Mientras los ataviados de
ciudadano perfecto caminaban hacia el
cobijo de sus casas con sus inquietudes a cuestas y la perentoria obligación de
llegar, Froilán intentó que sus dientes desgastados asaltaran un pedazo de fuet.
Su compañero de fatigas, el que gozaba del privilegio de dormir en el cajero del
banco, le sorprendió en el intento. Viéndole acercarse Froilán le
saludó.
- ¡Hola, Segis! ¿Qué tal tu día?
-.
- ¡Hola, señorito Froilán! Mi día ha sido como
todos. La gente ya no está por echarnos una mano. Piensan que somos de una esas
mafias de Europa del Este y pasan de largo criticando
-.
- Si, se nos ha puesto el oficio complicado
con esos sinvergüenzas -.
Departieron sobre la
situación de su mercado laboral sin llegar a conclusiones. Solo estuvieron de
acuerdo en una idea común.
- Si nos dejaran crear un sindicato otro gallo
cantaría -.
- Sería bueno, si. Pero eso también nos
obligaría a darnos de alta en la Seguridad Social. Y nosotros somos igual que
las putillas. Estamos pero solo nos ven cuando creen que somos una molestia…
Anda, dale un mordisco a este fuet de Tarradellas que está buenísimo-.
Segis aceptó la invitación
a pesar de que la intensa piorrea que padecía le iba a causar molestias a la
hora de hincar el diente al embutido.
- ¿Estás seguro de que es de Tarradellas? Yo
diría que es de El Pozo. Tiene esa textura peculiar que caracteriza a todos los
productos de esa marca.
- No te lo puedo asegurar. Pero si tú lo dices
no voy a discutirte, Segis. Confío plenamente en tu cata.
- Gracias por el halago, Froilán. Si no
estuviera tan duro me mantendría firme en mi opinión. Pero, al secarse, ha
perdido parte de su grasa; de esa grasa que me parece conocer cuando la muerdo.
No importa la marca. Y seguro que al cerdo que mataron para convertirlo en
pienso para humanos tampoco.
- ¡Interesante reflexión, amigo mío! -.
Mientras dramatizaba gestualmente su comentario Froilán brindó alzando un
cartón de vino.
- Hágame usted el honor de beber primero, don
Segis-.
Segis accedió y bebió el
primero. El cartón de Don Simón fue pasando del uno al otro hasta que Froilán
descubrió que no tenía sentido ofrecérselo de nuevo a su amigo.
- Seco cómo el fuet
–.
- Seco cómo los campos del barbecho -. A
Segis le salió su raíz aragonesa.
- ¡Viva el sindicato de los sin nada!
-.
- ¡Viva!-.
- ¡Putas y mendigos unidos jamás serán
vencidos! -.
El parque estaba casi vacío.
Las últimas sombras de la tarde iban ocupando el espacio que dejaban los
visitantes. A Froilán le gustaba observar como esas sombras se estiraban hasta
convertirse en una única oscuridad.
- ¿Qué miras con tanto interés, amigo mío?
-.
- Verás, querido Segis. No sé cuantos años
llevo aquí. Pero todavía no he conseguido descubrir cuál es la última sombra de
la tarde y cuál la primera de la noche.
La noche escuchó el
comentario de aquel hombrecito que siempre aguardaba su llegada y decidió
dejarle una señal cuando las farolas de bajo consumo del parque comenzaron a
parpadear. La sombra de aquellas antorchas sin llama se definía a medida que las
bombillas alcanzaban la luminosidad que convertiría el silencio de un recinto
casi vacío en un silencio iluminado.
A medida que se acercaba a su
casa la charla con Froilán iba perdiendo encanto. Al bajar del coche ya le
resultaba molesto haber confiado en un desconocido.
No quería entrar. Prefirió
sentarse en una de las tumbonas que la esperaban bajo el porche. Al descubrir
que ya no le quedaban cigarrillos en el bolso cambió de opinión. Sobre la mesa
de la cocina encontró lo que buscaba y salió de nuevo al
jardín.
- No tengo nada que escoger. Ni siquiera aquí
tengo nada que elegir -.
Un grillo inició su
concierto nocturno a escasos metros. Demasiado estruendo para tanta necesidad de
silencio. Apagó el cigarrillo y entró en la casa. Al pié de la escalera la
ceniza de su llanto de la tarde seguía ensuciando las baldosas. Ya estaba seca.
Las lágrimas se evaporan. Así se sintió mientras ganaba la planta superior.
Seca, como el tronco de un olivo milenario que hubiera renunciado a dar sustento
a la almazara.
“Cuantos siglos de
aceituna
los pies y las manos
presos
sol y sol y luna a luna
pesan sobre vuestros
huesos”
El grillo se calló. La noche no dijo nada. Violeta
no pudo llorar. No se trataba de elegir. La única manera de sobreponerse al
fracaso es convertirlo en tu aliado.
Se durmió sin echar de
menos a P.P. Ni siquiera se apercibió que
en la mesilla no la acompañaban el vaso de agua y el cenicero. Cuando nos
secamos no necesitamos nada.
- Quédate conmigo esta noche, Mariona -.
Se lo pidió cargando sus
palabras de una extraña mezcla de miedo y dulzura.
- Deja que llame a mis padres para avisarles.
Y ya que me quedo moléstate en llamar a Tele Pizza y pedir algo para cenar
-.
Palmira no se hizo rogar.
Mientras su amiga hablaba con su casa pidió una cuatro estaciones familiar y dos
refrescos.
- En aquella habitación encontrarás ropa. Creo
que te sirve. Tienes un físico muy parecido al de Palmi -.
- No te preocupes. Seguro que me apaño ¿Tienes
algo de beber mientras esperamos la cena? -.
- Puedo ofrecerte Trina o tónica. Solo que no
tengo limón – mientras contestaba Palmira se levantó camino de la nevera.
- Me da lo mismo. Tomaré lo que tú no quieras
-.
Palmira optó por la Nordic.
- Son más de las 10. Mañana no habrá quién nos
levante -.
- A ti, Palmira, a ti…Yo mañana libro -.
A las 11 seguían
conversando. Escuchándolas con interés una porción fría de pizza retozaba sobre
la mesa esperando que alguna de las dos decidiera reconocer su exquisitez.
- Teníamos que haber pedido más bebida. Lo
único que me queda es un vino de Jumilla que Palmi guardaba por si un día
celebrábamos algo -.
- Rindámosle homenaje a ese vino, amiga mía.
Al vino y a Palmira. Seguro que se alegra de ver como brindamos en su nombre
-.
Era un poco ácido pero les
pareció excelente. Al descorcharlo no solo liberaron los taninos de aquel tinto.
También liberaron tensiones y nostalgias.
- ¿Cómo ves la botella, Palmira? ¿Medio llena?
¿Medio vacía? -.
- Doble, Mariona, la veo doble -.
Las mejillas de Palmira
habían enrojecido y sus ojos brillaban. Mariona parecía más entera pero dejó de
parecerlo cuando se atrevió a encender un cigarrillo. Superados los primeros
espasmos de tos levantó el vaso que hacía las veces de
copa.
- ¡Por nuestra amistad, operadora de Golden
Plus! -.
- ¡Por nuestra amistad, querida novata! Novata
en el curro y novata fumando -.
- Fumadora social, solo social. Igual que tú.
- Eso, fumadoras y bebedoras sociales -.
Palmira bebió de un trago lo que quedaba en su vaso y se dejó caer de espaldas
sobre el sofá. Mariona hizo lo mismo. Incapaz de seguir fumando apagó el
cigarrillo y se quedó mirando a su amiga. Había cerrado los ojos y parecía
entregada al sueño que provocan el cansancio y el alcohol cuando coinciden en la
misma esquina del cerebro.
- ¿Duermes? -.
Palmira no quiso llevarle
la contraria y no respondió. Mariona pensó que era inhumano despertarla. Optó
por activar su despertador. A las seis la llamaría para que pudiera llegar a
tiempo a la galera.
Mientras Mariona buscaba el
sueño en una cama extraña Maruja lo perseguía al lado de Venancio preguntándose
como, al cabo de tantos años, el hombre que roncaba a su lado podía parecerle un
desconocido.
Antes de acostarse Salitre,
había decidido cambiar de libro. A partir de mañana su cómplice estratégico
sería “Crimen y castigo”de Dovstoyesky. Seiscientas páginas de historia para
emprender el asedio final.
En la entrada del cajero
Segismundo buscaba acomodo apoyando la cabeza sobre un viejo jersey doblado. Le
había puesto una servilleta de papel encima para evitar el calor de la lana en
una noche de verano. A veinte metros una prostituta se dejaba ver apoyada en la
farola que iluminaba la esquina. Algún que otro coche reducía la marcha pero
ninguno se detuvo. Si lo hizo una unidad de la policía local. Una agente le
pidió a la hetaira que se identificara. Todo estaba en orden. Segis las miraba
intentando comprender qué podía importarle a aquella mujer uniformada lo que
estuviera haciendo otra mujer que vestía otro uniforme tan inconfundible como el
suyo. Salió de su ensimismamiento cuando la policía se dirigió a él.
- No puede estar aquí, señor. Tengo que
pedirle que se vaya. Y si no tiene a donde ir nosotros le llevaremos a un centro
de acogida donde podrá pasar la noche –Lo dijo con la autoridad que le daba
la placa que llevaba en el pecho. Sin embargo no se excedió. Más que una orden
parecía un consejo.
- No se preocupe, agente. Ya estaba pensando
en marcharme. Siga patrullando. Cuando pase otra vez por aquí no encontrará ni
rastro de mi persona -.
- Espero que así sea, señor. Tiene usted diez
minutos para abandonar el lugar –
Segismundo hizo un gesto
afirmativo y empezó a recoger sus cosas. La agente se dio por satisfecha y
regresó al coche.
- Buenas noches, señor. En diez minutos
regresamos. Espero que cumpla con su promesa -.
- Siempre cumplo, agente
-.
Mientras el coche se
alejaba Segismundo terminó de recoger sus múltiples despojos. Sabía que la
patrulla regresaría. Tardaría mucho más que esos diez minutos anunciados pero
volvería. Había que buscar otro lugar para pasar la noche. En verano no le
preocupaba demasiado. A diez minutos de allí estaba la fachada sur del
cementerio. Con un poco de suerte encontraría algún conocido y podrían revivir
viejas historias. Incluso compartir algo de comida o de beber.
Emprendió la marcha para
acabar perdiéndose al final de la avenida. Pasó junto al Parque. Al otro lado de
los setos, muy cerca de allí, Froilán estaría disfrutando de su banco. Durmiendo
o contemplando el reflejo de las farolas en el agua del estanque.
- Buenas noches, amigo. Somos afortunados. No
vivimos encerrados entre cuatro paredes hipotecadas. Vivimos en todas partes y
nadie nos cobra por ello.
Hoy aquí, mañana allí -.
Se sintió bien consigo
mismo y aceleró el paso. Uno de sus zapatos no tenía cordón y la rozaba al
caminar. Ya estaba acostumbrado. Mantuvo el caminar tarareando un canción de la
que solo había memorizado la primera frase y unos
compases.
- Si yo fuera
rico…Tipitipitipitipiti….-.
Capítulo VI
Las alas rotas de Dédalo
Salió de la formación más
predispuesta de lo que había entrado. Más predispuesta y no menos sorprendida de
lo que ya estaba respecto al cambio que experimentaba Violeta cuando entraba en
aquella sala. Toda su aspereza se convertía en afabilidad y su capacidad de
transmisión era fluida, incluso entretenida.
A la una y media se dio por
terminada la primera sesión. Salía a las tres y no le apetecía comer en casa.
Bajó a la cafetería; antes de entrar sintió deseos de fumar. –Será verdad eso de que el tabaco
engancha -. Prefirió no valorarlo y salió a la calle. Nadie conocido.
Demasiado temprano para coincidir con los habituales.
- Hola, Palmira. ¿Qué tal la formación?
-.
La pregunta de Jacobo le
sonó en la espalda.
- Hola, Jacobo. Bien, la verdad es que se me
ha quitado el miedo. Creo que puede ser incluso entretenido eso de atender a los
Golden Plus -.
- Estupendo. Me alegro. No hay nada mejor que
trabajar a gusto y convencido -
Palmira no se atrevía a
intentar fumar negro. Pero pudieron más las ganas que el
temor.
- ¿Te importa invitarme a fumar? Luego compro
y te lo devuelvo -.
- No, por supuesto. Ni me importa ni tienes
que devolvérmelo. Eso si, lo que puedo ofrecerte es negro
-.
- Me arriesgaré a probarlo -. La respuesta
de Palmira se entrecortó al notar el cambio.
- ¡Caramba! Es distinto. Pero no me disgusta
-. Lo dijo con poca convicción. La misma con la que aseguró que le gustaba
el primer cigarrillo que le ofreció Palmi en el parque.
- Bueno, Palmira. Voy a morder algo en la
cafetería. Hoy no me dan de comer en casa –
- Pues si no te importa te acompaño. Hoy no
tengo intención de darme de comer a mi misma en casa -.
Dos ensaladas, un
ragout de ternera y para Palmira, mero en
salsa. De postre dos tickets a cambio de los cuales obtendrían un café si se
acercaban a la barra.
- Ya no voy a preguntarte como te sientes.
Llevas suficiente tiempo entre nosotros y vemos que trabajas con soltura. Pero
si quiero que me digas cual es tu estado de ánimo después de lo que pasó con
Palmira Ochoa -.
Palmira de Palma entendió
que Jacobo se interesaba por ella, por la persona. El trabajo era secundario. Se
sintió confortada y no le importó sincerarse con su
coordinador.
- Estoy rota, Jacobo. Rota y desconcertada.
Espero que el tiempo me ayude a superarlo. Pero ahora, cuando todo es tan
reciente, todavía no puedo creer que Palmira no esté y que la causa de su
ausencia sea algo tan terrible -.
- Te entiendo. Son situaciones que se producen
pero que siempre vemos como algo lejano, casi de ficción. Como si nunca nos
pudiera alcanzar en el plano real de nuestras vidas. Cosas que se leen o se ven
en televisión -.
- Si, Jacobo. Eso es lo que me parece. Es como
esos accidentes de tráfico que cada fin de semana cierran los telediarios
-.
- Algunos de esos accidentes los vivimos aquí,
Palmira. Y ni siquiera parpadeamos cuando nos dicen que ha habido fallecidos. La
muerte siempre nos parece lejana. Incluso cuando nos pasa tan cerca como a ti te
pasó la de nuestra compañera -.
- Gracias por interesarte por mí. No sé si es
bueno o malo hablar de esto. Pero me siento un poco menos angustiada después de
comentarlo contigo -.
- No me cabe la menor duda, Palmira. Hablar de
lo que nos agobia nos quita presión. ¡Bueno! Recuperemos la normalidad. ¿Café y
cigarrillo? ¿Sólo café? ¿Sólo cigarrillo? Nos quedan 12 minutos. Mejor dicho, me
quedan doce. No sé a ti -.
- Once. A mi me quedan once. Me apunto a “solo
cigarrillo”. El café puede esperar a mañana. El cigarrillo no. Dame un minuto
que voy a comprar -.
- Te espero fuera -.
Subieron juntos para matar
los últimos sesenta minutos del día. Palmira se sentó junto a Ruth para escuchar
como se atendían las llamadas de Goleen Plus. Jacobo cubrió a Aisha en el tambor
mientras ella se tomaba su descanso de mediodía.
Las llamadas despertaron con
ánimo de alterar los niveles de servicio tiñendo de rojo los monitores y la
pantalla del tambor. Violeta vio en ello una excelente oportunidad para
acercarse al control.
- Que los agentes en formación dejen de
escuchar, regresen a sus puestos y cojan llamadas-.
Jacobo hizo una señal a
Belma. En apenas dos minutos se habían cumplido las indicaciones de Violeta. El
rojo de los paneles se convirtió en amarillo y la supervisora dio por buena la
actuación de los coordinadores regresando a su mesa. Durante unos minutos fijó
la mirada en la sala y en Jacobo. Los monitores ya se habían calmado. Era un
buen momento para despachar el correo pendiente y esperar. Esperar que terminara
la jornada y caminar por su primer día sin esperar la llegada de P.P. Dudó entre
ir a casa o buscar distracción en otra parte. Tomaría su decisión al salir.
Abrió el correo y se dispuso a despacharlo.
- ¡Menudo arreón nos acaban de dar! -.
Mientras hacía el
comentario Maruja dejó los auriculares sobre el puesto y buscó a Salitre dos
puestos a su izquierda. La cabina que los separaba estaba vacía.
- A esta hora siempre ocurre. El verano es así
-.
Nada nuevo en la respuesta
de Salitre que se limitó a constatar la evidencia.
- Voy al servicio. Todavía no me han dado la
comida y ya no aguanto -.
La miró sin disimulo cuando
se alejaba hacia la puerta. Le pareció más atractiva que nunca con aquella falda
tubo que dibujaba una silueta estilizada que no se rompía cuando un blusón
desenfadado permitía adivinar los misterios de su espalda.
- ¡Salitre! ¿En qué estamos? La llamada a la
primera por favor -.
Selena le devolvió a la
realidad. Pulsó la recepción de la llamada mientras se disculpaba con su
coordinadora.
- Lo siento. Estaba distraído
-.
- Nada nuevo bajo el sol -. Salitre no
pudo escuchar la respuesta de Selena porqué ya estaba atendiendo a un buen
hombre que había perdido las llaves de su coche a seiscientos kilómetros de su
domicilio.
- Si, como usted me dice, dispone del
duplicado en su casa podemos facilitarle un medio de transporte para que vaya a
buscarlo y alguien se lo lleve…..-
Maruja regresó del baño, se
puso en disponible y orientó la silla hacia su compañero. Sin dejar de atender
la llamada Salitre se recreó en la imagen de aquella mujer que le ofrecía con
desenfado la capacidad de seducción que pueden tener unas piernas cruzadas y una
blusa que había regresado del baño un poco más abierta.
Venancio entró en el bar a
caballo de una euforia que nada tenía que ver con la que habitualmente adquiría
allí a base de cerveza.
- ¡Manolo! ¡Una ronda para todos, que paga el
nene! -.
- Si con eso me dices que voy a tener un
problema con tu mujer, olvídate Venancio -. La respuesta de Manolo fue
contundente. Ya conocía las artimañas de Venancio y no estaba dispuesto a tener
otro sarao con Maruja.
- ¡Que no, Manolo, que no! ¡Que me han
concedido los 400 euros de ayuda! ¡Hay que celebrarlo! Te juro que te pago en
cuanto cobre tío...Que solo somos cinco joder... ¡Anda, tira cañas para todos, y
para ti también! -.
Manolo aceptó el riesgo.
Media docena de cañas no eran demasiado. Mientras aclaraba los vasos decidió
limitar su buena voluntad a una única ronda. Si Venancio intentaba prolongar el
festejo con más bebida se negaría.
Los amigos de Venancio se
solidarizaron con él haciéndose cargo, uno a uno, del pago de las cervezas que
siguieron.
Mientras Venancio y su peña
perdían el sur que les proponía la marca que rezaba en el grifo del bar Maruja
perdía todos sus temores. Camino del parque Salitre aprovechó un semáforo para
que sus manos se rozaran. Ambos se apercibieron que la descarga era muy fuerte.
Salitre dejó su mano sobre la palanca del cambio y Maruja dejó la suya sobre la
de aquel hombre que la estaba llevando a vivir de nuevo sensaciones
olvidadas.
No se dijeron nada. El
semáforo quiso ser inoportuno y la magia se diluyó como un edulcorante cuando
siente el calor del líquido que pretende endulzar.
Los dos sabían que estaba
llegando el momento en el que no se quiere controlar
nada.
Venancio no se controlaba.
Cinco rondas eran pocas.
- ¡Manolo! Ya que tú bebes y no pagas déjame
pagar otra a mi. Te juro que te pago el día 5 -.
Estar detrás de la barra no
liberaba a Manolo de la euforia que producen cinco cervezas a las cinco de la
tarde.
- ¡Me ofendes, Venancio! ¡Me ofendes! Yo soy
Manolo y Manolo es un señor. ¡Esta la paga la casa! Y no será una caña. Cuando
paga Manolo se toman jarras -.
El murmullo del grupo
parecía un canto coral dedicado a Baco. Vítores a Manolo, bravos al Ministerio
de Trabajo, hurras a la alegría de llenarse de malta hasta sentirse dueños de un
mundo inexistente.
Salitre aparcó a cien metros
del parque. El silencio que había provocado aquel semáforo rojo parecía
irrompible. Ninguno de los dos hizo el gesto de bajar. Solo las manos quisieron
convertirse en mensajeras y volvieron a encontrarse.
Una presión suave, dulce,
casi imperceptible y sin origen puede transmitir tanto como cientos de palabras.
Un beso en el dorso de una mano que conserva destellos de Eau de Lencome pide
permiso para derribar cualquier muralla.
Cuando una mujer arrastra
esa mano hasta sus labios y corresponde ya no hay torres ni almenas que
pretendan defender lo que no quiere defenderse.
Si dos bocas se buscan para
sentir el roce de los labios y respirar entrega el deseo ha vencido y ya no
sirven de nada normas y prejuicios. Al
llegar a este punto la avidez convierte el beso en encuentro y la piel se
conmueve al sentir como el brazo envuelve la espalda, asciende hasta la nuca y
empuja suavemente la cabeza para que el encuentro sea un estallido y el norte se
olvide de que el sur también existe.
Venancio salió del bar con los
ojos acristalados y perdidos en un horizonte confuso abarrotado de almas que
caminaban en todos los sentidos en busca de un único destino. El calor de la
calle incrementó la ebullición del alcohol. Estaba borracho. Se reconocía a si
mismo cuando esto le ocurría.
- ¡Menuda mierda he pillado, chicos! Así no
puedo ir a casa. ¿Vamos a dar una vuelta? Necesito que me de el aire -.
Nadie le contestó. Sus
colegas seguían en el bar.
- ¡Claro! Vosotros aguantáis, cabrones, porqué
habéis comido antes -. La arcada no le dejó seguir hablando solo. El suelo
no se quejó cuando la bilis de Venancio se estrelló contra sus desgastadas
baldosas. No era el primer borracho que certificaba su estado en aquel metro
cuadrado de acera.
Se sintió liberado; entró
de nuevo en el bar con la intención de rellenar el depósito que se le había
vaciado tan bruscamente.
- No me pidas más que no estás para beber, Venancio.
¡Anda, siéntate aquí un ratito y tómate un café! Ahora mismo te lo pongo
-.
No estaba en condiciones de
discutir. Cruzó los brazos sobre la mesa para que su cabeza descansara sobre
ellos. Mientras la Faema de Manolo erogaba el café intentó hacer cábalas con la
porra que veía borrosa en la pared.
- Uno a uno. Seguro que empatan. Uno a uno. O cero a
cero. Empate. -.
Al pensamiento confuso
siguió un grito más confuso todavía.
- ¡Manoloooooooooooooo! Apúntame. Uno a uno. Y
cero a cero. En cuanto cobre te pago. ¿Me has oído Manolillo?
- ¿Qué has hecho hoy?
-.
- Poca cosa, la verdad. Cuando te has marchado
ya no me he acostado. Habíamos dejado el salón como lo habíamos dejado y me he
dedicado a ordenar un poco. Al salir de la ducha he visto que eran las diez. He
cogido una blusa y un vaquero del armario de Palmira y me he ido a casa. Mi
madre me estaba esperando para desayunar. Poco más, Palmira. Mañana te devuelvo
la ropa; mamá la ha metido en la lavadora en cuanto me he cambiado -.
- ¡Vale, vale, vale! ¡Menudo informe de
actividad, chica! No pretendía eso al preguntarte. Oye…Me ha alegrado un montón
que me llamaras. Se me hacía un mundo volver a casa. Gracias por eso, Mariona,
de verdad -.
- Me gusta hablar contigo, Palmira. Llegué
aquí un poco perdida y gracias a ti me estoy adaptando muy bien. Cuenta conmigo
para lo que necesites -.
Siguieron caminando sin
rumbo aunque sus pies las llevaban al Parque del Lago como si el sexto sentido
se hubiera instalado entre sus dedos. Al doblar la esquina tuvieron que esquivar
el territorio de Segis para llegar al paso de cebra que moría en la puerta
principal del parque.
- Mira que es grande la ciudad. Y siempre
acabo en el mismo sitio -.
Al hacer el comentario
Palmira se estaba preguntando porqué se sentía tan atraída por un lugar como
aquel. Allí su amiga le había confesado lo que le estaba sucediendo mientras los
dos pequeños trepaban y se dejaban deslizar por un tobogán multicolor.
A pesar de todo seguía
sintiéndose bien al pisar aquel camino de tierra que serpenteando entre la
vegetación las llevaba al único banco en el que Palmira se había sentado.
También la sorprendía encontrarlo siempre vacío. Solo le faltaba un cartel de
prohibido o uno en el que se le declarara propiedad de Palmira y Palmira.
- Y ahora, propiedad de Mariona y Palmira
-. Solo lo murmuró.
- No te he entendido, Palmira. ¿Decías algo?
-.
- No, no. Disculpa. A veces hablo sola
-.
Mariona respetó aquel lapso
emocional de su amiga.
- Oye ¿Por qué no vamos a ver al vagabundo?
Fue genial la charla que tuvimos con él -.
- Si no te importa vamos luego. Ahora me
apetecería sentarme aquí y practicar nuestra condición de fumadoras sociales
-.
Mariona no contestó. Aceptó
tomando asiento.
- Bueno, fumemos. Pero ya sabes. Yo si soy
fumadora social. O sea que tu pones el tabaco y el mechero. No tengo ninguna de
las dos cosas en mi bolso -.
Fumaron. Mariona fumó y
tosió a la vez sin quejarse. Palmira se rió de la tos hasta que le llegaron a la
memoria los espasmos de sus bronquios cuando se atrevió a fumar aquel cigarrillo
negro al que la invitó Jacobo.
Los vio acercarse
correteando. En un primer instante no los había reconocido debido a la
distancia. Fueron ellos los que pusieron en marcha el mecanismo del
encuentro.
- ¡Tía Palmira! ¡Tía Palmira! –
Diez metros más atrás de
Urko y Ainoa venían los abuelos. Amparo llevaba en la mano una peonza de colores
chillones. Su marido un ABC doblado bajo el brazo y un bastón que le ayudaba a
caminar. Siguieron con la mirada a sus nietos hasta que les vieron lanzarse
sobre Palmira.
El Parque del Lago seguía
siendo el corazón de aquellas vidas. Mariona entendió que era el momento de
perderse.
- Vuelvo enseguida. Voy a por tabaco. Ya no
quiero ser fumadora social -.
Palmira no lo oyó. Besaba y
abrazaba sin parar a los chiquillos.
Los abuelos no quisieron
ser abuelos. No conocían a aquella mujer pero sabían quién era. Se quedaron
quietos, sin dar un paso, contemplando la escena. Sus rostros no transmitían
nada. Pero se emocionaron al ver a los pequeños felices por su encuentro con
Palmira. Estaban viendo a su hija. Hay felicidades inexplicables que no se
pueden contar con un teclado. Hay lágrimas que solo brotan cuando entendemos la
dulzura de los niños.
Los niños y los borrachos
nunca mienten.
Venancio no mentía nuca
porque vivía dentro de su propia mentira.
Maruja estaba aprendiendo a
dejar de mentir desde la nueva mentira de su vida.
Salitre estaba descubriendo
que mentir le había llevado a no saber mentir cuando estaba con Maruja.
Violeta se había quedado
sin mentiras en su vida y ahora solo le importaba robarles la verdad a los
demás.
El silencio más largo es
aquel que nunca se produce.
- Pensé que te ibas a alegrar cuando te
contara lo de los cuatrocientos euros -.
- Me he alegrado, Venancio, de verdad -.
La respuesta de Maruja era tan poco convincente como su sonrisa forzada. La
mantuvo mientras se alejaba camino del baño. Necesitaba lavarse las manos para
no sentirse culpable.
- Vuelvo enseguida -.
Venancio se dejó caer en el
maltrecho sofá. Tampoco se sentía demasiado bien por haber celebrado con euforia
la noticia. En cuanto Maruja saliera del baño se refrescaría para disimular un
poco el hedor a desenfreno que transmitía.
Mientras dejaba correr el agua
para que Venancio la oyera revivió su explosión de deseo con Salitre.
- No ha pasado nada. Solo ha sido un instante
de locura -. Su pensamiento intentaba empequeñecer lo acontecido.
Afortunadamente el lugar donde aparcaron estaba expuesto al paso de la gente. La
contradicción la inquietó tanto que el jabón casi le resbala de las manos cuando
intentaba borrar cualquier vestigio de ese instante.
El día se precipitó en la
oscuridad con la sensación de que no había conseguido aportar nada a la memoria
del tiempo. No era la primera vez que le pasaba a lo largo de los siglos. Hay
días que no cuentan.
A las seis y cuatro minutos el
sol arañó el rostro de Froilán como lo haría un perro que quiere despertar a su
dueño. En verano dormir en el parque es dormir poco.
Estaba entumecido y tuvo que
hacer un esfuerzo para redescubrirse. Buscó entre sus bolsas hasta encontrar un
paquete de galletas. A pesar de que estaban rotas y sabían a deshecho le
sirvieron para engañar la conciencia de su estómago. Necesitaba caminar un poco
para que las piernas recuperaran el tráfico sanguíneo. Lo hizo hasta la puerta
del parque desde donde se divisaba el cajero del banco.
- ¿Dónde se habrá metido Segis?
-
No era la primera vez que su
amigo cambiaba de domicilio fiscal.
- Le habrá echado la bofia -
Si era así lo más probable es
que Segismundo se hubiera mudado a la pared del
cementerio.
- Estará allí, con Paco y
Nicanor-.
Decidió darse un paseo hasta
el cementerio. El día era muy largo y convenía entretenerse hasta que llegaran
los primeros visitantes. Cerró las bolsas, las cubrió con la manta y puso todo
debajo del banco. Sus pertenencias no peligraban. Nunca nadie se interesó por
sus lujos.
Palmira esperó a que la
cafetera le brindara el primer sabor del día. Le gustaba tomarlo pegada a la
ventana del dormitorio.
- Aquí te robaron la vida, Palmi
-.
Quería imaginar lo que no vio
a base de innumerables conjeturas. Lo único que era capaz de interpretar sin
esfuerzo era el final.
No saber ayuda a entender como
queramos. Para Palmira significaba no sentirse especialmente incómoda junto a
aquella ventana.
- Aquí habríamos sido felices
-.
Le bastaba con eso para
sentirse bien. Al menos durante aquellos instantes previos al inicio de su
jornada. Luego, en la galera y a pesar de la intensidad del trabajo, su amiga
iría tomando cuerpo y la tristeza la derrotaría de
nuevo.
- No sé si debí decirle a Jacobo que ando
destrozada-.
Llevó la taza a la cocina. El
autobús pasaba en diez minutos y no quería tener que esperar otros veinte hasta
la llegada del siguiente.
-¡Cuanta gente hay hoy en el cementerio!
–
Le faltaban cien metros para
llegar y la docena de personas que divisó le parecían muchas. A medida que se
acercaba distinguió que había policías y una cinta impedía el paso hacia el
muro.
Nicanor vio como se acercaba y
fue en su búsqueda.
- Han sido los skins, Froilán
-.
- ¿Qué han hecho?
-.
- Le han matado. Le han matado a palos
-.
- ¿A quién? ¿A quién han
matado?-.
- A Segis, han matado a
Segis-.
Se quedó sin aire en los
pulmones.
- ¿Cómo ha sido?
–
- No lo sé, Froilán. Pepe y yo nos habíamos
recogido a la vuelta de la esquina del muro. Allí hacía un poco más de fresco.
Segis debió de pensar que no estábamos y se quedó aquí, como siempre. Poco antes
de que amaneciera escuchamos gritos. Cuando llegamos Segismundo estaba tendido
en el suelo, boca abajo, muerto. Pepe tuvo tiempo de ver a varias motos
alejándose. Uno de los motoristas llevaba una chaqueta de cuero con los símbolos
de la Vanguardia Nacional Revolucionaria-.
Lo dijo muy deprisa, como se
cuentan las cosas que no se quieren contar.
Froilán se abrió paso hasta
llegar al límite de la cinta. Unos hombres vestidos de gris estaban metiendo el
cuerpo de Segis en una bolsa. Lo levantaron lo justo para dejarlo caer dentro de
una caja.
- No hay diferencias en esto. Todos acabamos
igual –
El coche de los forenses
emprendió el camino de la autopsia mientras la policía levantaba la cinta y
pedía que la gente se retirara del lugar.
- Ya no hay nada que ver aquí
–
Un murmullo respondió a la voz
del policía. Paco, Nicanor, Froilán y cinco vagabundos más hicieron caso omiso
de la sugerencia. Los policías subieron al coche para seguir las huellas del
vehículo funerario. En el suelo quedaron unas manchas de sangre apenas
perceptibles. La tierra seca tiene sed y se traga todo lo que pueda nutrirla.
Paco se acercó a Froilán
poniéndole una mano en el hombro.
- Ahora puedes instalarte en el cajero. Te corresponde por
antigüedad -.
Con un gesto brusco, Froilán se quitó de
encima la mano de Paco.
- ¿Tú crees que es momento de hablar de esto?
-.
- Perdona, chico. Pero ya sabes como van estas
cosas. El que no corre vuela. Y si no te instalas tú hoy mismo, mañana cualquier
otro coleguilla se declarará heredero universal de Segis
-.
Froilán sonrió. Paco estaba en
lo cierto.
- Si quieres, Paco, puedes irte tú al cajero. Yo
estoy bien en el parque. Allí tengo mi mundo -.
- Ya me gustaría. Pero no quiero dejar a
Nicanor. Llevamos años juntos. Y en el cajero solo cabe uno
-.
- ¿Y si vuelven los skins? -.
- Solo atacan cuando te ven solo. Son unos
cobardes de mierda. Con dos no se atreven -.
- Bien. Como quieras. Pero yo me quedo en mi
banco. Tengo un compromiso con el parque ¿sabes? Ya formo parte del paisaje y me
gusta serlo-.
- Si quieres te acompaño hasta allí. Así
charlamos -.
- Me parece una buena idea. Anda, ve a
preguntarle a Nicanor si le apetece venir con
nosotros-.
Nicanor les escuchó y asintió
con la cabeza.
Mientras caminaban hacia el
parque Nicanor rompió el silencio.
- ¿Alguno de vosotros se acuerda de cómo era
aquella canción que tanto le gustaba a Segis?
-.
- Si, creo que si. Era la canción de una
película. “El violinista en el tejado”…creo-.
Froilán había respondido sin
convicción, como si no le hubiera gustado recordar.
- Si, si. Era esa. Segis no se la sabía pero
le gustaba cantarla. ¡Estaba graciosísimo cuando marcaba el paso al compás de la
canción -.
Paco cambió las palabras por
gestos empezando a imitar a Segis a base de caminar
grotescamente.
Froilán pensó que era el
momento de sentirse más cerca del amigo que se les había marchado y dejó que la
canción se le escapara del alma.
- Si yo fuera rico…
Tipitipitipitipiti….-.
A la vez que cantaba se sumó a
la mímica de Paco. Nicanor solo necesitó tres segundos para sumarse a la coral.
Horriblemente sincronizados los tres desheredados del sistema continuaron su
trayecto desafiando al sol con su canción.
- Si yo fuera rico…
Tipitipitipitipiti….-.
La muerte es solo un capítulo
de la vida. Para algunos se trata del último. Para otros es la antesala de la
tierra prometida. Para Froilán y sus amigos la muerte era esa compañera de viaje capaz de convertir en
una partitura, desenfadada y alegre,
todas las miserias de un texto que llamamos biografía.
El mismo sol que no dejó
enfriar el cuerpo abatido de Segis castigaba el porche de Violeta. A esa hora no
había alcanzado la altura suficiente y se colaba por debajo de las tejas. No
quemaba todavía pero si obligaba a entornar los
ojos.
Cambió la silla de posición
para protegerse de los rayos de Helios. El café estaba casi frío, algo que se
agradece en verano. El impacto del humo en los pulmones era algo que Violeta
agradecía en cualquier momento.
P.P. no llamaba. Ni encontró
mensajes suyos en el correo. No iba a ser ella la que rompiera el silencio.
Quién se había marchado era él. Lo había hecho con la misma facilidad que un día
llegó y se metió en su cama. Posiblemente ese fue el error. Convirtieron un
brote de pasión en convivencia.
- Solo fue medio polvo lo que nos llevó a
estos años en los que nunca completamos nada. Ni siquiera en la
cama-.
Preguntarse las causas de un
error es algo inviable para quién nunca se equivoca. Siempre busca la salida que
permite descargar en los demás los motivos del fracaso.
- ¡P.P.! Creo que te quiero pero nunca habría
llegado a amarte -.
Hay reflexiones que son solo
frases aprendidas. Es muy difícil que almas sin alma consigan albergar
sentimientos afectivos. Cualquier indicio de debilidad es devorado. En tierra
estéril ninguna semilla puede germinar.
No era momento de pensar en
aquello. Desde el porche se podía ver como las manecillas del reloj de la cocina
palpitaban camino de las siete. En una hora estaría en su espacio natural. Allí
si podía emerger, hacerse notar. No necesitaba a nadie para convertir en nadie a
los demás.
Habían pasado semanas desde el
alboroto de la queja. El ambiente se estaba relajando y se sentía triunfadora.
- No soporto la tranquilidad de Jacobo cuando
se acerca a mi mesa como si no hubiera pasado nada. Es un
pedante-.
Dejó la taza en el fregadero
donde dormían los platos de la cena. Mientras cerraba la puerta pensó que
tampoco era de su agrado la actitud de Aisha. La incomodaba que, en las últimas
semanas, no reaccionara como antes cuando la presionaban.
- Se siente protegida. Cada vez que me acerco
al tambor dos o tres coordinadores la rodean ¡Menuda escolta! Si quieren guerra,
guerra tendrán-.
A medida que su mente se
situaba en aquellas imágenes de la galera una furia sin sentido conquistaba
todas sus terminaciones nerviosas. Este era su punto de partida perfecto para
que el día resultara provechoso.
Le importaba muy poco que los
coordinadores hubieran bajado la guardia buscando serenar el ánimo en aquellos
días de tanta actividad. No le resultaría difícil traspasar la muralla humana
que protegía Aisha. Y Jacobo andaba sin escolta. Parapetada en su impunidad se
sentía vencedora.
Maruja llegó a tiempo de
pedirle un café a la máquina y salir a la calle para tomarlo.
- Hola, Maruja. Buenos
días-.
- Hola, Salitre. Buenos
días-.
Diez segundos de silencio
pueden ser atronadores.
- Salitre. No sé lo que me pasó ayer,
pero…-. No la dejó terminar.
- Pasó lo que pasa cuando dos personas se
atraen -.
Lo dijo con serenidad,
quitándole asperezas a la duda.
- Yo no soy así, chico. De verdad. Me dejé
llevar por no sé qué -.
- Te dejaste llevar por lo mismo que me llevó
a mí. Somos dos personas sensibles. Solo eso-.
- No había hecho algo así desde que mi primer
novio me llevaba al parking del estadio. Con él tampoco llegábamos al final,
pero nos enredábamos hasta reventar. ¡La de pañuelos que tiré!
-.
No contuvo su intención de
carcajada. De nada servía reprimirse a base de conceptos ante algo que ya no
tenía remedio.
- ¿Puedo confesarte algo, Maruja?
-.
- No puedo decirte que no, Salitre -.
- Camino de casa, después de dejarte, no sé
cuantas veces me llevé la mano a la cara para respirar el perfume de tu
néctar-.
Maruja sintió como el rubor
pintaba de rubor su rostro. Algo que ni siquiera le había sucedido en su
adolescencia. Posiblemente porqué nadie le había dicho algo así.
- ¡Uff! Chico. No sé como salir de esto. No
tiene sentido-.
-No salgas y verás como si tiene
sentido-.
- Tengo que salir, chaval. No olvides que te
llevo quince años y tengo una cosa que se llama
marido-.
-Tú lo has dicho. Una cosa. Y que tengas
cuarenta y cinco años no significa que hayas perdido tu derecho a
vivir-.
Sabía envolverla con
argumentos cargados de sentido. Aunque también era cierto que, a medida que iba
creciendo su relación con Maruja, el cazador se sentía desarmado y dejaba paso a
un extraño personaje en el que no era capaz de reconocerse. No estaba enamorado
pero sentía un profundo respeto por aquella mujer. De algún modo la quería. A
pesar de que era una experiencia temporal que tenía fecha de caducidad, la
quería.
- Bueno. Ya veremos. Ahora vamos a trabajar.
Son casi las ocho-.
Mientras subían a la galera
los dos eran conscientes de que lo que estaba por ver llegaría y llegaría de
inmediato.
- ¿Y el yayo?
–
- Libra. Libra hoy y mañana
–
- Bien. Entonces tú, Selena, sustituirás a
Aisha en el control cuando se vaya a descansar. Estad atentos chicos. Que hoy
hay mal ambiente-.
La mirada de los coordinadores
se automatizó en dirección a la mesa de Violeta. El choque fue intenso. Todos
sabían lo que decían aquellos ojos cuando lanzaban dardos a la sala.
- Hoy tenemos baile-. Selena tenía dos
motivos para no sentirse a gusto. La predicción de Ambar y que fuera ella la
recambio del tambor.
- Si, pero nosotros como si nada-. Belma
quiso aportar ánimo recordando el compromiso adquirido por el
equipo.
- Despacito y buena letra. Y si pasa algo
hacedme el favor de decírmelo. ¿De acuerdo?-. Ambar sabía marcar pautas sin
necesidad de dar órdenes tajantes.
La nueva no participó en el
coloquio. En cuanto Ambar disolvió la reunión se dirigió a la sala. Las llamadas
ya habían despertado.
- ¡Agilizamos, por favor! ¡Agilizamos en la
medida de lo posible! -.
Mariona levantó la mano para
que la nueva la ayudara.
- Espera. No sé si podemos autorizar esto.
Déjame consultarlo-.
La respuesta a aquella duda
era diáfana. Pero para Mariona no lo era y no le extrañó que la nueva se dirigiera a la
zona de supervisión para consultar.
- ¿Puedo preguntarte,
Violeta?-.
Violeta apartó los ojos del
ordenador y miró a la coordinadora.
- ¡Claro! Tú
dirás-.
Le expuso la consulta,
enredándola un poco. Lo suficiente para que Violeta no se apercibiera de su
sencillez. No obstante le dio la respuesta en segundos. Apenas terminó quiso
marcarle pautas a la coordinadora.
- Estad muy pendientes de la sala. Llevamos
muy mal el nivel de servicio del mes y necesitamos que
suba-.
- Ya sabes que puedes contar conmigo. Yo no
pierdo el tiempo discutiendo lo que me mandan. Tú me
entiendes-.
Violeta sonrió. La entendía.
Aunque le importaba poco lo que dijera aquella coordinadora, le resultaba útil
que intentara acercarse a ella para diferenciarse del resto. Seguía siendo parte
de la plebe.
- Sigue así. Sigue trabajando así. Y si tienes
cualquier duda vienes a verme tantas veces como sea
preciso-.
La nueva fue en busca de
Mariona para darle la respuesta con la satisfacción que produce un halago. Desde
lo que ella entendió como el fracaso de la queja prefería acercarse al caballo
ganador.
- Sigue, ¿no?-.
- Si, sigue intentando ser su
amiga-.
- Y la otra la utilizará como
submarino-.
- Seguro. Habrá que tener mucho cuidado con lo
que hablamos delante de ella-
- Si, tendremos que ser cautelosos. Esta se lo larga
a la primera-.
- Vamos a ser prudentes. En esto y en lo que
le digamos a ella respecto al trabajo. Ya ves la que monta cuando se la corrige
en algo. Cualquier día se va a recursos humanos a quejarse de
nosotros-.
- Es increíble. Cree que todo el mundo está en
su contra solo porqué se le recuerda que hay un modo establecido de hacer las
cosas-.
- ¡En fin! Mejor evitar problemas. Solo nos
faltaría eso. Tener problemas entre nosotros-.
-¡Mira que tienes buena fe! Con esta
tendremos problemas o si, o si-.
- ¡Vale! ¡Vale! No digo nada
más-
Las dos sabían que el problema
existía. Lo sabían ellas y lo sabían los otros coordinadores.
Palmira entró en la sala de
formación y las llamadas entraron de manera compulsiva en el tambor. Jairo Magno
y Salomé recordaron por enésima vez que su vejiga era débil y, como si fueran
siameses inseparables, emprendieron su fuga hacia el baño para que nada cambiara
en la rutina de la sala.
Maruja y Salitre se habían
sentado juntos. No podían hablar pero se comunicaban con el silencio que
envuelve las miradas cuando han encontrado la senda de la complicidad. Los dos
esperaban que dieran las cuatro para contestarse todas las preguntas y andar
todos los caminos.
Ahisa respiraba tranquila
desde que pudo comprobar que Violeta estaba en la sala de formación.
- Falsa alarma, chicos-. Ambar se había
acercado para tranquilizar al equipo.
- Hasta las dos tendremos una mañana
tranquila. Pero atentos a la cola. Por ese lado no podemos esperar
tranquilidad-.
La nueva llegó tarde para
escuchar a Ambar.
- ¿Qué ha dicho? ¿Algo importante?-.
- No, solo que diéramos caña hasta quitar la
cola-.
Mariona lamentó no poder
coincidir con Palmira en el descanso. Buscó la sombra y encontró a
Waldo.
- ¡Hola! ¿Qué tal te
va?-.
- Bien, gracias. Acostumbrándome a esto
-.
- Creo que te han dejado sin pareja en la raspa
-.
- Si, se viene con
vosotros-.
- Lo que no sé es como te llamas. Yo soy
Waldo-.
- Mariona, me llamo Mariona. Y ya sabía que tú eres
Waldo. Eres toda una institución en la plataforma-.
- No creas. Lo que pasa es que soy más antiguo que
la puerta y por eso todo el mundo me conoce-.
- Me gusta tu optimismo, Waldo. Es divertido
escucharte decir eso de “somos felices aquí”. Da ánimo a primera hora-.
- Es una manera como otra de empezar el día. La
verdad es que me siento bien y me gusta decirlo, aunque para ello haga uso de
chanzas-.
- Nos animas a
todos-.
- Me alegro de serte
útil-.
- Te lo digo de verdad. Cuando llegué todo me
parecía muy extraño, como si no fuera conmigo. Y gracias a Palmira y pequeños
detalles como tus frases pude comprender que ser teleoperador no era algo tan
malo como se piensa desde fuera-.
-Tenemos mala fama. Bueno, nosotros no. El sector. A
mi también me pasó lo que a ti y ya llevo seis años en esto. No sé si ya sabría
hacer otra cosa-.
- Espero no estar tanto tiempo. Pero si tengo que
estarlo quiero sentirme como tú, feliz por
ello-.
- ¿Sabes? Hagas lo que hagas tienes gente alrededor.
A mi me ha permitido conocer personas excelentes, relacionarme con ellas,
aprender. Con el tiempo vas descubriendo personajes acerca de los cuales llegas
a preguntarte ¿Que hace aquí? Hay gente excepcional, de verdad. La mayoría son
estupendos-.
- Habrás conocido a mucha gente en tanto
tiempo-.
- Así es. Y a muchos que ya no están les echo de
menos. Pero llegan caras nuevas y te compensan de esas ausencias que son
inevitables-.
- Veo que tu frase acerca de la felicidad tiene
mucho sentido-.
- Ser feliz en el trabajo, Mariona, es acomodarse a
él buscando algo que te haga sentir bien. Yo lo encontré siempre en la relación
con los demás. Aunque sea entre llamada y llamada y en los descansos. Tenemos
tiempo para conocernos-.
- Me lo acabas de demostrar,
Waldo-.
El reloj puso fin a la charla
mientras Mariona ponía fin a los escasos temores que todavía tenía.
- Hay gente estupenda. Eso de coger llamadas
no me acaba de entusiasmar, pero personas con Waldo lo hacen más llevadero-.
- Era un tío
cojonudo-
- Si, le echaremos de menos-
Paco era el más afectado.
Hacía muchos años que conocía a Segismundo.
- Recuerdo el día que Segis llegó a los bancos
de la estación. Llegó más o menos bien vestido, con una maleta. Había perdido
trabajo y familia de una tacada. Durmió en una pensión hasta que se le acabó el
poco dinero que tenía. Nos dijo que con su edad y aquel aspecto le era imposible
encontrar un curro.
Tenía toda la razón. En este país de mierda a los
cincuenta ya eres viejo para trabajar-.
- ¿Hace mucho de
eso?-.
- Si no hace quince años poco le debe faltar-.
- Nos hemos hecho viejos,
compañeros-.
- Bueno, más que viejos somos mayores. Suena mejor
¿No?-.
Paco y Nicanor se rieron de la
ocurrencia de Froilán. Admiraban a aquel hombre. Siempre encontraba las palabras
exactas para definir las situaciones. No había perdido la exquisitez de sus
orígenes familiares. Era un pensador que regalaba su sabiduría a todo aquel que
se le acercaba.
- Habrá que estar atentos a cualquier señal
que nos mande Segis desde el otro mundo. Nosotros vamos detrás, amigos. Y sería
estupendo que él nos explicara como llegar sin
extraviarnos-.
Nicanor cambió de
conversación.
- Las noticias
vuelan-.
- ¿Porqué dices
eso?-.
- Lo digo, Paco, porqué el cajero ya tiene
inquilino-.
Guió la mirada de los dos
señalando con el dedo la entrada del banco donde un mendigo tan mendigo como
ellos estaba dejando un fardo pegado a la pared.
- ¿Le
conocemos?-.
- Creo que no. Pero debe venir de la alameda.
Están en obras y allí no hay quien viva-.
- Vamos a saludarle y a preguntarle si necesita
algo-.
- Eres la leche, Froilán. Seguro que necesita algo.
Lo mismo que nosotros-.
- Entonces vamos a presentarnos y a compartir
necesidades. No me cabe duda alguna, queridos compatriotas del olvido, que a
Segis le encantaría darle la bienvenida al
club-.
La solidaridad es algo que
vociferan políticos y eclesiásticos desde el púlpito de su bienestar para
encubrir la competitividad individualista en la que realmente viven. Unos la
usan como escudo y otros la viven a pelo.
La formación se iba espesando.
Los requisitos de una llamada de G Plus eran más complejos y requerían un
seguimiento particular y estricto. A Palmira le gustaba. Con esa convicción
esperó a que la máquina le dispensara el café que su cuerpo necesitaba. Obtenida
la infusión salió a la calle para completar la dieta del descanso con un Pall
Mall ligth que la esperaba dentro de una cajetilla
azul.
- Ya no me valen excusas. Soy
fumadora-.
Archivó el resultado de su
auto análisis en la carpeta de varios de su mente. Una carpeta sin pestaña para
que nada invitara a ver su contenido.
Palmira no era consciente de
que en esa carpeta también guardaba su metamorfosis. Como una carcoma la vida de
ciudad roía sus orígenes y cambiaba el canto de las cigarras y las noches
silenciosas de su tierra natal por el
rugido del tráfico y las luces de neón. La fascinación del movimiento continuo
invadía y derrotaba la insonoridad de la paz en la orilla del río.
Al llegar a casa Aisha intentó
dejar el cansancio en la percha del recibidor. No lo consiguió. A regañadientes
se llevó la carga hasta el sofá. No había sido un mal día. Pero cansa tanto el
temor como la lucha.
La despertó el timbre de la
puerta. A Ambar le había parecido buena idea pasar la tarde con ella.
Dejó de refunfuñar cuando consiguió quitarse el sueño de encima.
No podía ser injusta con Ambar.
- Perdona, chica. Pero me había quedado frita
y tengo un mal despertar-.
- No te preocupes. A mi me pasa lo mismo. Hasta que
no he tomado café no soy persona-.
- Pues tomemos ese café para que yo pueda ser tan
persona como tú-.
Ambar aceptó la
invitación.
- Al final el día no ha sido tan malo como
esperábamos-.
-No. Bueno, para ti como supervisora puede que no.
Para mi el día ha sido tan horrible como todos de un tiempo a esta
parte-.
- ¿Porqué dices eso? Estamos cumpliendo con nuestro
pacto. Vamos a lo nuestro pase lo que pase ¿O
no?-.
- Si, Ambar. Vamos a lo nuestro. Pero tú sabes que
la otra también va a lo suyo. Que esto es una tregua ficticia. Nosotros
intentamos respetarla pero ella sigue buscando el resquicio por el que pueda
meter la puya-.
- Es cierto. No ha bajado la guardia. Pero al menos
no dispara-.
- Disparará, Ambar,
disparará-.
- ¿Por eso estás tan tensa,
Aisha?-.
- Si-.
Fue una respuesta seca que no
admitía abreviaturas. Contestar con un monosílabo es más contundente que
cualquier soliloquio extenso y preñado de
justificaciones.
- ¿Estás mal,
verdad?
Ambar lo preguntó conociendo
la respuesta.
- Si. Mal y cabreada por la impotencia. Esto
no mejorará. Estoy segura. Es más, iremos a peor. Y tú lo sabes. Está esperando
el momento para jodernos vivos-.
- Lo sé. Aunque saberlo sirva de poco. Lo único que
podemos hacer es seguir capeando el temporal-.
- Menuda perspectiva
¿No?-.
- Es lo que hay….Al menos es lo que me respondió el
jefe cuando hablé con él la semana pasada-.
- Pues… ¡Me
cago en lo que hay!, Ambar-.
- Caguémonos juntas….Y llama a los demás para que se
desahoguen con nosotros-.
- ¡La gran cagalinta!-.
Rieron satisfechas por la
ocurrencia. Las tensiones se liberan en el espacio de lo incongruente. Los
efectos del remedio son tan efímeros como sus componentes pero
alivian.
Tomaron el café y se pusieron
a hablar de cosas importantes. Ya le habían dedicado demasiado tiempo a la
sordidez de un pensamiento que no era el suyo ni nunca lo sería.
Ya casi anochecía cuando Ambar
la saludó desde la calle despidiéndose. Aisha bajó la persiana como si fuera el
telón de un escenario cuando termina el primer acto. Todavía quedaban episodios
por vivir en aquel drama sin autor.
Jacobo salió a la terraza para
disfrutar del primer instante en que el calor disminuía. Vivía en una calle sin
salida por la que solo circulaban los vehículos del vecindario. Era un barrio
sin grandezas pero con arbolado, setos y algún que otro rosal cuyas flores
desaparecían al mismo tiempo que se abrían sus capullos.
Un perro sin collar escarbaba
la tierra al pié de un sauce llorón.
El Yayo escarbaba en el futuro
intentando tejerlo con supuestos, intuición y
pragmatismo.
El también estaba convencido
de que en la galera se vivía una tregua que no se sostenía en ninguna voluntad.
Era una paz temporal impuesta por la sobrecarga estival del trabajo. Algo frágil
que se agrietaba a diario y perdía consistencia.
El perro encontró el hueso que
en su día había enterrado cuidadosamente.
Blandiéndolo como un trofeo entre los dientes se detuvo frente a la casa
de Jacobo.
- Hola, chiquitín. Has encontrado lo que
buscabas ¿eh? ¡Anda! Ahora disfruta de tu hueso hasta que no le quede
tuétano-.
El animal no le entendió pero
permaneció inmóvil esperando que Jacobo continuara.
- ¿Estás solo verdad? No tienes dueño. No eres el único. A las
personas también nos pasa. Nos quedamos sin alguien a quien querer y no nos
queda otra que desenterrar el hueso de nuestros recuerdos. Pero con eso no se
vive…
Tú al menos le sacas partido a lo que tienes en la
boca. Eres afortunado. Si te viera quién se yo se moriría de
envidia-.
La cola del perro iba de un
lado a otro como el contrapeso de un reloj de
pared.
- ¿Estás contento porqué escuchas una voz? Más
a tu favor cuando te comparo con otras
soledades-.
El can seguía allí, con el
hueso en la boca y sin mostrar intención alguna de moverse. Jacobo optó por
entrar en el salón. Su guitarra dormía apoyada en un rincón de la pared. La
reafinó y buscó el compás de los acordes de una de sus canciones más queridas.
“Porque vivimos a golpes, porque apenas si
nos dejan,
decir que somos quien
somos.
Nuestros cantares no pueden ser sin pecado un
adorno;
estamos tocando el fondo, estamos tocando el
fondo.
No es poesía gota a gota
pensada,
no es un bello producto, no es un fruto
perfecto.
Es lo más necesario, es lo que no tiene
nombre,
son gritos en el cielo y en la tierra son actos.