo ocurrido. No quería preocuparla. Sintió auténtica avidez de dulce y bajó al chino de la esquina para comprar la cantidad de azúcar que el cuerpo le exigía.
Le resultaba estupendo sentarse frente al televisor, seleccionar cualquier programa que le pareciera entretenido y meter la mano a ciegas en la bolsa para dejarse sorprender por el sabor de su elección. Husmeando canales la pantalla le ofreció un documental de National Geographic dedicado a la India. Uno de las mayores causas de muerte imprevista era la picadura de una cobra. Al buscar en la bolsa algo que llevarse a la boca sintió un tacto viscoso que la obligó a buscar otro programa menos realista.
Jacobo esperó a que fueran las siete para llamar a su hija. Su nieta mayor no quiso ponerse al teléfono. Estaba ocupadísima jugando a ser maestra. La pequeña era demasiado pequeña. Pero le soltó un -¡Hola, yayo!- que le llenó de satisfacción. Todas la semanas hablaban varias veces para hacer más llevadera la distancia que les separaba. Terminada su charla se sentó frente al ordenador para transportar anotaciones que, un día si y otro también, depositando en un cuaderno de espiral.
Su mujer se le acercó. -¿Otra vez lo mismo?-. Jacobo no respondió. En su lenguaje de pareja determinados silencios eran una afirmación. Ella respetaba esos momentos porqué era consciente de que para Jacobo algunos de sus compañeros, y muy especialmente Aisha, le inspiraban un sentimiento paternal que no escondía. No era un gesto protector. Jacobo siempre había permitido que sus hijos volaran y descubrieran por si mismos lo que la vida les fuera deparando. Pero nunca dejaba de estar alerta por si fuera necesario darles un empujón evitando que les alcanzara la maceta que alguien les tirara desde un balcón.
Cuando quieras cenamos-. Era una señal que el Yayo interpretaba como orden. Se levantó y puso proa a la cocina para ocuparse del adrezzo de la mesa. “Madrileños por el mundo” le parecía insoportable. Todos los que allí aparecían eran gente aposentada y sin problemas. La previsión del Meteosat decía que el verano ya estaba doblando la esquina.

Resultó todo mucho más sencillo de lo esperado. Le contó a Ambar lo que le estaba pasando. La supervisora no la dejó terminar. –Lo siento, de verdad. En cualquier caso no te preocupes. Déjame copia de esta documentación. Hablaré con personal para que solo te descuenten las ausencias y no te penalicen por falta de justificante. Hay cosas que no se pueden justificar de manera puntual- Le recomendó que no contara nada a nadie. –Esto está lleno de bocazas que disfrutan con las miserias ajenas. ¿Se lo has contado a alguien?-.Palmira Ochoa estuvo a punto de contestar que no. Pero prefirió sincerarse. –Bien, supongo que tu amiga será tan prudente como exige la situación-. La réplica de Ambar iba cargada de la asepsia que le imponía su puesto.
No le fue tampoco complicado saludar a sus compañeros de raspa agradeciéndoles el interés que le mostraron por su salud. Regresar al trabajo no resultaba difícil. Lo que se le hacía inabordable era regresar a su vida a sabiendas de que nunca podría recuperarla. O volvía a nacer o solo sería un espectro.
Maruja solo se sentía bien cuando ejercía como tal. Necesitaba captar la atención de los que la rodeaban y era capaz de cualquier cosa para conseguirlo. La miel atrae a las hormigas y, de modo natural, se había formado un grupo que autoabastecía su morbo a base de chismorreos. Los minutos que precedían a la conexión eran el punto de partida de su guión de la jornada. Maruja era la que siempre daba el pistoletazo de salida.
-¿Os habéis fijado en las inseparables? Yo creo que se lo han montado-. Su tono no era de sospecha sino de certeza. Alguien quiso ser coherente. -¡Jo, Maruja! Que la Palmira Ochoa está casada y tiene hijos-. La reina del chisme no podía consentir que se la contradijera. –Eso no significa nada. También lo estaba Michael Jackson y ya ves…¡ja, ja, ja, ja!...¡Que inocentes que sois!...¡Si os lo digo es porqué sé de lo que hablo!...Lo que no puedo es hablar más-.
Una operadora con síntomas evidentes de embarazo pasó cerca del grupo en busca de una cabina donde conectarse. Maruja apuntó en su dirección y lanzó el segundo disparo del día. –Y esta… ¡No me digáis que no sabéis quién es el padre de esta criatura!-. Un no multitudinario con sordina la invitó a continuar. -¿De verdad que no sabéis que el padre es Manuel, el supervisor?- Se sintió protagonista y feliz al contemplar lo atónitas que se quedaban sus compañeras. Eran las ocho menos dos minutos. Tiempo suficiente para que la misma operadora que buscaba coherencia con el supuesto rollo de las Palmiras preguntara. -¿Cómo se llama la preñada?-. Maruja encogió los hombros y respondió –No tengo ni idea. Solo sé quién es el que le ha puesto la tripa como un globo- . Las voces de los coordinadores anunciaron que era hora de dejar de mentir.
Todo el mundo en disponible, por favor. Todo el mundo en disponible-.
A Maruja no le entró ninguna llamada al conectarse y tuvo tiempo de cerrar su programa de calumnias anunciando su próxima edición.-Y todavía no os he contado lo mejor…-Una llamada inoportuna tuvo el don de la oportunidad interrumpiendo el siseo de otra de las serpientes del terrario. Un peligroso ejemplar de mamba negra.
-Gracias a usted por su llamada. Buenos días-. Palmi recuperó su pulso profesional a los poco minutos. Era la hora de su primer descanso. Buscó a Palmira y viéndola atareada emprendió el camino a la salida. La máquina de vending se tragó los 40 céntimos a cambio de una bolsita de galletas integrales dispuestas a convertirse en desayuno. Bajó a la calle buscando un sol que todavía no era molesto. Quince minutos bien administrados dan mucho de si. Comió la mitad de las galletas y buscó en la nicotina lo que su sangre le pedía.
Dedujo que su padre estaría buscando nuevos argumentos para convencerla de su papel de esclava. Era algo que la preocupaba pero que ya no temía. Lo que realmente la horrorizaba era la posibilidad de que Aitor entrara en ebullición. No tenía que pensar en eso ahora. El orden de prioridades la aconsejaba resolver, antes que nada, el acomodo en un lugar donde pudiera llevar a los niños. La idea de Palmira le parecía excelente y deseaba que llegara la tarde para concretarla. Dio gracias al destino por haber permitido que su amiga se cruzara en su vida. A los 29 años nadie hipoteca su juventud compartiendo casa con una madre y dos mocosos que huyen del infierno. Palmira de Palma era irrepetible. Más que como a una amiga ya la veía como a una hermana. No sabía, todavía, que para Maruja ya eran mucho más que eso.

Fue necesario un solo día para que la pecera se convirtiera en memoria. Sus agentes se mudaron a una raspa contigua a la que Palmira solía ocupar. Había caras nuevas llegadas de otras áreas de la plataforma. A medida que el departamento crecía sus miembros iban descubriendo que no tenía nada de elitista y que ellos se habían convertido en multiusos. Mitad desencanto, mitad decepción, nada de entusiasmo. Algo que se contagiaba a los recién incorporados. Mientras permanecieron en su escondrijo de cristal se les llamaba agentes Bussines. Cuando salieron fuera, a mezclarse con lo menos excepcional, les cambiaron el nombre. Ya no solo recibían llamadas de usuarios con determinados privilegios sino que atendían también otros grupos que disfrutaban de tratamiento especial diferenciado. Desde aquel momento pasaron a llamarse agentes Gold Plus.
Tanto se les había vendido la idea de que iban a ser el séptimo de caballería de la plataforma que les resultaba difícil aceptar su desmitificación a golpes de llamada. El contacto con el exterior de la pecera les puso a tiro de los vaivenes que sufría la sala cuando las llamadas desbordaban las previsiones y la perdía capacidad de respuesta. Si antes se les conectaba a la normalidad de forma esporádica con el cambio pasaron a formar parte del disloque.
El grupo seguía bajo la tutela de Violeta. Esto hacía complicada la selección de agentes a incorporar. Los preseleccionados hacían lo imposible para mantenerse donde estaban. Llegaron al extremo de enfermar en los días previstos para su formación en la materia. La urgencia empresarial por aumentar el contingente hacía el resto. Cuando se reincorporaban de su inoportuna indisposición el ciclo formativo ya había finalizado.
Los coordinadores sufrieron también las consecuencias. Fueron varios los considerados no aptos para la tarea de control de Gold Plus. Algunos volvieron a su etapa anterior conservando la categoría. Otros, menos afortunados, fueron devueltos a las cabinas. No habían superado los seis meses de prueba.
Palmira vivía aquella época de cambios con la mayor curiosidad. Su única estrategia consistía en trabajar bien sin que se notara demasiado su presencia. Evitando sobresalir incluso cuando tenía ocasión de hacerlo podría pasar desapercibida y dedicarse, sin más, a facilitar asistencia a conductores contrariados.
La proximidad a Gold Plus le permitía sintonizar con lo que allí pasaba y relacionarse con alguno de los operadores. La encantaba escuchar las peroratas de un agente que le provocaba dudas acerca de su origen. Su entonación confundía. A veces le parecía canario y en ocasiones cubano.
-Somos felices aquí- . Era peculiar manera de saludar de Waldo. Cuando Palmira escuchaba esa frase ponía toda su atención. Waldo no se daba por satisfecho con ese cometario. Levantaba la mano para atraer a cualquier coordinador y, cuando éste se acercaba, continuaba con su guasa. –Somos felices aquí, ¿verdad? Yo vengo todos los días a darlo todo por la empresa. No me deis descansos si no me los merezco. He venido a trabajar.- Era imposible enfadarse con él. Sabía cuando podía bromear y nunca lo hacía en momentos inoportunos. A Palmira le caía bien aquel buen hombre, de edad y lenguaje indefinidos, por su manera de soslayar el protocolo y desdramatizar las cosas.
Cubano o canario. Daba lo mismo. Aquel centro era un arco iris cosmopolita donde convivían y compartían razas, etnias, nacionalidades, religiones y culturas. En una sola raspa podías ver un hijab, pieles tostadas caribeñas, voces de Europa del este, acentos del Guadalquivir y modismos inconfundibles de Perú, Ecuador o Colombia. Toda una simbología de la universalidad del ser humano. Daba lo mismo ser musulmán que mormón.
Tan entretenida estaba en sus pensamientos que Estrella tuvo que ir a recordarle que tenía que tomarse un descanso que le habían dado hacía más de diez minutos. Al pasar cerca de Palmi le dio un apretón cariñoso en el hombro. Un gesto afectivo que no se le escapó a Maruja. –Recordadme luego que tengo que contaros algo-.
A las cuatro Waldo seguía bromeando. –Creo que hoy no he trabajado lo suficiente. Me quedo hasta la noche. Me quedo hasta que pueda justificar lo que me pagan-.Sus compañeros de las raspas de Gold iban desfilando hacia su vida privada. Se levantó y con aires de culpabilidad liberó la terminal. Era hora de marcharse.
-Bien. Nos lo quedamos. En cuanto lleguemos a casa le hacemos la transferencia de la fianza por Internet y mañana por la tarde firmamos el contrato-. Ambas partes dieron la operación por cerrada cuando la propietaria del piso rebajó sus exigencias y dio por buenos los 600 euros que le ofrecían. Era mejor bajar en 50 sus pretensiones que pasar otros seis meses con el piso vacío. Sesenta y siete metros cuadrados bastante bien distribuidos en un salón bastante amplio, dos habitaciones óptimas para sus necesidades. Una de ellas tenía su propio baño y junto a la cocina, equipada con dignidad, había un cuarto de aseo con un plato de ducha. El salón daba acceso a una pequeña terraza interior que ofrecía magníficas vistas de otras terrazas y ventanas del vecindario. Solo la habitación principal y su baño tenían ventanas que dieran a la calle. El barrio parecía tranquilo y estaban a cinco minutos de una parada de la línea de bus que las llevaría a trabajar. El Parque del Lago a una distancia similar a la que lo separaba del apartamento de Palmira. No era un palacio pero a Palmi se lo pareció. Cuando Urko y Ainoa jugaran en el salón lo sería.
Bajaron las tres juntas a la calle. En la papelería hicieron fotocopias de sus D.N.I. y se despidieron de la arrendadora de manera afectuosa. Palmira se comprometió a acercarse a la calle del Carromato para contratar una furgoneta de las que se ofrecían a hacer transportes a precios razonables. No quiso pensar en que les diría a sus padres para justificar que el dinero que le dieron para matricularse y pagarse el curso de fisioterapeuta estaba a punto de volar, en parte, a la cuenta de la propietaria del piso que acababan de alquilar. Siempre que no queremos pensar en algo no dejamos de hacerlo.

Maruja llegaba a casa más cansada de propagar rumores que de trabajar. Su mente era una fábrica de supuestos que ella convertía en noticia. Los difundía deliberadamente porqué se sentía bien desacreditando a los demás. No le importaba el daño que pudiera hacer. Era la fórmula ideal para enterrar, durante ocho horas diarias, todas las miserias de su propia vida.
Su marido, Venancio, se había quedado dormido en el sofá. Lo zarandeó sin reparo hasta que logró que despertara. -¡Eo, tío, despierta que ya he llegado!-.Mientras Venancio emergía del letargo continuó azuzándole. -¿Ni la cama has podido hacer? Y seguro que me dirás que no has tenido tiempo, que te has pasado la mañana yendo de aquí para allá buscando curro. ¡No me jodas, hombre! Que no te voy a creer. Eres un vago de mierda-. Todos los días, a la misma hora, Maruja soltaba la misma perorata con mínimos cambios. Todos los días, a la misma hora, Venancio se peinaba con los dedos intentando recomponer su imagen de don nadie. –Pues si, aunque no te lo creas. Pero nadie tiene nada para mí. Unos me dicen que soy mayor y otros que buscan gente más joven. ¿Qué quieres que haga? A los cincuenta nadie quiere contratarte ni para hacer mandaos-. Maruja no soportaba el conformismo de su marido.- ¡Yo tengo cuarenta y cinco y me he buscado la vida! Seguro que no has llegado ni a cruzar la calle. ¿Para qué si el bar está aquí al lado? ¿Cuanto debes ya? No quiero que vuelvan a pararme para pedirme los cuartos que te has gastado mamando…Mamando tú y tus amigos. Que encima vas de chulo y les invitas-.
Venancio se metió en el baño y rindió cuentas escatológicas con el ímpetu que le daban varios botellines de cerveza y dos raciones de bravas recalentadas.
-No cagarás lo que te has gastado, no…-. Fue el último estallido de Maruja antes de entrar en el dormitorio, abrir la ventana y tirar de las sábanas hacia arriba para que pareciera medio hecha. El regreso al salón coincidió con un portazo inconfundible. –Este se bebe el Tajo y no revienta-. Cada día era un calco del día anterior. Venancio se escapaba en busca de lo que nunca encontraba y ella buscaba en la tarde televisiva motivos para encontrar motivos que la permitieran imaginar la vida de otros tan dañada como la suya.
Si Joselín de Ubrique tenía un hijo con una churrera de la feria de Sevilla alguien de la plataforma iba a tener un hijo con el informático de guardia. Ojo por ojo y diente por diente. Da lo mismo que te muerda una mamba negra que una cobra. Las dos pueden matarte.
Cuando la noche pintó de oscuro el lienzo de la ventana del cuarto de Palmira, ella buscó el punto en “Los Pilares de la tierra”para no perder la costumbre de dormirse con la luz encendida. Palmi había conquistado el sofá del salón y María, como casi siempre, no tenía previsto llegar hasta que se le ocurriera hacerlo. Era la última noche que iban a compartir aquel techo. Luna nueva, noche sin sombras. La noche no es selectiva. Nos envuelve a todos lo merezcamos o no.
Aitor se había pedido dos días libres. –Tengo que hacer algo-. Este último pensamiento se durmió con el. Mañana se pondría manos a la obra.

Maruja miró a su izquierda. Venancio ya dormía. Su cuerpo despedía un olor ácido al que su mujer ya se había acostumbrado. Casi siete mil noches como aquella había sido suficientes. –Tengo que hacer algo-. Se dio media vuelta y buscó el sueño. Era posible que mañana las cosas cambiaran.
-Tengo que hacer algo, Amparo- Fue la despedida de Ramón al arroparse con la sábana y la seguridad que le daban sus convicciones. Mañana lo intentaría de nuevo.
A su izquierda, P.P. dormitaba con los auriculares puestos. Siempre se dormía escuchando “Hora 25”. Violeta apagó la luz del último cigarrillo y tomó un sorbo de agua. Buscó el interruptor. El dormitorio desapareció como si nunca hubiera estado allí. –Tengo que hacer algo-. Se cayó en el precipicio de los sueños convencida de que había cosas que no podían esperar.

Próxima entrega el miércoles 15.


















Se levantaron tempranísimo para recoger sus pertenencias y dejarlas listas para la mudanza. Palmi, que apenas tenía nada allí, se dedicó a ayudar a su amiga. A las siete menos cuarto lo más importante ya estaba empaquetado o metido en bolsas de viaje y bolsas de supermercado. Dos cajas de zapatos sirvieron para custodiar los libros de Palmira.
María hizo un esfuerzo sobrehumano abriendo los ojos fuera de plazo para tomar café con ellas. A su manera sentía aprecio por Palmira. Era consciente de que convivir con su anarquismo no era tarea sencilla y le agradecía su capacidad de soporte. Nunca llegaron a discutir. Por Palmi sentía admiración sin conocer el motivo. Las emociones de María eran infranqueables y consiguió que así permanecieran. –Mejor despedirnos ahora. Cuando vengáis por la tarde a recoger vuestras cosas yo no estaré-. Tomó un sorbo de café y siguió despidiéndose con esa tranquilidad que le hacía parecer indiferente. –Palmira, guapa. No te olvides de dejarme las llaves al marcharte. La semana que viene llega mi nueva compañera y las necesitaré para ella-. Palmira asintió con la cabeza. –No te preocupes. Las dejo aquí mismo, sobre la mesa. ¡Ah! Y tú no te olvides de llamarme cuando llegue el recibo de la luz. ¿O quieres que te deje, más o menos, lo de todos los meses?-. María se negó a cobrar por anticipado.
-Bueno, chicas. Yo me vuelvo a la cama. Ha sido un placer tenerte como compañera, Palmira. Y a ti lo mismo, Palmi. Espero tener ocasión de conocer a tus dos perlas-. Se besaron con afecto. María se precipitó en sus sábanas y ellas emprendieron el camino a la parada del bus comentando como iban a organizarse para que la mudanza se produjera sin problemas.
Instalada en su rutina Violeta despreció medio cigarrillo y salió en busca de su coche. Al pasar frente al rosal se detuvo para ver como andaba la despensa de la araña. Apenas quedaban restos de la tela. A menos de un metro, en la pared, una lagartija buscaba los primeros rayos de sol de la mañana. Los animales de sangre fría necesitan calor para digerir el desayuno. El rumbo de las cosas puede cambiar en décimas de segundo.
Soportó el atasco a sabiendas de que no tenía poderes para hacer desaparecer a todos los que habían decidido compartir con ella aquel tramo del trayecto. Le bastaría llegar con tiempo suficiente para tomar un café y fumarse el correspondiente pitillo. No tenía decidido que iba a hacer para reemprender su cacería a pesar de que la llamada telefónica de la noche le había regalado los oídos. Tenía que elegir entre la paciencia de la araña o la inmediatez del reptil.
Clavó las pupilas en el espejo retrovisor y todas sus dudas se disiparon.
Aitor no se sorprendió por despertar en el sofá. La botella de Ballantine’s era material a reciclar. Tenía mal sabor de boca y la cabeza le pedía clemencia esperando que tomara algo que acabara con los pinchazos en la nuca. No solía beber; al menos no solía beber tanto. Estaba acostumbrado al anís y cualquier otra bebida le podía.
Una ducha fría no bastó. Las ideas seguían entumecidas y espesas. Necesitaba despejarse. Necesitaba toda la claridad del universo para ponerse en marcha. Tenía dos días y dos noches para recomponer el orden familiar. –Palmira es mía. Siempre será mía. Ella lo sabe. Seguro que lo sabe -. Era el momento dulce en el que su sentimiento de posesión le hacía creer que su mujer se arrepentiría del error cometido. Volvería pidiendo perdón, jurándole que nunca más se alejaría de su lado.
Cuando esto sucedía se crecía. La visión de Palmira abriendo la vitrina para servirle una copa y sentarse a su lado le llenaba. Para aterrizar en la realidad le bastaba, como ahora, con hacerse cargo de que su mujer hacía casi un mes que no pisaba aquella casa. Entonces Mr Hyde llamaba a la puerta de Jekill y la mutación se producía. –La traeré a casa aunque sea a rastras. Es mía. O mía o de nadie. Antes la mato-.
La noche no es selectiva. El día tampoco lo es. Despertamos y nuestras ideas despiertan con nosotros dispuestas a cambiar todo aquello que pueda entorpecer nuestros deseos. Amanece para todos, sea cual sea el proyecto que nos alimenta la existencia. Vida y muerte son lo mismo. Solo así se entiende que en un mismo mundo haya tantos mundos distintos.
Maruja no sabía cual de esos mundos era el suyo. Venancio roncaba con estrépito. Abandonó aquel tálamo abandonado dándole patadas a la ropa sucia de su marido esparcida por el suelo. – No pienso recogértela. ¡Ni que fuera la criada! -. Lo balbuceó sin convicción. Sabía que a su regreso la ropa seguiría allí y la cama estaría por hacer. Venancio habría cambiado el colchón por el sofá y la ventana del dormitorio permanecería cerrada para que no se escapara el tufillo a noche sucia que solo se dejaba de respirar cuando Maruja cerraba la puerta del piso para ir a trabajar.

A las ocho y poco las llamadas empezaron a llover. El protocolo se puso en marcha con presteza. Los coordinadores aceleraron su paso por las raspas, Aisha pilotaba desde el puente de mando y los supervisores marcaban pautas para evitar el atasco que se avecinaba. Salitre dejó de otear en busca de posibles presas mientras Jairo Magno y Salomé apelaron a su incontinencia renal para reducir su esfuerzo.
Violeta se acercó a Aisha colocándose a su espalda. –Mírame los tiempos, por favor-. La coordinadora sombreó con el ratón los doce minutos que Maruja llevaba empleados en la atención de una llamada. - ¿Qué le pasa a esa agente? -. La pregunta era seca. – No lo sé. Ahora mando a un coordinador para que vea -. Respuesta no válida. – Con un tiempo como este, tú ya tendrías que saberlo -. No la dejó respirar. -¿Porqué hay tanta gente descansando? -. Aisha ya sabía lo que le esperaba. – Son los de las siete, Violeta. Tienen que salir ahora. Si salen más tarde se retrasan todos los descansos de la sala -. Violeta se tomó un respiro.
Jacobo se acercó al puente de mando. Era una maniobra habitual. Si Violeta permanecía más de dos minutos cerca de Aisha los coordinadores acudían al rescate. La supervisora se incomodó. Viendo llegar a Jacobo estiró el brazo hacia la pantalla y con un dedo rastreó los tiempos de los operadores. Todo estaba en orden. No había llamadas cuya duración fuera excesiva. No le importó demasiado. – Jacobo, por favor. - Mira que le pasa a Salitre. Lleva cuatro minutos…-. El Yayo hizo uso de los reflejos que le proporcionaba el antídoto.
- Ve tú si quieres, Violeta. Yo no pienso ir a ver que pasa con una llamada que acaba de empezar -. Una mano levantada le sirvió de trampolín para dejar a Violeta con la palabra en la boca.
A los pocos minutos Ambar tuvo que llamarle la atención a su coordinador mientras esbozaba una sonrisa de complicidad.
- Esto no se va a acabar nunca, Ambar -. La supervisora asintió a modo de confirmación. El coordinador regresó al campo de batalla sin perder de vista a Aisha. Las llamadas habían remitido y no tenía a nadie a sus espaldas.

Amparo no se sentía demasiado bien. Le pidió a Ramón que se ocupara el de llevar a los niños a la escuela. Ramón siempre creyó que esto era cosa de mujeres. Se mordió la lengua y tiró de los pequeños hacia el ascensor. Ya estaba reparado y tenía garantizado el regreso a casa sin que su lumbalgia se resintiera.
-Vamos, Urko. Ahora tú eres el hombre de la casa. Aprieta el botón para bajar-.
El chiquillo hizo gala de su condición viril buscando la” B” para pulsarla con firmeza. -¡Ya está abuelo! ¿Verdad que lo he hecho muy bien?-. Su hermana no estuvo demasiado conforme con aquello. -¡Yo también sé! ¡Yo también se apretar el botón, abuelo! -. Reivindicó sus aptitudes con toda la fuerza que le daba su inocencia. Urko defendió su protagonismo. -¡Vale, pero yo soy el hombre de la casa y tú no! -.
Los dejó en manos de la profesora. Volvería a casa dando una vuelta para acercarse al kiosco y comprar el ABC. Eran las nueve y poco. Entró en el bar dispuesto a cobrarse el servicio de acompañante que acababa de realizar. Nada mejor que una copa para recuperar su dignidad herida. – ¡Buenos días, Manolo! ¡Un café y una copita de ponche! – Lo vociferó mientras golpeaba la barra con el importe exacto y en monedas. - ¿Dos cincuenta, no? Aquí te lo dejo. Llévamelo a la mesa, por favor- . Se sentó y abriendo el periódico por la página de necrológicas miró la edad de todos aquellos que se le habían adelantado en la cola del cementerio.
- ¡Mirad, chicos! ¡Gente nueva! -. Todas las miradas se dirigieron al pasillo central donde una docena de personas desfilaban camino de la sala de formación. La mayoría eran mujeres. También la mayoría llevaban blocs de notas y algo para escribir en la mano. Intentaban capturar imágenes de cuanto veían para asimilar en lo posible lo que iba a ser su nuevo trabajo. Para muchos su primer trabajo. Se perdieron detrás de la puerta que daba acceso a la zona restringida. El murmullo de la plataforma obligó a los coordinadores a moderar lo inmoderable. – Por favor, bajamos el tono de la sala -.
Aisha se confortó pensando que tendría unos días de descanso. Supuso mal. En esta ocasión la formación de los nuevos agentes correría a cargo de Manuel.
No habría respiro para ella. Se preguntaba quién establecía los límites del respeto. Se preguntaba cuál era la situación a la que tenía que llegarse para que lo que hacía Violeta pudiera definirse como acoso. Se preguntaba si existía ese alguien y, de ser así, porqué consentía aquello. – Puede que algún día sea ella la que beba de su propia inquina -. Pensar esto no la tranquilizó en absoluto. Un deseo no deja de ser suposición y aunque llegue a convertirse en realidad no repara nada.
Jacobo se acercó al tambor. - ¿Estás bien, morita? -. Ahisa le contestó afirmativamente. Ambar se unió a ellos. Como si un imán los atrajera el resto de coordinadores se agolparon alrededor del puente de mando. Eran varias las voces que se hacían eco de la necesidad de no aceptar aquellos pactos de concordia que morían a las cuarenta y ocho horas.
Gracia se percató de que los coordinadores estaban donde no debían. Estuvo a punto de acercarse a Ambar para rogarle que indicara a sus chicos la necesidad de diseminarse por la sala pero prefirió desentenderse. Representar al cliente no significaba, en aquel momento, ignorar lo que estaba pasando.
Aquella concentración espontánea de los coordinadores no le pasó desapercibida a Palmira. La plataforma estaba al corriente de una situación que, de algún modo, afectaba a todo el mundo. No tenían información detallada pero si la suficiente para que fuera tema de conversación.
Verles a todos juntos le permitió dividirlos en dos grupos naturales. Algo parecido a lo que pasaba con los supervisores. Un bloque rígido y militarizado que había olvidado sus orígenes como agentes y una segunda facción que asumía su papel sin dejar de ponerse en el lugar de aquellos a los que ahora conducían. Todos, sin excepción, habían ocupado durante mucho tiempo algunas de aquellas cabinas. Todos habían levantado la mano pidiendo ayuda. La diferencia estribaba en su evolución a partir del momento en que cambiaron los auriculares por los pasillos de las raspas. A los ojos de Palmira unos destacaban por su voluntad de colaboración y otros por su deseo de hacerse notar. Optó por no asignarle pestaña alguna a su pensamiento y lo archivó en la carpeta de varios. Esto la ayudaba a comprender lo que Palmi le quiso decir cuando le confesó que tenía su coordinador favorito. No era un coordinador lo que su amiga prefería. Era un perfil concreto entre los dos que deambulaban por la sala.
Los nuevos agentes desfilaron en sentido contrario buscando la salida para tomarse el descanso de mediodía. Una llamada de Aisa invitó a Palmira a seguir el rastro de la comitiva. Con el trajín de la mudanza no se había preparado nada. Recurrió a un sándwich vegetal que por dos euros le amortiguó el apetito.
En la calle los alevines comentaban los pormenores de su formación. Hablaban de kilómetros, radios, domicilios y averías. Se les veía entusiasmados. Solo uno parecía estar ausente; se limitaba a escuchar y lo hacía sin demasiado interés. De vez en cuando miraba a otro lado como si buscara la salida de un espacio en el que no se sentía bien. – Este, al menos, debe ser fisio. – Se rió de su propia ocurrencia y cruzó la calle buscando la sombra protectora de un árbol. El verano ya asomaba en el calendario.
El Yayo regresó de su descanso. Aisha no estaba en su puesto. Le extrañó porqué normalmente le esperaba para que le sustituyera mientras ella se tomaba el tiempo de comida. Era Estrella la que llevaba el timón de la plataforma. – Hoy Aisha tenía prisa por comer, ¿no?- . Estrella le hizo un gesto con la mano pidiendo que esperara mientras desviaba una llamada de asistencia a un agente de Gold Plus. – No. Se ha sentido mal y Ambar la ha acompañado al hospital. Estaba pálida y le costaba respirar. Creo que ha tenido otra crisis de ansiedad -. Jacobo miró en dirección a las mesas de los supervisores. Solo estaba Manuel que atendía una consulta de Minerva. –Y estos... ¿Qué han dicho?- . Estrella le explicó que Manuel y Teresa se habían ofrecido para acompañarla y que otros ni siquiera se dieron cuenta. Jacobo le transmitió sus dudas al respecto. – Seguro que hubo quien miró a otro lado, Estrella -. Su compañera dibujó una sonrisa ambigua y siguió tecleando cambios en los canales de llamadas.

Tenía que saber donde se escondía su mujer. Amparo y Ramón no le habían servido de ayuda para eso. Era cosa suya.
Aparcó dos manzanas más abajo de la plataforma para alcanzar andando la esquina opuesta a la salida de Palmi. A los poco minutos la vio ganar la calle departiendo alegremente con otra mujer. –Lógico. Si tiene un tío no serán tan desvergonzados como para verse aquí -. Se marcó una distancia prudencial y la siguió hasta que cruzaron la calle y se detuvieron en la parada del bus. Retrocedió hasta el coche llevándolo al mismo punto de observación. No le iba a resultar difícil seguir al bus sin que le vieran. Consumó la persecución hasta el final. Palmira y Palmi se apearon. Aitor no las perdía de vista. Recorrieron los cincuenta metros que les separaban de la casa de María y cruzaron el portal.
– el 57 -. Metió calle y número en la cabeza mientras decidía esperar unos minutos. – Si no sale en media hora debo pensar que vive aquí -. Cabía la posibilidad de que aquella fuera la casa de su compañera. En cualquier caso le servía como punto de partida para controlar sus movimientos.
Una furgoneta blanca y sin rotular que estacionó a pocos metros del portal no le llamó la atención. Tampoco lo hicieron los dos hombres que, a los pocos minutos, iban colocando bolsas y cajas en el interior del furgón. Apagó el cigarrillo, miró por el retrovisor y se ganó el agradecimiento de un conductor que se sentía afortunado por el hueco que Aitor le dejó mientras orientaba el coche hacia la casa de sus suegros. Quería ver a sus hijos.

Amparo se sentía peor que en la mañana. Hizo el esfuerzo de recoger a los pequeños en la escuela para no desairar a su marido. Les dio una merienda de abuela y se retiró a su habitación con la esperanza de que tendiéndose un rato en la cama conseguiría mejorar. Cuando Aitor llegó dormía a pesar de la sensación de ahogo que apenas la dejaba respirar.
- La he localizado. Sé donde se esconde -. Ramón le pidió que continuara. –Creo que es la casa de un compañera de trabajo. Y no sé si tiene alguna historia con un tío. La he visto desarreglada para eso -. Lo dijo para tranquilizar la mayor de sus sospechas. La respuesta de Ramón le creó de nuevo serias dudas. – Demasiado apañada no puede ir, Aitor. Se fue de aquí con lo puesto. Deberías saberlo. Tu estabas cuando se marchó- . Aitor maldijo la memoria de su suegro. Era cierto. La ropa que llevaba cuando la siguió no encajaba con su forma de vestir. Se la habría prestado esa amiga. -¡Joder! ¡Le presta la ropa y la cama para que se revuelque con otro! -. Lo exclamó entre dientes intentando que Ramón no le escuchara. –Bien, hijo. ¿Qué piensas hacer?-. No podía responder a eso. Le salvaron sus hijos que entraron corriendo en el salón y le abrazaron. Urko con su inseparable avioneta en las manos. Ainoa con la cara pintada con galletas reblandecidas. -¡Papá! ¿Nos llevas al parque?-. Les distrajo de su idea con un engaño –Ahora donde voy a llevaros es a la cueva de Alí Babá. ¡Escondeos! ¡Rápido! ¡Cuento diez!- La inocencia es algo que nunca deberíamos perder.
Hyde estaba adueñándose de Hekill. Aitor no tenía ningún interés en presentarle a su suegro tan siniestro personaje. La idea de que Palmi tuviera un amante le obnubilaba. La mejor excusa para no reconocer nuestro delito es convertir a la víctima en culpable. – Me voy a casa, Ramón. Necesito pensar. Intenta llamarla tú, por favor. Dile que la necesito, que sus hijos y yo la necesitamos- . No esperó respuesta porqué no le interesaba, fuera cual fuera, el pensamiento de su suegro. Hyde ya mandaba y había llegado su momento. -¿A qué has venido, Aitor? -. La pregunta no le llegó. Había cerrado la puerta antes de que Ramón la formulara.

Salitre dio por finalizado su rastreo. El resultado no era demasiado esperanzador pero sabía adaptarse a las circunstancias del coto. Si no oteaba gacelas su punto de mira se resignaba a la caza de una loba. Lo importante para él era apretar el gatillo. Nunca le hacía ascos a un disparo, fuera cual fuera la edad de su presa.
Era un filósofo de saldo pero intuía el furor uterino a cualquier distancia. Aquella loba destilaba anhelos. Le pareció suficiente para iniciar la cacería de Maruja.
Necesitaba convencerse a si mismo y para ello se dedicó a sublimar la imagen de aquella mujer que no tenía reparos en abrir la ventana de su escote. La imaginó fuera de la sala, hablando por los codos, dejándose halagar por un pico de oro como él, relajándose en la confianza, olvidándose de prudencias, sirviéndose otra copa y acercándose con descaro para pedir fuego para un cigarrillo y para ella. –Seguro que es de las que se calientan a la primera-. Siguió entrando en calor imaginando sus logros hasta que dio por buena su auto motivación. Se levantó de la mesa para buscar en el mueble algún libro cuyo título le sirviera para impresionar a Maruja. Sin un libro en la mano no sabía disparar. “Como ganar amigos e influir sobre las personas” de Dale Carnagie le pareció el idóneo. Lo dejó en la entrada para que al día siguiente le acompañara hasta el coto. Eran las nueve. Buena hora para cenar.

Maruja revivió por enésima vez sus tardes sin sentido. La sartén y cuatro huevos le servían de partitura para una cena adobada con el Telediario y algún eructo de Venancio. Huevos fritos y los restos de un solomillo de cerdo que no podía aguantar más en la nevera.
Venancio tenía momentos graciosos. Especialmente cuando imitaba a personajes televisivos. Cambiaron de cadena. El Gran Wyoming era uno de los preferidos de Venancio. Maruja dejó de rebañar pan en los restos de su cena para estallar en una carcajada parecida al solomillo. Su risa llevaba tanto tiempo en la nevera de la indiferencia que casi se atraganta.
Su marido se sintió otra vez algo en todo aquello. Inclinándose hasta Maruja la propuso un beso sin palabras. Dos bocas impregnadas de pan y huevo frito que buscaban rescatar pasión en el olvido. La cama estaba lejos. El sofá allí mismo.
Venancio se desabrochó el cinturón con la misma prisa que Maruja liberaba su sonrisa vertical. La cara del hombre enrojeció mientras la de la mujer ensombrecía. Se callaron. No era nuevo para ellos.
- ¡Anda, garañán! Vete al baño o pondrás perdido el sofá-. Venancio se incorporó. A Maruja le pareció grotesca la imagen de aquel hombre sujetándose los pantalones camino del aseo.
La fortuna estaba haciendo juegos malabares. Ni Salitre ni Maruja lo sabían. Venancio, por no saber, no sabía nada. Miró hacia abajo antes de abrocharse. -¡Quién te ha visto y quién te ve!-. No era un epitafio pero a el se lo pareció.

Se sentaron agotadas. – ¡Bueno, chica! ¡Ya estamos en casa!-. Más que una afirmación sonó a suspiro. Palmi estaba rendida. -¡Siiiiiiiii!-. Su amiga estalló de júbilo. Compartieron una cerveza tibia sin alcohol. –Mañana las bebidas ya estarán frías. Por cierto, recuérdame que tengo que comprar Cola Cao para los niños-. Al decir esto Palmi dejó de sonreír. Le faltaba lo difícil. Ir a por sus hijos. El enfrentamiento con su padre era inevitable. Y no podía descartar otra aparición de Aitor. –No te atosigues ahora con esto. Mañana veremos que hacer. Aunque me parece que tendrías que recurrir a la policía. El inspector se te ofreció, ¿recuerdas?-. Palmira siempre la tranquilizaba. –Tienes razón. Mañana será otro día. Ahora nos conviene descansar. ¡Ya tenemos una habitación para cada una!-. Brindaron con la poca cerveza que les quedaba en los vasos y se abrazaron. Aquella noche olía a libertad.

Aitor se maldijo. Había cometido un error de principiante. Tenía el número de la calle donde se escondía Palmira pero no sabía en que piso se estaba amancebando con otro. Se arriesgó a que le vieran y se plantó en el portal. A los pocos minutos María llegaba como siempre. Mitad serena, mitad fumada, mitad indiferente. Una extraña proporción que la hacía irrepetible.
La cortó el paso con cierto nerviosismo. – Disculpa. No sé si puedes ayudarme. Me han dicho que en esta escalera viven dos amigas que trabajan juntas en una empresa de telecomunicaciones. Pero no han sabido decirme en que piso-. María fingió dudar mientras intentaba pensar con rapidez. Seguro que aquel hombre era el marido de Palmi. Necesitaba encontrar una salida convincente. – Si, las he visto alguna vez. Por lo que me dices supongo que son ellas. Pero no sabría decirte en que piso viven. Aunque me parece que se han marchado. Esta tarde estaban cargando paquetes en una camioneta-. Lo dijo sin respirar para que no se la notara el nerviosismo. - ¿Y tú, en que piso vives? -La pregunta pilló de sorpresa a María que contestó como un autómata. –En el 2º B-. Aitor quería más. -¿Y vives sola?-. Mientras contestaba afirmativamente su pensamiento reaccionó –No sé para que quiere saber donde vivo y con quién. Tenía que haberle contestado que era algo que a él no le importaba-. Aitor sonrió; se despidió agradeciéndole la información y dando media vuelta caminó hacia su coche. María respiró. Subió a casa y cerró la puerta con llave.
No habían pasado tres minutos cuando Aitor cruzaba el portal y buscaba el buzón del 2º B. –María Fernández y Palmira de Palma- Le brillaron los ojos.
-Esa puta me ha mentido, seguro que son ellas. A mi no se me engaña. ¿Así que vives sola eh? ¡Maldita zorra!. Y la otra tiene que llamarse igual que la puta más puta de todas. Conmigo no se juega. Ahora veréis, os voy a dar vuestro merecido-. Los ojos ya no le brillaban. Se le habían empequeñecido como si no alcanzaran a ver el texto del buzón al que ya no miraba.
Ramón se las compuso para acostar a los niños. Amparo seguía en cama y no mostraba ningún síntoma de mejoría. Respiraba mal. No se sentía con fuerzas para llegar hasta el baño. Era terca, y se negaba a que su marido llamara al servicio de urgencias. –Anda, acompáñame al baño y luego nos acostamos. Ya verás como mañana estoy bien-. A pesar de su autoritarismo el patriarca de la familia Ochoa sabía que era imposible discutir con su mujer. Si tomaba la decisión de llamar al médico contra su voluntad era capaz de castigarle sin hacer flanes de huevo durante tres meses. Y eso Ramón, no se lo podía permitir. Sin esos flanes era otro hombre. La fortaleza de los mortales, a menudo, es una sustancia blanda que se desmorona con una cucharilla.
Aisha pasó toda la tarde adormecida. No le apetecía nada tomar los ansiolíticos que le dieron como remedio. Los fármacos intentaban paliar los efectos pero no combatían la causa. No cenó nada. Prefería descansar. Al día siguiente llegaba su madre y se lo habían dado libre. Dormiría mientras el cuerpo se lo pidiera. El avión llegaba a las 2 de la tarde. Tenía todo el tiempo del mundo por delante. Admitió que el medicamento podría ayudarla a sentirse mejor lo tomó y se entregó a la propuesta de complicidad que la cama le ofrecía.

No le apetecía demasiado bajar la basura. Pero el calor descomponía los restos de comida. –Es un momento- Estimulándose con esa idea María, cerró la bolsa y se dirigió a la puerta. No tuvo tiempo de reaccionar cuando Aitor le impidió cerrarla. -¿Dónde está?-. La pregunta pasó por encima de María acompañando a una mirada inquietante que barrió el salón buscando lo que no pudo encontrar.
Empujó a María y cerró la puerta. La basura se desparramó por el suelo de la entrada. -¡Está ahí dentro! ¡Que salga, que salga ahora mismo o voy yo a por ella!-. No esperó; dio una patada a la puerta de un dormitorio. La cama sin hacer y poco más. María estaba petrificada. Tuvo la tentación de huir aprovechando que Aitor se dirigía a la habitación contigua. Pero el miedo la atenazaba y algo le decía que tenía que defender su casa. –Me vas a decir donde anda la puta de mi mujer. Y no me mientas. Igual que he descubierto que me has mentido cuando decías vivir sola acabaré sabiendo la verdad…Y si me mientes te acordarás para siempre de quién soy yo-. Respiraba con dificultad y sudaba copiosamente. –No sé de que me hablas, de verdad…Aitor, por favor, tranquilízate. Creo que te has equivocado- . Fueron los dos segundos más largos de su vida. -¿Aitor?... ¿Aitor?... ¿Y tú como sabes quién soy? ¿Porqué me has llamado Aitor?- La golpeó en la cara con el dorso de la mano. María intentó protegerse pero era imposible escapar de aquellos brazos que se movían como las aspas de un molino y se estrellaban en su cuerpo. –Me vas a decir donde está….Me vas a decir donde….Me vas a decir quién es el hijo de puta que se la está follando….Y me lo vas a decir ahora. ¿Me oyes?.... ¡Ahora!-.
La seguía golpeando sin dejar de gritar. Apenas se le entendía. María se desplomó pidiéndole a la noche que aquello terminara. Una patada en el riñón le anunció que la noche la estaba escuchando. Cuando el zapato de Aitor se estrelló en su cabeza ya no sintió el golpe. Solo un chasquido y el sabor de su propia sangre. Perdió totalmente el conocimiento intentando escupir un diente.
Aitor removió toda la vivienda buscando algo que le ayudara a entender. En la cocina, sujeta por un imán con la imagen del toro de Osborne, encontró una nota con una dirección. -¡Ya te tengo! -.
María seguía en el suelo, sangrando e inconsciente. Solo el temblor convulso de su mano derecha indicaba que no dormía. Aitor pasó sobre ella sin mirarla. Apartó la bolsa e basura con una patada y se marchó dando un portazo.

Jacobo dejó que la noche resbalara sobre él sin invitarle al descanso. Sentado frente a su idea iba buscando la métrica precisa para convertirla en historia. No le resultaba sencillo contar aquello desde la perspectiva de un escenario tan desconocido como un call center. Era vital darle sentido a la relación que existía entre la vida de cientos de personas con nombre y apellidos y el anonimato de su trabajo. El anonimato no estaba solo en la opacidad informativa que se podía tener de una plataforma de servicios telefónicos. Donde realmente pesaba era en la relación interpersonal. Salvo excepciones nadie conocía a nadie pero, también salvo excepciones, todo el mundo tenía creada su opinión de los demás. Se creaban corrientes, prejuicios, presunciones, escalas de valores, incluso juicios sumarísimos con la misma facilidad que se atendían las llamadas.
Hasta aquí nada que no pudiera pasar en cualquier sitio. Ni buenos ni malos sino todo lo contrario. Una mayoría que intentaba llegar y marcharse sin que apenas se notara su presencia y una minoría cuyo abanico de diversidad rompía cualquier monotonía. Ni buenos ni malos también; pero con actitudes que salpicaban las emociones más allá de si mismos.
Antagonismos naturales, químicas intensas, envidia, entrega, trepas, eficacia, conspiradores, pacifistas, bocazas, silencios dañinos, egos y evangelios.
Un detonador siempre tiene la fuerza necesaria para provocar explosiones. El acoso es, en el mundo laboral, detonador por excelencia. Como lo es, tristemente, en la vida real. Lo mismo sucede con el maltrato. Algo que en la vida real se penaliza y se persigue mientras que en el campo profesional sufre cierto desamparo. Solo es noticia la sangre. Si te golpean con un calcetín lleno de arena que no deja señales a nadie le interesa.
Este podía ser el esquema de la historia. Al día siguiente descansaba y decidió seguir. Son cosas que pasan cuando se encuentra el nexo de unión entre cien borradores y un único relato.
Hecho el esbozo se trataba de marcar los segmentos temporales, la relación causa efecto entre personajes dentro y fuera de la plataforma. Algo tan posible como probable nacido al amparo del día a día y a lomos de secuencias reales vividas en la plataforma y otras compuestas por la imaginación del autor –las privadas- con intención de crear ese vínculo que convierte en personas a todos aquellos que pierden su identidad cuando se logan.
Dos enfrentamientos naturales. De un lado Violeta y Aisha, representando la obcecación de un poder inexistente por emerger por encima de cualquier situación. La otra cara se refleja en Palmi y Aitor. La indefensión del ser humano ante otra obcecación, la de sentirnos dueños de aquello que creemos querer. Para equilibrar ese cocktail de emociones necesitaba de alguien que lo contara. Palmira. Una agente recién incorporada que nos dibujaría los paisajes de la sala, el ir y venir de su gente y las vicisitudes de su amiga. Palmira de Palma era la bisagra que permitiría relacionar los bloques principales de lo que Jacobo pretendía.
Ya empezaba a clarear cuando se dio por satisfecho. En cincuenta y tantas páginas podría exponer con claridad los avatares del relato. Por lo tanto, al llegar a la sesenta –o pocas más- ni Violeta ni Aitor ya le serían necesarios.
Solo tenía que pensar en como deshacerse de ellos.
La página 54 serviría para resumir lo que pensaba en aquella noche en la que decidió llamar “Memorando de nada” a todo lo que quería contar. O sea, nada.















Apenas le quedaban unas dos mil palabras para terminar “Los Pilares de la Tierra”, pero quiso dormir. Y no le parecía adecuado hacerlo como siempre, con la luz encendida y el libro de compañero de almohada. Quiso inaugurar su nueva habitación cumpliendo con los cánones que imponía la ortodoxia; puso el punto en el libro, lo dejó sobre la mesilla de noche, apagó la luz y se entregó a las sábanas llena de felicidad por la nueva conquista de su vida. La sensación de armonía era absoluta. Iba a dormir soñando que dormía entre nubes de algodón.
Al otro lado del tabique Palmi medía visualmente el espacio que iba a quedarle cuando quitara la otra cama. Suficiente, más que suficiente para poner una litera. A sus pies y contra la pared le cabía una cómoda. Seguro que en IKEA encontraría soluciones para todo a un precio razonable. A ambos lados del tabique se respiraba ilusión.

Otra bolsa de basura le ofreció la oportunidad de entrar sin necesidad de tocar un timbre a ciegas. Los buzones ya dormían y no le dijeron nada. Pero si varias cartas apoyadas sobre el destinado a las devoluciones. Cinco sobres; cuatro del mismo destinatario. –Debe ser este. Esas cartas son del último inquilino-. Subió por la escalera. Al llegar frente a la puerta que buscaba se sintió victorioso. Por fin iba a poner las cosas en su sitio. Le partiría la cara a ese mal nacido que le había robado a su mujer y se la llevaría a casa tanto si quería como si no; por las buenas o a rastras.
No escucharon el timbre a pesar de su insistencia. Aitor insistió. -¿No quieres abrir? ¿No quieres que te pille? ¡Pues me abrirás! ¡Vaya si me abres!-. Golpeó la puerta con los nudillos. Los golpes se esparcieron por el vacío de la escalera. En la puerta contigua se escuchó el roce de una mirilla dispuesta a curiosear lo que pasaba. A curiosear y a quejarse. -¡Por favor! ¡No son horas! En este piso hace semanas que no vive nadie. ¡Deje de molestar de una vez o llamamos a los municipales!-. Se contuvo guiado por la prudencia. Volvió a tocar el timbre; primero con pulsaciones cortas. No sabía controlarse y presionó con más intensidad.
Palmira y Palmi dormían plácidamente. Estaban agotadas y no escucharon ni el timbre ni los golpes. Cuando se alcanzan las nubes de algodón del cielo ningún quejido de la tierra consigue rasgarlas. Siguieron soñando mientras su vecino volvía a amenazar a Aitor con llamar a la policía hasta que le obligó a desistir. Nada iba a impedir que la primera noche fuera oscura y tranquila para ellas.
-Si te escondes aquí mañana te daré tu merecido- Salió a la calle con el propósito de volver. –Ir a casa ahora es una gilipollez-. Metió la mano en el bolsillo de su pantalón; 150 euros. –Voy a reventarlos-.

La infelicidad es un derecho. O como tal se lo toman aquellos seres que solo se sienten bien sumergidos en la amargura. Solo así se entiende que no hagan nada por cambiar su situación. Al contrario, ponen todo su empeño a absorber a otros y clonarlos. Son como remolino de aguas turbulentas que se traga a bañistas desprevenidos. Un infeliz alcanza su esplendor cada vez que puede robarle la paz a otro mortal.
Este era el pensamiento de Velma, una de las coordinadoras de Gold Plus. Ella también había sido mordida en varias ocasiones y no creía demasiado en el antídoto. La farmacología suele ser lenta en sus avances. En pocos días su autoestima bajó a niveles insospechados. Especialmente aquella misma mañana cuando un simple malentendido llevó a Violeta a llamarla mentirosa delante de varias personas. Se lo dijo en voz alta, si reparos, con la dureza que solo se puede emplear cuando se tiene razón y el otro lo niega con descaro. No fue así; ni tenía razón ni Velma opuso mayor resistencia que la lógica cuando se defiende la verdad.
En su intento por dormirse con las ideas ordenadas solo consiguió desvelarse. –Sabía que yo estaba en lo cierto; y eso la ponía en evidencia. Llamarme… ¡que digo llamarme!...gritarme que era una mentirosa para que todos lo oyeran era su salida para ocultar su error-. Si las razones eran estas, y otras no podían ser, consideró como imprescindible una reacción inmediata por su parte. El antídoto no estaba funcionando.-Sublima su infelicidad atormentando a cualquiera que sonría-. Primero ella, luego Aisa Y Jacobo. En apenas unos minutos tres dentelladas sin sentido. La medicina preventiva fallaba. A menudo, las buenas intenciones, son solo un placebo. –Tengo que dormir ahora. Mañana lo comento-.Cerró los ojos y volvió a quererse.

-¿Y cómo es que un tiarrón tan guapo como tu se ha quedado solito? Si yo fuera tu mujer no te dejaba por nada del mundo-. Las luces azuladas y una música de fondo imperceptible envolvieron las palabras de Mesalina que, mientras hablaba daba tironcillos a los pelos del pecho de Aitor. Olía a perfume de bazar y a cava barato. –Anda rey, invítame a otra copita de champagne y verás como te hago olvidar las penas-. Aitor sintió una pierna entre sus piernas mientras buscaba al camarero ordenándole con un gesto que llenara de nuevo la copa de ambos. –Podemos tomarla dentro. Allí puedes contarme todo mientras yo te hago ver las estrellitas... ¿Quieres?-. Se acercó hasta lo imprescindible para que Aitor se embriagara con su proximidad. La puso una mano en la cadera empujándola hacia el. –Si, mi rey, eso quiero….Pero dentro. Aquí no me dejan. Anda, dale cincuenta eurillos a Manolo y nos llevamos la copita al reservado-. Ebrio de insatisfacción se dejó llevar hasta lo desconocido detrás de una cortina. El alcohol le ayudó a no sentir nada; ni siquiera el odio que le había llevado hasta allí.

La calle se había vestido de feria con el destello de las luces de una UCI móvil. Estacionada frente a la casa de María esperaba que los camilleros bajaran el cuerpo. Un paramédico se les adelantó para preparar la unidad. –Está mal. Pero si no hay lesiones internas de mayor gravedad podrá contarlo-. Ayudó a sus compañeros a acomodar aquel cuerpo maltrecho y se sentó a su lado para controlar sus constantes. A través del ventanuco que daba a la cabina pidió que llamaran a la policía para informar. Observó el rostro hinchado de María. Respiraba bien. Tomó su mano presionándola con afecto. – Si nos llamas media hora mas tarde estaríamos camino del forense-.

El primer rayo de sol le recordó que las borracheras se pagan. Los pinchazos en la nuca y el desagradable olor a vómito evocan lo que queremos olvidar. Eran las siete. -¡Mierda! Si estaba allí ya se habrá marchado-. Su rabia creció a pesar de que el cuerpo le agradecía que no le exigiera, ahora, el esfuerzo de ir a ninguna parte. Apretó el acelerador camino de su casa deseando que el agua de la ducha estuviera más fría que nunca.
Le costaba atinar con la llave del portal. Ya no estaba ebrio pero tenía la mano entumecida a causa de los golpes.
- ¿Aitor Goñi?-. Se dio la vuelta para responder pero no supo hacerlo. Un inspector de policía y dos números de uniforme le miraban con tanta intensidad como indiferencia. –Va a tener que acompañarnos-. El que vestía de paisano se lo dijo con la misma naturalidad que tiraba de uno de sus brazos para esposarle. Aitor no reaccionó. Solo se preguntaba mientras le metían en el coche Z porqué nadie le había soltado la parrafada de sus derechos. –Es lo que sale en las películas-. Su detención le pareció poco digna para alguien como el.
Un agente se sentó a su lado. –Cuando le haya visto el forense llamaremos a un sanitario para que le cure esta mano. La tiene usted muy hinchada-. El coche Z arrancó y se dirigió a comisaría sin sirenas y sin luces. – ¡Que mierda de detención!-. Fue el único pensamiento de Aitor en un amanecer mal pensado.
Al llegar refutaron sus datos en una ficha que ya tenían y, mientras esperaban autorización para ponerlo a disposición del juez le llevaron a una celda donde le brindaron como desayuno un bocadillo de pan gomoso con salami y un café con leche sin café. A los pocos minutos de permanecer en su encierro se acercó a la pequeña ventana que le permitía ver la penumbra de otros silencios encerrados Se sintió protagonista gritándole a nadie -¡Quiero un habeas corpus! ¡Estoy en mi derecho! ¡Exijo un habeas corpus!-. -¡Cállate, joder!-. Otros detenidos le sentenciaron a esperar.

Velma se sumaba a la corriente de opinión que proponía medidas contundentes para terminar de una vez con el problema. Aisha disfrutaba de permiso para recibir a su madre pero ello no impidió que los coordinadores acordaran presentar una queja conjunta en la que se exigiera algo más que una terapia paliativa como la empleada hasta el momento. Era evidente que no había resultado. Todos coincidían en ello. Los calmantes no sirven para nada cuando la causa del dolor es una infección. Se precisa un tratamiento agresivo, directo y sin concesiones. La idea del analgésico propiciada por Ambar se había quedado en una declaración de intenciones a dos bandas. Máximo efecto 48 horas.
Por la estrategia de su puesto las experiencias desagradables de Aisa parecían más notorias. Pero a medida que el equipo iba recordando y tomando nota de las situaciones que cada uno aportaba el peso global adquirió proporciones que permitieron al grupo decidir que ya no otorgaba margen para negociar otra promesa de cambio. –Esperemos a mañana para ver si Aisha está de acuerdo y nos ponemos en marcha- Era hora de trabajar. Aprovecharían los descansos para esquematizar un borrador que detallara cronológicamente lo más significativo, adjuntando la copia de diversas quejas que, en su momento, se habían presentado por escrito.
-¿Os habéis fijado? Siempre entra y sale con el móvil pegado al oído. –Maruja no podía arrancar su día sin abrir algún debate y la llegada de Violeta le vino de perlas. –A mi me parece que no habla con nadie. ¿Porqué hará eso?-. Salitre, que desde primera hora ya se había apostado cerca de la presa, aprovechó la ocasión para abrir la veda. –Puede que lo haga para no tener que hablar-. Lo dijo impostando la voz para darle aires intelectuales a su ocurrencia. – ¿No la habéis visto cuando sale a descansar? - Siempre está sola, hablando erre que erre. Hablando y fumando- . Maruja le interrumpió –Si, eso también es raro. Que siempre baje sola. Aunque no es la única-. Terminó haciendo un gesto con la cabeza señalando la zona de supervisión. –Los hay de todos los colores. Seguro que por allí también se cuecen habas-.Salitre iba a seguir con su aproximación cuando una llamada se lo impidió.

Su señoría dictó prisión provisional para Aitor hasta que se sometiera a las pruebas forenses y María hubiera declarado. El abogado de oficio le informó de que podía hacer una llamada o, si lo prefería, el la haría en su nombre. Estuvo tentado de llamar a Ramón pero sabía que ya no podía contar con su apoyo. –La he cagado-.Subió al furgón. Le acompañaban en el traslado dos hombres trajeados. Le parecieron ridículos vestidos de ejecutivo y esposados. El más joven mostraba signos evidentes de haber llorado. Aitor sentía curiosidad por saber qué hacían allí dos personajes tan finolis. Pero no les preguntó. Hacerlo podía significar que él tuviera que dar explicaciones y no le apetecía en absoluto. –Seguro que es cosa de dinero. A estos les sueltan antes de que yo haya vuelto a comparecer -. El vehículo emprendió su camino dando un tirón que le abstrajo de cualquier pensamiento. Aquel silencio compartido se convirtió en miedo. Sin decirse nada los tres se dijeron que nunca había estado el prisión. Son momentos en los que se lamenta haber considerado interesantes decenas de películas y series televisivas. –No sé si sabré cagar dentro de una celda-. Sintió un retorcijón inconfundible. El miedo siempre ha sido un digestivo de efectos inmediatos.

Sentada en su mesa Violeta observaba el movimiento de los coordinadores. No era el habitual. Cuando se cruzaban se detenían y hablaban. De vez en cuando se acercaban a Jacobo y le entregaban un folio que revisaba con prontitud y guardaba doblado en el bolsillo. Era evidente que estaban preparando algo.
La conciencia siempre está y nos advierte. Así lo entendió Violeta al sobrentender que ella era la causa de aquel carrusel de voces y palabras.
No era la primera vez que tenía un espasmo de coherencia. Cuando eso sucedía su inteligencia se ponía al servicio de la razón y la autocrítica. Era un destello breve pero intenso. La petición de un “habeas corpus” no es solo un trámite penal. Como tampoco el miedo es exclusivo de los que cruzan por primera vez la puerta de lo desconocido.
Conocía el origen de todo aquello. Se remontaba en el tiempo. Había invadido un espacio que no le correspondía amenazando a los agentes de una raspa porqué no atendieron una orden que se contradecía con las recibidas por parte de su supervisora que, cumpliendo con el protocolo, transmitía lo dispuesto por el responsable del día en la sala. Ella no supo controlar su vanidad y, al comprobar que los operadores hacían caso omiso de sus disposiciones, les advirtió de las posibles consecuencias de tamaña desobediencia. Lo hizo a su estilo, convirtiendo lo que podía haber sido un apunte en una amenaza dislocada.
Fue el primer brote de insumisión de una plataforma cansada de sentirse avasallada por un desprecio sin sentido. Presentaron una queja formal, razonada y refrendada por los diez operadores afectados.
Por aquel entonces en aquella raspa estaban sentados cogiendo llamadas algunos agentes que, en la actualidad, eran coordinadores. El resentimiento la llevó de la mano a dinamitar su trabajo para pasarles factura por tanto atrevimiento.
Podía haber detenido el proceso. Pero no lo hizo. Al contrario, extendió el radio de acción de su desaire a toda la estructura de coordinación. Le había demasiado llegar a ser virreina y no estaba dispuesta a consentir que nadie cuestionara su capacidad. Es habitual confundir jerarquía con poder y poder con propiedad. Violeta era consciente de todo aquello. Pero no encontraba la manera de conciliar su sentimiento de supremacía con el respeto a los demás. También era consciente de que nunca se plantearía ningún cambio en su actitud para conseguirlo. Convertir las insatisfacciones personales en motor de su trabajo era innegociable. Vivía la plataforma con su fuera suya. Necesitaba que llenara sus innumerables vacíos. Eran un lastre que soltar y lo hacía dejándolo caer sobre los que entendía como subordinados. Terminar su trabajo con la certeza de haber zarandeado la tranquilidad de otros le daba fuerzas para retomar su inconsistencia.
Lo sabía y, en momentos como aquel, no se sentía bien recordando situaciones que se habría podido evitar. Pero sentirse mal no significa sentirse culpable ni nos lleva a un propósito de cambio. Todo el movimiento que había observado en los últimos días la aconsejaba ser prudente, solo eso.
Acababa de hacer una reflexión equilibrada acerca de su comportamiento. No quiso darla por buena porqué hacerlo la obligaba a cambiar los parámetros de su vida. ¿Para qué cambiar si bastaba con ponerse el salvavidas hasta que las aguas se calmaran? Siempre era así. Aunque algo le decía que en esta ocasión se la impondría alguna penitencia.

El juez quería tomarse sus vacaciones dejando cerrada la instrucción previa de la causa de María. Informado por el forense de que la agredida ya estaba en condiciones de declarar prefirió no esperar y, acompañado de un estilógrafo y una ayudante de la fiscalía se desplazó al hospital. Comprobar el lamentable estado de aquella jovencita desdentada influyó de modo determinante en el sumario. La joven fiscal puso el resto. Le preguntaron a María se deseaba nombrar abogado para que ejerciera como acusación particular. No se lo podía permitir. Solo necesitaba que alguien llamara a sus amigas. El forense se comprometió a hacerlo en cuanto terminara aquella vista improvisada. – Gracias a ti los problemas de tu amiga se han terminado. Al menos por unos años. Dame su número. En cuanto terminemos con esto la llamo -. María se tapó la boca con una mano para sonreír. Se sentía horrible pero orgullosamente satisfecha. Estaba aprendiendo a llenarse con la felicidad de los demás.

Los acontecimientos, cuando llegan a su punto de ebullición, se precipitan como si estuvieran programados. Por primera vez una queja había trascendido a la cúpula empresarial que transmitió sus contenidos al cliente. La relación contractual no fue obstáculo para que la diplomacia funcionara. Los coordinadores no esperaban que se adoptaran medidas fulminantes. Lo sabían de antemano. Aunque esperaban algo más que otra declaración de intenciones consensuada. Pero al menos todo lo acontecido ya tomaba cuerpo y nadie podía alegar desconocimiento. Lo que pudiera pasar en adelante estaría dotado de antecedentes claros. Cuando no podemos evitar que el mar inunde nuestras costas un dique formado por sacos de arena nos alivia los temores.
Violeta acusó el golpe y, sin dejar de odiar, construyó su propio dique. Momentáneamente no podía permitirse conflicto alguno. Le iba a costar retomar su trabajo con los coordinadores pero tenía que hacerlo.
- Vienes a preguntarme a mi porqué no hay otro supervisor disponible ¿Verdad? -. Se lo dijo a Jacobo cuando le hizo una consulta. Carecía de sentido pedir de nuevo un “habeas corpus”. El coordinador no respondió, limitándose a hablar de lo que le había acercado hasta allí. Duele más un mutis que diez mil palabras.
Jacobo regresó al campo de batalla pensando que las flores solo son hermosas cuando están en el plantel. En cuanto las queremos convertir en parte del todo de nuestro entorno y las metemos en un jarrón acaban secándose. La que tiene suerte se transforma en recuerdo entre las páginas de un libro. Otras acaban cumpliendo con el ciclo biológico si van a parar al deshecho de orgánicos. Las menos afortunadas se quedan olvidadas en el jarrón y nadie las mira. Y si alguien lo hace no se pregunta nunca si ese tallo reseco soportó alguna vez pétalos luminosos. Lo que vemos es lo que entendemos. La verdad nunca es mala ni tiene remedio.
Palmira y Palmi encontraron a una buena persona que las haría el favor de llevarlas a IKEA por la tarde.
- Si ya os lo decía yo y no me hacíais caso. ¿Lo habéis oído, no? Ahora han engatusado a Macu para que las lleve a comprar muebles para su nidito-. Maruja siempre estaba donde no debía estar. Salitre estaba donde quería. A un metro de Maruja, con el cebo de su libro bien visible.
Estrella iba dejando auriculares en el puesto de algunos agentes. – Voy a sentar contigo uno de los nuevos para que escuche -. A continuación Velma y Jacobo colocaban una silla adicional. A Palmira la sorprendió ser una de las elegidas. Lo entendió como un halago. Le acababan de quitar la etiqueta de novata. Pestaña verde.

El Yayo retomó su rol de narrador. Había llegado el momento de enterrar a Violeta y Aitor. En una historia irreal el autor puede convertir en nada aquello que se proponga. Cuando llegara a casa le pondría fin a sesenta páginas en las que se había vaciado por sepultar la verdad bajo una lápida de palabras. Solo nos damos cuenta de lo importante que es la vida cuando vemos la tapia del cementerio. La muerte siempre da que pensar. Especialmente si lo que muere es la idea. ¿Podía morir una actitud? Estaba convencido de que a las ideas no se las podía matar, ni siquiera en la ficción.-Las ideas son como las cigüeñas. Siempre vuelven al mismo campanario-. Nunca podría estar seguro de haber empleado la cantidad de palabras suficientes para enterrar la verdad y no contarla. Lo que se mata escribiendo nunca deja de vivir.

Capítulo IV
Paisajes de libertad.

Le costaba mirar a su hija sin que le invadiera un sentimiento de culpabilidad.
-¿Estáis bien en ese piso?-. Sabía que si pero preguntarlo le hacía solidario con la decisión que había tomado Palmira. – Si, papá. Estamos bien. Solo necesitaba que me cambiaran el horario y me concedieron el cambio en cuanto lo pedí. Puedo llevar a Ainoa y a Urko a la escuela y luego recogerles-. No quería que su padre se sintiera mal por lo ocurrido. Tampoco deseaba que Amparo empeorara. A pesar de todo eran sus padres. Para ellos la familia como concepto era el motor de su vida y no podía reprocharles que les hubiera pillado por sorpresa el cambio sufrido por la sociedad a raíz de la muerte del dictador.
Amparo quiso medir el perdón de su hija. –Pero, ¿nos los dejarás aquí de vez en cuando, no? -. Palmi pilló al vuelo el mensaje de la pregunta. -¡Claro, mamá! ¡Si no dejan de preguntarme que día vendrán a dormir con vosotros! ¡Os quieren mucho! -. Una respuesta tranquilizadora que no contestaba a la preocupación que mortificaba la cabeza de su madre. –Yo lo que quiero saber es si tú todavía nos quieres a nosotros-.Palmi leyó el estrépito del silencio de Amparo pero no quiso contestar impulsivamente. Interiorizó el pensamiento y con la excusa de ir a por agua se levantó. –No sé si puedo quereros como antes, solo sé que os quiero-.
Por fin se sentía dueña de su vida pero no tanto como para olvidar que sus dos pequeños necesitaban entender a su manera lo que estaba pasando. El miedo ya no formaba parte de su horario, pero su libertad llevaba en la mochila dos pequeños mundos cargados de inocencia a los que tenía que explicar que algunos héroes no siempre son lo que parecen. Como primera medida había mandado a Aitor a un viaje muy largo por motivos de trabajo. –Vuestro papaíto es una persona importante en el taller. Y le han mandado a América a reparar unas máquinas grandes, muy grandes, que solo él sabe como son. Pero seguro que nos llama; y si no llama seguro que nos escribe para que sepamos que está bien-. La habían bombardeado a preguntas para las que tuvo que improvisar inmediatez al responder. No podía quitarse de la cabeza la mirada de Urko. A un personajillo de siete años la incredulidad fluye a borbotones por los ojos. -¿Cómo se lo cuento? – Sus dudas dieron la vuelta a un recodo del sendero de la angustia para interrogarla de nuevo -¿Tengo que contárselo?-. Urko seguía rebuscando en las palabras de su madre. –Mamá, si papá sabe arreglar esas máquinas grandes, grandes, muy grandes. ¿Porqué no me arregla mi avión para que vuele de verdad?-. Ainoa cogió el avión de su hermano y lo hizo volar con su manita mientras imitaba el ruido de las turbinas. -¡Pero si ya vuela, Urko! ¡Mira como vuela! -.
Había salido del momento sin la certeza de que los pequeños aceptaran lo que les había contado.
Regresó de la cocina con un vaso de agua en la mano y el recuerdo de cómo había terminado aquel sínodo con sus hijos. Urko se había cansado de preguntar y tomó el mando decidiendo que su papel de hombre de la casa era innegociable. –Bueno, ahora cuando subamos un ascensor yo apretaré el botón. Tu me dices cuál, mamá, y yo lo aprieto. ¿Vale?
-Tengo que ir a por los niños. Mañana también libro. Igual me paso otro ratito por aquí-.Los ojos de Amparo se iluminaron. Ramón la acompañó hasta la puerta dispuesto a perder los pantalones. No podía, no sabía. Solo cuando la puerta se cerraba y Palmi no podía oírle liberó balbuceando lo que él quería que sonara como un grito. –Perdóname, hija-.

-¿Y esto siempre es así?-. Le hacía la misma pregunta que ella hizo el primer día que se sentó como escucha en la plataforma. –Si, cuando hay muchas llamadas en espera los coordinadores insisten permanentemente en que agilicemos. Es la música de fondo que nos ponen para que no nos relajemos-. Le caía bien su nueva compañera. Ponía interés, tomaba apuntes y la dejaba trabajar. Cuando hacía una pregunta se había nutrido de la información necesaria para razonarla. Tener alguien como escucha te vincula a él de manera permanente mientras dura la jornada. Salieron juntas al descanso.
- ¿Palmira, no? -. –Si, Palmira de Palma. ¿Y tu Mariona, verdad? -. A veces las presentaciones son tan formales que acaban siendo innecesarias.
Mariona estaba licenciada en sociología. Licenciada y cansada de que apareciera en su horizonte algún trabajo relacionado con su especialidad. – Al final acabas desistiendo y te metes en lo que sea-.
El perfil de las incorporaciones iba cambiando. Subía el nivel de formación de los candidatos sin que la petición de las empresas lo exigiera. Pero ninguna le hacía ascos a la posibilidad de contratar a gente más preparada. Por temporal que fuera el trabajo se podría mejorar el estándar de rendimiento sin incrementar los costos. Era un arma de doble filo pero el marco laboral permitía a las empresas de call center nutrirse de empleados con nivel a la hora de seleccionar su personal.
-En nuestro grupo, al menos siete u ocho están licenciados en algo-. Se lo contó a Palmira como si estuviera justificando su presencia. –No sois los primeros, Mariona. Las universidades sueltan a miles de titulados todos los años que no encuentran salida a sus estudios-. Continuó convirtiéndose en consejera. –Aunque no creas que todos se adaptan a esto. Solo lo consiguen aquellos que se lo toman en serio. Esto es un trabajo y tenemos una tarea a realizar. Los que piensan que no es algo para ellos acaban cagándola. Nuestras llamadas no quieren discutir una factura abusiva de móvil o darse de baja de un contrato de servicios. Son personas que tienen un problema y nos piden ayuda para resolverlo. Imagina, con este calor, que estás en la carretera y se te para el coche.-Se detuvo de repente. Estaba a punto de convertir su coloquio en un discurso. Un poco más y le suelta lo de los niños pequeños, el perrito o la abuela. Mariona la escuchaba con interés pero le pareció fuera de lugar hablarle de empatía a una socióloga. –Perdona, chica. No quería apabullarte-. La respuesta fue sincera. –Ni mucho menos, Palmira. Te veo comprometida, implicada. De ti puedo aprender. Además has dicho algo que no creo entiendan todos mis compañeros de formación. Esto es un trabajo-. Mientras regresaban a la sala Palmira estaba segura de que a Palmi también le iba a caer bien aquella chavala que entendía y se hacía entender con naturalidad. Cuando algo nos interesa siempre le quitamos los adornos.
-¡Buenos días, señorita! ¿Hablo con el Juzgado de Instrucción nº 1334?-

-Si señor. Habla con secretaría del Juzgado-

-¿Puede ponerme con Don Alonso?-

-¿Quién digo que le llama?-

-El Magistrado Jaime Albarracín de los Maestrazgos-

-Un momento, por favor-

Las músicas de espera de los organismos oficiales son tan aterradoras como las de cualquier call center.

-¡Jaime! ¡Cuanto tiempo sin saber de ti! – El juez se alegró sinceramente de la llamada del Magistrado de la Audiencia. -¿Cómo estás? ¿Y Pepa y tus chicos?-.

- Bien, muy bien. Alberto ya me ha hecho abuelo y Marisol se nos casa en Septiembre-. A Jaime Albarracín se le llenó la boca de satisfacción al informar de la buena ventura de su familia.

- ¿Y cómo es que un señor Magistrado me honra con su llamada? ¿En que puedo ayudarte?-. La frase sonó con mucha más complicidad que la que ofrecen los teleoperadores de una plataforma. Era un si anticipado ante cualquier petición.

- Te diré. Ayer me llamó un amigo de esos que no olvidas. Estuvimos juntos en el ejército. El venía del norte, de farmacia. Un tío majo donde los hubiera. Su padre había estado con los requetés de Pamplona-. Carraspeó para cortar. –Bueno, vayamos al grano-. Cambió la voz para entrar en materia. –La cuestión es que me pidió que le echara un vistazo a un sumario que tenéis abierto contra su hijo; el 133/133-2. Al parecer se le escapó la mano con una mujer-. El Juez Alonso, en lugar de la voz, cambió el grado de atención mientras el Magistrado continuaba. –He visto en intranet que le tenéis en preventiva y que la fiscalía está preparando una acusación por intento de homicidio. ¡Joder, tío! ¿No exagera un poco? La mujer ha recibido el alta y no te dan el alta en cuatro días si te han querido matar-. Mientras escuchaba el juez había abierto el sumario en su ordenador. –Puede que si, que se exceda un poco. Pero fundamentos tiene. Además este chico tiene una orden de separación por malos tratos. Te habrás fijado que ambos sumarios están vinculados porqué a la que buscaba para zurrar era a su mujer pero como se encontró a la otra aprovechó el camino….¡Ja, ja, ja..!-. Soltó una carcajada felicitándose por la ocurrencia. –Dime, Jaime. ¿Eso es por lo que me llamas?-. La respuesta fue inmediata. –Si, Alonso. Creo que no te costaría demasiado dejarlo en agresión con daños. Su mujer no vivía en aquella casa. O, al menos, no hay nada que lo demuestre. Me he leído todo el sumario con detenimiento y podríamos hacer algo. Le debo ese favor a su padre. Le acusas de agresión, le pedís dos añitos, le sueltas a la espera de juicio y que su padre pague gastos e indemnizaciones a la agredida. Lógicamente la orden de alejamiento seguiría. No te estoy pidiendo nada que no puedas hacer, Sé que eres un tipo honrado-. El silencio fue tan corto que no llegó a serlo. -¿Y porqué tendría que hacerlo?-. La respuesta fue tan clara que se convirtió en orden. –Porqué cuando te conseguí el acceso al Golf de los Leones, firmando como socio avalista, me juraste agradecimiento eterno….- ¡Ja, ja, ja! -. Después de una barbaridad el despotismo siempre regala una sonrisa.

-Te debía una, es cierto. Y no quiero deberte nada. Además, me voy de vacaciones y todo lo que sea limpiar la mesa es bueno para mí-. Devolver favores es cosa de gente de bien. Se regalaron los oídos con anécdotas vividas hasta que llegó el momento de despedirse. –Ya no te debo nada. Pero tú y tu mujer nos debéis una visita. Ahora la pelota está en tu tejado. Saluda a todos de mi parte-.

Llamó a su secretaria para que localizara a la fiscal mientras preparaba su discurso. –La ayudante del fiscal se va a poner histérica. Pero es joven. Aprenderá con el tiempo-.


-¿Dos años, señor Juez? Eso significa que no va a ingresar. La orden de alejamiento es solo una medida y, por lo tanto, no le consta como antecedente- La joven ayudante estaba asombrada. Para ella la ley era algo inquebrantable que no se podía adulterar con acciones como aquella. Estaba asombrada y estaba rabiosa. Pero no podía enfrentarse al titular de su Juzgado. Él decidía, él sentenciaba, él era el Juez.

-Creo, joven amiga, que es la decisión correcta. Que cumpla la orden de alejamiento, que indemnice a la víctima de la agresión y que se reinserte.- Lo dijo con un tono paternalista y autoritario que no daba opciones. – Voy a dar orden de que comparezca el jueves. Esté usted aquí alrededor de las diez. Le recomiendo que pida esos dos años para que no le conste a usted como un caso perdido. La defensa pedirá eso, seguro. La vista vamos a fijarla para cuando termine otra que tengo a las nueve-. La fiscal respondió que el horario no sería un problema. –Soy también la acusación en esa vista, señoría-. Se marchó desencantada. Su gran ilusión era llegar a la judicatura. –Si tengo que volverme como este prefiero seguir persiguiendo camellos-.




Palmira seguía explicándole a Mariona el tratamiento de la llamada y el manejo del programa. La socióloga prestaba atención. Preguntaba continuamente y no perdía detalle de las pautas a seguir con la persona que pedía el servicio.

- Por cierto, Palmira. Nos dieron un folio con las normas internas de la plataforma. ¿De verdad no se puede comer nada en la sala? -. Palmira sonrió.

- Depende. En principio no. Pero si alguien celebra algo permiten que nos ofrezca algo de morder…. Mira, esto es como todo. Supervisores y coordinadores comen cuando se les antoja. Lo mismo pasa con las bebidas. Solo están autorizadas en botella de plástico y verás que algunos se pasean arriba y abajo con una lata en la mano. Son símbolos jerárquicos, supongo. – No esperó respuesta porqué cuando se cuenta algo nuevo cualquier respuesta es siempre una nueva pregunta. - ¿Ves mi móvil? Está conectado. En mute pero conectado. Tampoco está permitido en esa hoja que te han dado. Me contaron los más antiguos que se autorizó en su momento para que quienes tuvieran niños o familiares enfermos estuvieran localizables. Lo que pasa es que tenerlo en el puesto es muy tentador. Y no sabemos tener las manos quietas -.

Sonrió con cara de colegiala. Mariona intentó resumir. – O sea, que por h o por b nadie cumple con las normas -. Su capacidad de síntesis era manifiesta. Tanto como la de observación. A su derecha Jairo Magno estaba tecleando algo en su smartphone mientras por el pasillo central Manuel, uno de supervisores, paseaba una lata de cola camino de su mesa. – No te confíes, Mariona. Hay alguno de estos que está esperando la oportunidad para pillarnos. Les gusta hacerse notar -.


Palmira no andaba desencaminada. El puesto de trabajo se defiende cumpliendo bien la tarea. Pero se puede dejar un resquicio para la libertad del controlado. Al fin y al cabo las normas son solo normas y no se pueden anteponer de manera inflexible a la naturaleza del ser humano. En el tiempo que llevaba allí era capaz de distinguir entre aquellos coordinadores y supervisores que hacían la vista gorda y aquellos que parecía que llevaban un radar en los ojos cuya única función era detectar para avasallar. A su entender la relajación de controles era algo a agradecer en momentos de calma. A esos momentos se les llamaba horas valle. ¿Qué mejor que tumbarse en la hierba de ese valle y dejar que la sangre corriera por las venas? A medida que maduraba en el tiempo iba poniendo las cosas en su sitio. – Parecen unidos. Pero seguro que hay trepas y submarinos -. Era la única explicación que le encontraba a determinadas actitudes.


- A mi me tienen manía. ¿Os habéis fijado? No paran de entrame llamadas mientras otros están en el limbo. A ti, por ejemplo, no te ha entrado ninguna y yo ya llevo tres de seguidas -. Se lo comentaba a todos mientras señalaba con un dedo a Salitre. – Si, lo he visto, Maruja. Pero yo solo atiendo llamadas de asistencia y tú las coges de todo tipo -. Maruja disintió. – Las tres llamadas eran de asistencia. ¡No me quejo porqué si, joder! -. Macu le dio media vuelta a su silla para intervenir. – Hacen lo que les da la gana. Y si protestas te meten en la lista negra para amonestarte a la que pueden -. Un murmullo colectivo de aprobación corrió por la raspa. Macu se sintió líder por unos instantes y continuó. – Fijaos en el rollo de los móviles. A algunos no nos dejan ni tocarlos mientras los hay que se pasan el puto día dale que dale -. Otro aplauso en forma de siseo. – Es como los descansos. Manolo con Manola, Juanita con Juanito; parejitas inseparables; y los demás a esperar. Y que no se te ocurra pedir salir con alguien que te contestan, como mucho, que ya veremos -. Solo faltó que la raspa se pusiera en pie y la ovacionara. Les calmó la presencia de una coordinadora que se había acercado tarareando la canción de aquel verano. – Bajamos el tono de la sala, por favor -. No se detuvo, llegó hasta el final de la raspa para dar media vuelta con aires militares para regresar al pasillo. – Bajamos el tono de la sala, por favor. En la medida de lo posible, bajamos el tono de la sala -. Al llegar junto al tambor miró al grupo de Maruja dibujando una sonrisa de las que no se interpretan. Una agente le entregó una nota para que verificara si el coche que pedía asistencia podía recibirla. – Vete a tu puesto. Enseguida te lo digo -. Mientras respondía a la operadora dio el primer paso para caminar los veinte que la separaban de la mesa de Violeta.


La tarde se dormía aturdida por el calor y una bruma que pesaba como una losa sobre aquellos que pisaban la calle. Palmira buscaba la sombra para engañar al sol en su camino hasta el bus. En su pueblo estarían cantando las cigarras. Echaba de menos ese sonido, estrepitoso y continúo, que llenaba el aire de las huertas y el jardín de la casa de sus padres. – Al menos allí no huele a alquitrán y a gasolina – Iba a hacer todo lo posible por pasar el fin de semana escuchando ese coro de aleteos. – A ver como se toman que no pienso matricularme -. Era algo que la preocupaba relativamente. Sin embargo se sentía en deuda con ellos.

- Les devolveré el dinero que me dieron en cuanto pueda -. Subió al bus pensando que tenía que ahorrar. No tuvo opción y se agarró a la barra superior intentando respirar lo justo para no mezclar olores. Gas oil y sudor no son un combinado recomendable.

Su compañera no había llegado todavía. – Habrá llevado a los niños a ver a los abuelos -. Encendió el televisor para convencerse de que no era lo que necesitaba para relajarse un poco. “Los pilares de la tierra” ya formaban parte de su biblioteca absorbida. Los libros todavía permanecían en la caja de la mudanza. Sentada en el suelo buscó, entre los que no había leído, alguno que la sacara del sopor de aquella tarde de estío. “El corazón helado”, de Almudena Grandes, era un título sugerente. – Algo frío me sentará bien -. La ironía nos permite atenuar efectos de aquello que nos desborda. –Tendríamos que comprar un ventilador -. Empezó con su lectura. “Lo que diferencia al hombre del animal es que el hombre es un heredero y no un mero descendiente”. –A la primera ya te da que pensar -. En lugar de seguir se perdió en un pensamiento que en su archivo había marcado con pestaña naranja. – Me gustaría poder separar sin equivocarme a herederos y descendientes en el curro -. Le pareció que era algo que no estaba a su alcance. – Es complicado. A veces los seres más primarios son los que nunca te fallan. En cambio los herederos son capaces de disfrazarse de cordero para conseguir lo que desean. Nada es lo que parece. – El pensamiento regresó al archivo sin guardar cambios.

- Palmi debe estar organizando las vacaciones de los niños con los abuelos. O se quedan allí o se los lleva tempranísimo. A ver que me cuenta cuando llegue-.

Almudena Grandes la convenció desde el primer párrafo pero aquel corazón helado no supo derrotar los treinta y tres grados que se estrellaban contra el patio interior. – Necesito una ducha -.

El agua se quejó en la tubería antes de llover sobre Palmira. Ni fría ni caliente resbalo por su cuerpo hasta que los poros saciaron toda la sed y se convirtieron en piel fresca.


Maruja y Venancio lo intentaron otra vez. En esta ocasión el beso fue de sabores más intensos. Se había excedido con la guindilla y las gulas les provocaron ardores en la boca que llegaron hasta el estómago de ambos. Pero allí se detuvieron. – Cariño. Esto es alcohol….Y el tabaco…..y…. ¡yo que sé ¡ - .

Iba a continuar diciéndole que quizá sería bueno que hablara con el médico. Se contuvo. –Puede que ya no le guste como antes -. Se adelantó a su marido en la captura del bidet. Mientras se vestía iba buscando las causas que podían llevar a Venancio a no desearla. –Para la edad que tengo no estoy nada mal -. Levantó los senos con las manos. Le parecieron bonitos. – Ya no me arrepiento de no haber tenido hijos. A cuantas más jóvenes que yo les gustaría tener este cuerpo -. Mientras abrochaba la blusa miró su vientre plano. Apenas estaba castigado por la edad. – Canela en rama -. Le gustaba dejar algunos botones desabrochados para regalar un poco de su presunción. – Seguro que Salitre no le haría ascos a esto. No deja de mirar a la que puede. Algunos jovencitos no se cortan -. Venancio golpeó la puerta con insistencia. - ¿Terminas ya? -.


Aisha necesitaba glotonear. Su madre ya dormía. Cerró la puerta con sigilo y se acercó al chino para abastecerse de delicadezas azucaradas. A los pocos minutos ya estaba en su esquina favorita del sofá jugando a no mirar que sabores le subiría la mano al paladar. En verano la televisión es mas pobre que nunca. Tan pobre como la sensación que le había dejado el final aséptico con el que se puso fin a la queja. No era la única que pensaba esto. Pero si percibía que algunos de sus compañeros se sentían aliviados. Estaba segura de que se habían sumado a la reclamación para no quedar aislados en el caso de que se hubiera resuelto de una manera más contundente. Jacobo se lo comentaba por la mañana. –Nadar y guardar la ropa, Aisha -. Seguramente era eso. El Yayo solía hacerle observaciones que en pocas ocasiones eran erróneas. A veces le parecían demasiado rígidas, pero nunca las podía calificar de gratuitas.

Le encantó el sabor desconocido que descubrió al morder la golosina. A modo de pausa la saboreó hasta que perdió cuerpo engullida por la garganta. Tanto le gustó que, rompiendo su norma, buscó en la bolsa para encontrar otra que tardó lo mismo en desaparecer que sus ganas de pensar en el trabajo a horas tan intempestivas. Su tercer intento fracasó. Ya no quedaba ninguna con aquel sabor tan excelente. Era hora de dormir.

Ningún miércoles es capaz de decir lo que va a pasar al día siguiente. Y así se marchó aquel, cargado de dudas respecto al jueves. Solo sabía que tenía que volver siguiendo la estela del martes. Los días son disciplinados y mantienen el orden desde que a Julio Cesar se le ocurrió componer el calendario. Pero por años que pasan nunca son capaces de predecirse en el futuro. El ahora es lo único que existe. Pretérito y mañana son solo memoria y esperanza. A menudo olvidamos que el ayer ya fue futuro y siempre se nos perdió algo al convertirlo en presente. A las doce en punto de la noche el jueves entraba a hurtadillas en la historia de descendientes y herederos. A las doce y un minuto ya se estaba desangrando camino del recuerdo. Quienes duermen ocho horas desperdician un tercio de su vida.

Cuando cerró los ojos echando de menos a sus pequeños, Palmi tuvo un extraño presentimiento. Algo no iba bien. Perdió su batalla con el sueño antes de que la invadiera el malestar. De poco sirve presentir si nos dormimos.


-Toma, Ambar. Esta es la lista de los agentes que vamos a pasar a Gold Plus. Revísatela por si tenéis algo que opinar. Aunque ya sabes que los hemos elegido entre los que vosotros proponíais – Ambar recibió la lista de 6 operadores que le entregaba Violeta y, sin mirarla, la dejó sobre su mesa. –De acuerdo. Luego se la enseño al jefe. ¿Para cuando la formación? -. Lo preguntó pensando en las libranzas. –Queremos empezar el lunes. Pero ya sabes que es un día en el que no se pueden hacer planes. En cualquier caso que el lunes estén preparados. Luego ya veremos -.

Esperó a que se alejara y echó un vistazo a la lista. Nada que objetar. Echó de menos a Palmira de Palma pero supuso que habían considerado que todavía estaba verde. La que si figuraba era Palmira Ochoa. –Las inseparables se separan. Igual aprovecho para cambiarle la rotación a la Ochoa y así libran los mismos días-.


El ambiente de la sala estaba enrarecido. Una agente se había quejado al sindicato del trato recibido por parte de Selena, una coordinadora del área de servicios. La operadora aseguraba que la amonestación recibida no procedía y era consecuencia de la persecución constante a la que era sometida. Dos representantes del sindicato entraron en el despacho de dirección.

Selena se acercó al tambor. Llevaba poco tiempo como coordinadora y la situación se le hacía embarazosa. Velma se interesó por lo ocurrido. –A veces no queda más remedio, Selena. ¿Qué paso? -. Selena respondió sin que la representara un desahogo. – Había cola y me acerqué a ella para ver en que estaba. Y la pillé sin los cascos puestos y mirando no sé qué en el móvil. Al pedirle que se conectara de inmediato se me encaró, recriminándome que esa no era la manera de decir las cosas. Os prometo que no sé si me pasé. Creo que no, de verdad. Pero si la hubierais visto igual os también os enfadáis. Todos cogiendo llamadas y ella trapicheando con el móvil -. Seguía tensa. No estaba intentando justificar nada. Realmente se lo contaba a ella misma para juzgarse. – A veces, Selena, la propia presión hace que nos pasemos. Pero si es lo que tú dices no me extraña que te enojaras -. Fue Estrella quién puso ese granito de arena. A su estilo. Con prudencia y buscando siempre el punto muerto de las cosas para evaluarlas mejor. – Hay que tener en cuenta que no es la primera vez que sorprendemos a esa chica haciendo lo que le apetece. No creo que esté de más llamarles la atención a aquellos que eluden su trabajo y dejan que caiga sobre las espaldas de sus compañeros -. Jacobo intentaba poner a la agente en su plano real. Generalizar es uno de los mayores defectos en los colectivos de trabajo. – Es curioso que siempre se quejen aquellos que más problemáticos son. Su único fin es no hacer. Y les importa poco que los demás tengan que sufrir su indolencia -. Hizo una pausa. – Selena. Yo en tu lugar le pediría a supervisión que sacara los tiempos en activo de esa chica. No podrás demostrar si has empleado el tono correcto, pero si podrás documentar al sindicato y la empresa de los niveles de producción de quién se ha quejado de ti -.

Formaba parte del protocolo y era inevitable. La agente, Selena, Ambar y dos miembros del sindicato fueron llamados a la sala de reuniones para clarificar un tipo de conflicto que nunca se resolvía a gusto de todos.


El descanso nunca es descanso cuando intentas equilibrar el cerebelo. A Jacobo le sirvió para buscar la hoja de ruta del sindicato. No la encontraba en ningún cajón de su memoria.

A determinada edad se tienen que admitir cambios que no se acaban de entender. Es un deterioro natural de los conceptos que, a pesar nuestro, se anclan en la historia y se convierten en inamovibles. Por mucho que nos esforcemos el motor renquea y pierde revoluciones.

Pero el cambio sufrido por los sindicatos no formaba parte de ninguna evolución. Si algo no había cambiado era la relación obrero empresa. El tira y afloja era similar al de los años 70 y las fórmulas empleadas por parte de las patronales solo mostraban pequeñas correcciones. No se puede confundir conversar con el diálogo. Y a Jacobo le parecía que hacía demasiados años que los sindicatos no dialogaban. Ni entre ellos ni con los empresarios. Bastaba con ver las octavillas que dejaban en los puestos. Se preocupaban más de criticar las acciones de otras organizaciones que de sensibilizar a sus afiliados acerca del movimiento obrero. Con el tiempo esta dinámica había adormecido la relación entre los empleados de cualquier empresa y sus representantes. Cada sindicato negociaba por su lado y nunca a gusto de los demás. Evidentemente siempre se atribuía los honores aquel que, por su condición de mayoritario, firmaba los acuerdos con la empresa. La respuesta inmediata de sus competidores era publicar todas las limitaciones de esos pactos, la trampa que escondían y todo aquello que se habría hecho si ellos hubieran sido los portavoces. Nada que ver con un ayer tan próximo como el que Jacobo recordaba.

Era un tiempo en que el tiempo servía para algo. Nadie convertía las horas sindicales en privilegio. Al contrario, sabía de personas que se llevaban el sindicato a casa. No se podía perder ni un minuto. La responsabilidad era absoluta y el fin innegociable. Hablaban con la gente, les argumentaban sus razones, proponían, captaban, se enfrentaban, vivían plenamente el significado de su tarea. Era una tarea; mucho más ardua si cabe que la de su puesto de trabajo.

El descanso se acababa. Y era en los descansos donde más podía certificar el nuevo rol de los sindicalistas. Sin dudar de su voluntad de hacer si dudaba de su hacer. – Me estoy oxidando. Esto debe ser así y soy yo quien no lo entiende-


Selena les contó como había ido la encerrona. – Mirad, yo no sé si he hecho bien. Pero le he reprochado al sindicato que diera por buena la versión de quien se queja acudiendo a Ambar para formalizarla sin haber hablado antes conmigo, sin haber contrastado la información que han recibido con la otra parte -. Aisa aplaudió lo que escuchaba. – Si, Selena, tienes toda la razón. Para ellos los coordinadores somos la empresa. La única vez que se interesaron por nosotros fue al presentar la queja. Algo excepcional que tenemos que agradecer -. Jacobo quiso intervenir. – Una queja contra el cliente les podía dar notoriedad. No le busquéis más vueltas -. Le salió como un hachazo. Todavía llevaba el revoltijo del descanso en la cabeza. Selena resumió. –Bien, al final se ha quedado en nada porqué la amonestación era solo verbal. Y esa chica no es tonta. En cuanto he dicho que una forma de demostrar su apatía era pidiendo el detalle de sus tiempos, ha aflojado. Incluso ha llegado a sonreírme cuando reconocía, según ella, un despiste inexplicable -. Todos se alegraron de que la sangre se hubiera quedado en las venas. Selena se bajó a fumar y la normalidad retomó el ambiente.


En el siguiente descanso Jacobo se preguntaba si ellos tenían derecho a amonestar a nadie. Una facultad no obliga. Era complicado determinar donde empieza la obligación a la hora de sancionar a un compañero. – Esto no es el ejército -. Mientras intentaba encontrar la diferencia entre uniforme y auriculares hizo acto de contrición de algunas de sus amonestaciones. Había una que le había marcado para siempre. Muy parecida a la de Selena. Una agente con continuados vaivenes en su dedicación a la que tuvo que sancionar por convertir su pantalla en un álbum fotográfico cuando las llamadas reventaban terminales. En aquella ocasión no intervino dirección. La queja de la operadora fue tal que llamaron a Jacobo a las dependencias de personal. Ambar le acompañó. Nunca supo lo que la agente había contado. Lo que si quedó grabado en el calendario es que la amonestada necesitó de varios meses para reponerse en su casa.

Situaciones como esta eran las que le hacían dudar de la legitimidad de esas amonestaciones. Las consecuencias, reales o fingidas, provocan dudas. Nadie quiere hacerles daño a las personas de su entorno, aquellas con las que tiene que compartir el día a día de trabajo. Lo que Jacobo no podía borrar era el malestar que sintió los primeros días de ausencia de su supuesta víctima.

Al pasar por la recepción del edificio coincidió con ella. Estaba hablando con el guarda de seguridad. Pudo escuchar un fragmento de la charla. – Porque ahora, yo, estoy en el sindicato….-. Curiosamente, y en contra de cualquier lógica, Jacobo recuperó todo el tiempo de preocupaciones perdido. – Apaga y vámonos, Jacobito. –


-Veo que han llegado a un acuerdo. Por lo tanto voy a dictar sentencia. Levántese señor Goñi-. Aitor no salía de su asombro. Antes de entrar en la sala el abogado de oficio le explicó las artes malabares que hizo para conseguir un pacto con la fiscal. Mientras le daba la mano felicitándole por su inmediata libertad le entregó un puñado de tarjetas de su gabinete particular.

- Vistos los cargos contra usted y dado que acusación y defensa están de acuerdo con la pena a imponer, le sentencio a veintitrés meses de prisión. Por lo tanto, dado que no tiene antecedentes, queda usted en libertad provisional hasta que se cumpla el periodo señalado. Le recuerdo que cualquier actuación suya que pudiera considerarse delictiva le privaría de la condicional que se le otorga -. Aitor esperaba que un martillo de madera refutara las palabras del juez. No fue así. El sacerdote de la justicia tardó menos tiempo en abandonar la sala que el funcionario en pedirle la firma al condenado. Las vacaciones no podían esperar. Hay cosas que nunca esperan. Y hay otras que nunca se esperan. Lo que estaba sucediendo no lo esperaba nadie. Nadie.

-Entonces, este fin de semana ¿Te vas al pueblo? -.
-Si, ya tengo ganas de ver a mis padres y respirar aire puro -.
Le pareció poco serio explicarle a su amiga que también ansiaba escuchar el canto de las cigarras. Pensó que era demasiado urbanitas para entender eso.
- Traeré melocotones. ¡Ya verás que ricos! Me gustaría tener coche para poder llenarlo de todo; de melocotones, paraguayas, sandías, melones… ¡No te puedes imaginar lo ricos que son los melones de mi tierra! -. Su entusiasmo iba creciendo a medida que se sentía transportada a sus orígenes.
-¿Has cogido tú los flanes?-. Era el momento del postre; el Office se llenaba y, cuando esto sucedía, apetecía más la calle. Palmi se acercó a la nevera para que los flanes de vainilla que habían comprado en el supermercado se convirtieran en el fin de su comida. Los comieron deprisa para que el reloj les dejara margen para buscar la sombra y fumar un cigarrillo. Palmira seguía sin fumar pero ya estaba en ese peldaño donde lo social encubre la adicción.
El calor apretaba y las zonas sombreadas recordaban la entrada de los centros comerciales el primer día de rebajas.
Iba a seguir promocionando su pueblo cuando advirtió que la cara de su amiga se desencajaba. - ¿Te sientes mal? ¿Qué te pasa? -. Palmi no respondió. Inspiró con más fuerza de la habitual para que el humo le invadiera los pulmones hasta el último rincón.– No, no ha sido nada. De verdad. Ya se me pasará -.
- Ya se te pasará ¿qué? ¿Que tienes? – Por primera vez desde que la conocía tuvo la sensación de que estaba molestando a su amiga. La prudencia tomó de la mano al respeto. – Disculpa, Palmi. No quiero atosigarte. Pero si te sientes mal dilo, por favor-. Mientras se excusaba observó que Palmi lanzaba miradas hacia la esquina. Eran furtivas, rápidas, pero no podían pasar desapercibidas. Respetando a su compañera hizo un esfuerzo y no se dio la vuelta para husmear la causa del malestar de su amiga.
- Anda, subamos, que nos quedan tres minutos -. Empleó un argumento incontestable para matar su preocupación por la que pudiera sentir Palmi. A medida que iban ganando la protección del edificio la notó más tranquila, aunque sus ojos seguían impregnados de temor. Se tranquilizó a si misma amparándose en cuán reciente estaba todo en las sensaciones de su amiga.
- Es natural que tenga sobresaltos. Necesitará de un tiempo para recuperarse-.
Obtenido el resultado de paz interior esperado, acompañó a Palmi hasta su puesto y buscó el suyo a tres cabinas de distancia.

A mediodía las llamadas se tomaban un vermouth con aceitunas. Solo algunas decidían seguir en el aire y, despreciando aperitivos y comida, seguían insistiendo con tesón para que Maruja tuviera motivos para quejarse.
- ¿Lo veis? No lo digo porqué si. Me acaban de entrar dos de seguidas y vosotros mirando-.
- Es la morita que te tiene manía. ¡Ja, ja, ja!
- No tiene gracia, Salitre. Ninguna gracia. Voy a quejarme al sindicato-.
- No, al sindicato no. Habla primero con algún coordinador para que se lo transmita a Ambar. Con ella se puede hablar. Y seguro que hace que saquen la información de tus lamadas. No sea que estés confundida, Maruja. Y si vas al sindicato y resulta que no escomo crees te meterán en la lista negra -.
- Bueno. Ya veremos que hago. Pero esto no puede ser -. Lo dijo con falta de convicción. No estaba segura de disponer de la suficiente carga de razones. Se había desahogado ante su público y eso le bastaba de momento.

Violeta cruzó la sala. Al pasar por el tambor se despidió de Manuel que se había acercado a Aisha para darle instrucciones. – Hasta mañana, Manu -. Sin dejar de hablar con la force, Manu le dijo adiós con un gesto afectuoso de su mano.
-Se va temprano, chicos. ¿Quién viene este fin de? -. Reírse de sus propias gracias solía ser el punto y final de los minutos brillantes de Maruja.

- Solo me queda un madrugue. En cuanto salga, en lugar de ir a casa, me acerco a la terminal para comprar el billete. En verano los buses se llenan. No quiero tener que salir a última hora -. Palmira ya estaba dejándose llevar por el entusiasmo. Ella misma estaba sorprendida. Durante aquellos meses le había bastado con llamar a su familia un par de veces por semana. Ahora, de repente, tenía tantas ganas de verles que el viernes que todavía le quedaba por delante se le hacía un mundo. – Ya podían ser las cuatro de mañana -. Mientras pensaba en voz alta no dejaba de pensar en el zumbido de las cigarras cuando el sol se convertía en calima provocando que el asfalto de la carretera brillara en la distancia imitando los reflejos del agua.
- ¿Te mueres de ganas, eh? -.
- Si, Mariona. La cabra al monte tira -.
Los tópicos sirven para que tomemos conciencia de lo irreales que pueden llegar a ser. Palmira sabía que tenía que marcharse del pueblo. Y lo hizo buscando el futuro que aquellas tierras medio secas y angostas no podían ofrecerle. Era su casa pero nunca lo sería. La ciudad era solo una promesa a la que nunca podría convertir en patria. Dejar aquello la llevaba a lo ambiguo, a una lírica de vida cargada de atonía. Lo impersonal masifica. Sin embargo era la única salida. Renunciar a la pureza de la tierra para acogerse al amparo del asfalto. Sin embargo la supervivencia era más factible entre autobuses que rodeada de tractores. El dinero, poco o mucho, que pudiera necesitar para sentirse viva estaba en la ciudad. El dinero y la gente de su edad con la que poder compartir experiencia. No estaba renunciando a nada. Solo admitiendo que crecer como persona requiere intercambio, debate, información, conocimiento. Y eso solo podía encontrarlo mezclándose con miles de personas. Fueran descendientes, fueran herederos.
Desear volver a casa convertía en tópico la añoranza. La necesidad de escapar de su casa convertía en tópico el futuro.
- Ya nos vamos, Mariona. En cinco minutos esto se acaba. Puede que mañana ya te pidan que cojas tú la llamada. O que la coja yo pero tú manejes el programa -.
- No me asustes, Palmira -.
- Tranquila, mujer. Que yo estaré aquí para echarte un capote. Aunque no creo que lo necesites. ¡Anda! Desconecta tus cascos, mételos en la bolsa y vamos a dejarlos en la entrada. Ya son las cuatro.

Al cruzar la calle, Maruja tuvo el presentimiento de que Venancio no estaría en casa. El metro había volado hasta allí y era más temprano que nunca. En lugar de tomar el camino de casa anduvo cincuenta metros en sentido contrario. Allí estaba, en el bar, discutiendo acaloradamente con un pequeño grupo que compartía con él una extraña habilidad para no derramar el contenido de sus vasos a pesar de que gesticulaban de manera exagerada.
Prefirió no hacerse ver. Lo mejor era ir a casa para refrendar que su marido no había hecho nada por justificar sus interminables horas de vacío. Al entrar no la sorprendió ver lo mismo de siempre. Solo faltaba Venancio dormitando en el sofá. Ventiló la casa y se declaró en rebeldía. Si él no movía un dedo ella tampoco lo haría.
- O acabo con esto o esto acaba conmigo -. El despecho es capaz de convertirse en venganza en décimas de segundo. Cogió una cerveza del frigorífico y buscó un vaso limpio en el escurridor. No tuvo suerte.
- A morro. No importa. Igual que tú cuando ya no te tienes -. El clic de la lata sonó como el disparo de salida en una carrera de atletismo. Bebió sin parar hasta que le faltó el aire. -¡Hoy me toca a mí! -. Apuró lo que quedaba en otros dos tragos largos y buscó la basura para deshacerse del envase. Al pasar frente a la nevera se detuvo, abrió la puerta y tiró de otra cerveza. -¡Que si! ¡Que hoy me toca a mí! -. No lo sabía, pero se estaba preparando para enfrentarse a una situación que ya la estaba desbordando. Cuando fue a por la tercera cerveza ya no tiró la lata vacía. Quedó sobre la mesa como notario de todo lo que iba a decir cuando Venancio y su borrachera cruzaran la puerta.

- ¿Vamos un ratito al Parque del Lago? -. El si de los pequeños llenó de alegría el salón de sus abuelos. –Os los traigo para la cena. Y no os preocupéis si tardamos un poco. Están de vacaciones y quiero que disfruten -.
- ¿A que yo apretaré el botón del ascensor? -. Urko marcó su territorio mientras daba un beso a Amparo. Palmira encaró el pasillo camino de la entrada para que los niños la siguieran como los delfines siguen la estela de un velero.
- ¿No viene la tía Palmira? – Ainoa adoraba a la amiga de su madre.
- No, hoy no puede. Ha ido a comprar un billete de autobús para ir a ver a sus papás-
- Y nosotros, ¿No podemos coger un autobús como el de la tía Palmira para ir a ver a papá?-. La pregunta de Urko obligó a su madre a pensar como se las tendría que ingeniar para colocar a Aitor en un lugar recóndito de un mapa.
- Ya veremos. Anda, hombre de la casa. Que el ascensor no espera -.
Mientras el viejo ascensor les transportaba hacia la calle se dijo que era necesario liberase de sus miedos y empezar a vivir. No podía estar viendo a Aitor en todas partes. La sensación que tuvo cuando estaba fumando con Palmira no podía repetirse. Todavía tenía el nudo en la garganta.

- ¿Ya estás aquí? -. Sorprendido Venancio miró el reloj de cuco que dormitaba encima del aparador. -¡Joder, tía! Me he pasado la mañana dando vueltas y nada. Todas las ofertas son mentira. Y si no lo son no quieren gente como yo -.
Maruja conocía aquel discurso y ni siquiera respondió. De manera ostentosa se llevó la lata de cerveza a los labios para contener su enfado.
-Voy a tomar yo otra contigo -. Solo lo intentó. Al dar el primer paso hacia la cocina su mujer le ordenó que se quedara.
- Tú ya has bebido lo que tenías que beber -. La malta le había dado fuerza para arrancar y nada iba a detenerla.
- Ni buscas trabajo, ni haces nada en casa, ni quieres hacerlo ni lo harás. ¡Ya me tienes harta! ¿Para ti buscar trabajo es lo que hacías en el bar? Y no me cuentes milongas, que te he visto. Te he visto antes y te huelo ahora. Así no podemos seguir, Venancio -.
Las palabras de Maruja sonaron distintas a otras veces. Esta vez no se estaba desahogando; esta vez estaba reventando. Era un cobarde y sintió el miedo que provoca la verdad cuando se sabe que se miente, que se ha mentido durante mucho tiempo.
- No es como dices, Maruja; solo te pido que me entiendas -. Nadie soporta una petición de auxilio lastimera cuando se siente engañado.
- Por favor, no te hagas el víctima ahora. ¡Claro que te entiendo! Y porqué te entiendo te digo que ya no puedo más. Estoy cansada de entenderte y mirar hacia otro lado. ¡Mira en lo que te has convertido! ¡Mira en lo que me estás convirtiendo a mí! ¡Mira lo que queda de nosotros! La lágrima fue breve y la detuvo apurando la cerveza que quedaba en la lata. De pie, con los brazos semiabiertos, sosteniendo una lata vacía en su mano derecha, miraba a su marido como si nunca hubiera formado parte de su vida.
- Todo se arreglará, Maruja. Mira, me han comentado en el bar que el gobierno está preparando una ayuda para los parados como yo. Hablan de que van a darnos trescientos o cuatrocientos euros -. Si quería continuar nunca lo sabremos. Maruja no le dejó.
- No te estoy hablando de dinero, gilipollas, no te hablo de dinero -. Ahora si, ahora las lágrimas brotaron sin obstáculo. Siempre hay un momento en las tragedias en el que se llora de verdad. -¿Tú crees que hablo de dinero? Si fuera por eso ya haría mucho tiempo que estaríamos hundidos. No tenemos hijos, Venancio; no tenemos hipoteca. Con lo que gano vivimos. Mal, pero vivimos. No te estoy hablando de dinero -.
Venancio se sintió atrapado. Su mujer le estaba pidiendo algo y no sabía lo que era. Su silencio interminable le sirvió a Maruja para pedirle ayuda a un kleenex y continuar.
- Te hablo de vida, de complicidad, de ayuda, de estar, de no mentir, de vivir juntos lo poquito que tenemos, de compartir, ilusionarnos, conocernos. Te hablo de ser dos y no dos que van cada uno por su lado -. Se mordió la lengua. De sexo no quería hablarle. No era el momento. Quizá ya no era el momento para nada. A medida que iba soltando todo lo que llevaba dentro tomaba conciencia de que solo les unía la inercia de un techo y doscientas discusiones sin sentido mal repartidas en veinte años cuesta abajo.
- Te prometo que iré al médico. Te lo prometo. Ya nunca más te fallaré en la cama. Te lo juro -. Fue el último disparo fallido de un arma sin munición. No había entendido ni una sola palabra de lo que le estaba diciendo.
- Déjalo. Mejor dejarlo. Es inútil hablar contigo. Es inútil -. La tensión y el alcohol de tres cervezas hicieron que se desmoronara. No obstante sintió un último hálito de dignidad y cogiendo el bolso salió de la casa sin decir nada.
Venancio, absolutamente perdido, se quedó inmóvil, de pie y sin capacidad de reacción.
- Necesito una cerveza -. Sabía que algo estaba cambiando en su vida y prefirió preguntárselo a una lata de Mahou que a su conciencia.

Había conseguido plaza en el bus de las cinco. Saldría de casa con la bolsa preparada. A la derecha y en ventanilla, tanto en la ida como en la vuelta. Perfecto. El fin de semana se presentaba espléndido. Seguro que las cigarras ya estarían ensayando para ofrecerle el mejor de sus conciertos.
Se le ocurrió llamar a María. Si estaba en casa igual se acercaba para verla. Seguía restableciéndose y parecía que su nueva compañera de piso era una persona agradable y sintonizaban de maravilla. Mientras marcaba sonrió ante la ocurrencia de que esa sintonía podía provocarla el fumeteo. No era justo pensar de esa manera pero hay pensamientos que brotan y nada los detiene.
Móvil apagado o fuera de cobertura. Desistió. Eran casi las seis y le pareció una buena idea acercarse hasta el parque para ver de coincidir con Palmi. Así veía a los chiquillos. Su debilidad por Ainoa crecía.– Si un día tengo hijos me gustaría tener una niña como ella -. Hay deseos que invitan a meditar. Su vida sentimental se había quedado dormida desde que pilló a Francisco con la hija del alcalde. Habían pasado seis años y ella seguía encerrada en su rechazo a cualquier relación, aunque fuera desechable. – No es momento. Pero si tengo una hija quiero que sea como Ainoa -.
Les vio al pisar el paseo central del parque. Los enanos trepaban en su mundo de colores y Palmi estaba sentada en el mismo banco donde se dieron el primer abrazo. El estanque, a su izquierda, soportaba la travesura de varios chiquillos empeñados en tirarle piedras. Al otro lado del agua media docena de chopos que le parecieron más hermosos que un par de meses atrás. Junto al más grande una silueta que se refugiaba del sol. Es difícil identificar a alguien al que solo conoces porqué te enseñaron alguna foto familiar.
Ainoa dio un chillido de alegría y se dejó caer del laberinto con una facilidad inexplicable. – La tía, la tía. ¡Mamá, ha venido la tía! -. La tarde y el parque se convirtieron en fiesta.
La silueta tenía cuerpo y mirada. Ojos que se cerraban a medida que la obsesión se adueñaba de si misma. El cigarrillo sintió la presión del pie que lo aplastó sin apagarlo.
- Me da lo mismo que no esté liada con otro. No lo estará nunca. Si no ha de ser para mi no será para nadie. ¡Nadie! -. Esta vez no podía cometer ningún error. Tomó el camino de su casa para preparar su estrategia cuidando hasta el más mínimo detalle. Seguía creyendo que Palmi caería en sus brazos cuando el la pidiera que volvieran a empezar. Pero quería tener previsto que hacer en caso de que su mujer volviera a caer en la estupidez de querer dejarle.
- Mañana, querida. Mañana queridas. De mañana no pasa -. Mientras andaba maldecía su debilidad al no insistir con sus golpes en la puerta aquella noche en que estuvo a punto de atraparla. –Fui imbécil. Cuando el vecino me amenazó con llamar a la policía me acojoné -.Pensar que al cabo de unas horas le detuvieron le provocaba una sorna que solo cabe en la cabeza de quienes no se temen a si mismos.

La frase preferida de Waldo era el toque de corneta que ponía en marcha las raspas de Gold Plus. –Somos felices aquí. Por favor, que no me den descansos si no me los merezco -. Tenía un gracejo especial que hacía que nadie se cansara de escuchar las mismas palabras. Provocaban la sonrisa y eran mejor recibidas que la cantinela de los coordinadores pidiendo que todo el mundo estuviera disponible.
A los pocos minutos los coordinadores se reunían alrededor del tambor a la espera de que Ambar les diera instrucciones. Se organizaban sin perder de vista la sala.
-Bien, chicos. Que los nuevos empiecen a coger la llamada. Que no escriban, que solo atiendan. Y a media mañana que cambien. Que su compañero hable y que ellos escriban-.
Ambar les marcó prioridades y deseándoles un buen día regresó a su mesa.

El crecimiento de Gold Plus había ocasionado reajustes en coordinación. A la incorporación de Selena habían seguido otras. Siempre que pasaba esto el equipo se resentía. El periodo de adaptación de los nuevos ocasionaba un lastre inevitable que se iba liberando a medida que aprendían a ver la plataforma desde otra óptica.
No era tan sencillo. El carácter de cada uno marcaba ese periodo y, a la vez, servía para definir posturas respecto al equipo al que se integraban y al colectivo de agentes que dejaban de ser compañeros de raspa para convertirse en responsabilidad.
Algunos detalles servían para identificar perfiles. Para los más veteranos eran indicativos de la actitud. Frases como “Es que no entienden”…” No soporto a los agentes que”… eran claro exponente de un empacho. Era cierto que las cosas se veían de otra manera cuando se estaba de pie. Y no era una virtud que se adquiría de repente. Si acaso era un privilegio del que se tenía que hacer un uso conveniente para que repercutiera en beneficio de los agentes y no del ego del nuevo coordinador. De nada vale trepar cuando ya no quedan mas peldaños.
Otra línea roja señalaba la conducta de algunos. Solían incurrir en el error de aproximarse al cliente con espíritu crítico respecto a los operadores; en algunos casos esa descarga de opiniones alcanzaba incluso a otros coordinadores. Olvidar que el cliente no era su empresa propiciaba filtraciones y malentendidos que nunca beneficiaban a los agentes. Era tanto su interés por demostrar su valía que intentaban absorber múltiples tareas o crear nuevas praxis que ponían en marcha sin someterlas a la opinión del resto, ni siquiera de Ambar.
Tensiones innecesarias que no siempre se resolvían apaciblemente. A menudo nos pierde nuestra rigidez. Algunos aprenden a desbloquearla y otros la mantienen como único recurso para defender el suelo que pisan.
Selena se adaptó con facilidad. Era receptiva. Tuvo algunos conatos de incomprensión. Especialmente con Jacobo, pero les bastó un café para entenderse. Ambos querían hacer bien su trabajo orientándolo al objetivo de su puesto sin perder la visión de que trabajaban con personas. “Estuve sentado contigo y sé lo que necesitas. Déjame convertirte en tu herramienta de trabajo. Y ayúdame tú no dándome motivos para recordarte que mi tarea también consiste en controlar lo que haces.”
Seríamos infieles con la historia si no dejáramos constancia de que Selena y Jacobo se ganaron, cada uno a su nivel, cierta fama de intransigentes. La misma fidelidad nos empuja a certificar que esa fama se la atribuían aquellos agentes que menos hacían por equiparar su esfuerzo con el de sus compañeros.
Eran el resultado de una ecuación. Cuanto más queremos defender al que se entrega a su labor, más rígidos somos con quien intenta convertirse en parásito del esfuerzo de los demás.
Nadie juzgaba a nadie en esos periodos de integración. El tiempo era un lienzo en blanco que cada uno pintaba a su manera hasta que el bodegón se completaba. Los había luminosos, los había brillantes, los había ocres. Encajar ese pantone de claro oscuros no era sencillo. Ni para Ambar ni para los agentes que interpretaban lo que veían en función de lo que en ellos provocaba.

El inspector se había tomado unos días de respiro para ejercer de padre y marido. Desde el lunes su arma y su placa también descansaban al cuidado de la armería. Una semana de vacaciones no altera demasiado la actividad y su mesa se convirtió en depósito de notificaciones que llegaban de diversos juzgados. Otros inspectores se ocupaban de atender denuncias y perseguir a los malos. La correspondencia podía esperar, especialmente si no llevaba el distintivo de urgente. Nadie abrió ninguno de los sobres que llegaron a la mesa del inspector. Uno de ellos contenía un aviso acerca de la libertad provisional de Aitor Goñi, ordenando que se tomaran las medidas oportunas para reactivar la orden de alejamiento que pesaba sobre él. El expediente de Palmira Ochoa estaba archivado en un mueble metálico y gris que guardaba, por orden alfabético, todos los casos de malos tratos que afectaban a la comisaría.

-Hoy se te ve poco inspirada, Maruja. No te has quejado en toda la mañana -.
Todos se habían dado cuenta de que Maruja no estaba de buen humor. Ni una queja, ni una broma, ni un solo comentario.
Salitre estaba desconcertado. Algo estaba fallando en su estrategia. No conseguía encontrar la senda para que su contacto diario con aquella mujer profundizara como deseaba.
- Mira chico. Hay días en lo que una no está de humor para nada. Y hoy es uno de ellos -.Respondió porqué tenía que hacerlo. No se sentía comunicativa, ni siquiera para lanzar alguno de sus dardos contra cualquier situación que le pareciera graciosa. Su subconsciente le decía que todas aquellas chirigotas que siempre provocaba no eran más que una forma de evadirse de la realidad. Y ahora que la estaba pisando no le apetecía para nada enterrarla con sus chismes. -Ahora tendría que mofarme de mi propia situación -. Cavilar esto la llevó a un estado de abstracción tal que ni siquiera notó que su terminal le anunciaba una llamada. Salitre estaba hablando pero tuvo el reflejo de darle un golpecito a su compañera señalándole el parpadeo luminoso.

-Las once. Ya no queda nada -. Cogió la llamada con alegría. Cada asistencia que daba empujaba el reloj hacia adelante. Se veía en casa, escuchando como su madre la ponía al corriente de las noticias del pueblo. Cualquier cosa, por insignificante que pudiera parecer, se convertía en portada. Ella misma iba a serlo porqué estaba segura de que su familia ya había pregonado su llegada. No le importaba. Podría saludar a gente por la que sentía auténtico aprecio. Y a otra que apreciaba menos pero formaba parte de su vida y, muy especialmente, de la vida de sus padres. –Melocotones con sabor, sandías jugosas, aire limpio…y las cigarras cantando para mi -.Palmira de Palma rebosaba felicidad.

-Ya son las once. ¿Por qué el tiempo siempre corre más de prisa cuando queremos que no ande? -. A Maruja no le apetecía para nada que llegara el final de la mañana. No quería regresar a casa. Se había levantado con sigilo para que Venancio no se despertara del letargo en el que ya estaba sumido cuando, después de su disputa, ella había regresado. Por primera vez en tantos años se alegró de no tener que hablar. Y ahora se le hacía un mundo tener que verle. - ¿Qué le digo? ¿Qué querrá decirme? ¿Queda algo por decir? – Pensó lo que se piensa cuando la luz nos invade y sabemos que nada de lo que digamos cambiará las cosas. No valen ni arrepentimientos ni promesas. Tampoco sirve encontrar culpables. La culpabilidad se comparte. El fracaso también.

Ambar le confirmó a Palmira Ochoa que iba a incorporarse al colectivo de Gold Plus y que, aprovechando el cambio pasaría a tener la misma rotación de descansos que su compañera de piso.
- Ya me lo había comentado un coordinador. Lo que no sabía era cuando. Gracias por ese cambio de rotación. Seguro que Palmira también se alegra -.

A dos metros, Violeta no perdía detalle de lo que sucedía en la mesa de Ambar.
No le desagradaba Palmi como agente para Gold. Pero le parecía que no era alguien a quién se pudiera manejar. Había algo en aquella mujer que se le escapaba y, cuando esto sucedía, no se sentía bien. Dejó de observar lo desconocido porqué una de las nuevas coordinadoras se le acercó para corroborar un dato. Resuelta la consulta fue Violeta la que preguntó.
- ¿Qué tal Palmira Ochoa? Creo que funciona. ¿No? -.
- Si, no tenemos queja. Y tiene mérito con lo mal que lo ha pasado -.
- ¿Mal? ¿Por qué? ¿Ha estado enferma? -.
A cambio de nada obtuvo toda la información acerca de Palmira, su situación familiar y los acontecimientos a los que la coordinadora había tenido acceso cuando Ambar les informó someramente para que, de manera provisional, fueran permisivos con la agente.
- Os cuento hasta aquí para que sepáis cual es la razón por la que vamos a dejar tranquila a Palmira Ochoa durante un tiempo. Pero, por favor. Ni un solo comentario. Ya sabéis que pasa cuando corren los rumores -. Ambar había sido muy clara. Y Estrella le echó una mano reforzando sus observaciones. – Si, que ya corre un bulo acerca de ella y de su amiga. Las están convirtiendo en pareja -. No podían hacer nada por evitar que se propagaran rumores. Pero si debían respetar con su silencio aquello que no era un rumor precisamente.
A Violeta le bastó lo que le contaron para hacerse una idea descompuesta del cuadro de vida de Palmi. Le puso un diez a la coordinadora y siguió oteando el horizonte para ver lo que pasaba.

En los últimos días el ambiente de los coordinadores estaba un tanto enrarecido. En sus reuniones matinales con Ambar no se hablaba de nada que no fuera trabajo. Pero se comentaban asuntos que pertenecían a la intimidad de sus funciones. Valorar a un agente, decidir su seguimiento, diseñar estrategias para mejorar; incluso cuestionar decisiones del cliente, de alguno de sus supervisores ó de la propia empresa. Nada trascendente ni secreto. Pero que si debía permanecer fuera del alcance de terceros para evitar malas interpretaciones o esos rumores que nunca son fieles a la verdad.
Hacía un tiempo que esa frontera se rompía y puntos concretos de esas reuniones llegaban a los oídos de algunos que no tenían reparo en verterlos sin medida, quitando y añadiendo, magnificando y deformando casi siempre. El tanteo al que se sometieron esas filtraciones llevó a un grupo de operadores de Gold. Localizado el mar encontrar el río que lo alimenta era cuestión de paciencia. Andando por la orilla acabarían tropezando con su desembocadura. Cuando no sabemos de quién debemos desconfiar recelamos de todo el mundo. El pensamiento es libre. La libertad no siempre lo es.

Palmira de Palma quería volver a casa para contarles que era libre.
Maruja estaba abriendo puertas y ventanas para que aires de libertad llenaran el espacio de su vida.
Aitor se exponía a perder la suya en el intento de evitar que su mujer la consiguiera.
Tres pensamientos esclavos de una libertad inexistente.
De la libertad, en nuestra vida, podremos llegar a tener múltiples paisajes. Pero solo una única esperanza.


Capítulo V
El gélido verano.


El autobús salió con casi diez minutos de retraso pero no perturbó el encantamiento de Palmira. Aquella terminal saturada de viajeros, maletas y mochilas le servía de punto de partida a la hora de recrearse en su viaje. Pronto desaparecerían los grandes edificios, los semáforos, la prisa y la indiferencia de la gente. Y así fue. A los pocos kilómetros, entre población y población, el verde iba sustituyendo a la urbe. Era el preludio de la sinfonía de naturaleza y color que Palmira necesitaba para saborear la vida detrás del cristal de su ventanilla.
En dos horas y poco entraría en la cocina para dar el primer bocado a un pastel de amapolas que, seguro, su madre le tendría preparado.

Palmi tenía previsto pasarse por el supermercado para abastecerse de cara al fin de semana. Luego, si la tarde se estiraba lo suficiente, se acercaría a ver a los niños. Hoy no tendrían tiempo de ir al parque pero no quería dejar de estar con ellos aunque solo fuera un rato. Al menos hasta que hubieran cenado. Para ella acostarles y darles las buenas noches era algo que les unía y daba fe de la provisionalidad del verano. No se sentía feliz teniéndoles con ella solo los días de libranza.
Colocó la compra y se dispuso a fumar un cigarrillo. Le gustaba hacerlo en la ventana de su dormitorio. Era la única que daba a la calle y permitía ver el ir y venir de la gente en aquel barrio un tanto extravagante. De día todo parecía normal. A medida que el sol se escondía el decorado humano cambiaba.
Todavía era temprano para eso. Apoyó un brazo en el alfeizar; el cigarrillo sabía a todo lo que puede saber un cigarrillo cuando nos sentimos relajados.
- ¡No puede ser él -. A pesar de negarlo echó el cuerpo atrás intentando esconderse.
- Está en la cárcel. -. Necesitaba convencerse de que el hombre que miraba a su ventana no podía ser Aitor. Se asomó otra vez para convencerse de que se equivocaba tanto como creyó equivocarse el día anterior cuando conversaba con Palmira. – Tengo que quitarme el miedo. Está en la cárcel. No puedo verlo en todas partes -.El reflejo del sol que ya se perdía detrás de los edificios la impidió ver con claridad. Con la mano a modo de visera hizo un esfuerzo.
- No puede ser él. No se arriesgaría a que le viera -. Se reprochó aquella conjetura. – No, Palmira, no. No puede ser él porqué está en la cárcel -.
El cigarrillo se le había apagado. Sabía a rayos cuando lo encendió. Era mejor apagarlo. Una maceta vacía le sirvió para desecharlo. Inmediatamente prendió otro y se sintió aliviada por la calada y sus razonamientos. – Está en la cárcel -.

Bajó del metro dos estaciones antes. Quería caminar un poco. Caminar y pensar. No soportaría otra discusión. – No, no quiero darle vueltas y vueltas a algo que los dos conocemos perfectamente -. Tampoco se sentía con fuerzas para callarse y matar la tarde como si nada sucediera. - ¿Qué hago? ¿Entrar en casa y no decir nada? ¿Actuar como si lo de ayer hubiera sido una rabieta? -.
Los finales llegan sin anunciarse porqué nunca son un imprevisto.
- No puedo pedirle que se vaya. No tiene trabajo, no tendría donde ir. Ni puedo marcharme yo…. ¡Dios, estamos encarcelados, condenados a vivir juntos hasta quién sabe cuando! -. No poder decidir nada cuando más se necesita duele tanto como la peor de las decisiones. Pasó de largo. No podía subir a nada. Siguió caminando sin rumbo con la esperanza de encontrar alguna respuesta cada vez que cruzaba un paso peatonal. El sol también en esas calles buscaba la espalda de los edificios. Fue un aviso para Maruja. - ¡Que tarde debe ser! -. Un argumento poco convincente. Darse la vuelta significaba regresar. Y no quería.

- ¿Ya has fumado bastante? ¡Anda, sal otra vez y fuma para llamar la atención, para que los tíos te miren!..... ¿Te has cansado del mamón que tenías y buscas otro? ¡Voy a subir a por ti y te llevaré a casa a hostias! -.
Aitor seguía allí mirando a la ventana. Palmi ya no estaba. - ¿Y mis hijos? ¿En casa de tus padres? ¿Así te ocupas de ellos? ¡Mala madre! Les contaré lo puta que eres y no querrán saber nada de ti -. No existía coherencia en su furia silenciosa.
- No mereces ninguna compasión. Te lo daba todo y nunca te bastaba ¿Para eso querías trabajar? ¿Para dejar tú casa y enrollarte con cualquiera? ¿No tenías suficiente con tu marido? ¡La culpa es mía! ¡Tenía que haberte dado más fuerte! ¡Cuatro hostias mas y luego ponerte de rodillas para que me la chuparas! ¡Seguro que así habrías aprendido! -. Mientras seguía farfullando paranoia los pies le acercaban por instinto.

- O me doy prisa o no les puedo dar la cena -. Calmada la ansiedad se apresuró en cambiarse para ofrecer una imagen más fresca a su familia. Dos toques al spray de su colonia favorita la convencieron de que su apariencia era la adecuada.
La historia siempre se repite. No tuvo tiempo de reaccionar. El empujón la lanzó contra la pared de la entrada. Aitor cerró la puerta y, sin decir nada, la miró sonriendo como un niño cuando acaba de hacer su travesura.
- No me esperabas… ¿Cómo ibas a esperarme? ¿Pensabas que ya te habías librado de mi, verdad? -.
Palmira quiso decir lo que no supo decir. Le dolía la espalda a causa del golpe contra la pared. El pánico solo la dejó pensar en María.
- Te vas a venir a casa conmigo. Te vas a venir ahora conmigo. Tu sitio está en tu casa, con tu marido, conmigo, solo conmigo. Eres mía ¿Lo entiendes? Y me vas a obedecer ¡Vaya si me vas a obedecer! -.
Palmi negó tímidamente con la cabeza. No supo mentir. Se lo dictó el ánimo y lo expresaron las lágrimas que se negaban a ser un signo de obediencia. La zarandeó agarrándola por los hombros.
- ¿Que no? ¿Te niegas? ¿No quieres? -. Tiró de ella hacia el dormitorio arrastrándola como si fuera un peso muerto. Palmi temió lo peor. Cuando su marido hacía esto siempre la forzaba. No estaba dispuesta a otra violación. Intentó resistirse hasta que un golpe seco en el estómago le provocó arcadas.
¿Te doy asco, hija de puta? ¿Te da asco el padre de tus hijos? ¿Quieres vomitar? -. Agarrándola por la cintura con un brazo tiró de su cabello con el otro y la hizo caminar hasta la ventana. -¡Vamos, vomita! ¡Saca toda la mierda que llevas dentro! -. La cabeza de Palmi intentaba seguir negándose. - ¿No quieres vomitar? ¡Pues yo si quiero hacerlo! Y tú eres mi vómito, tú y esa libertad que nunca te daré. ¡Mira en lo que me has convertido! ¿Te hace feliz verme así? ¿Esto es lo que querías? ¿Encerrarme para poder hacer lo que te diera la gana? ¡Voy a vomitarte! ¡Voy a vomitarte! – Palmira seguía negando hasta que Aitor tiró tan fuerte de su pelo que no pudo mover la cabeza.
Mientras caía vio a sus hijos jugando en el Parque del Lago. Varias personas se acercaron a ella. La sangre no habla pero es capaz de contarnos que la muerte ha venido de visita.

- ¿Se ha tirado?
- No sé. Yo solo he escuchado el golpe. En seguida he mirado hacia arriba pero no he visto a nadie – Cuando el viandante levantó de nuevo la cabeza en casi todas las ventanas había público curioso que ya tenía de que hablar en la cena.

Un sobre sin abrir, en comisaría, maldecía su destino.
Palmira de Palma se abrazaba con sus padres y buscaba en la cocina un pastel que le sabría a niñez y adolescencia.

Maruja no encontraba el norte en una brújula sin puntos cardinales.

Dos chiquillos intentaban hacer volar un avión que no volaba.

La parca se retiraba feliz prometiendo volver.

Hay días extraños en los que los dioses no existen.












Maruja entró en casa a la vez que las primeras sombras del ocaso. La recibió un silencio conocido. Sintió alivio al creer que Venancio estaría en el bar celebrando su fracaso con un botellín en la mano.
La tabla de planchar estaba abierta en el salón. Sobre el respaldo de la butaca que acompañaba al sofá a todas horas varias camisas arrugadas y un pantalón inarrugable.
- No sé que pretendes, Venancio. Pero sigues sin entender nada -.
Buscó algún resultado de aquella declaración de intenciones de su marido. No lo había. Sonrió sin sonreír al ver que el impulso había durado hasta el momento de enfrentarse a la tarea. Esta era la constante de Venancio. Promesas de cambio y conjeturas irrealizables que siempre acababan arrugadas como aquellas camisas.
La última luz del día se despidió mientras huía por la ventana. No la necesitaba. No necesitaba nada en aquel silencio vacío por el que podía andar a tientas sin tropezar. Se sentó en la butaca aplastando las camisas con la espalda. No sabía que hacer y pensó que lo mejor era dejar que todo aconteciera sin programa. Esperaría a Venancio; al fin y al cabo llevaba muchos años esperándole.
-Me tenías preocupado -.
- ¿Y has ido al bar para ver si estaba allí? -.
- No, Maruja. Me he acercado hasta la boca de metro y te he esperado un buen rato. En el bar solo me he parado ahora, al regresar -.
- Podías haberme llamado -.
- No tengo saldo ni dinero para cargar el móvil -.
- Pero si tienes para el bar. Ayer, hoy, todos los días. Para el bar si tienes -.
- Ya sabes que en el bar me fían. A ti te cabrea, ya lo sé, pero me fían -.
- Bien, no importa. Como puedes ver estoy perfectamente. Y antes de que me preguntes te diré que no he estado en ninguna parte. Me apetecía caminar, solo eso -. Maruja intentaba no dar ni darse pié para discutir. Aquel hombre que estaba a dos metros solo le provocaba indiferencia.
-Ahora irá a la cocina a por una cerveza -. Lo pensó deseando que ocurriera. Necesitaba más silencio, más oscuridad, más ausencia para saber donde estaba en todo aquello. - ¿Cuánto tiempo hace que estoy así sin darme cuenta?-.
Venancio emprendió el camino de la cocina. Al pasar por delante de su mujer la pellizcó cariñosamente en la mejilla.
- ¿Quieres una birra? -. No le contestó. El silencio se interpreta según el momento en que se produce. Venancio regresó al salón con una sola lata.
- Habrá que ir a por más, solo quedan tres -.
- ¿Hace falta algo más que cerveza? -.
- No lo sé. No me he fijado -.
- ¿Te has preocupado alguna vez de algo que no fuera la cerveza? -.
Mientras lanzaba la pregunta deseó con todas sus fuerzas que no la contestara. Tuvo suerte.
- Creo que no voy a cenar nada. Pero hay hamburguesas en el congelador. Si tienes hambre puedes comértelas -. Estiró el brazo para alcanzar el mando. Cansada de ver anuncios buscó el canal de informativos sin poner demasiado interés en las declaraciones de la ministra que le quitaba importancia a una amenaza de crisis que negaba una y otra vez.
Las crisis de cualquier índole siempre se niegan.

- ¿Tenemos ausencias? -. Era una pregunta obligada que se hacía desde el tambor. Los fines de semana Aisha descansaba y le habían correspondido a Velma los honores.
- Una en internacional y una en asistencia -. Jacobo le pasó la información.
- ¿Quién?
- Julia de inter y Palmira Ochoa -.
Se respiraba sosiego a primera hora. Los agentes conversaban entre si. Pocas llamadas. Era lo habitual hasta mediodía. Jacobo lo llamaba la hora Carrefour.
- ¿Cuantos agentes te mandan a Gold? -.
- Creo que seis. O puede que sean siete -.
- Seguro que son de lo mejorcito. Siempre nos desnudan para vestiros a vosotros
- ¡Hey, Yayo! ¡Que no soy yo quién les escoge! -.
- Ya, ya lo sé. Solo era un comentario. Pero revienta un poco que cuando se nos echa encima el trabajo fuerte nos quiten a los mejores -.
Los dos sabían que siempre era así y lo comentaban sin más.
- ¿A quién tenemos hoy? -.
- A Violeta….No sé si estarás de acuerdo conmigo, Velma, pero me parece que ya está recuperando fuerzas -.
- Esperemos que no, Yayo. Al menos hoy. -.
- Lo de menos es que sea hoy, o mañana, o cualquier día. Lo preocupante es que volvamos a empezar. Con la queja conseguimos que supieran lo que pasaba aquellos que tenían que saberlo. Y, aunque nos prometieron una nueva intervención si reincidía no sé hasta que punto ganamos algo. A veces pienso que no avanzamos nada -.
Había detalles que no se le escapan a Jacobo. Prefirió no expandirse para no preocupar a Velma. Sin embargo estaba convencido de que aquella pausa era temporal.
- Bueno, voy a organizar las tareas -. Ya sabía que agentes iban a ocuparse de llevar a casa a los afectados por percances en su coche y cuales realizarían otros trabajos de rutina.
No era del agrado de Violeta trabajar en fin de semana con Jacobo. Le incomodaba cualquier coordinador que le manifestara disconformidad con alguna de sus decisiones. El Yayo siempre cumplía con la orden pero si veía en ella alguna contradicción no se callaba. También la molestaba que siempre estuviera pendiente de sus aproximaciones a Aisha. Limitaba su capacidad de maniobra a la hora de atosigarla.
Su noche había sido tan para olvidar como casi todas. P.P. estaba cada día más lejos de lo que Violeta entendía por proximidad. El hilo de la comunicación estaba roto, tan roto como los de la tela de araña del jardín, y las horas que pasaban juntos eran solo tiempo. Ese tiempo solo le servía para almacenar acritud y sordidez. Se prometía, una y otra vez, que no descargaría sus vacíos sobre la plataforma; aunque sabía que eso nunca sería posible porqué no tenía otro lugar donde soltar aquel lastre tan ingrato.
Las heridas de la queja presentada contra ella iban cicatrizando. La tormenta se alejaba. Se sentía observada pero eso nunca fue causa de inquietud. Durante todos aquellos años pudo escudarse en el tópico de que todo el mundo sabía como era.
Esta era una de las causas por las que no le gustaba Jacobo. Tuvo el atrevimiento de contestarla cuando apeló a si misma para justificar su actitud. Se excedió con él por lo que buscó amparo de inmediato.
- No era eso lo que quería decirte, Jacobo. Pero ¡Ya sabes como soy! -.
- No, Violeta. No sé como eres. Y si tú lo sabes deberías resolverlo -.
Aquella respuesta seca y sin opciones la puso en guardia permanente contra el Yayo. Desde entonces siempre tuvo dinamita preparada para él.

Había dudado entre quedarse en casa para llegar a algo, fuera lo que fuera, con Venancio o ir a trabajar. El sentido común que manda en el bolsillo la llevó a la plataforma. Las horas viajan en AVE cuando algo nos ocupa. Si solo pensamos en algo que nos duele el tiempo para en todas las estaciones y apeadores del reloj. Atender llamadas y departir con otros eran el sedante adecuado.
- Hablas menos que ayer. Y, eso en ti, es extraño -.
Salitre, sin ánimo de caza, intentaba que Maruja se abriera un poco. No era la de siempre.
- Ya te lo dije ayer, Salitre. Hay días en los que no apetece. Ayer no tenía ganas de nada y hoy tampoco tengo -.
- Disculpa, no quería molestarte. De verdad. ¡Bueno!. Aquí me tienes si crees que puedo serte útil -. Sus palabras sonaron a sinceras porqué lo eran.
Maruja notó como aquella cálida franqueza de Salitre la aliviaba un tanto de si misma. Suficiente para que se propusiera ser más amable con sus compañeros.
- Paso más horas con ellos que conmigo -. Un pensamiento barroco como aquel le abrió la puerta a otras trascendencias que necesitaban someterse a un análisis profundo. El pensamiento incierto es algo parecido a un cadáver. Para conocer la causa de la muerte es necesaria una autopsia.

La sala de espera del anatómico forense no cuidaba el ambiente como suelen hacer los tanatorios. Dos ventanas con cristales nublados impedían la mirada de curiosos. Contra la pared dos bancos de madera que podían contar miles de presencias angustiadas. Una mesa, también de madera aunque de otros bosques, disimulaba antiguas quemaduras con varias revistas tan antiguas como la ley que permitía fumar en el recinto.
Las paredes estaban recubiertas de cerámica blanca evocadora de los hospitales modernistas. Dos clavos sin cuadro habían quedado como prenda de las viejas fotos que nunca faltaban en los centros oficiales. Ni siquiera en aquel lugar de muerte. Nada decía que pudo haber una cruz. Seguramente porqué estaba en la capilla que se insinuaba en una puerta del fondo contigua a la que llevaba a la morgue. El cartel era tan viejo como las paredes y la muerte que allí se veneraba. Invitaba a no pasar. Nadie pasaba.
- ¿Es imprescindible? Podemos asegurarles que mi hija no se suicidó. Ella nunca haría algo así, nunca -.
Con la voz entrecortada Ramón intentaba disuadir al inspector mientras abrazaba a Amparo.
- Lo siento, señor Ochoa. De verdad -. Suena mejor un lamento que una negativa. Para la policía nunca es rutina la muerte. Especialmente cuando sabe que algo ha fallado en sus mecanismos.
- ¿Le cogerán, verdad? Tienen que cogerlo -. La súplica de Amparo apenas se entendía.
- Si ha sido él le cogeremos, señora. Y si ha sido otra persona también -. Los forenses encontraron señales de violencia inconfundibles. Alguien había presionado con fuerza la nuca de Palmi y las raíces de su cabello también mostraban los efectos de tirones. Aunque nada de eso impedía que se completara el protocolo del bisturí. Es imprescindible pesar las vísceras para determinar la causa de la muerte.
- Amparo, tenemos que ir a casa. Los niños están con la vecina y se nos hace tarde -.No esperó a que su mujer le respondiera. – Inspector, ¿qué tenemos que hacer ahora? ¿Cuando podemos enterrarla? -.
- Hoy se hace la autopsia. Salvo que diera un resultado inesperado, y no lo creo, el lunes por la mañana se la pueden llevar al tanatorio -.
Amparo no quería marcharse. – Quiero verla otra vez, inspector -.
- Espere, señora. Voy a preguntar -. El policía pasó por debajo de la prohibición de paso. Apenas tardó dos minutos en reaparecer.
- Lo siento. No es posible ahora. El cuerpo ya está en la sala. Van a proceder de inmediato -
Por la cabeza de una madre pasan millones de imágenes cuando escucha algo así. Amparo sintió la sierra circular del forense en sus sienes. El dolor no se mide, el dolor se pare.
Abandonaron el instituto como si estuvieran muriendo. La mirada del inspector les siguió hasta que se perdieron detrás de la puerta con muelle. El móvil le obligó a seguir siendo policía.
-Ya le tenemos, inspector -.
- ¿Dónde estaba? -.
- En su casa -.
Era inimaginable, pero era. Solo un cretino se escondería en su casa después de cometer un crimen.
- Llevadlo ahora mismo a comisaría -.
- No, inspector. Está muerto. Le encontramos en el sofá. Ha dejado una nota en la mesita y un avión teledirigido que, al parecer, acababa de comprar
- ¿Que ponía en la nota? -.
Era breve pero explícita.
El avión es para mis hijos. Palmira siempre será mía. Me voy con ella
- Hemos avisado al juez para que venga a levantar el cadáver. El transporte del forense ya está aquí para llevarlo al anatómico en cuanto nos autoricen -.
- De acuerdo. Nos vemos en comisaría. Gracias por informarme -. Colgó.
- A saber que se ha tomado este – A una reflexión banal la siguió una paradoja.
- Juntos hasta el último momento. Pero ella ya no le teme. Caso cerrado -.

Comieron juntos. Los fines de semana el Office estaba semivacío.
- ¿De que va ese libro? -. Se sentía en deuda con Salitre.
- Es un tratado sobre la comunicación. Habla de como ganarse la amistad de las personas-.
- Si, ahora veo que el título es muy explícito. “Como ganar amigos e influir sobre las personas” ¿Quién es Dale Carnagie? No me suena -. Le sonaban pocos autores pero se sintió más cómoda no reconociendo su poco afición a la lectura.
- Era. Ya murió. Carnagie fue un vendedor al mas puro estilo norteamericano de los cincuenta. Vendía a domicilio y consiguió grandes éxitos basándose en técnicas que resultaron novedosas, tanto que, durante años, se impartieron por todo el mundo….Aunque este libro no habla de ventas sino de relaciones personales -.
- No es para mi ¡ja, ja, ja! Pero me parece interesante -.
- Si lo leyeras seguro que te engancha -.
- Puede, no lo sé -.
El hielo se rompe con charlas informales sobre temas no comunes. A Salitre le pareció un buen momento para cambiar ambas condiciones.
- Te veo mejor que esta mañana -.
- Bueno, no sé. Puede. No hay nada que no tenga remedio -.
- Así es, Maruja. Nada es eterno. Por eso conviene conocer y vivir todo lo que está a nuestro alcance. Cambiar, probar, tocar otros espacios y compararlos con nuestro universo de vida -. La veta filosófica de libro de bolsillo se le disparó con naturalidad. Remató la perorata con un latinajo que no habría sorprendido a casi nadie.
- Carpe diem. Es lo único que siempre tendremos -.
Maruja sonrió a modo de respuesta fingiendo haber entendido el mensaje de Salitre.
- Me apetece dar un paseo antes de subir. Me quedan diez minutos. Nos vemos arriba -.
Estuvo a punto de ofrecerse para acompañarla pero le quedaba menos tiempo.
- Disfruta del paseo. Y si te apetece, en otro momento, te cuento cosas del libro. Seguro que te gustan -.

Era a mediodía, entre las doce y las dos, cuando las llamadas exigían toda la capacidad de respuesta posible.
Violeta necesitaba esa intensidad para sentirse fuerte. Mover, cambiar, presionar, exigir, provocar.
- Vamos a mirar los tiempos ¿Qué le pasa a Salitre? Lleva más de diez minutos. Es demasiado -.
- Está con un traslado. Intentando explicarle al dueño del coche como se lo vamos a llevar a su ciudad. Ya sabes que pasa cuando se ponen cabezones -.
La molestaba que los coordinadores tuvieran la respuesta de antemano.
- De acuerdo. Pero diez minutos…ahora ya son doce…son muchos. Acércate a ver que pasa -. Jacobo se fue en busca de Salitre sin replicar. Miles de horas en la sala le habían enseñado a capear aquellos temporales.
- ¿Cuanta gente tenemos comiendo?
La contestó el monitor en el que se veía una franja de diez o doce agentes inactivos.
- No puede ser que con todas esas llamadas tengamos tantos agentes comiendo -.
Velma no contestó. Nadie, ni siquiera Violeta, podía prohibir que todo el personal de la plataforma disfrutara de sus tiempos de descanso.
La supervisora entendió el silencio de Velma como una ofensa a su rango de dueña de la sala. Eran cosas que se anotan en el cuaderno de bitácora a la espera del momento propicio. Optó por regresar a su mesa sin dejar de mirar el bailoteo de rojos y amarillos que ofrecían las pantallas. Estaba en su salsa. Pero le sobraban ingredientes. Aquellos dos coordinadores no la dejaban cruzar la línea que separa la conducción de lo impositivo. Solo nos imponemos cuando nos cargamos de razones para hacerlo.

El ágape familiar se había organizado cuidando hasta el más mínimo detalle los gustos de Palmira. Melón con jamón del bueno, migas y cordero asado con miel y catorce personas bajo el porche, dispuestas a libar el vino cosechero de su tío. Tres perros sin apellido correteaban entre la diversidad de sillas que su madre había aglutinado para dar asiento a tanto comensal.
- ¡Vamos! ¡Todos a la mesa que la comida está lista! – La voz de su madre sonó como una campana mientras espantaba algunas moscas que, atraídas por el melón, se jugaban la vida en el intento.
- Cuéntanos, hija ¿Cómo es tu trabajo? ¿Te gusta? -. La curiosidad de su tía orientaba la conversación hacia derroteros que no apetecían a Palmira.
- Si, no está mal. Pero seguro que os aburro ¿Cómo anda tu reuma, tía Alfonsa? -. Su experiencia como operadora le sirvió para reconducir sin violentar a nadie.
La tía era feliz detallando sus achaques. Tanto que no notó que nadie la escuchaba.
- No nos has dicho nada de tus estudios de masajista – Sentado junto a ella, su padre, la envolvió con algo que temía.
- Fisioterapia, papá. Estudios de fisioterapia -. Ganaba tiempo sabiendo que no le serviría para nada.
- Da lo mismo, Palmira. ¿Ya te has matriculado para el curso que viene?
Reaccionó con rapidez. Podía contestar que sí. Quedaban más de dos meses para el inicio de las clases. Mentir en aquel momento era no perturbar la alegría. Mintió asintiendo.
- Si, papá. Empiezo a mediados de septiembre
Isidoro se dio por satisfecho. Todos los demás estaban entrando en la euforia del festejo. Vino y sonrisas, moscas y perros, naturaleza y vida. A Palmira aquel alboroto le pareció maravilloso. Respiró profundamente buscando el aire limpio del paraíso. En su lugar el aroma de un cordero convertido en manjar.
- ¡Que bien huele, mamá! ¡Bravo por la cocinera!
Los chuchos se unieron a la fiesta. Ya faltaba poco para su festín particular.
Después de una buena comida los estómagos dormitan en cualquier rincón. Una a una, las almas del ritual buscaron el lugar idóneo para que los jugos gástricos cumplieran con su cometido y el fresco de la sombra espabilara algunas consecuencias del alcohol. Solo Palmira y su madre habían moderado su gula y seguían sentadas en la mesa. Los restos de la batalla cedían ante el ataque de las moscas. A nadie le importaba.
- Lo que no sé hija es cómo te las apañas viviendo con una mujer y con dos niños -. Era una pregunta esperada.
- Es algo provisional, mamá. Mi compañera está esperando el divorcio para disponer de lo que el padre de los peques aporte. En unos meses todo estará resuelto. Además, nos llevamos muy bien los cuatro. A mí, los niños, me llaman tía -. Mitad verdad mitad mentira las cosas siempre suenan agradables.
- Tú sabrás, Palmira. Cuando me hablan de divorcios pienso que el mundo está cambiando -
- Mamá, me apetece mucho dar un paseo. Quiero bajar hasta el río. ¿Te vienes? -.
El camino del río pasaba por los lindes de su casa. Palmira se detuvo.
- ¿Las oyes, mamá? ¿Las oyes?
- ¿Qué tengo que oír?
- A las cigarras, mamá...A las cigarras -.
Benita se quedó mirando a su pequeña. Ya era toda una mujer. Eran detalles como aquel los que la devolvían a su regazo aunque solo fuera por unos segundos.
- Serás mi niña hasta que, un verano, las cigarras dejen de cantar -.


- Si quieres te acerco hasta el metro -.
Maruja dudó solo unos segundos hasta que el sol de las cuatro de la tarde la convenció mucho más que la propuesta de Salitre.
- Pues no te diré que no. Hace un calor de cojones -.
Al llegar a la glorieta del final de la calle la conversación apareció.
- ¿Donde vives?
- A siete estaciones de aquí. En el barrio del Solano -.
Sin pedir permiso Salitre bordeó la rotonda y enfiló el coche hacia el Solano.
-¡Eh, tú, que te has saltado la calle del metro! -.
- Lo sé, pero no me desvío casi nada si te llevo a casa. Así llegas antes -.
En otro momento la propuesta era un regalo. Pero en un día como aquel significaba lo contrario.
- Bueno, pues muchas gracias. Pero si quieres llevarme te pongo una condición -. Lo que fuera por no llegar a casa. – Solo dejaré que me acompañes si aceptas que te invite a una cerveza ¿Tienes prisa? -.
La contestó con un gesto. No tenía ninguna prisa.
- Bien, entonces cuando llegues a la Plaza de los Mártires gira a la derecha y busca la salida del Parque del Lago. Allí hay una cervecería que tira unas cañas estupendas -.
- OK, Maruja. Pero yo también quiero poner mis condiciones….Yo pago la segunda -.

Se sentían bien en aquella terraza protegida por parasoles. La segunda caña ya estaba pidiendo el relevo mientras seguía abriendo caminos en la confianza.
- Tienes razón. La plataforma es un mundo. Nada es lo que parece pero todos creemos conocer la vida de los demás -.
- Si. Yo misma, a veces digo lo que pienso sin medir las palabras. A menudo me arrepiento. Pero ya no tiene remedio -.
- No te sientas diferente por eso. La mayoría de nosotros nos dejamos llevar por primeras impresiones -.
Estaban consiguiendo sincerarse, hablar desinhibidos del día a día sin caer en lo superficial.
- Aunque hay impresiones que son más que eso. Algún coordinador es lo que parece… ¡Ja, ja, ja! -. Maruja se soltaba. – Mira sino la nueva. Se lo ha tomado en serio. Demasiado en serio. Nos trata como si fuéramos idiotas -.
- Cierto. Se le ha olvidado pronto que hace unas semanas estaba con nosotros y les ponía a caldo a todos -.
- Aunque para mala leche la del Yayo. Este las mata callando.-
- Menudo par el Yayo y Aisha. Yo nunca he tenido problemas con ellos. Y creo que es lo mejor. No se casan con nadie -.
- Esto me parece bien. El otro día, creo que fue el martes, Jacobo amonestó a uno que había sido coordinador. No sé como se llama -.
- Ya sé de quién me hablas. Pero déjate. Todos los coordis arrean. Unos de una manera y otros de otra. La diferencia solo está en que algunos ayudan mientras otros solo nos reprenden. Pero al final son más de lo mismo-.
Llegó la tercera caña respondiendo a un gesto de Salitre. A pesar del parasol se notaba el calor. La cara de Maruja sonrosada buscaba culpable entre el sol y la cerveza. Estaba distendida, recostada en la silla. Era normal en ella esa pizca de atrevimiento con su blusa que invitaba a las miradas. Hacía seis tragos que Salitre había aceptado aquella invitación. No ocultaba su interés por el paisaje que Maruja le ofrecía.
Se había dado cuenta de la fijación intermitente de los ojos de su compañero. No la importaba. Ella también se interesaba visualmente por aquella piel teñida de aceituna. La química siempre nace en la mirada.
Si la mirada se descuida y se fija en el reloj nada tiene sentido.
- Creo, chiquillo, que es hora de marcharnos. No me apetece, de verdad. Pero debería aparecer por casa antes de que mi marido se preocupe -.
- Llámale y dile que ya vas -.
- No, prefiero que sufra. Así piensa más en mí -. La carcajada breve sirvió de impulso para ponerse en pie.
Mientras Salitre la llevaba al barrio sintió curiosidad sobre si misma.
- ¿Porqué le he dicho que quería que Venancio sufriera?
Lanzar bengalas pidiendo auxilio es algo instintivo para un náufrago. Cruzó los dedos deseando que no estuviera en casa.
- Se habrá ido al bar a tragarse todos los partidos -.


Todo lo que se mata escribiendo no termina de morir”.
- Me gustaría entenderla, saber qué le pasa -.
Su presentimiento se había confirmado en la mañana. Violeta había regresado. Jacobo estaba dispuesto a evitar un nuevo conflicto y creía que conociendo a las personas puede llegarse a entenderlas. Si eres capaz de conocer los motivos por los que otros actúan de una forma tienes todos a favor para adaptarte y eludir confrontaciones. Pero eso solo se consigue acercándote a ellas. Tienen que dejarte. Si no, cualquier esfuerzo es baladí.
Jacobo cambió sus reflexiones por un café cargado. Era tiempo de su tiempo y no debía confundir preocupación con ocupaciones. Nada debía romper la armonía de su vida privada.

A varios kilómetros, Violeta también reflexionaba sentada en el jardín. Algo se estaba rompiendo en su biografía y no sabía como retroceder en el tiempo. Empujando hacia atrás solo consiguió llegar a aquella misma mañana.
- No hacía falta. Los chicos se estaban esforzando y no era necesario exigirles más. No sé que maldita idea me pasa por la cabeza cuando estoy allí -.
Sabía que en la sala se comentaba que vivía para atosigar a los demás. Era algo que nunca la había preocupado. Pero en días como aquel, en el que su línea de flotación personal estaba dañada, intentaba ser autocrítica.
No se hizo ningún propósito de esfuerzo para cambiar pero si lo incluyó como opción. Ahora lo importante era reparar los desperfectos de su nave. Sin barco no se puede navegar. No podía mezclar efectos a pesar de que todo le decía que estaban relacionados con la misma causa.
El sábado murió a la hora señalada.


- ¿No podías haber cogido el bus de las siete? -.
- Si, mamá. Pero llegaba demasiado tarde y mañana tengo que madrugar. Te prometo que vuelvo antes de Agosto -.
Lo dijo con sinceridad. Se sentía feliz y apuraba cada minuto del fin de semana como si no pudiera vivirlo otra vez. Benita se resignó.
- Esta bien, hija. Pero no te olvides de nosotros. Y llámanos un poco más. A veces pasan días y días sin saber nada de ti -.
- Eso no es cierto mamá. Os llamo dos veces por semana -. A su madre le seguían pareciendo pocas pero no quiso contrariar a Palmira.
- ¿Quieres que nos acerquemos a la iglesia? Así podrás ver como vistieron a la virgen para las fiestas. Todavía no la han devuelto al altar -.
Palmira aceptó a pesar de que no le apetecía demasiado tropezarse con el párroco. Don Senén siempre tenía algo que reprocharles a los jóvenes y seguro que no perdía la oportunidad de llenarla de consejos y advertencias acerca de los peligros de la ciudad. Benita lo sabía y quiso tranquilizarla.
- Es buena hora para ir. Seguro que Don Senén está en el confesionario. En una hora dice misa y quiere que todos estemos limpios a la hora de comulgar -.
La iglesia era como un pedazo maltrecho de la historia. Mitad románica mitad chapuza no invitaba demasiado a ser curioso. Sus muros pedían auxilio enseñando las heridas del tiempo. Hiedra y penitencia se habían instalado en las grietas.
- Un día se les cae encima -. Palmira cruzó el soportal ayudando a su madre para que no tropezara. Olía a incienso y a silencio. Al fondo, cerca del altar, la asistenta de Don Senén ponía orden a las partituras que bostezando sobre un teclado esperaban darle fondo a la celebración.
- No me imagino a esta buena mujer sentada frente a tanta tecnología -.
La imagen de la patrona del pueblo era pequeña y tosca. Pero significaba mucho para ellos. Durante la guerra civil alguien la hizo desaparecer hasta que en 1940 un niño con polio la encontró en una casa de aperos destruida por un obús. Era un milagro que hubiera sobrevivido a un proyectil de aquel tamaño. El niño se marchó al poco tiempo con sus padres en busca de oportunidades. Nadie supo nada más de él. Pero la virgen siguió allí para regocijo de aquella buena gente que no pretendía buscar nada porqué era feliz con lo que el pueblo le ofrecía.
Era hora de revisar el equipaje.
- No te olvides de los melocotones. Hasta que no vuelvas no los comerás tan buenos -.Le dieron lo que tenían. Mucho cariño y el fruto de su esfuerzo. El abrazo selló con el lacre de la sangre el único sentimiento que nunca se cambia por otro.

El tráfico retrasó tanto el viaje que no pudo ver los precintos policiales en su casa hasta pasadas las ocho. Serían las nueve menos cuarto cuando entró en comisaría. A las nueve y media seguía sin creer nada.
- Tranquilícese y descanse. Si quiere ir a su casa un agente la acompañará y retirará los precintos. Ya no hacen falta. Para nosotros todo está resuelto. Aquí tiene el número de contacto con la familia. Ellos le informarán acerca del funeral -.
Las palabras de aquel hombre sin nombre le parecieron heladas, faltas de calor y de vida. Un trámite obligado antes de cerrar el archivo y preocuparse de los vivos.



No hay calor veraniego que se resista al frío de la muerte. Todo lo que somos se convierte en recuerdo cuando nos meten en el cajón del frigorífico con una etiqueta en un dedo donde escriben nuestro nombre para evitar confusiones. Palmi y Aitor dormían el mismo sueño. Ella era la 3A, él el 4C. Pestaña negra.

- ¿Os habéis enterado? -.
- Si, pero no sé quién era -.
- Una chica alta, de pelo castaño, que siempre se sentaba por allí, cerca de Salomé -.
- No caigo ¡Joder! ¿Sabéis si ha salido en la tele? -.
A primera hora alguien puso una nota informando de la muerte de Palmira Ochoa en la puerta de entrada. Algunos la leyeron. Otros se enteraron porqué les alcanzó el comentario que se extendía por algunas zonas de la sala.
- ¿Sabéis algo del funeral? - .
- En la nota de la puerta dice que es a las 6 en la Iglesia del Perdón -.
Ambar transmitió la noticia a sus coordinadores. Mientras lo hacía se acercaron algunos supervisores del cliente.
- ¡Menuda desgracia! -.
- Si, Violeta. Es algo terrible -.
- ¿Habéis pensado en mandar flores? Contad conmigo si lo hacéis -.
- Luego te decimos. Seguro que si ¿Quién se ocupa? -.
Estrella se brindó a informar a la gente y preguntar si deseaban contribuir.
La muerte es algo que siempre está en la vida; pero no deja de sorprendernos. Especialmente cuando se lleva a alguien joven y lo hace de manera tan injusta.
Nos mata la enfermedad, nos mata la vejez, nos mata el tráfico, nos matan las drogas. Llevamos ese estigma desde el momento en que nacemos. Pero no podemos entender que seamos nosotros mismos los que paremos el tiempo de los demás.
Lo comentaban Violeta, Selena y Jacobo.
- No es justo -.
- Nunca es justa la muerte cuando atrapa a gente joven; y mucho menos de esta manera -.
- ¿Tenía hijos? -.
- Si, Violeta. Dos pequeños. Nos lo ha contado Palmira de Palma que la conocía bien -.
- Es extraño y curioso. Somos un montón de gente y apenas nos conocemos -.
- No solo no nos conocemos. Nos dedicamos a hablar de los demás con demasiada alegría. Más de uno tendrá que morderse la lengua -.
- ¿Por qué, Selena? -.
- No importa. No viene a cuento ahora -.


La muerte no es argumento suficiente para detener el mundo. La sala seguía atronando dando respuesta a los vivos. Como era de esperar no se inició la formación de los nuevos agentes de Gold Plus. En lunes resultaba imposible. Palmira de Palma pasó a cubrir el vacío de su amiga en la lista de candidatos. Ambar se lo dijo informándola también de que al día siguiente comenzaba el ciclo formativo.
- ¿Por qué la llaman la nueva coordinadora? Lleva mucho tiempo de pie -.
- No sabría decírtelo. Es más. Ya estuvo como coordi hace meses. Pero fue una de los que sentaron, dijeron, por falta de presupuesto -.
- ¿Y eso la hace nueva? Si acaso más antigua -.
- Mira, si aquí te endosan un san benito estás perdido -.
- Tienes razón. Mejor que nadie te conozca. Con el tiempo que llevo aquí lo último que se me pasaría por la cabeza es presentarme en una convocatoria de coordinador -.
- Lástima. Ahora podrías. Necesitan uno para la noche -.


Los nuevos agentes ya se daban por formados y atendían llamadas sin ayuda. Algo que no era del agrado de los coordinadores.
- ¡Otra vez con la manía de soltarlos el día en que más se complica la cosa! No paran de levantar la mano y, con tantas prisas, no tenemos tiempo de explicarles las cosas con calma -. Palabra más, palabra menos, era lo que Jacobo soltaba cada vez que los novatos se conectaban.
- Lo hacen para que, al menos, cojan la llamada y no haya tanta cola -. Estrella siempre encontraba razones empresariales.
- ¡Pues me cago en la idea! Puede que si, que esperen menos. Pero ya sabes lo que pasa. El que llama está perdido si le atiende uno de los nuevos. Como se nos ponga nervioso lo deja sin servicio o se lo manda a Pernambuco -.
No era algo tan extremo pero tenía visos de posible. Para algunos de los recién incorporados levantar la mano significaba reconocer que no sabía y optaban por la calle de en medio sin consultar. Estaban advertidos de que se les sometía a prueba. El miedo suele orientarnos en sentido contrario.
Estrella se rió y fue a darle aire de una nueva operadora que no sentía temor a preguntar.


Se descansa fumando. Era lo que hacían Ámbar y Aisha mientras disfrutaban de un sol que todavía no quemaba.
- ¿Qué tal con Violeta? -.
- Bien. La verdad es que, desde la queja, no tengo nada que decir -.
- A ver si, por fin podemos trabajar todos tranquilos. Aunque el Yayo me ha comentado que el sábado le enseñó los dientes -.
- Si, a mi también me lo ha dicho. Pero con el Yayo no creo que la cosa vaya más allá. Sabe escurrirse bien -.
- Esperemos que así sea. A mi me aseguró, después del fandango de la reclamación, que iba a convertirse en aséptico. Yo le recomendé que me avisara de cualquier cosa que pasara. Es lo que ha hecho hoy -.
- A ver si, entre todos, conseguimos que ya no pase nada. No se puede hacer borrón y cuenta nueva, pero si poner de nuestra parte para que no se repita. Y si ocurre que no sea culpa nuestra -.
Sin firmarlo, sin hablar de ello, sin necesidad de llegar a un acuerdo, los coordinadores intentaban normalizar el ambiente. El verano exigía mucho y no servía para nada mantenerse a la defensiva en actitud de batalla. La lógica les llevaba de la mano por esa senda de concordia. Era mucho más importante limar sus desavenencias para conseguir que el equipo funcionara.


Se fuma descansando. Era lo que Selena hacía y Maruja respiraba mientras se protegían en la sombra de un sol que ya resultaba molesto.
- Mala suerte la de esa chica -.- Si, aunque a algunos no les preocupaba mucho lo que podía ser bueno para ella. Y ya ves, Maruja, no se puede hablar de nadie sin conocerle -.
Maruja tragó saliva antes de contestar.
- Me pasé cien pueblos. No sabes como me arrepiento -.
- Quiero creerte. Y quiero pedirte que te dejes de lanzar rumores….Rumores o verdades. No sé que sacas con todo esto ¿Que te llamen radio plataforma? ¿Quieres que te cuente un chisme yo? ¿Te cuento que tienes un lío con Salitre? ¿O solo estabais tomando una cerveza? Mejor no me contestes. Pero lo que no quieras para ti….
No podía contestar a aquel reproche directo y sincero. Se sentía culpable por su facilidad para convertir a los demás en centro de atención a base de atribuirles lo que no podía asegurar.
Selena se despidió sin enfado. Desfogarse ayuda a disculpar.
- Me pareció claro que estaban enrolladas. Tanto afecto, tanto mimo ¡Joder! No tengo remedio -.
El ejemplo de Selena la apabulló. Cualquiera que les viera juntos, tomando aquellas cañas podía hacer las conjeturas que quisiera. Y podía no decir nada, solo decir que les había visto o asegurar que estaban enredados.
El rumor se fue extendiendo. Palmira Ochoa había muerto. A medida que la noticia se asentaba en todos los rincones eran más las voces que aseguraban conocerla. Al funeral fueron los once silencios que de verdad la conocían.


Palmira había aceptado el ofrecimiento de Mariona cuando brindándose a acompañarla. La tristeza se contagia. Salieron de la iglesia con el rostro dolorido y la rabia en todas partes.
- Sus padres estaban que no se tenían… ¿Llegaste a conocerlos? -.
- No, no tuve ocasión. Pero creo que ellos, al verme, si sabían quién era yo -.
- ¿Qué les habrán contado a los niños? -.
- No lo sé, Mariona. Si hubiera sido Palmi quien se lo contara les habría dicho que se iba con su padre para que no estuviera solo. Pero ella no ha podido ni siquiera despedirse….-.
Rompió a llorar todo lo que no había llorado en las últimas veinticuatro horas. Mariona la cogió de la mano y tiró de ella hasta la esquina de aquel edificio plagado de cruces y promesas.
- Anda, suéltalo todo, chiquilla. Necesitas hacerlo -.
- ¿Sabes que necesito ahora? Necesito ir al Parque del Lago y fumarme un cigarrillo -.
- Si no te importa te acompaño. Pero lo que no puedo ofrecerte es ese cigarrillo-.
- Compraré. Hoy compraré. Se lo debía a Palmi -.
Se fueron al parque, no sin antes detenerse en un estanco. Palmira compró una cajetilla de Pall Mall Light.
- Es lo que fumaba. Le gustaba porque era suave y la cajetilla era azul -.
Ya no lloraba. Siguieron caminando hasta el parque.
- Mariona -.
- Dime, Palmira
- ¿Tú tienes mechero? -.
Se echaron a reír. Cualquier tontería nos retorna a la vida. Palmira miró al cielo buscando motivos para aquella carcajada. La sonrisa se escondió arrepentida de su atrevimiento.
- ¡Que no me jodan! Dios no existe -.
Mariona miró al mismo cielo y se calló. Nunca había comprendido porqué los dioses solo están en rituales y ceremonias. Luego desaparecen y se olvidan de los mortales dejándoles abandonados a su suerte.
- Dioses y políticos deben de estar hechos con el mismo molde -.
- Puede que si, Mariona, pero a los políticos se les echa y a los jodidos dioses no -.


Hacía semanas que Palmira no veía al sin techo del parque. Estaba en su banco, rodeado de bultos indefinidos. Media cáscara de coco hacía de cepillo donde dejar la limosna que casi nunca llegaba.
- A veces no sé si son realmente pobres -.
Verle fumando un cigarrillo de marca le creó dudas. Pero no las tuvo para acercarse a él y pedirle fuego.
- ¿Tienes lumbre? -.
El mendigo rebuscó en su bolsillo hasta encontrar un Bic de color azul. Apenas tenía llama pero cumplió con su misión.
- Muchas gracias -.
- No hay de que, señorita. Ha sido un placer incinerar el cilindro de una damisela como usted -.
El lenguaje la sorprendió.
- ¿De dónde eres?
- Soy Froilán De las Navas del Castillo de Torremoruna
- ¿Y dónde está ese pueblo, Froilán? -.
- Le he dicho como me llamo, señorita. El nombre de mi pueblo ya no viene al caso porqué desapareció cuando el Generalísimo construyó un pantano. Sus casas y su historia, que la tenía, desaparecieron bajo las aguas -.
- Te expresas muy bien, Froilán -. Mariona intuyó que aquellos harapos tenían mucho que contar.
- Fui educado por los padres cistercienses hasta la mayoría de edad. Iba derecho al seminario para convertirme en ministro de la Iglesia. Pero Dios no lo quiso y puso ante mis ojos la belleza de una criada de mi padre para que eligiera entre carne y sotana -.
- Y elegiste a la criada -.
- No, señorita. Elegí la carne. Mi vocación fue tal que mi padre me nombró caballero del deseo. Solo que en lugar de depositar una espada sobre mi hombro me persiguió treinta vueltas alrededor del convento de franciscanas donde yo había dejado huella de mi fe. Llevaba una garrota de fresno en la mano y me bendecía a cada vuelta deseándome suerte en mi cruzada lejos del hogar paterno por los siglos de los siglos -.
- ¿Te echó de casa? -.
- Mi noble padre nunca me habría echado de su casa. Pero pensó que, por mi bien, era bueno que descubriera el mundo y me quedara para siempre en él. Era un gran hombre mi padre -.
- Pero tú siempre serás su hijo -.
- Si. Tengo el honor de ser el séptimo de los seis hijos que tuvo -.
- ¿Séptimo de seis? Palmira empezaba a creer que hablaban con un loco.
- Así es. A mi padre también le gustaba difundir la fe entre el servicio. Y convirtió a mi madre. Yo soy la prueba. Indocumentada; pero prueba -.
El vagabundo se puso de pie. Sentirse escuchado no le llenaba el bolsillo pero si la soledad.
- En el medioevo a un hijo como yo se le llamaba bastardo y era reconocido como tal y tenía algunos privilegios. Pero, lamentablemente, a partir de los Reyes Católicos se nos repudiaba como si fuéramos culpables de que nuestros progenitores se hubieran amancebado. Pasamos de bastardo a hijo de puta gracias a la Santa Inquisición. La historia no cuenta que Torquemada fornicaba con las brujas antes de quemarlas. Yo creo que las freía para evitar el riesgo de embarazo -.
Le ofreció el mechero sin esperar a que Palmira se lo pidiera mientras el si pedía un cigarrillo con los ojos. Se lo había ganado.
Se despidieron de él comprometiéndose a que, algún día, seguirían conversando.
- ¿Cómo un hombre así puede estar pidiendo limosna? -.
- Supongo que no sabe hacer otra cosa. No olvides que iba para cura -.
Froilán las vio alejarse. Su caduca vanidad agradecía aquel encuentro.
- A la de la derecha la he visto por aquí. Pero iba con otra que tenía dos niños
Era el notario del parque y levantaba acta de todas las presencias.


La burbuja inmobiliaria acababa de estallar. La ministra ya no negaba la crisis pero seguía lanzando mensajes de optimismo. Presumía de buena vista y no necesitaba de gafas para avistar brotes verdes en el horizonte. Las oficinas del INEM no disponían de videntes a pesar de que cada día las visitaban mas personas interesándose por esos brotes.
Venancio esperaba respuesta a su petición de subsidio. 400 € no eran demasiado pero podían tranquilizar a Maruja. Desde su última discusión no se sentía bien. Y el malestar se agudizaba cuando ella volvía del trabajo. Apenas se hablaban y los minutos se le pegaban a la piel como si fueran medusas. Huir buscando el bar empeoraría las cosas. Quedarse y fingir que todo estaba bien no las mejoraba. En el fondo agradecía que su mujer, casi todos los días, llegara a casa más tarde de lo habitual.


- Esto de tomar la caña juntos se ha convertido en una costumbre -.
- A mi me encanta ¿A ti, no? -.
- Si. Confieso que si. Estoy harta de ir de casa al trabajo y del trabajo a casa -.
- Me alegro de haberte servido para ello, Maruja -.
- A veces, las cosas más sencillas son las que nos alegran la vida -.
Maruja encontraba aire en sus charlas con Salitre. Aunque el comentario de Selena le había contaminado la pureza de ese aire. No tenía nada que ocultar y, sin embargo, no era de su agrado que se pudiera extender la noticia de que visitaban el parque varios días por semana.
- ¿Cómo va tu libro? -.
- Ya casi lo termino. Es ameno y tiene pocas páginas
- O sea, que ya puedes enseñarme a ganar amigos y… ¿Cómo era? -.
- Influir sobre las personas….Sigo recomendándotelo -.
- Sigo teniéndolo en cuenta -.
Le estaba perdiendo el miedo a mirar a Salitre como lo que era. Más joven, más culto, educado, detallista…Más todo eso ¿qué ella? Más todo eso ¿que Venancio? Se sobresaltó al comprobar que miraba a Salitre como un hombre.
- Lo malo no es que le mire como un hombre. Lo malo es que lo veo como un Adán… ¡Vaya cursilada, Maruja!... Lo que estás viendo es un tigre -.
-¿Tomamos la última? -.
- ¿Me quieres emborrachar o qué, chico? -.
- Un poco chispa debes de estar deliciosa -.
- O sea que para que se me vea bien tengo que emborracharme..ja, ja, ja, ja -.
- Era un cumplido. Lo cierto es que siempre lo estás -.
Maruja hacía tiempo, mucho tiempo que no se sentía conquistada. Contuvo el suspiro.
- Anda. Pidamos esa cerveza. Y no intentes pagar que me toca a mí -.
A doscientos metros Mariona y Palmira estaban departiendo con un espantapájaros vestido de mendigo. El Parque del Lago atraía era como un imán que atraía soledades y deseos.


- Tenía que pasar -.
Ni siquiera reaccionó. La nota de P.P. era escueta, como él.
“Necesito saber que está pasando con mi vida. Y aquí no puedo. Regreso una temporada a mi país. Te llamaré. Creo que te quiero. Cuídate”
Cogió el papel como si no contuviera nada suyo y lo metió en el cajón del mueble de la entrada.
- Yo también creo que te quiero. Ni tú ni yo hemos sabido querernos. Nos bastaba con creerlo -.
No se sintió traicionada, ni ofendida. Cada mañana esquivaba la pregunta buscando refugio en el trabajo.
- Uno de los dos tenía que dar el paso -.
Buscó complicidad en el enésimo cigarrillo del día. La reacción siempre llega. Necesitaba sentarse. Lo hizo en el segundo peldaño de la escalera que subía a la planta superior. Le apetecía tan poco subir como permanecer allí. La ceniza avisó de que necesitaba convertirse en polvo. No era buen momento para formalidades. La dejó caer al suelo. El daño ya estaba hecho y daba lo mismo barrer una lágrima de ceniza que las de varios cigarrillos. Lágrimas y ceniza formaron un dueto de silencios contenidos. Violeta dejó de llorar. Los cigarrillos no.
- Necesito contárselo a alguien
No se le ocurrió con quién hablar de algo tan personal. Pisando el charco de ceniza buscó la puerta para encontrar la puerta del coche. Le habían hablado, en varias ocasiones, del Parque del Lago. 25 kilómetros no eran demasiados. La gran ciudad es anónima y esteriliza.
El Tom Tom la llevó por el camino más corto. A pocos metros del aparcamiento unos parasoles publicitarios invitaban a acercarse al bar. Se detuvo a mitad de camino. Creía conocer a quienes estaban sentados en una de las mesas.
Optó por ir al lago. Dos jóvenes mujeres que hablaban con un indigente la hicieron desistir.
- A ver a quién más me encuentro -.
Buscamos la soledad a pesar de necesitar compartir lo que nos pasa. En esa huída, vayamos donde vayamos, nos llevamos lo cotidiano en las alforjas. Descubrir que tiene nombre nos sorprende. No saber como se llama nos sorprende mucho más.
Paseó sin rumbo. Un sendero agradable rodeaba el estanque pasando por distintos lugares a los que afluía la gente en busca de diversión, tranquilidad o naturaleza. El parque infantil, el kiosco bar, el bosquecillo de chopos y una plazoleta circular con una pequeña fuente en el centro rodeada de bancos de madera.
En el parque infantil media docena de chiquillos inventaba la aventura bajo la mirada de padres y abuelos. Urko y Ainoa intentaban llamar la atención de Amparo y Ramón que les miraban intentando ver un poco más allá.
Aquellas imágenes le resultaron indiferentes, amables pero indiferentes.
Siguió la circunvalación del sendero. Al final del tramo se veía el cruce con la entrada principal y ya se podía leer la publicidad de los parasoles del bar. Mucho más cerca, a unos diez metros, el vagabundo y su universo. Las dos operadoras sin nombre ya no estaban con él. Llegando a su altura una fuerza desconocida la obligó a detenerse.
- Buenos días, señora -.
- Buenos días -. Contestó esperando que el paso siguiente del sin techo fuera pedirle algunas monedas para poder llevarse algo a la boca.
- Una tarde excelente para dar un paseo. Espero que lo disfrute -.
- Gracias -. Abrió el bolso con la intención de corresponder con algo tangible a aquel saludo que le pareció espontáneo y sin segundas intenciones.
- ¡No, por favor! No se moleste, señora. Hoy ya no necesito nada. Tengo mi cena cubierta. Mañana…Bueno, mañana ya veremos -.
Nunca le habían rechazado unas gotas de piedad.
- Es usted un caso raro ¿Y si mañana no consigue nada? ¿No es mejor que siga recogiendo y guarde por si acaso? -.
- Eso sería egoísmo. A pocos pasos de aquí seguro que hay algún compañero al que el día no se le ha dado bien. Y si cruza la calle encontrará a otro en la puerta del banco. Puede que ellos hoy lo necesiten más que yo -.
Froilán tenía un don para captar la atención. Como notario de la actualidad del parque era capaz de presentir a quienes debía dirigirse para llenar vanidad y barriga según fuera su necesidad del momento.
A los pocos minutos ya le había contado a Violeta la parábola de sus orígenes, los desmanes de Torquemada y la influencia de Fernando e Isabel en la caída en desgracia de los hijos naturales de la gente adinerada.
Era algo nuevo para ella. Pero todo le decía que su necesidad de hablar con alguien bien podría satisfacerse allí, con aquel desconocido del que ya sabía algo. Ni siquiera pensó si debía; solo lo dijo.
- ¿Le importa si me siento con usted?
Nada sorprendía a Froilán. Violeta lo había conseguido. La última vez que se había ruborizado se remontaba a su adolescencia, un domingo de ramos, arrodillado en el confesionario. El monje cisterciense le acariciaba el cabello con demasiada entrega mientras le imponía diez padrenuestros y veinte ave marías como penitencia por masturbarse.
Reaccionó como lo haría un jefe de ceremonias, invitando a sentarse a Violeta con una reverencia tan exagerada que resultaba grotesca.
- Será un honor, mi señora. Permítame que la ayude -.
Aceptó el cigarrillo protegiendo la llama de su Bic mientras se la ofrecía a su invitada.
Violeta se preguntaba, una y otra vez, que hacía allí contándole a un trovador de la miseria cosas que nunca había traspasado la puerta de sus labios. No estaba simplemente vaciando el tarro de su interior porqué no resistía más. No estaba vomitando su pensamiento. Al contrario; lo estaba transmitiendo con detalle y sin temor. Le estaba pidiendo consejo y ayuda a un hombre que olía a ropa sucia y vino de cartón.
Ya se tuteaban. Violeta le había desmenuzado sus cuitas laborales. Más que contar le preguntaba como se le pregunta al amigo de confianza. Dejando de lado su tránsito sentimental se volcó en las vicisitudes de la plataforma.
- Sabes lo que te pasa. Y si lo sabes es posible que consigas resolverlo. Si yo estuviera en tu lugar me esforzaría en conocer un poco más a quienes te rodean allí. Cuando conoces a alguien le puedes medir y administrar tu manera de comunicarte. Si prejuzgas, si te sientes superior y no dejas de recordarle tu supremacía, ni conseguirás que te escuche ni conseguirás que te respete. Provocar temor es alimentar revoluciones -.
El último cigarrillo de la cajetilla no les bastaba para los dos. Violeta se lo ofreció sinceramente.
- ¡De ninguna manera! ¡Déjame compartir algo contigo! -.
Rebuscó en una bolsa de supermercado. A continuación de una lata de foi gras y dos pedazos resecos de fuet apareció una cajetilla de Malboro que contenía cigarrillos de varias marcas. Siguieron fumando.
- Acércate a la gente y habla con ella. Y si crees que a alguno le has podido dañar con tu conducta dile que lo sabes. No hace falta que le pidas perdón. Eso son solo palabras. Pero hazle saber que no eres ajena a lo que pasa y pídele ayuda para que no vuelva a suceder -.
- No sé si podré, Froilán. Ni siquiera sé si podré contenerme. Aquí todo me parece correcto, adecuado, incluso necesario. Pero me temo que al cruzar la puerta mi actitud volverá a mutar y seguiré siendo lo que no quisiera ser -.
- Date una oportunidad, Violeta. Inténtalo. Atrévete a hablar con uno. Solo con uno. Atrévete a pedirles ayuda. Ellos pueden sacarte de esto. Es más, estoy convencido de que si realmente ven que quieres salir ellos también desearán que salgas -.
Se pasó la mano por el pelo. Miró a aquel espantapájaros con vida que parecía tener respuesta para todo.
- ¿Quién eres? ¿De verdad eres quien dices? -.
- Soy quien soy, amiga mía. Un pedazo de ti y un pedazo de otros. Soy el resultado de todos. Soy yo. Pero solo puedo serlo si todos somos lo que somos y sabemos reconocernos-
La hizo un guiño que parecía una mueca mientras la empujaba hacia su vida con una despedida.


- No olvides nunca que la vida te ofrecerá muchas imágenes de lo que puedes ser. Infinitos paisajes pero….una única esperanza. Anda, escoge bien -.




Mientras los ataviados de ciudadano perfecto caminaban hacia el cobijo de sus casas con sus inquietudes a cuestas y la perentoria obligación de llegar, Froilán intentó que sus dientes desgastados asaltaran un pedazo de fuet. Su compañero de fatigas, el que gozaba del privilegio de dormir en el cajero del banco, le sorprendió en el intento. Viéndole acercarse Froilán le saludó.
- ¡Hola, Segis! ¿Qué tal tu día? -.
- ¡Hola, señorito Froilán! Mi día ha sido como todos. La gente ya no está por echarnos una mano. Piensan que somos de una esas mafias de Europa del Este y pasan de largo criticando -.
- Si, se nos ha puesto el oficio complicado con esos sinvergüenzas -.
Departieron sobre la situación de su mercado laboral sin llegar a conclusiones. Solo estuvieron de acuerdo en una idea común.
- Si nos dejaran crear un sindicato otro gallo cantaría -.
- Sería bueno, si. Pero eso también nos obligaría a darnos de alta en la Seguridad Social. Y nosotros somos igual que las putillas. Estamos pero solo nos ven cuando creen que somos una molestia… Anda, dale un mordisco a este fuet de Tarradellas que está buenísimo-.
Segis aceptó la invitación a pesar de que la intensa piorrea que padecía le iba a causar molestias a la hora de hincar el diente al embutido.
- ¿Estás seguro de que es de Tarradellas? Yo diría que es de El Pozo. Tiene esa textura peculiar que caracteriza a todos los productos de esa marca.
- No te lo puedo asegurar. Pero si tú lo dices no voy a discutirte, Segis. Confío plenamente en tu cata.
- Gracias por el halago, Froilán. Si no estuviera tan duro me mantendría firme en mi opinión. Pero, al secarse, ha perdido parte de su grasa; de esa grasa que me parece conocer cuando la muerdo. No importa la marca. Y seguro que al cerdo que mataron para convertirlo en pienso para humanos tampoco.
- ¡Interesante reflexión, amigo mío! -. Mientras dramatizaba gestualmente su comentario Froilán brindó alzando un cartón de vino.
- Hágame usted el honor de beber primero, don Segis-.
Segis accedió y bebió el primero. El cartón de Don Simón fue pasando del uno al otro hasta que Froilán descubrió que no tenía sentido ofrecérselo de nuevo a su amigo.
- Seco cómo el fuet –.
- Seco cómo los campos del barbecho -. A Segis le salió su raíz aragonesa.
- ¡Viva el sindicato de los sin nada! -.
- ¡Viva!-.
- ¡Putas y mendigos unidos jamás serán vencidos! -.

El parque estaba casi vacío. Las últimas sombras de la tarde iban ocupando el espacio que dejaban los visitantes. A Froilán le gustaba observar como esas sombras se estiraban hasta convertirse en una única oscuridad.
- ¿Qué miras con tanto interés, amigo mío? -.
- Verás, querido Segis. No sé cuantos años llevo aquí. Pero todavía no he conseguido descubrir cuál es la última sombra de la tarde y cuál la primera de la noche.
La noche escuchó el comentario de aquel hombrecito que siempre aguardaba su llegada y decidió dejarle una señal cuando las farolas de bajo consumo del parque comenzaron a parpadear. La sombra de aquellas antorchas sin llama se definía a medida que las bombillas alcanzaban la luminosidad que convertiría el silencio de un recinto casi vacío en un silencio iluminado.



A medida que se acercaba a su casa la charla con Froilán iba perdiendo encanto. Al bajar del coche ya le resultaba molesto haber confiado en un desconocido.
No quería entrar. Prefirió sentarse en una de las tumbonas que la esperaban bajo el porche. Al descubrir que ya no le quedaban cigarrillos en el bolso cambió de opinión. Sobre la mesa de la cocina encontró lo que buscaba y salió de nuevo al jardín.
- No tengo nada que escoger. Ni siquiera aquí tengo nada que elegir -.
Un grillo inició su concierto nocturno a escasos metros. Demasiado estruendo para tanta necesidad de silencio. Apagó el cigarrillo y entró en la casa. Al pié de la escalera la ceniza de su llanto de la tarde seguía ensuciando las baldosas. Ya estaba seca. Las lágrimas se evaporan. Así se sintió mientras ganaba la planta superior. Seca, como el tronco de un olivo milenario que hubiera renunciado a dar sustento a la almazara.

“Cuantos siglos de aceituna

los pies y las manos presos

sol y sol y luna a luna

pesan sobre vuestros huesos”

El grillo se calló. La noche no dijo nada. Violeta no pudo llorar. No se trataba de elegir. La única manera de sobreponerse al fracaso es convertirlo en tu aliado.
Se durmió sin echar de menos a P.P. Ni siquiera se apercibió que en la mesilla no la acompañaban el vaso de agua y el cenicero. Cuando nos secamos no necesitamos nada.


- Quédate conmigo esta noche, Mariona -.
Se lo pidió cargando sus palabras de una extraña mezcla de miedo y dulzura.
- Deja que llame a mis padres para avisarles. Y ya que me quedo moléstate en llamar a Tele Pizza y pedir algo para cenar -.
Palmira no se hizo rogar. Mientras su amiga hablaba con su casa pidió una cuatro estaciones familiar y dos refrescos.
- En aquella habitación encontrarás ropa. Creo que te sirve. Tienes un físico muy parecido al de Palmi -.
- No te preocupes. Seguro que me apaño ¿Tienes algo de beber mientras esperamos la cena? -.
- Puedo ofrecerte Trina o tónica. Solo que no tengo limón – mientras contestaba Palmira se levantó camino de la nevera.
- Me da lo mismo. Tomaré lo que tú no quieras -.
Palmira optó por la Nordic.
- Son más de las 10. Mañana no habrá quién nos levante -.
- A ti, Palmira, a ti…Yo mañana libro -.
A las 11 seguían conversando. Escuchándolas con interés una porción fría de pizza retozaba sobre la mesa esperando que alguna de las dos decidiera reconocer su exquisitez.
- Teníamos que haber pedido más bebida. Lo único que me queda es un vino de Jumilla que Palmi guardaba por si un día celebrábamos algo -.
- Rindámosle homenaje a ese vino, amiga mía. Al vino y a Palmira. Seguro que se alegra de ver como brindamos en su nombre -.
Era un poco ácido pero les pareció excelente. Al descorcharlo no solo liberaron los taninos de aquel tinto. También liberaron tensiones y nostalgias.
- ¿Cómo ves la botella, Palmira? ¿Medio llena? ¿Medio vacía? -.
- Doble, Mariona, la veo doble -.
Las mejillas de Palmira habían enrojecido y sus ojos brillaban. Mariona parecía más entera pero dejó de parecerlo cuando se atrevió a encender un cigarrillo. Superados los primeros espasmos de tos levantó el vaso que hacía las veces de copa.
- ¡Por nuestra amistad, operadora de Golden Plus! -.
- ¡Por nuestra amistad, querida novata! Novata en el curro y novata fumando -.
- Fumadora social, solo social. Igual que tú.
- Eso, fumadoras y bebedoras sociales -. Palmira bebió de un trago lo que quedaba en su vaso y se dejó caer de espaldas sobre el sofá. Mariona hizo lo mismo. Incapaz de seguir fumando apagó el cigarrillo y se quedó mirando a su amiga. Había cerrado los ojos y parecía entregada al sueño que provocan el cansancio y el alcohol cuando coinciden en la misma esquina del cerebro.
- ¿Duermes? -.
Palmira no quiso llevarle la contraria y no respondió. Mariona pensó que era inhumano despertarla. Optó por activar su despertador. A las seis la llamaría para que pudiera llegar a tiempo a la galera.

Mientras Mariona buscaba el sueño en una cama extraña Maruja lo perseguía al lado de Venancio preguntándose como, al cabo de tantos años, el hombre que roncaba a su lado podía parecerle un desconocido.
Antes de acostarse Salitre, había decidido cambiar de libro. A partir de mañana su cómplice estratégico sería “Crimen y castigo”de Dovstoyesky. Seiscientas páginas de historia para emprender el asedio final.

En la entrada del cajero Segismundo buscaba acomodo apoyando la cabeza sobre un viejo jersey doblado. Le había puesto una servilleta de papel encima para evitar el calor de la lana en una noche de verano. A veinte metros una prostituta se dejaba ver apoyada en la farola que iluminaba la esquina. Algún que otro coche reducía la marcha pero ninguno se detuvo. Si lo hizo una unidad de la policía local. Una agente le pidió a la hetaira que se identificara. Todo estaba en orden. Segis las miraba intentando comprender qué podía importarle a aquella mujer uniformada lo que estuviera haciendo otra mujer que vestía otro uniforme tan inconfundible como el suyo. Salió de su ensimismamiento cuando la policía se dirigió a él.
- No puede estar aquí, señor. Tengo que pedirle que se vaya. Y si no tiene a donde ir nosotros le llevaremos a un centro de acogida donde podrá pasar la noche –Lo dijo con la autoridad que le daba la placa que llevaba en el pecho. Sin embargo no se excedió. Más que una orden parecía un consejo.
- No se preocupe, agente. Ya estaba pensando en marcharme. Siga patrullando. Cuando pase otra vez por aquí no encontrará ni rastro de mi persona -.
- Espero que así sea, señor. Tiene usted diez minutos para abandonar el lugar
Segismundo hizo un gesto afirmativo y empezó a recoger sus cosas. La agente se dio por satisfecha y regresó al coche.
- Buenas noches, señor. En diez minutos regresamos. Espero que cumpla con su promesa -.
- Siempre cumplo, agente -.
Mientras el coche se alejaba Segismundo terminó de recoger sus múltiples despojos. Sabía que la patrulla regresaría. Tardaría mucho más que esos diez minutos anunciados pero volvería. Había que buscar otro lugar para pasar la noche. En verano no le preocupaba demasiado. A diez minutos de allí estaba la fachada sur del cementerio. Con un poco de suerte encontraría algún conocido y podrían revivir viejas historias. Incluso compartir algo de comida o de beber.
Emprendió la marcha para acabar perdiéndose al final de la avenida. Pasó junto al Parque. Al otro lado de los setos, muy cerca de allí, Froilán estaría disfrutando de su banco. Durmiendo o contemplando el reflejo de las farolas en el agua del estanque.
- Buenas noches, amigo. Somos afortunados. No vivimos encerrados entre cuatro paredes hipotecadas. Vivimos en todas partes y nadie nos cobra por ello.
Hoy aquí, mañana allí -.
Se sintió bien consigo mismo y aceleró el paso. Uno de sus zapatos no tenía cordón y la rozaba al caminar. Ya estaba acostumbrado. Mantuvo el caminar tarareando un canción de la que solo había memorizado la primera frase y unos compases.
- Si yo fuera rico…Tipitipitipitipiti….-.



Capítulo VI

Las alas rotas de Dédalo


Salió de la formación más predispuesta de lo que había entrado. Más predispuesta y no menos sorprendida de lo que ya estaba respecto al cambio que experimentaba Violeta cuando entraba en aquella sala. Toda su aspereza se convertía en afabilidad y su capacidad de transmisión era fluida, incluso entretenida.
A la una y media se dio por terminada la primera sesión. Salía a las tres y no le apetecía comer en casa. Bajó a la cafetería; antes de entrar sintió deseos de fumar. –Será verdad eso de que el tabaco engancha -. Prefirió no valorarlo y salió a la calle. Nadie conocido. Demasiado temprano para coincidir con los habituales.
- Hola, Palmira. ¿Qué tal la formación? -.
La pregunta de Jacobo le sonó en la espalda.
- Hola, Jacobo. Bien, la verdad es que se me ha quitado el miedo. Creo que puede ser incluso entretenido eso de atender a los Golden Plus -.
- Estupendo. Me alegro. No hay nada mejor que trabajar a gusto y convencido -
Palmira no se atrevía a intentar fumar negro. Pero pudieron más las ganas que el temor.
- ¿Te importa invitarme a fumar? Luego compro y te lo devuelvo -.
- No, por supuesto. Ni me importa ni tienes que devolvérmelo. Eso si, lo que puedo ofrecerte es negro -.
- Me arriesgaré a probarlo -. La respuesta de Palmira se entrecortó al notar el cambio.
- ¡Caramba! Es distinto. Pero no me disgusta -. Lo dijo con poca convicción. La misma con la que aseguró que le gustaba el primer cigarrillo que le ofreció Palmi en el parque.
- Bueno, Palmira. Voy a morder algo en la cafetería. Hoy no me dan de comer en casa
- Pues si no te importa te acompaño. Hoy no tengo intención de darme de comer a mi misma en casa -.
Dos ensaladas, un ragout de ternera y para Palmira, mero en salsa. De postre dos tickets a cambio de los cuales obtendrían un café si se acercaban a la barra.
- Ya no voy a preguntarte como te sientes. Llevas suficiente tiempo entre nosotros y vemos que trabajas con soltura. Pero si quiero que me digas cual es tu estado de ánimo después de lo que pasó con Palmira Ochoa -.
Palmira de Palma entendió que Jacobo se interesaba por ella, por la persona. El trabajo era secundario. Se sintió confortada y no le importó sincerarse con su coordinador.
- Estoy rota, Jacobo. Rota y desconcertada. Espero que el tiempo me ayude a superarlo. Pero ahora, cuando todo es tan reciente, todavía no puedo creer que Palmira no esté y que la causa de su ausencia sea algo tan terrible -.
- Te entiendo. Son situaciones que se producen pero que siempre vemos como algo lejano, casi de ficción. Como si nunca nos pudiera alcanzar en el plano real de nuestras vidas. Cosas que se leen o se ven en televisión -.
- Si, Jacobo. Eso es lo que me parece. Es como esos accidentes de tráfico que cada fin de semana cierran los telediarios -.
- Algunos de esos accidentes los vivimos aquí, Palmira. Y ni siquiera parpadeamos cuando nos dicen que ha habido fallecidos. La muerte siempre nos parece lejana. Incluso cuando nos pasa tan cerca como a ti te pasó la de nuestra compañera -.
- Gracias por interesarte por mí. No sé si es bueno o malo hablar de esto. Pero me siento un poco menos angustiada después de comentarlo contigo -.
- No me cabe la menor duda, Palmira. Hablar de lo que nos agobia nos quita presión. ¡Bueno! Recuperemos la normalidad. ¿Café y cigarrillo? ¿Sólo café? ¿Sólo cigarrillo? Nos quedan 12 minutos. Mejor dicho, me quedan doce. No sé a ti -.
- Once. A mi me quedan once. Me apunto a “solo cigarrillo”. El café puede esperar a mañana. El cigarrillo no. Dame un minuto que voy a comprar -.
- Te espero fuera -.
Subieron juntos para matar los últimos sesenta minutos del día. Palmira se sentó junto a Ruth para escuchar como se atendían las llamadas de Goleen Plus. Jacobo cubrió a Aisha en el tambor mientras ella se tomaba su descanso de mediodía.

Las llamadas despertaron con ánimo de alterar los niveles de servicio tiñendo de rojo los monitores y la pantalla del tambor. Violeta vio en ello una excelente oportunidad para acercarse al control.
- Que los agentes en formación dejen de escuchar, regresen a sus puestos y cojan llamadas-.
Jacobo hizo una señal a Belma. En apenas dos minutos se habían cumplido las indicaciones de Violeta. El rojo de los paneles se convirtió en amarillo y la supervisora dio por buena la actuación de los coordinadores regresando a su mesa. Durante unos minutos fijó la mirada en la sala y en Jacobo. Los monitores ya se habían calmado. Era un buen momento para despachar el correo pendiente y esperar. Esperar que terminara la jornada y caminar por su primer día sin esperar la llegada de P.P. Dudó entre ir a casa o buscar distracción en otra parte. Tomaría su decisión al salir. Abrió el correo y se dispuso a despacharlo.

- ¡Menudo arreón nos acaban de dar! -.
Mientras hacía el comentario Maruja dejó los auriculares sobre el puesto y buscó a Salitre dos puestos a su izquierda. La cabina que los separaba estaba vacía.
- A esta hora siempre ocurre. El verano es así -.
Nada nuevo en la respuesta de Salitre que se limitó a constatar la evidencia.
- Voy al servicio. Todavía no me han dado la comida y ya no aguanto -.
La miró sin disimulo cuando se alejaba hacia la puerta. Le pareció más atractiva que nunca con aquella falda tubo que dibujaba una silueta estilizada que no se rompía cuando un blusón desenfadado permitía adivinar los misterios de su espalda.
- ¡Salitre! ¿En qué estamos? La llamada a la primera por favor -.
Selena le devolvió a la realidad. Pulsó la recepción de la llamada mientras se disculpaba con su coordinadora.
- Lo siento. Estaba distraído -.
- Nada nuevo bajo el sol -. Salitre no pudo escuchar la respuesta de Selena porqué ya estaba atendiendo a un buen hombre que había perdido las llaves de su coche a seiscientos kilómetros de su domicilio.
- Si, como usted me dice, dispone del duplicado en su casa podemos facilitarle un medio de transporte para que vaya a buscarlo y alguien se lo lleve…..-
Maruja regresó del baño, se puso en disponible y orientó la silla hacia su compañero. Sin dejar de atender la llamada Salitre se recreó en la imagen de aquella mujer que le ofrecía con desenfado la capacidad de seducción que pueden tener unas piernas cruzadas y una blusa que había regresado del baño un poco más abierta.

Venancio entró en el bar a caballo de una euforia que nada tenía que ver con la que habitualmente adquiría allí a base de cerveza.
- ¡Manolo! ¡Una ronda para todos, que paga el nene! -.
- Si con eso me dices que voy a tener un problema con tu mujer, olvídate Venancio -. La respuesta de Manolo fue contundente. Ya conocía las artimañas de Venancio y no estaba dispuesto a tener otro sarao con Maruja.
- ¡Que no, Manolo, que no! ¡Que me han concedido los 400 euros de ayuda! ¡Hay que celebrarlo! Te juro que te pago en cuanto cobre tío...Que solo somos cinco joder... ¡Anda, tira cañas para todos, y para ti también! -.
Manolo aceptó el riesgo. Media docena de cañas no eran demasiado. Mientras aclaraba los vasos decidió limitar su buena voluntad a una única ronda. Si Venancio intentaba prolongar el festejo con más bebida se negaría.
Los amigos de Venancio se solidarizaron con él haciéndose cargo, uno a uno, del pago de las cervezas que siguieron.

Mientras Venancio y su peña perdían el sur que les proponía la marca que rezaba en el grifo del bar Maruja perdía todos sus temores. Camino del parque Salitre aprovechó un semáforo para que sus manos se rozaran. Ambos se apercibieron que la descarga era muy fuerte. Salitre dejó su mano sobre la palanca del cambio y Maruja dejó la suya sobre la de aquel hombre que la estaba llevando a vivir de nuevo sensaciones olvidadas.
No se dijeron nada. El semáforo quiso ser inoportuno y la magia se diluyó como un edulcorante cuando siente el calor del líquido que pretende endulzar.
Los dos sabían que estaba llegando el momento en el que no se quiere controlar nada.

Venancio no se controlaba. Cinco rondas eran pocas.
- ¡Manolo! Ya que tú bebes y no pagas déjame pagar otra a mi. Te juro que te pago el día 5 -.
Estar detrás de la barra no liberaba a Manolo de la euforia que producen cinco cervezas a las cinco de la tarde.
- ¡Me ofendes, Venancio! ¡Me ofendes! Yo soy Manolo y Manolo es un señor. ¡Esta la paga la casa! Y no será una caña. Cuando paga Manolo se toman jarras -.
El murmullo del grupo parecía un canto coral dedicado a Baco. Vítores a Manolo, bravos al Ministerio de Trabajo, hurras a la alegría de llenarse de malta hasta sentirse dueños de un mundo inexistente.

Salitre aparcó a cien metros del parque. El silencio que había provocado aquel semáforo rojo parecía irrompible. Ninguno de los dos hizo el gesto de bajar. Solo las manos quisieron convertirse en mensajeras y volvieron a encontrarse.
Una presión suave, dulce, casi imperceptible y sin origen puede transmitir tanto como cientos de palabras. Un beso en el dorso de una mano que conserva destellos de Eau de Lencome pide permiso para derribar cualquier muralla.
Cuando una mujer arrastra esa mano hasta sus labios y corresponde ya no hay torres ni almenas que pretendan defender lo que no quiere defenderse.
Si dos bocas se buscan para sentir el roce de los labios y respirar entrega el deseo ha vencido y ya no sirven de nada normas y prejuicios. Al llegar a este punto la avidez convierte el beso en encuentro y la piel se conmueve al sentir como el brazo envuelve la espalda, asciende hasta la nuca y empuja suavemente la cabeza para que el encuentro sea un estallido y el norte se olvide de que el sur también existe.

Venancio salió del bar con los ojos acristalados y perdidos en un horizonte confuso abarrotado de almas que caminaban en todos los sentidos en busca de un único destino. El calor de la calle incrementó la ebullición del alcohol. Estaba borracho. Se reconocía a si mismo cuando esto le ocurría.
- ¡Menuda mierda he pillado, chicos! Así no puedo ir a casa. ¿Vamos a dar una vuelta? Necesito que me de el aire -.
Nadie le contestó. Sus colegas seguían en el bar.
- ¡Claro! Vosotros aguantáis, cabrones, porqué habéis comido antes -. La arcada no le dejó seguir hablando solo. El suelo no se quejó cuando la bilis de Venancio se estrelló contra sus desgastadas baldosas. No era el primer borracho que certificaba su estado en aquel metro cuadrado de acera.
Se sintió liberado; entró de nuevo en el bar con la intención de rellenar el depósito que se le había vaciado tan bruscamente.
- No me pidas más que no estás para beber, Venancio. ¡Anda, siéntate aquí un ratito y tómate un café! Ahora mismo te lo pongo -.
No estaba en condiciones de discutir. Cruzó los brazos sobre la mesa para que su cabeza descansara sobre ellos. Mientras la Faema de Manolo erogaba el café intentó hacer cábalas con la porra que veía borrosa en la pared.
- Uno a uno. Seguro que empatan. Uno a uno. O cero a cero. Empate. -.
Al pensamiento confuso siguió un grito más confuso todavía.
- ¡Manoloooooooooooooo! Apúntame. Uno a uno. Y cero a cero. En cuanto cobre te pago. ¿Me has oído Manolillo?


- ¿Qué has hecho hoy? -.
- Poca cosa, la verdad. Cuando te has marchado ya no me he acostado. Habíamos dejado el salón como lo habíamos dejado y me he dedicado a ordenar un poco. Al salir de la ducha he visto que eran las diez. He cogido una blusa y un vaquero del armario de Palmira y me he ido a casa. Mi madre me estaba esperando para desayunar. Poco más, Palmira. Mañana te devuelvo la ropa; mamá la ha metido en la lavadora en cuanto me he cambiado -.
- ¡Vale, vale, vale! ¡Menudo informe de actividad, chica! No pretendía eso al preguntarte. Oye…Me ha alegrado un montón que me llamaras. Se me hacía un mundo volver a casa. Gracias por eso, Mariona, de verdad -.
- Me gusta hablar contigo, Palmira. Llegué aquí un poco perdida y gracias a ti me estoy adaptando muy bien. Cuenta conmigo para lo que necesites -.
Siguieron caminando sin rumbo aunque sus pies las llevaban al Parque del Lago como si el sexto sentido se hubiera instalado entre sus dedos. Al doblar la esquina tuvieron que esquivar el territorio de Segis para llegar al paso de cebra que moría en la puerta principal del parque.
- Mira que es grande la ciudad. Y siempre acabo en el mismo sitio -.
Al hacer el comentario Palmira se estaba preguntando porqué se sentía tan atraída por un lugar como aquel. Allí su amiga le había confesado lo que le estaba sucediendo mientras los dos pequeños trepaban y se dejaban deslizar por un tobogán multicolor.
A pesar de todo seguía sintiéndose bien al pisar aquel camino de tierra que serpenteando entre la vegetación las llevaba al único banco en el que Palmira se había sentado. También la sorprendía encontrarlo siempre vacío. Solo le faltaba un cartel de prohibido o uno en el que se le declarara propiedad de Palmira y Palmira.
- Y ahora, propiedad de Mariona y Palmira -. Solo lo murmuró.
- No te he entendido, Palmira. ¿Decías algo? -.
- No, no. Disculpa. A veces hablo sola -.
Mariona respetó aquel lapso emocional de su amiga.
- Oye ¿Por qué no vamos a ver al vagabundo? Fue genial la charla que tuvimos con él -.
- Si no te importa vamos luego. Ahora me apetecería sentarme aquí y practicar nuestra condición de fumadoras sociales -.
Mariona no contestó. Aceptó tomando asiento.
- Bueno, fumemos. Pero ya sabes. Yo si soy fumadora social. O sea que tu pones el tabaco y el mechero. No tengo ninguna de las dos cosas en mi bolso -.
Fumaron. Mariona fumó y tosió a la vez sin quejarse. Palmira se rió de la tos hasta que le llegaron a la memoria los espasmos de sus bronquios cuando se atrevió a fumar aquel cigarrillo negro al que la invitó Jacobo.
Los vio acercarse correteando. En un primer instante no los había reconocido debido a la distancia. Fueron ellos los que pusieron en marcha el mecanismo del encuentro.
- ¡Tía Palmira! ¡Tía Palmira! –
Diez metros más atrás de Urko y Ainoa venían los abuelos. Amparo llevaba en la mano una peonza de colores chillones. Su marido un ABC doblado bajo el brazo y un bastón que le ayudaba a caminar. Siguieron con la mirada a sus nietos hasta que les vieron lanzarse sobre Palmira.
El Parque del Lago seguía siendo el corazón de aquellas vidas. Mariona entendió que era el momento de perderse.
- Vuelvo enseguida. Voy a por tabaco. Ya no quiero ser fumadora social -.
Palmira no lo oyó. Besaba y abrazaba sin parar a los chiquillos.
Los abuelos no quisieron ser abuelos. No conocían a aquella mujer pero sabían quién era. Se quedaron quietos, sin dar un paso, contemplando la escena. Sus rostros no transmitían nada. Pero se emocionaron al ver a los pequeños felices por su encuentro con Palmira. Estaban viendo a su hija. Hay felicidades inexplicables que no se pueden contar con un teclado. Hay lágrimas que solo brotan cuando entendemos la dulzura de los niños.

Los niños y los borrachos nunca mienten.
Venancio no mentía nuca porque vivía dentro de su propia mentira.
Maruja estaba aprendiendo a dejar de mentir desde la nueva mentira de su vida.
Salitre estaba descubriendo que mentir le había llevado a no saber mentir cuando estaba con Maruja.
Violeta se había quedado sin mentiras en su vida y ahora solo le importaba robarles la verdad a los demás.
El silencio más largo es aquel que nunca se produce.

- Pensé que te ibas a alegrar cuando te contara lo de los cuatrocientos euros -.
- Me he alegrado, Venancio, de verdad -. La respuesta de Maruja era tan poco convincente como su sonrisa forzada. La mantuvo mientras se alejaba camino del baño. Necesitaba lavarse las manos para no sentirse culpable.
- Vuelvo enseguida -.
Venancio se dejó caer en el maltrecho sofá. Tampoco se sentía demasiado bien por haber celebrado con euforia la noticia. En cuanto Maruja saliera del baño se refrescaría para disimular un poco el hedor a desenfreno que transmitía.
Mientras dejaba correr el agua para que Venancio la oyera revivió su explosión de deseo con Salitre.
- No ha pasado nada. Solo ha sido un instante de locura -. Su pensamiento intentaba empequeñecer lo acontecido. Afortunadamente el lugar donde aparcaron estaba expuesto al paso de la gente. La contradicción la inquietó tanto que el jabón casi le resbala de las manos cuando intentaba borrar cualquier vestigio de ese instante.
El día se precipitó en la oscuridad con la sensación de que no había conseguido aportar nada a la memoria del tiempo. No era la primera vez que le pasaba a lo largo de los siglos. Hay días que no cuentan.

A las seis y cuatro minutos el sol arañó el rostro de Froilán como lo haría un perro que quiere despertar a su dueño. En verano dormir en el parque es dormir poco.
Estaba entumecido y tuvo que hacer un esfuerzo para redescubrirse. Buscó entre sus bolsas hasta encontrar un paquete de galletas. A pesar de que estaban rotas y sabían a deshecho le sirvieron para engañar la conciencia de su estómago. Necesitaba caminar un poco para que las piernas recuperaran el tráfico sanguíneo. Lo hizo hasta la puerta del parque desde donde se divisaba el cajero del banco.
- ¿Dónde se habrá metido Segis? -
No era la primera vez que su amigo cambiaba de domicilio fiscal.
- Le habrá echado la bofia -
Si era así lo más probable es que Segismundo se hubiera mudado a la pared del cementerio.
- Estará allí, con Paco y Nicanor-.
Decidió darse un paseo hasta el cementerio. El día era muy largo y convenía entretenerse hasta que llegaran los primeros visitantes. Cerró las bolsas, las cubrió con la manta y puso todo debajo del banco. Sus pertenencias no peligraban. Nunca nadie se interesó por sus lujos.

Palmira esperó a que la cafetera le brindara el primer sabor del día. Le gustaba tomarlo pegada a la ventana del dormitorio.
- Aquí te robaron la vida, Palmi -.
Quería imaginar lo que no vio a base de innumerables conjeturas. Lo único que era capaz de interpretar sin esfuerzo era el final.
No saber ayuda a entender como queramos. Para Palmira significaba no sentirse especialmente incómoda junto a aquella ventana.
- Aquí habríamos sido felices -.
Le bastaba con eso para sentirse bien. Al menos durante aquellos instantes previos al inicio de su jornada. Luego, en la galera y a pesar de la intensidad del trabajo, su amiga iría tomando cuerpo y la tristeza la derrotaría de nuevo.
- No sé si debí decirle a Jacobo que ando destrozada-.
Llevó la taza a la cocina. El autobús pasaba en diez minutos y no quería tener que esperar otros veinte hasta la llegada del siguiente.

-¡Cuanta gente hay hoy en el cementerio!
Le faltaban cien metros para llegar y la docena de personas que divisó le parecían muchas. A medida que se acercaba distinguió que había policías y una cinta impedía el paso hacia el muro.
Nicanor vio como se acercaba y fue en su búsqueda.
- Han sido los skins, Froilán -.
- ¿Qué han hecho? -.
- Le han matado. Le han matado a palos -.
- ¿A quién? ¿A quién han matado?-.
- A Segis, han matado a Segis-.
Se quedó sin aire en los pulmones.
- ¿Cómo ha sido?
- No lo sé, Froilán. Pepe y yo nos habíamos recogido a la vuelta de la esquina del muro. Allí hacía un poco más de fresco. Segis debió de pensar que no estábamos y se quedó aquí, como siempre. Poco antes de que amaneciera escuchamos gritos. Cuando llegamos Segismundo estaba tendido en el suelo, boca abajo, muerto. Pepe tuvo tiempo de ver a varias motos alejándose. Uno de los motoristas llevaba una chaqueta de cuero con los símbolos de la Vanguardia Nacional Revolucionaria-.
Lo dijo muy deprisa, como se cuentan las cosas que no se quieren contar.
Froilán se abrió paso hasta llegar al límite de la cinta. Unos hombres vestidos de gris estaban metiendo el cuerpo de Segis en una bolsa. Lo levantaron lo justo para dejarlo caer dentro de una caja.
- No hay diferencias en esto. Todos acabamos igual
El coche de los forenses emprendió el camino de la autopsia mientras la policía levantaba la cinta y pedía que la gente se retirara del lugar.
- Ya no hay nada que ver aquí
Un murmullo respondió a la voz del policía. Paco, Nicanor, Froilán y cinco vagabundos más hicieron caso omiso de la sugerencia. Los policías subieron al coche para seguir las huellas del vehículo funerario. En el suelo quedaron unas manchas de sangre apenas perceptibles. La tierra seca tiene sed y se traga todo lo que pueda nutrirla.
Paco se acercó a Froilán poniéndole una mano en el hombro.
- Ahora puedes instalarte en el cajero. Te corresponde por antigüedad -.
Con un gesto brusco, Froilán se quitó de encima la mano de Paco.
- ¿Tú crees que es momento de hablar de esto? -.
- Perdona, chico. Pero ya sabes como van estas cosas. El que no corre vuela. Y si no te instalas tú hoy mismo, mañana cualquier otro coleguilla se declarará heredero universal de Segis -.
Froilán sonrió. Paco estaba en lo cierto.
- Si quieres, Paco, puedes irte tú al cajero. Yo estoy bien en el parque. Allí tengo mi mundo -.
- Ya me gustaría. Pero no quiero dejar a Nicanor. Llevamos años juntos. Y en el cajero solo cabe uno -.
- ¿Y si vuelven los skins? -.
- Solo atacan cuando te ven solo. Son unos cobardes de mierda. Con dos no se atreven -.
- Bien. Como quieras. Pero yo me quedo en mi banco. Tengo un compromiso con el parque ¿sabes? Ya formo parte del paisaje y me gusta serlo-.
- Si quieres te acompaño hasta allí. Así charlamos -.
- Me parece una buena idea. Anda, ve a preguntarle a Nicanor si le apetece venir con nosotros-.
Nicanor les escuchó y asintió con la cabeza.
Mientras caminaban hacia el parque Nicanor rompió el silencio.
- ¿Alguno de vosotros se acuerda de cómo era aquella canción que tanto le gustaba a Segis? -.
- Si, creo que si. Era la canción de una película. “El violinista en el tejado”…creo-.
Froilán había respondido sin convicción, como si no le hubiera gustado recordar.
- Si, si. Era esa. Segis no se la sabía pero le gustaba cantarla. ¡Estaba graciosísimo cuando marcaba el paso al compás de la canción -.
Paco cambió las palabras por gestos empezando a imitar a Segis a base de caminar grotescamente.
Froilán pensó que era el momento de sentirse más cerca del amigo que se les había marchado y dejó que la canción se le escapara del alma.
- Si yo fuera rico… Tipitipitipitipiti….-.
A la vez que cantaba se sumó a la mímica de Paco. Nicanor solo necesitó tres segundos para sumarse a la coral. Horriblemente sincronizados los tres desheredados del sistema continuaron su trayecto desafiando al sol con su canción.
- Si yo fuera rico… Tipitipitipitipiti….-.
La muerte es solo un capítulo de la vida. Para algunos se trata del último. Para otros es la antesala de la tierra prometida. Para Froilán y sus amigos la muerte era esa compañera de viaje capaz de convertir en una partitura, desenfadada y alegre, todas las miserias de un texto que llamamos biografía.

El mismo sol que no dejó enfriar el cuerpo abatido de Segis castigaba el porche de Violeta. A esa hora no había alcanzado la altura suficiente y se colaba por debajo de las tejas. No quemaba todavía pero si obligaba a entornar los ojos.
Cambió la silla de posición para protegerse de los rayos de Helios. El café estaba casi frío, algo que se agradece en verano. El impacto del humo en los pulmones era algo que Violeta agradecía en cualquier momento.
P.P. no llamaba. Ni encontró mensajes suyos en el correo. No iba a ser ella la que rompiera el silencio. Quién se había marchado era él. Lo había hecho con la misma facilidad que un día llegó y se metió en su cama. Posiblemente ese fue el error. Convirtieron un brote de pasión en convivencia.
- Solo fue medio polvo lo que nos llevó a estos años en los que nunca completamos nada. Ni siquiera en la cama-.
Preguntarse las causas de un error es algo inviable para quién nunca se equivoca. Siempre busca la salida que permite descargar en los demás los motivos del fracaso.
- ¡P.P.! Creo que te quiero pero nunca habría llegado a amarte -.
Hay reflexiones que son solo frases aprendidas. Es muy difícil que almas sin alma consigan albergar sentimientos afectivos. Cualquier indicio de debilidad es devorado. En tierra estéril ninguna semilla puede germinar.
No era momento de pensar en aquello. Desde el porche se podía ver como las manecillas del reloj de la cocina palpitaban camino de las siete. En una hora estaría en su espacio natural. Allí si podía emerger, hacerse notar. No necesitaba a nadie para convertir en nadie a los demás.
Habían pasado semanas desde el alboroto de la queja. El ambiente se estaba relajando y se sentía triunfadora.
- No soporto la tranquilidad de Jacobo cuando se acerca a mi mesa como si no hubiera pasado nada. Es un pedante-.
Dejó la taza en el fregadero donde dormían los platos de la cena. Mientras cerraba la puerta pensó que tampoco era de su agrado la actitud de Aisha. La incomodaba que, en las últimas semanas, no reaccionara como antes cuando la presionaban.
- Se siente protegida. Cada vez que me acerco al tambor dos o tres coordinadores la rodean ¡Menuda escolta! Si quieren guerra, guerra tendrán-.
A medida que su mente se situaba en aquellas imágenes de la galera una furia sin sentido conquistaba todas sus terminaciones nerviosas. Este era su punto de partida perfecto para que el día resultara provechoso.
Le importaba muy poco que los coordinadores hubieran bajado la guardia buscando serenar el ánimo en aquellos días de tanta actividad. No le resultaría difícil traspasar la muralla humana que protegía Aisha. Y Jacobo andaba sin escolta. Parapetada en su impunidad se sentía vencedora.

Maruja llegó a tiempo de pedirle un café a la máquina y salir a la calle para tomarlo.
- Hola, Maruja. Buenos días-.
- Hola, Salitre. Buenos días-.
Diez segundos de silencio pueden ser atronadores.
- Salitre. No sé lo que me pasó ayer, pero…-. No la dejó terminar.
- Pasó lo que pasa cuando dos personas se atraen -.
Lo dijo con serenidad, quitándole asperezas a la duda.
- Yo no soy así, chico. De verdad. Me dejé llevar por no sé qué -.
- Te dejaste llevar por lo mismo que me llevó a mí. Somos dos personas sensibles. Solo eso-.
- No había hecho algo así desde que mi primer novio me llevaba al parking del estadio. Con él tampoco llegábamos al final, pero nos enredábamos hasta reventar. ¡La de pañuelos que tiré! -.
No contuvo su intención de carcajada. De nada servía reprimirse a base de conceptos ante algo que ya no tenía remedio.
- ¿Puedo confesarte algo, Maruja? -.
- No puedo decirte que no, Salitre -.
- Camino de casa, después de dejarte, no sé cuantas veces me llevé la mano a la cara para respirar el perfume de tu néctar-.
Maruja sintió como el rubor pintaba de rubor su rostro. Algo que ni siquiera le había sucedido en su adolescencia. Posiblemente porqué nadie le había dicho algo así.
- ¡Uff! Chico. No sé como salir de esto. No tiene sentido-.
-No salgas y verás como si tiene sentido-.
- Tengo que salir, chaval. No olvides que te llevo quince años y tengo una cosa que se llama marido-.
-Tú lo has dicho. Una cosa. Y que tengas cuarenta y cinco años no significa que hayas perdido tu derecho a vivir-.
Sabía envolverla con argumentos cargados de sentido. Aunque también era cierto que, a medida que iba creciendo su relación con Maruja, el cazador se sentía desarmado y dejaba paso a un extraño personaje en el que no era capaz de reconocerse. No estaba enamorado pero sentía un profundo respeto por aquella mujer. De algún modo la quería. A pesar de que era una experiencia temporal que tenía fecha de caducidad, la quería.
- Bueno. Ya veremos. Ahora vamos a trabajar. Son casi las ocho-.
Mientras subían a la galera los dos eran conscientes de que lo que estaba por ver llegaría y llegaría de inmediato.

 - ¿Y el yayo?
- Libra. Libra hoy y mañana
- Bien. Entonces tú, Selena, sustituirás a Aisha en el control cuando se vaya a descansar. Estad atentos chicos. Que hoy hay mal ambiente-.
La mirada de los coordinadores se automatizó en dirección a la mesa de Violeta. El choque fue intenso. Todos sabían lo que decían aquellos ojos cuando lanzaban dardos a la sala.
- Hoy tenemos baile-. Selena tenía dos motivos para no sentirse a gusto. La predicción de Ambar y que fuera ella la recambio del tambor.
- Si, pero nosotros como si nada-. Belma quiso aportar ánimo recordando el compromiso adquirido por el equipo.
- Despacito y buena letra. Y si pasa algo hacedme el favor de decírmelo. ¿De acuerdo?-. Ambar sabía marcar pautas sin necesidad de dar órdenes tajantes.
La nueva no participó en el coloquio. En cuanto Ambar disolvió la reunión se dirigió a la sala. Las llamadas ya habían despertado.
- ¡Agilizamos, por favor! ¡Agilizamos en la medida de lo posible! -.
Mariona levantó la mano para que la nueva la ayudara.
- Espera. No sé si podemos autorizar esto. Déjame consultarlo-.
La respuesta a aquella duda era diáfana. Pero para Mariona no lo era y no le extrañó que la nueva se dirigiera a la zona de supervisión para consultar.
- ¿Puedo preguntarte, Violeta?-.
Violeta apartó los ojos del ordenador y miró a la coordinadora.
- ¡Claro! Tú dirás-.
Le expuso la consulta, enredándola un poco. Lo suficiente para que Violeta no se apercibiera de su sencillez. No obstante le dio la respuesta en segundos. Apenas terminó quiso marcarle pautas a la coordinadora.
- Estad muy pendientes de la sala. Llevamos muy mal el nivel de servicio del mes y necesitamos que suba-.
- Ya sabes que puedes contar conmigo. Yo no pierdo el tiempo discutiendo lo que me mandan. Tú me entiendes-.
Violeta sonrió. La entendía. Aunque le importaba poco lo que dijera aquella coordinadora, le resultaba útil que intentara acercarse a ella para diferenciarse del resto. Seguía siendo parte de la plebe.
- Sigue así. Sigue trabajando así. Y si tienes cualquier duda vienes a verme tantas veces como sea preciso-.
La nueva fue en busca de Mariona para darle la respuesta con la satisfacción que produce un halago. Desde lo que ella entendió como el fracaso de la queja prefería acercarse al caballo ganador.
- Sigue, ¿no?-.
- Si, sigue intentando ser su amiga-.
- Y la otra la utilizará como submarino-.
- Seguro. Habrá que tener mucho cuidado con lo que hablamos delante de ella-
- Si, tendremos que ser cautelosos. Esta se lo larga a la primera-.
- Vamos a ser prudentes. En esto y en lo que le digamos a ella respecto al trabajo. Ya ves la que monta cuando se la corrige en algo. Cualquier día se va a recursos humanos a quejarse de nosotros-.
- Es increíble. Cree que todo el mundo está en su contra solo porqué se le recuerda que hay un modo establecido de hacer las cosas-.
- ¡En fin! Mejor evitar problemas. Solo nos faltaría eso. Tener problemas entre nosotros-.
-¡Mira que tienes buena fe! Con esta tendremos problemas o si, o si-.
- ¡Vale! ¡Vale! No digo nada más-
Las dos sabían que el problema existía. Lo sabían ellas y lo sabían los otros coordinadores.

Palmira entró en la sala de formación y las llamadas entraron de manera compulsiva en el tambor. Jairo Magno y Salomé recordaron por enésima vez que su vejiga era débil y, como si fueran siameses inseparables, emprendieron su fuga hacia el baño para que nada cambiara en la rutina de la sala.
Maruja y Salitre se habían sentado juntos. No podían hablar pero se comunicaban con el silencio que envuelve las miradas cuando han encontrado la senda de la complicidad. Los dos esperaban que dieran las cuatro para contestarse todas las preguntas y andar todos los caminos.
Ahisa respiraba tranquila desde que pudo comprobar que Violeta estaba en la sala de formación.
- Falsa alarma, chicos-. Ambar se había acercado para tranquilizar al equipo.
- Hasta las dos tendremos una mañana tranquila. Pero atentos a la cola. Por ese lado no podemos esperar tranquilidad-.
La nueva llegó tarde para escuchar a Ambar.
- ¿Qué ha dicho? ¿Algo importante?-.
- No, solo que diéramos caña hasta quitar la cola-.

Mariona lamentó no poder coincidir con Palmira en el descanso. Buscó la sombra y encontró a Waldo.
- ¡Hola! ¿Qué tal te va?-.
- Bien, gracias. Acostumbrándome a esto -.
- Creo que te han dejado sin pareja en la raspa -.
- Si, se viene con vosotros-.
- Lo que no sé es como te llamas. Yo soy Waldo-.
- Mariona, me llamo Mariona. Y ya sabía que tú eres Waldo. Eres toda una institución en la plataforma-.
- No creas. Lo que pasa es que soy más antiguo que la puerta y por eso todo el mundo me conoce-.
- Me gusta tu optimismo, Waldo. Es divertido escucharte decir eso de “somos felices aquí”. Da ánimo a primera hora-.
- Es una manera como otra de empezar el día. La verdad es que me siento bien y me gusta decirlo, aunque para ello haga uso de chanzas-.
- Nos animas a todos-.
- Me alegro de serte útil-.
- Te lo digo de verdad. Cuando llegué todo me parecía muy extraño, como si no fuera conmigo. Y gracias a Palmira y pequeños detalles como tus frases pude comprender que ser teleoperador no era algo tan malo como se piensa desde fuera-.
-Tenemos mala fama. Bueno, nosotros no. El sector. A mi también me pasó lo que a ti y ya llevo seis años en esto. No sé si ya sabría hacer otra cosa-.
- Espero no estar tanto tiempo. Pero si tengo que estarlo quiero sentirme como tú, feliz por ello-.
- ¿Sabes? Hagas lo que hagas tienes gente alrededor. A mi me ha permitido conocer personas excelentes, relacionarme con ellas, aprender. Con el tiempo vas descubriendo personajes acerca de los cuales llegas a preguntarte ¿Que hace aquí? Hay gente excepcional, de verdad. La mayoría son estupendos-.
- Habrás conocido a mucha gente en tanto tiempo-.
- Así es. Y a muchos que ya no están les echo de menos. Pero llegan caras nuevas y te compensan de esas ausencias que son inevitables-.
- Veo que tu frase acerca de la felicidad tiene mucho sentido-.
- Ser feliz en el trabajo, Mariona, es acomodarse a él buscando algo que te haga sentir bien. Yo lo encontré siempre en la relación con los demás. Aunque sea entre llamada y llamada y en los descansos. Tenemos tiempo para conocernos-.
- Me lo acabas de demostrar, Waldo-.
El reloj puso fin a la charla mientras Mariona ponía fin a los escasos temores que todavía tenía.
- Hay gente estupenda. Eso de coger llamadas no me acaba de entusiasmar, pero personas con Waldo lo hacen más llevadero-.

- Era un tío cojonudo-
- Si, le echaremos de menos-
Paco era el más afectado. Hacía muchos años que conocía a Segismundo.
- Recuerdo el día que Segis llegó a los bancos de la estación. Llegó más o menos bien vestido, con una maleta. Había perdido trabajo y familia de una tacada. Durmió en una pensión hasta que se le acabó el poco dinero que tenía. Nos dijo que con su edad y aquel aspecto le era imposible encontrar un curro.
Tenía toda la razón. En este país de mierda a los cincuenta ya eres viejo para trabajar-.
- ¿Hace mucho de eso?-.
- Si no hace quince años poco le debe faltar-.
- Nos hemos hecho viejos, compañeros-.
- Bueno, más que viejos somos mayores. Suena mejor ¿No?-.
Paco y Nicanor se rieron de la ocurrencia de Froilán. Admiraban a aquel hombre. Siempre encontraba las palabras exactas para definir las situaciones. No había perdido la exquisitez de sus orígenes familiares. Era un pensador que regalaba su sabiduría a todo aquel que se le acercaba.
- Habrá que estar atentos a cualquier señal que nos mande Segis desde el otro mundo. Nosotros vamos detrás, amigos. Y sería estupendo que él nos explicara como llegar sin extraviarnos-.
Nicanor cambió de conversación.
- Las noticias vuelan-.
- ¿Porqué dices eso?-.
- Lo digo, Paco, porqué el cajero ya tiene inquilino-.
Guió la mirada de los dos señalando con el dedo la entrada del banco donde un mendigo tan mendigo como ellos estaba dejando un fardo pegado a la pared.
- ¿Le conocemos?-.
- Creo que no. Pero debe venir de la alameda. Están en obras y allí no hay quien viva-.
- Vamos a saludarle y a preguntarle si necesita algo-.
- Eres la leche, Froilán. Seguro que necesita algo. Lo mismo que nosotros-.
- Entonces vamos a presentarnos y a compartir necesidades. No me cabe duda alguna, queridos compatriotas del olvido, que a Segis le encantaría darle la bienvenida al club-.
La solidaridad es algo que vociferan políticos y eclesiásticos desde el púlpito de su bienestar para encubrir la competitividad individualista en la que realmente viven. Unos la usan como escudo y otros la viven a pelo.

La formación se iba espesando. Los requisitos de una llamada de G Plus eran más complejos y requerían un seguimiento particular y estricto. A Palmira le gustaba. Con esa convicción esperó a que la máquina le dispensara el café que su cuerpo necesitaba. Obtenida la infusión salió a la calle para completar la dieta del descanso con un Pall Mall ligth que la esperaba dentro de una cajetilla azul.
- Ya no me valen excusas. Soy fumadora-.
Archivó el resultado de su auto análisis en la carpeta de varios de su mente. Una carpeta sin pestaña para que nada invitara a ver su contenido.
Palmira no era consciente de que en esa carpeta también guardaba su metamorfosis. Como una carcoma la vida de ciudad roía sus orígenes y cambiaba el canto de las cigarras y las noches silenciosas de su tierra natal por el rugido del tráfico y las luces de neón. La fascinación del movimiento continuo invadía y derrotaba la insonoridad de la paz en la orilla del río.

Al llegar a casa Aisha intentó dejar el cansancio en la percha del recibidor. No lo consiguió. A regañadientes se llevó la carga hasta el sofá. No había sido un mal día. Pero cansa tanto el temor como la lucha.
La despertó el timbre de la puerta. A Ambar le había parecido buena idea pasar la tarde con ella.
Dejó de refunfuñar cuando consiguió quitarse el sueño de encima. No podía ser injusta con Ambar.
- Perdona, chica. Pero me había quedado frita y tengo un mal despertar-.
- No te preocupes. A mi me pasa lo mismo. Hasta que no he tomado café no soy persona-.
- Pues tomemos ese café para que yo pueda ser tan persona como tú-.
Ambar aceptó la invitación.
- Al final el día no ha sido tan malo como esperábamos-.
-No. Bueno, para ti como supervisora puede que no. Para mi el día ha sido tan horrible como todos de un tiempo a esta parte-.
- ¿Porqué dices eso? Estamos cumpliendo con nuestro pacto. Vamos a lo nuestro pase lo que pase ¿O no?-.
- Si, Ambar. Vamos a lo nuestro. Pero tú sabes que la otra también va a lo suyo. Que esto es una tregua ficticia. Nosotros intentamos respetarla pero ella sigue buscando el resquicio por el que pueda meter la puya-.
- Es cierto. No ha bajado la guardia. Pero al menos no dispara-.
- Disparará, Ambar, disparará-.
- ¿Por eso estás tan tensa, Aisha?-.
- Si-.
Fue una respuesta seca que no admitía abreviaturas. Contestar con un monosílabo es más contundente que cualquier soliloquio extenso y preñado de justificaciones.
- ¿Estás mal, verdad?
Ambar lo preguntó conociendo la respuesta.
- Si. Mal y cabreada por la impotencia. Esto no mejorará. Estoy segura. Es más, iremos a peor. Y tú lo sabes. Está esperando el momento para jodernos vivos-.
- Lo sé. Aunque saberlo sirva de poco. Lo único que podemos hacer es seguir capeando el temporal-.
- Menuda perspectiva ¿No?-.
- Es lo que hay….Al menos es lo que me respondió el jefe cuando hablé con él la semana pasada-.
- Pues… ¡Me cago en lo que hay!, Ambar-.
- Caguémonos juntas….Y llama a los demás para que se desahoguen con nosotros-.
- ¡La gran cagalinta!-.
Rieron satisfechas por la ocurrencia. Las tensiones se liberan en el espacio de lo incongruente. Los efectos del remedio son tan efímeros como sus componentes pero alivian.
Tomaron el café y se pusieron a hablar de cosas importantes. Ya le habían dedicado demasiado tiempo a la sordidez de un pensamiento que no era el suyo ni nunca lo sería.
Ya casi anochecía cuando Ambar la saludó desde la calle despidiéndose. Aisha bajó la persiana como si fuera el telón de un escenario cuando termina el primer acto. Todavía quedaban episodios por vivir en aquel drama sin autor.

Jacobo salió a la terraza para disfrutar del primer instante en que el calor disminuía. Vivía en una calle sin salida por la que solo circulaban los vehículos del vecindario. Era un barrio sin grandezas pero con arbolado, setos y algún que otro rosal cuyas flores desaparecían al mismo tiempo que se abrían sus capullos.
Un perro sin collar escarbaba la tierra al pié de un sauce llorón.
El Yayo escarbaba en el futuro intentando tejerlo con supuestos, intuición y pragmatismo.
El también estaba convencido de que en la galera se vivía una tregua que no se sostenía en ninguna voluntad. Era una paz temporal impuesta por la sobrecarga estival del trabajo. Algo frágil que se agrietaba a diario y perdía consistencia.
El perro encontró el hueso que en su día había enterrado cuidadosamente. Blandiéndolo como un trofeo entre los dientes se detuvo frente a la casa de Jacobo.
- Hola, chiquitín. Has encontrado lo que buscabas ¿eh? ¡Anda! Ahora disfruta de tu hueso hasta que no le quede tuétano-.
El animal no le entendió pero permaneció inmóvil esperando que Jacobo continuara.
- ¿Estás solo verdad? No tienes dueño. No eres el único. A las personas también nos pasa. Nos quedamos sin alguien a quien querer y no nos queda otra que desenterrar el hueso de nuestros recuerdos. Pero con eso no se vive…
Tú al menos le sacas partido a lo que tienes en la boca. Eres afortunado. Si te viera quién se yo se moriría de envidia-.
La cola del perro iba de un lado a otro como el contrapeso de un reloj de pared.
- ¿Estás contento porqué escuchas una voz? Más a tu favor cuando te comparo con otras soledades-.
El can seguía allí, con el hueso en la boca y sin mostrar intención alguna de moverse. Jacobo optó por entrar en el salón. Su guitarra dormía apoyada en un rincón de la pared. La reafinó y buscó el compás de los acordes de una de sus canciones más queridas.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan,

decir que somos quien somos.

Nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno;

estamos tocando el fondo, estamos tocando el fondo.

No es poesía gota a gota pensada,

no es un bello producto, no es un fruto perfecto.

Es lo más necesario, es lo que no tiene nombre,

son gritos en el cielo y en la tierra son actos.




Había salido casi de hurtadillas. Cuando dieron las 4 Salitre estaba con una llamada. Maruja se levantó y buscó la puerta como un niño cuando le dan el recreo en la escuela. Pisó la calle y la duda se convirtió en pánico. No podía esperarle, no debía. Era imprescindible controlar aquel arrebato. Se confundió entre el denso grupo de compañeros que caminaban hacia la parada del bus y, al llegar a la esquina, orientó sus pasos al metro. No le apetecía demasiado ir directamente a casa y optó por pasar de largo y apearse en la estación del centro comercial. Necesitaba volatilizar toda la inquietud que le estaba provocando el momento que vivía. Huía de la sensualidad de Salitre pero le era totalmente imposible no compararla con la atonía que se había instalado en su relación con Venancio. Huía sin dirección, del uno y del otro sin lograr cauterizar la sensación de que ambos la tenían encarcelada en dos espacios de vida incongruentes.
Caminaba por los pasillos del centro con la mirada perdida en los escaparates y el pensamiento en el vacío. Nada le llamaba la atención en aquel tránsito de fuga.
Una joven la abordó cortándole el paso.
- Buenas tardes, señora. ¿Conoce usted GNI Direct?-
Sintiéndose invadida, Maruja la esquivó sin responder y aceleró el paso buscando la entrada del aseo. Varias mujeres se le habían adelantado y tuvo que esperar. No le hizo demasiada gracia comparar aquella cola con la que provocaban las llamadas en la plataforma.
- Puede que la vida sea esto. Siempre tenemos que esperar a que llegue nuestro momento-
Cuando entró en el servicio aquel metro cuadrado embaldosado y maloliente la devolvió a la realidad. La cisterna no funcionaba. A pesar del asco que sentía limpió el asiento con un pedazo de papel higiénico y sublimó lo escatológico.
-¿Le queda mucho?- Alguien tenía prisa por entrar. Por un instante le pareció divertida la idea de fastidiar la premura que sentía la mujer que había golpeado la puerta con ansia. Pero no le apetecía para nada seguir respirando aquel aire enrarecido. Abrió la puerta y una embarazada se precipitó hacia la taza. Media docena de mujeres seguían esperando. Mientras se alejaba ironizó murmurando.
- ¡Agilizamos, por favor, agilizamos que tenemos cola!
Miró el reloj. Con un poco de suerte cuando llegara a casa Venancio estaría en el bar o dormitando en el sofá. Buscó la salida y alargó la tarde desechando el metro como transporte. Daría un paseo para robarle tiempo al tiempo y ganárselo a su tedio.

A las 7, Salitre desistió. Maruja no aparecía por la boca de metro. Aquella mujer estaba derrotando su frivolidad convirtiéndose en importante para él. No se reconocía en aquel estado que era más fruto de la devoción que del deseo.
Arrancó y buscó el camino que le llevaría a casa pasando por la gasolinera para repostar. Necesitaba combustible para el motor de su automóvil y para sus ideas. No miró al retrovisor cuando dobló la esquina. Maruja cruzó la calle buscando las llaves en el bolso. No se vieron a pesar que no dejaban de mirarse en todas sus preguntas.

- ¿Vienes de la Alameda?
Froilán se lo preguntó para evitar una presentación demasiado formal.
- No, vengo de la cárcel
Era una respuesta que Froilán no esperaba. Titubeó, a su pesar, en el intento de reconducir la toma de contacto.
- Permíteme que te de la bienvenida al barrio. Me llamo Froilán y si me necesitas para algo me encontrarás en el banco que queda justo enfrente, detrás de la valla del parque – Lo soltó de tirón esforzándose por ser amable.
- Gracias, Froilán. Yo me llamo Sebas y soy nuevo en esto. ¿Sabes si la bofia se meterá conmigo si me instalo aquí?
- Depende, Sebas. De vez en cuando te putearán pero no son demasiado pesados. Se paran, te dicen que aquí no puedes estar, tú finges que te alejas y con un poco de suerte pasan días hasta que se repite la historia
- Bien. Poco tengo que perder. Gracias por la información
Mientras hablaba iba colocando un cartón apoyado en la pared con un texto rotulado en azul que se inclinaba a la derecha y se empequeñecía al final de cada línea en un esfuerzo imposible por que cupieran enteras las palabras.

“AYUDA POR FABOR NADIE ME DA TRABAJO Y NO TENGO DE COMER”

A Froilán le pareció un contenido honrado, alejado de frases alusivas a niños o minusvalías inexistentes. No quiso preguntarle qué le había llevado a la cárcel. Si quería contarlo algún día lo haría. Le pareció que estaba frente a un hombre de pocas palabras y muchos miedos. Lo prudente era retirarse.
- Bien, Sebas. Me retiro a mis aposentos. Ya sabes donde puedes encontrarme-
Cruzó la calle en dirección al parque mientras Sebas se sentaba en el suelo y estiraba el brazo con la mano abierta esperando que algún viandante se la llenara de esperanza.
Una mujer que salía del cajero se le quedó mirando.
- ¿Donde está Segis?
Sebas respondió con otra mirada que transmitía desconocimiento. Encogió los hombros mientras la mujer se alejaba guardando en el bolso unas monedas que posiblemente habrían ido a parar a su mano si se hubiera llamado Segis. Hoy no cenaba. Nada nuevo para él en los tres días que llevaba en libertad.

La noche es noche para todos, sea cual sea su vida. Para unos representa el descanso después de unas horas de rutina o imprevistos. Para otros, cansados de vivir, es el consuelo del olvido entregando el cuerpo a la oscuridad del sueño.
Para Violeta la noche representaba la confirmación de que P.P. ya no estaba. Lo comprobó mientras ordenaba el lavavajillas. P.P. siempre se había ocupado de esa tarea y tuvo que buscar el folleto de instrucciones para programarlo adecuadamente. Al escuchar el zumbido del agua iniciando el proceso se sintió aliviada y salió al jardín. No había demasiadas plantas pero era evidente que necesitaban cuidado. A eso si se atrevió sin la ayuda de instrucciones. Puso la boquilla de la manguera para que actuara como aspersor y llevó la lluvia a geranios, rosales y damas de noche hasta dejarla dentro del parterre donde los setos protegían la casa de miradas.
Entró en la cocina, buscó una pizza en el congelador y la convirtió en comestible calentándola ocho minutos en el microondas. Era hora de cenar y pensar en no pensar. Apenas probó aquella cuatro estaciones de marca blanca. Salió de nuevo al jardín para cerrar la manguera y respirar el olor a tierra mojada para que la sensación de frescor la liberara del sofoco acumulado en el día. Apagó las luces del jardín y subió en busca de la cama haciendo escala en el baño.
Apenas se secó. Le gustaba dejarse caer desnuda sobre la sábana con la piel húmeda. Algo que nunca había sido del agrado de P.P. Pero él no estaba allí para recriminarle que mojaba la cama ni pedirle que bajara el volumen del televisor.
Encendió un cigarrillo mientras buscaba que canal la ayudaría mejor a conciliar el sueño. En verano la programación estaba llena de remakes. Se decidió por la oscuridad que solo rompía el reflejo de la luna en la ventana. Una última calada le sirvió para encontrar el final de un día en el que no había podido escribir nada nuevo en aquella página en blanco en que se había convertido su vida. Morfeo se la llevó hasta lo más profundo de su reino prometiéndole que a las seis en punto estarían de regreso.

La semana les había pasado volando. El jueves le dieron a Mariona la alegría de concederle el cambio de rotación que le permitiría coincidir con Palmira en sus días de libranza. Les apetecía pasar el fin de semana juntas. Se despidió de sus padres hasta el día siguiente y emprendió el camino de la casa de Palmira dispuesta a aprovechar cada minuto. Antes de tomar el bus se paró en el supermercado para comprar dos botellas de Ribera del Duero y unas bolsas de ganchitos. Tenían previsto dedicar la mañana a conocer el casco antiguo de la ciudad y comer un menú asequible en cualquier chiringuito de la zona. Tardaron en salir el tiempo que Mariona necesito para dejar su bolsa en el dormitorio y la compra en la cocina.
- ¿Empezamos por la catedral? – sugirió Palmira. Sin esperar la respuesta de su amiga desplegó un plano del barrio monumental y señaló el camino que les llevaría hasta aquel edificio mitad románico mitad gótico que se alzaba por encima de otros más profanos pero con la misma carga de historia y de leyendas.
- ¡Es increíble que te cobren por entrar en un lugar de culto!
- Si esperamos a la misa no nos cobrarán, pero no podremos pasearnos por el interior ni hacer fotografías
- ¡Deja, Palmira, deja! Ya que hemos venido, entremos. Invito yo
- Vale, pero a la salida yo pago la caña – respondió Palmira.
Mariona pagó las entradas refunfuñándole a la mujer que se las dio.
- A este precio en lugar de dos tickets podrían darnos, al menos, un folleto explicativo
- Si quieren una visita guiada tenemos una en veinte minutos. Son seis euros por persona-
No contestaron. La puerta lateraL de acceso al templo se quejó cuando la empujaron para entrar.

Los sábados la plataforma estaba en calma hasta mediodía. Aquel fin de semana estaban de servicio Selena, Belma y Jacobo.
- ¿A quién tenemos hoy de super? – preguntó Jacobo.
- Creo que a Violeta. Si, seguro. Hoy Violeta y mañana Manuel – Belma lo había consultado el día antes.
- O sea, que el día jodido será hoy – añadió Selena.
- Depende, chicas, depende. Si estamos atentos no creo que nos dé mucha guerra. Cuando está sola pierde gas. Nos teme tanto como nos odia
Jacobo lo dijo sin reparo. En el tiempo que llevaba allí se había apercibido que Violeta solo mordía cuando tenía público. Necesitaba al resto de supervisores para lucirse a pesar de que sabía que no compartían muchas de sus actuaciones.
- Es una cobarde. Una cobarde que nos puede hacer mucho daño, chiquillas. Pero nunca os golpeará a campo abierto. Lo hará a vuestras espaldas, a través de terceros, alterando la verdad, manipulando las cosas
- ¡Caramba yayo! Vienes calentito. Nunca te había oído hablar con tanta dureza de la cobra – Selena estaba sorprendida.
- ¿Creéis que lo de nuestra queja ha quedado en el olvido? ¿De verdad pensáis que se asustó o, como mínimo se propuso cambiar? Esta esperando su momento. A varios de nosotros nos la tiene jurada. No pudimos con ella entonces y eso la ha hecho más fuerte. No sé quién la protege ni por qué…Bueno, creo que todos sabemos quién; lo que no sabemos es porqué…”
Belma y Selena asintieron con la cabeza.
- Me da que tú yayo y Aisha sois los primeros de la lista
- Si, Selena. No hace falta ser vidente para esto…..- Hizo un gesto que imitaba una sonrisa para cambiar de tema - ¡Me voy a celebrarlo! Con vuestro permiso bajo a fumarme un cigarrillo antes de que llegue nuestra amiga
- Si, bájate – respondió Belma – Y si no te importa, cuando subas, vamos nosotras
No estaban autorizados a salir de dos en dos los fines de semana. Pero a primera hora y antes de que llegara el cliente se tomaban algunas libertades que dulcificaban el esfuerzo.

A las diez menos cuarto Violeta irrumpió en la plataforma escudriñando con la mirada la composición de las raspas. Llegaba maldiciendo su descontrol. Se había levantado a las seis de la mañana en un día en el que no era necesario madrugar. Si P.P. hubiera estado en casa la habría advertido para que cambiara el despertador.
- ¡Buenos días! ¿Podéis explicarme que hace la gente de G Plus mezclada con los agentes de asistencia?
Jacobo salió al quite de inmediato al apercibirse de que su amiga del alma estaba belicosa.
- Los fines de semana intentamos agruparles y dejamos que se sienten como quieran. A nosotros no nos representa ningún problema, Violeta. Son pocos y podemos controlarles
- No me parece bien que toméis decisiones sin consultar. Mandaré un correo informando. Hoy vamos a dejarlo como está. Pero mañana que cada agente se siente en su zona. El lunes le preguntaré a Manuel si habéis seguido mis indicaciones – La réplica de Violeta estuvo cargada de esa ironía maligna que no podía disimular cuando se sentía por encima. Si esperar respuesta se dirigió hacia su mesa, contoneándose con la misma sordidez que cualquier día. Y como cualquier día había elegido una blusa incapaz de disimular el rastro de sudor en sus axilas.
- Me temo que hoy nos va a hacer la vida imposible, Jacobo. Aunque esté sola. Me da que viene calentita – Belma parecía asustada.
- ¿Calentita? ¡No creas! Antes los fines de semana venía medio llena. Pero ahora, desde que se ha quedado sin suministro viene como un témpano. Solo hay algo peor que medio polvo, chiquilla…Y es no tener ni medio – Mientras lo decía, Selena, puso cara de adolescente picarona y poniendo dos dedos debajo de sus ojos los dejó resbalar hasta la barbilla.
- Bien, venga calentita o fría nos quedan seis horas con ella. Nosotros a lo nuestro – dijo Jacobo.
- Y lo nuestro es mandar a descansar a unos cuantos – continuó Belma. –Que salgan tres de G Plus, tres de asistencia y tres de atención al socio. Aquí tenéis el cuadro horario
Violeta se puso a escuchar a los agentes. Algunos de los que no eran de su agrado estaban en la sala. Jairo Magno fue el elegido para comenzar. Atendió la llamada sin problemas y siguiendo correctamente las pautas exigidas.
- Ya le pillaré. Seguro que encuentro alguna grabación suya en la que mete la pata
Lo cierto es que no andaba desencaminada con el comportamiento del agente. Pero no era ético buscar el error como sistema. Si la llamada había sido buena lo correcto era cualificarla como tal y mandar el informe. No lo hizo. Nunca lo hacía cuando un operador no le gustaba. Esperaba hasta encontrar un resquicio para herir. Y siempre lo encontraba. Era humanamente imposible que un agente atendiera con perfección un millar de llamadas al mes.
El siguiente era Salitre. Pura rutina. Trabajaba bien. Le escuchó sin ganas y le dio una calificación medio alta, un poco por debajo de la realidad.
Antes de tomarse un descanso escuchó a Waldo. Más de lo mismo. Todo correcto, sin necesidad de correcciones. Los ítems le dieron como media un 86%. Corrigió un par de ellos y lo dejó en un 80. No era bueno que los remeros se crecieran recibiendo calificaciones excesivamente buenas.
Cuando bajó a fumar vio a Jacobo sentado en la escalera de la entrada conversando con un Ducados que acababa de encender. Le ignoró como siempre y ambos se sintieron felices por ello. A ninguno de los dos les apetecía hablar más de lo estrictamente necesario. Y allí, en la calle, nada lo era.
Se alejó hasta la esquina y buscó la sombra del edificio sin perder de vista al yayo que estaba recibiendo con alegría la llegada de Waldo y de Salitre que también se tomaban su momento de asueto. Verlos departir amigablemente la enervó. Cuando ella era coordinadora nunca les dio tanta confianza a los agentes. Marcar las distancias es imprescindible si quieres progresar en la escala de mando. Lo pensaba convencida y lo que se cree con fe nunca es punible aunque se base en la soberbia.
Mientras apuraba el cigarrillo iba redactando el borrador del correo que mandaría para delatar el desorden que Jacobo había provocado dejando que los agentes se sentaran donde les apeteciera.

-Anda, Maruja. Vístete y vamos a tomar un Martini donde Manolo
Venancio estaba conciliador y quería ofrecerle a Maruja lo que el entendía como un detalle especial.
- No me apetece demasiado vestirme, Venancio. Ve tú si quieres. Yo prefiero quedarme. Pondré un poco de orden en la cocina, me daré una ducha y, si tú no has regresado, puede que baje a por ti y entonces si me tomo algo
- Como quieras, yo me voy bajando – Necesitaba su primera dosis etílica para sentirse bien.
Al quedarse sola se sintió aliviada. Aceptó la invitación del sofá y dejó que su cuerpo se incrustara entre los cojines. El zumbido del móvil le anunció la entrada de un mensaje.
- Buenos días, Mariona. Ayer me abandonaste-
Era Salitre que aprovechaba la hora de su comida para hacerse notar.
Le contestó –Lo siento. Tenía cosas que hacer-
- Necesito verte ¿Tomamos algo en el parque? ¿A las cinco?
A esa hora Mariona sabía que Venancio estaría durmiendo los efectos de la comida o tomando un interminable café y copa con sus amigos del bar.
Se bloqueó pensando si valía la pena quedarse en casa asumiendo la inconsistencia de su vida familiar o acercarse al parque para sentirse viva.
Pensó que si aceptaba la invitación de Salitre se iba a sumergir en el peligro. La necesidad de vivir se impuso al prejuicio.
- De acuerdo, poeta. A las cinco en la cafetería del parque
- Mejor en la esquina de la entrada. Espérame allí. Ciao
El mensaje de despedida de Salitre la alteró. Si la pedía que esperara en la esquina era porqué no tenía ninguna intención de entrar en el parque. Cerró los ojos para revivir su escarceo en el coche. No hay preludio sin melodía final.
Abrió el armario y buscó una blusa entallada de color rosado y la falda que solo se ponía cuando salía de noche. La última vez que se vistió de aquel modo fue en la nochevieja de hacía dos años. Todavía tenía grabada la cara de Venancio cuando le dije que ya no tenía veinte años para lucir tanto palmito. Fue una nochevieja tan sórdida como sus últimos años de convivencia. Venancio recibió el año nuevo con la misma borrachera con la despidió al anterior y cuando llegaron a casa su marido se metió en la cama después de vomitar y la falda regresó al armario. Hoy era un buen día para recuperar el ánimo.
- Me ducho, me visto y bajo al bar – El pensamiento manipulaba los efectos de su decisión. Disfrutaba pensando en la cara que pondría su marido cuando la viera vestida de aquel modo y sentía cosquillas en el estómago viendo que apenas quedaban tres horas para ver a Salitre.

Violeta pulsó la tecla de enviar para que su correo llegara a destino. El lunes podría comprobar el efecto. Confiaba en que el destinatario se pusiera en contacto con la dirección de la plataforma para llamarles la atención acerca de las libertades que se tomaban los coordinadores en el fin de semana. Había escrito en plural pero con la sutilidad de nombrar a Jacobo en dos ocasiones para que le consideraran responsable del desorden. Lo mandó con copia a sus compañeros con la intención de que el domingo Manuel pudiera corroborar sus palabras en el caso de que Selena, Belma y Jacobo no hubieran obedecido sus órdenes de cambio de posición de los agentes.
Hecha su buena obra del día siguió con las escuchas sin dejar de mirar hacia el tambor donde, dada la tranquilidad del día, los tres coordinadores conversaban relajados. Waldo levantó la mano pidiendo ayuda y Selena reaccionó de inmediato acercándose sin darle tiempo a Violeta a disparar el dardo de un reproche.

- ¿Qué tal aquí? Parece acogedor y el menú no está mal –
- Si, no me importaría probar ese guiso de ternera con alcachofas. Seguro que no es algo pre cocinado – Si algo le quedaba a Palmira de sus orígenes rurales era el rechazo por la comida industrial.
Se sentaron en una mesa junto a la ventana que daba a la fachada del Museo de Historia. Era una calle sombría y estrecha que convertía la temperatura en soportable. El restaurante no disponía de aire acondicionado pero se nutría del frescor de la piedra para convertirse en agradable.
- ¿Vino o seguimos con cerveza?-
- Yo prefiero vino. Así mezclamos menos. Recuerda que al llegar a tu casa nos esperan las dos botellas que he traído
- Dos no, Mariona. Cuatro. Yo también compré dos botellas de Jumilla de la misma marca que aquel que nos bebimos a la salud de Palmi
- Entonces, vino de la casa, por favor
El camarero asintió y se dirigió a la barra cantando la comanda.
- Dos entremeses, una de mero en salsa, una de morcillo con alcachofas, y vino para dos –
Pan y vino llegaron de inmediato.
- ¡Por nosotras! El entusiasmo que puso Mariona en el brindis convertía aquel vino cosechero en un gran reserva.
- ¡Por nosotras! ¡Que podamos repetir esto muchas veces! – Al levantar su copa Palmira pensó en la que ya no estaba, pero prefirió no romper aquel clima de alegría con una nostalgia que les podía amargar la comida.
- ¿Cotilleamos un poco? – Le pareció la mejor salida para recuperar el ritmo.
- ¿A quién ponemos a parir? – Mariona entró rápidamente en el juego.
- Yo empezaría por la coordi nueva. No la soporto
Cuando les llevaron el postre las dos tenían ese brillo tan especial en la mirada que solo se produce cuando se ha comido bien y se ha bebido mejor.
- Dos cafés solos, por favor. Uno con sacarina
- ¿Quieren un chupito? Invita la casa

Venancio dormía plácidamente acortando el tiempo que le faltaba para regresar al bar y ver el partido de las ocho.
El apartamento de Salitre se vistió de pasión sin condiciones, amparando el encuentro inevitable de dos pieles que se ansiaban. Acompasada y melódica, la sinfonía del deseo llenó el espacio de susurros y jadeos.
Desde la ventana la tarde no dejaba de mirar como aquellos cuerpos se enredaban en una danza de fuego que trazaba sombras chinescas en la pared del dormitorio.
Para Salitre no era una conquista, ni para Maruja una venganza. Era sexo, solo sexo, comprometido a no significar un compromiso. A veces la mentira se disfraza de verdad para perfumar lo prohibido con aromas de libertad sin condiciones.

- ¡Que golazo!...¡Que golazo!..¿Lo habéis visto?...Mirad, mirad, mirad la repetición. ¡Joder! ¡Menuda gardela!
Venancio y sus amigos estaban eufóricos. Tanto que no vieron como Maruja asomaba la cabeza por la puerta del bar. Sonrió y se fue calle arriba hasta su casa. También se sentía eufórica y su mente no dejaba de ofrecerle la repetición de los momentos más interesantes de su encuentro